Se estima que cerca de 2.000 chilenos se refugiaron en la República Democrática Alemana (RDA) tras el golpe militar en Chile. Entre ellos artistas, escritores, pintores y políticos. La mayoría llegó a ese país escapando del régimen de Pinochet. En la Alemania Oriental encontraron asilo, pero la vida no fue tan fácil como imaginaron. Salvo escasas excepciones de refugiados que sí tuvieron privilegios, los demás debieron desempeñar empleos como obreros en fábricas o realizar oficios que estaban muy por debajo de sus calificaciones profesionales, además de vivir en departamentos pequeños y encontrarse casi a diario frente a un muro de 3,6 metros de altura, que dividió físicamente a Alemania en este y oeste durante la Guerra Fría. Este 2019 es también significativo para ellos, pues se conmemoran 30 años de la caída de esta gran y dolorosa “barrera”.
Por Natalia Messer | Fotografía: Félix Filbir.
Llegaron en septiembre de 1975. Todavía recuerda aquella época con un sabor agridulce, como si fuera ayer, aunque ya han pasado más de cuatro décadas. Oriana Zorrilla, de profesión periodista, dejó Chile para irse a vivir a Alemania junto a su entonces marido y dos hijos.
Después del Golpe de Estado de 1973, que derrocó al gobierno del socialista Salvador Allende, no había muchas opciones y, en su caso, se corría peligro. “Nos partió la vida en dos, porque se clausuraron todos los medios de comunicación que eran contrarios al régimen de Pinochet”, cuenta Oriana.
Entonces, llegó una propuesta del extranjero. Era arriesgada y requería de bastante sacrificio, porque había que comenzar una nueva vida, partir de cero, pero esta vez a 12.506 kilómetros de su patria, en la República Democrática Alemana (RDA).
Después de la Segunda Guerra Mundial, Alemania quedó bajo el control de las fuerzas aliadas. Los soviéticos, por su parte, buscaron implantar allí un régimen socialista. Es así como el país europeo quedó dividido entre la República Federal Alemana (RFA), en el lado occidental, y la República Democrática Alemana (RDA), en la órbita soviética.
El régimen socialista de la RDA decidió construir un muro de hormigón y piedras de grandes dimensiones, debido a la migración de alemanes hacia el lado oeste de Berlín. La precariedad de la economía y la limitación de libertades individuales hizo que alrededor de 2,7 millones de personas abandonaran Berlín Oriental entre 1949 y 1961.
Así se formaron dos modelos económicos diametralmente opuestos y separados por una “gran pared” durante 28 años, que se convirtió en el símbolo de la Guerra Fría, un conflicto que nunca se concretó, pero que mantuvo al mundo en vilo.
El muro se levantó la noche del 12 al 13 de agosto de 1961. Se estima que unas 5.000 personas lograron traspasarlo, aunque casi 200 murieron en la tentativa y otras tantas resultaron lesionadas. Sin embargo, no todo fue intento de fuga en la RDA. El Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA) acogió a personas de diferentes partes del mundo, como Angola, España, Grecia, Vietnam y Chile.
De este último país llegaron cerca de 2.000 refugiados a vivir a la RDA. Por causa de la dictadura militar de Pinochet, más de 200 mil chilenos tuvieron que emigrar a diferentes partes del mundo, entre los que estuvo Oriana y su familia.
En las fábricas
Los chilenos que llegaron a la Alemania Oriental eran, en su mayoría, funcionarios políticos, aunque también personas del mundo artístico e intelectual, como actores, dramaturgos, escritores y pintores. Entre ellos, por ejemplo, estaba la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos y expresidenta chilena, Michelle Bachelet; los escritores Carlos Cerda y Roberto Ampuero, y políticos como Carlos Altamirano y Jorge Arrate.
“El 95 por ciento era considerado por el régimen como personas muy letradas. Sin embargo, casi todos tuvieron que trabajar en fábricas, muy por debajo de sus calificaciones. Esta política, llamada fase de proletarización, era impulsada por el Partido Comunista chileno, pero también estaba en el interés de los comunistas de la RDA”, explica Jost Maurin, historiador y periodista alemán del diario berlinés Taz, quien se ha dedicado a investigar sobre los refugiados chilenos en la RDA.
La fase de proletarización aplicó en un comienzo para la mayoría de los refugiados chilenos. La razón de la política, como explica Jost Maurin, se debió a dos factores: para trabajar en la producción de un coche no se necesitaba mucho idioma alemán; de hecho, gran parte de los exiliados no lo dominaba y, también, porque si obtenían altos puestos, esto podría afectar la seguridad del régimen.
“Los comunistas chilenos y los de la RDA pensaban que como partido de los obreros era bueno que sus compañeros intelectuales conocieran la realidad de los trabajadores socialistas”, dice Maurin.
Durante los siete meses que vivió en el régimen, Oriana trabajó en la academia de una fábrica de cervezas, donde además tomó clases de alemán. “Se llamaba Getränkekombinat, y tenía una academia donde iban los trabajadores a perfeccionarse en distintas materias (…) En mi caso, tenía que estudiar una semana el idioma. Allí hice también un diario mural con una traducción paupérrima al alemán donde contaba historias de Chile, de cómo era la represión, la vida”, recuerda.
En la Alemania Oriental había diferentes grupos de extranjeros. El más grande estaba conformado por trabajadores vietnamitas, quienes formaban parte de un convenio de solidaridad entre la RDA y Vietnam. En cuanto a los chilenos, se les consideró en su mayoría como refugiados políticos y una de sus particularidades es que no todos eran militantes del Partido Comunista.
“Es interesante ver que algunas personas que tenían una visión distinta del socialismo fueron igualmente acogidas en la RDA. Hubo además un grupo de jóvenes que vino a estudiar a la RDA, y que no necesariamente formaba parte de algún partido político”, explica Sebastián Koch, historiador alemán, autor del libro ¿Refugio RDA?: Refugiados chilenos y la política extranjera del PSUA, donde describe la realidad de los chilenos que vivieron en ese lado del bloque.
De acuerdo con archivos de la RDA, hacia septiembre de 1975, un 56,56 % de los chilenos refugiados militaba en el Partido Comunista; un 33,94 % en el Partido Socialista y, el resto, en grupos que formaban parte de la Unidad Popular, la coalición que apoyó y llevó a la presidencia a Salvador Allende.
Algunos privilegios
Para Oriana, la llegada a Alemania le significó una mezcla de emociones. Por un lado, angustia por tener que dejar Chile, pero por otro, algunos miedos comenzaban ahora a esfumarse.
“Cuando llegué a Berlín me asombró el aeropuerto de Schönefeld. Era muy antiguo. Parecía de la guerra. Se notaba la diferencia entre Berlín Occidental y Oriental. Era muy lindo, pero no tenía la luminaria, lo del mundo capitalista”, dice.
En la Alemania Oriental, la comunidad chilena organizó una fiesta de bienvenida para Oriana y su familia. “Nos sentimos muy acogidos y estuvimos en una especie de hogar, en Grünheide, durante tres meses, luego mis hijos enfermaron de hepatitis y pasaron 40 días hospitalizados en la frontera con Polonia”, relata la periodista.
Después del golpe en Chile, la comunidad internacional se movilizó rápidamente para ir en ayuda de aquellos que estaban siendo perseguidos por el régimen de Pinochet.
La historiadora brasileña María Claudia Badan Ribeiro investiga sobre este capítulo, aunque más centrado en los exiliados políticos de su país: “En nuestro caso no creían que hubiera una dictadura en Brasil y el estado francés oficialmente no comentó mucho sobre nuestros dictadores, porque había acuerdos económicos y diplomáticos entre Francia y Brasil”.
Asimismo, lograr el estatus de refugiado en Europa no era fácil, porque “tenía que ser probado, especialmente para aquellos que estaban en la lucha armada”, explica la académica de la Universidad de Sao Paulo.
En el caso de los chilenos de la RDA, recibieron al principio entre 2.500 hasta 5.000 marcos, la moneda de entonces en Alemania oriental; también se otorgó un crédito sin intereses de 13.000 a 50.000 marcos para la compra de muebles y acceso a viviendas nuevas, que por entonces eran muy escasas dentro del régimen.
“Esto causó disgusto en la población de la RDA. El régimen quería mostrar a los chilenos: mira lo que puede hacer el socialismo. Mira lo que hemos hecho en los últimos 30 años”, destaca el historiador Sebastian Koch.
En principio, los nuevos departamentos estaban prometidos a los alemanes, pero la RDA decidió entregárselos a los chilenos exiliados. En algunos archivos oficiales se encuentran indicios de que por lo menos una parte de la población en la RDA era muy crítica con estos nuevos huéspedes latinoamericanos. “Se mezclaba una envidia concreta con resentimiento, xenofobia y racismo. Encontré el testimonio de unas señoras costureras que decían: esos chilenos reciben todo, pero sus niños andan en la calle. No tienen cultura, no saben que hay que limpiar las ventanas y lavar la ropa”, añade el periodista Jost Maurin.
¿Todos iguales?
Pero no todos los chilenos que vivieron en la Alemania Oriental recibieron los mismos privilegios. Incluso algunos fueron muy críticos del régimen. Por ejemplo, el fallecido escritor chileno Carlos Cerda vivió por 12 años en la RDA y fue un gran detractor del régimen. En su obra más conocida, Morir en Berlín, hace una crítica directa a las condiciones de vida bajo las cuales los chilenos vivieron en la RDA.
Un aspecto que ha llamado la atención de los estudiosos del tema es que dentro de la comunidad chilena existían muchas diferencias sociales.
“Eso no gustó. Incluso hubo gente que se fue por ese motivo, y también ocurrieron algunos suicidios de chilenos en el régimen, aunque es muy difícil saber cuáles fueron las causas, pero probablemente pudo haber contribuido”, opina el historiador y periodista Jost Maurin.
A los chilenos que no formaban parte de la cúpula política no se les otorgaban privilegios. Al principio, todos debían trabajar en fábricas y había que pedir permiso si querían visitar Berlín occidental; muchas veces las solicitudes eran denegadas.
Además, a quienes no tenían altos cargos se les asignaban pisos en los famosos Plattenbauten, edificios prefabricados ubicados en Alemania del Este, por lo general en las afueras de ciudades (como Marzahn y Hellersdorf, en Berlín y Halle-Neustadt).
“Diferente era para las cúpulas políticas. Por ejemplo, el socialista Carlos Altamirano vivía en un exclusivo edificio en el distrito de Pankow, Berlín. Además, tenía coche con chofer y viajaba por el mundo, financiado por la RDA”, cuenta Jost Maurin.
En la mira
Pero donde no hubo diferencias fue con la Stasi. La policía secreta de la Alemania oriental tuvo bajo la mira a la comunidad de refugiados chilenos, sin distinción. A cada persona se le hacía un dossier que contenía su información personal, pues los extranjeros eran considerados una especie de peligro para el régimen de la RDA.
“Este grupo estaba bajo observación particular del servicio secreto alemán sin motivo aparente. Sabemos también que el servicio secreto chileno fue muy efectivo. De hecho, cometió ataques en Estados Unidos, por lo que se sabía que la inteligencia chilena envió a sus propios agentes para investigar y observar a los exiliados”, explica Sebastian Koch.
La Stasi también ejerció presencia por varios países de Latinoamérica. “Algunos agentes que viajaron a Cuba, dieron clases y entrenamiento de guerrilla a militantes. Otros fueron por Guatemala, Bolivia, Brasil, Argentina”, sostiene la historiadora brasileña María Claudia Badan.
Oriana dice que siempre quedó con la duda de si los únicos vecinos alemanes que vivían en su edificio eran agentes de la Stasi: “Era el matrimonio Simon. Dos personas muy mayores. De hecho, establecí una relación de amistad muy grande con ellos y fueron como una especie de abuelos para mis hijos”.
“En cada familia había una persona muerta o un desaparecido. Es así como el estado alemán se acerca a estos jóvenes chilenos y les dice: necesitamos de su ayuda, necesitamos un apoyo, trabajemos juntos contra el régimen de Pinochet. Para ese entonces la gente no sabía lo que era la Stasi”, agrega el historiador Koch. No sospechaban que aunque tenían calidad de refugiados, siempre estaban bajo vigilancia, para que fueran fieles al régimen.
Una vida de contrastes
Los cerca de 2.000 chilenos refugiados en la RDA tuvieron experiencias disímiles. No todos fueron contrarios al régimen socialista y algunos se sintieron, incluso, muy acogidos. “La impresión que tuve fue que algunos exiliados estaban muy agradecidos de la RDA por haber sido admitidos y por la educación que allí recibieron”, opina Sebastian Koch.
La Universidad Alexander Von Hümboldt, por ejemplo, recibió a estudiantes chilenos. Entre ellos se encuentra la expresidenta Michelle Bachelet y el escritor Carlos Cerda, quien cursó un doctorado en Literatura.
De acuerdo con el periodista alemán Jost Maurin: “Lo que un chileno dice acerca de cómo fue la RDA no tiene que ser necesariamente la verdad, porque había realidades muy distintas. Los que estaban en la cúpula política, sus amigos y familiares vivían bastante bien, mientras que para el resto era más difícil, al menos los primeros años”.
Los recuerdos de Oriana son, sin embargo, positivos. Fueron siete meses en la RDA, porque, más tarde, tuvieron que trasladarse a vivir a Italia, ya que Guillermo, su entonces marido, encontró trabajo en ese país.
“Nunca sabré cuáles habrían sido mis pensamientos o sentimientos sobre la RDA de haber seguido viviendo allí, pero guardo un recuerdo acogedor. Fui desgraciada y feliz en la RDA. Si bien existía un mundo chileno, donde me vinculaba, existía otro mundo alemán. Además, me apenaba saber de la represión que había en Chile”, confiesa.
Pasaron 30 años para que Oriana volviera a pisar Alemania nuevamente. Esa vez, el paisaje era distinto, también la historia. El muro de Berlín había caído, la cortina de hierro que separó a Europa en oriente y occidente se había esfumado, y Erich Honecker, último jefe de Estado de la RDA, permanecía en Chile junto a su esposa.
“Sin embargo, me asombró ver que el banco de ahorro al que solía ir todavía seguía presente. La única diferencia es que ahora había capitalismo”, sentencia.