Cambios sociales fuertes, tal como han ocurrido en Chile cada 40 años, están en ciernes. Es lo que este profesor magallánico, que se enamoró de Concepción por su gente y su historia, llama “el empoderamiento” de una sociedad que aspira a cambios profundos como en su momento los tuvo Francia y su revolución o China, a partir del episodio de la Plaza de Tiananmen. “Es lo mismo que estamos viviendo con esta señora Roxana Miranda que salió a preguntarnos por el kilo de pan o la tarjeta para acceder al consultorio”, dice, convencido de que en el país tendrá que haber una mejor distribución de la riqueza.
Como en el tango, 20 años para Alejandro Mihovilovich Gratz no son nada; ni siquiera los 500 años que median desde que Colón pusiera un pie en la tierra del Nuevo Extremo, en 1492. “Si usted agarra los últimos 500 años son menos de ocho Mihovilovich para abajo y ya estamos conversando con Colón; con veinte Mihovilovich estaríamos hablando con Julio César”, ilustra con gracia este magallánico que llegó a estudiar Pedagogía en Historia en la Universidad de Concepción y se quedó para siempre en la ciudad que considera “una maravilla”. Con el profesor Augusto Vivaldi, dice, le agarró el gusto a la historia regional.
Es el director de la Biblioteca Municipal (65, casado) y abuelo chocho de Florencia y Alfonso, dos niños que sin tener sangre suya le han robado el corazón. Y lo cuenta con el mismo entusiasmo con el que habla de su padre, un abogado de Magallanes que llegó a pesar 165 kilos y que, a diferencia suya, se casó cinco veces y la última, con una penquista.
En Concepción “estamos parados en la historia de Chile”, prosigue, divertido, mientras repasa las correrías de Lautaro -“y reconozcamos de una vez que su pueblo no ha sido subyugado”-, del conquistador Pedro de Valdivia y de Bernardo O’Higgins, bien convencido de que el prócer firmó el acta de la Independencia en la Plaza de Concepción, lo que ratifica documento en mano; reclama porque nuestros principales próceres se recuerden en las peores calles y “con todo el cariño que le tengo a Barros Arana, no me imagino cómo logró que la principal de esta ciudad lleve su nombre”, honor que le correspondería a Juan Martínez de Rozas, presidente de la Junta Nacional de Gobierno en 1811, que pronto “revivirá” cuando sus restos descansen en el altar de la patria que se construirá en el Cementerio General, como parte del proyecto Archivo histórico que lidera el abogado e historiador, Armando Cartes Montory.
Y se regocija Mihovilovich con que no más de ocho o diez penquistas de la alta sociedad hayan sido capaces de ejecutar en cinco años el antiguo teatro de Concepción, que era mejor que el actual Teatro Municipal de Santiago, mientras “ya llevamos 60 años esperando uno nuevo”.
Fue posible -agrega- porque Concepción tuvo una verdadera burguesía con Pedro del Río, que creó el Parque Zañartu; Zulaika, un museo militar, Collao que dejó un espacio para hospitales (se ocupó para los regimientos) y Leonor Mascayano un hospital para niños, entre otros. “Eran patriarcas. Ésa es la gracia de esta gente antigua. Todo aquel que había logrado cierta fortuna sentía que tenía que dejar algo a la comunidad. Había un sentido social mayor que el de ahora, un compromiso social más fuerte creo yo. Hoy, hay una distancia muy grande entre el dueño de la empresa y sus trabajadores; antes, en cambio, estaban directamente involucrados”.
Y a propósito de cambios y de cómo ha evolucionado la vida incluso desde la cotidianeidad en los últimos 50 años, dice que han sido tan espectaculares que la historia de Chile va a ser difícil de explicar porque antes las cosas tenían un sentido, y hasta el quehacer político impactaba, tal como la marcha de la Patria Joven, cuando fue electo Frei Montalva, o los discursos de cierre de campañas del mismo Frei, de Allende o Alessandri frente a no menos de 500 mil personas. “Hoy, ha variado la forma y para nosotros, los viejos, es complejo. Hay una juventud sin un planteamiento teórico-filosófico de lo que representa una postura política. No es bueno ni malo, como siempre preguntan los periodistas; es distinto. Yo vengo de un mundo en que uno le daba la mano al otro, se hacía el trato y se respetaba la palabra. Eso ha variado hoy en día”, dice.
-En el mundo político específicamente ¿cómo ha variado eso?
Hay una sociedad más empoderada, que exige derechos y sabe qué está pasando. Yo quedo sorprendido cuando veo las sesiones del Senado para ver qué se discute. Hoy, los cuerpos intermedios de la sociedad van a ejercer una presión muy fuerte y cada vez va a ser mayor. Va a ser muy difícil gobernar. Los cuerpos intermedios tomaron su voz, vea lo que pasó en Magallanes, en Aysén, en Freirina, donde las asambleas han tenido un empoderamiento muy grande.
-¿Por qué cree que le va a ser difícil gobernar a quién resulte electa en segunda vuelta?
Chile tiene un cambio social cada 40 años y estamos asistiendo a uno. No existen leyes históricas sobre esto, no es que siempre ocurra así. Hay otras cosas intermedias, pero si usted analiza desde nuestro gobierno propio de 1810, la Primera Junta de Gobierno, batallas como la de Lircay, los gobiernos conservadores, ya al año 51 hay una pequeña revolución entre Cruz y Montt; luego vienen pequeñas reformas, cambios de conservador a liberal, pero ya en el 91 hay nuevamente una convulsión con Balmaceda. Y entramos a un concierto parlamentario en el país donde el Parlamento va a tener más fuerza que el Presidente. Hay un cambio social nuevamente que -si bien con Alessandri y el cambio de la Constitución del 25 tuvo un pequeño efecto- la caída de Ibáñez el 31 produce otro fenómeno 40 años después. Otro gran fenómeno es el 73. Es una convulsión social que termina con una dictadura como la que tuvimos; 40 años después se respira una….
-¿Y en qué momento estamos?
Estamos en ese momento de los 40 años donde, nuevamente, se está hablando de un cambio constitucional; hay varias personas que ven como “una cosa normal” que vengan varios elementos que uno ve en la sociedad: la asamblea constituyente, por ejemplo. Este país nunca ha tenido una. Todas las constituciones han sido hechas por una oligarquía política, siempre se ha consultado a constitucionalistas o cuerpos muy acotados de la sociedad al respecto. Lo mismo que con las reformas. Se puede decir que ya hay una idea de renovar estas cosas, pero no solamente la chilena está mirando estos cambios: a nivel latinoamericano estamos viendo los procesos argentino, ecuatoriano, boliviano, venezolano. Estamos asistiendo a una convulsión social que es más o menos lo que ocurrió en los 60. Fueron años complejos.
– ¿Y esto es preocupante para el país? ¿Qué calificativo le pondría usted?
Es la evolución natural que va experimentando una sociedad. Nos queremos comparar con Francia, pero si sacamos la cuenta, cuando nosotros andábamos saltando en los árboles, ellos ya estaban hablando de la Revolución Francesa: libertad, fraternidad, igualdad. Estaban los grandes pensadores de la Ilustración. O compararse con China, que lleva 5 mil años dándose vuelta. Para ellos es natural una visión diferente, pero entender este contexto histórico filosófico profundo es complejo. Uno estaba acostumbrado a esta historia de la ideología, donde desde un mundo primitivo pasamos al esclavismo; aquel tipo que andaba buscando un par de cosas por ahí, podía ahorrar, asentarse con agricultura y ganadería y tener un esclavo al que le diera algo y no matarlo de hambre.
Luego hubo que darle participación en el feudalimo y enseguida el capitalismo pide “devuélveme la tierra, yo voy a pagarte un sueldo”. Y de aquí pasamos al reparto distinto del socialismo y la cosa igualitaria. De repente entre capitalismo y socialismo, la cosa dobló al libre mercado. Hay un tipo por ahí, el norteamericano Francis Fukuyama, autor de El término de la historia, que dijo “mire, se acabó la historia de las ideologías, no hay una ideología que ponerle al libre mercado”. Alguien de izquierda- izquierda no lo entiende y al capitalista tampoco le gusta. Ninguno de los dos está conforme, pero el libre mercado es una cosa que vino para quedarse. Uno lo mira de afuera con cierto escepticismo. La historia siempre ha tenido un momento de quiebre y en este quiebre aparece algo nuevo que no hemos visto todavía. Hoy día creo que toda la sociedad está en la búsqueda. Con todos los medios que hay, uno dice no puede ser que haya un quiebre económico. Es muy difícil que alguien esconda algo. Todos entienden que la crisis viene porque es necesaria, pero no es algo que aparezca de repente, como la del 29; han habido varias: la de los tulipanes o la del oro que afectaron al mundo. Esto de la economía es cíclico, pero en el mundo social hemos experimentado mucho; si hace apenas 150 años había esclavitud en Estados Unidos. Es harto decir.
A escala humana
-Después de unos cuántos años en Concepción, ¿cómo definiría al penquista, a la ciudad?
Es una ciudad a escala humana: agarro el teléfono y soluciono un problema, alguien viene a verme, lo miro a los ojos y conversamos; no es muy grande donde uno se pierda ni muy chica donde se tope con todo. Está todo acá dentro, es universitaria, de grandes pensadores, de esfuerzo, todavía nos mezclamos con el tipo de la “contru” y con el de más arriba, nos damos la mano, no somos tan lejanos. Es una ciudad linda, hermosa, pero no nos damos cuenta que vivimos en una maravilla y que podemos hacerla cada día mejor. Vivimos reclamando, pero no sé de qué, aunque entiendo que se pasen pellejerías. Usted puede avanzar desde la antigua Estación hasta Collao a pie o de la línea al Cerro Caracol, o pararse seis u ocho veces a conversar con amigos en la Diagonal; en la Plaza se puede dialogar con el alcalde o el intendente, en la “U” uno ve a los profesores pasar. ¡Vaya a ver pasar al rector de la Chile o al presidente de la Corte Suprema!, aquí hasta lo atienden en la calle y eso no se da en ningún lado. Los tipos salen con 40 guardias. Eso es hermoso todavía, que lo atiendan sin cita previa en la Municipalidad y si no uno lo espera abajo. Nadie te corre. Eso no tiene nombre. Esa ciudad es la que a mí me emociona. Por eso la quiero tanto.
-¿Pero es una ciudad sin líderes?
Vámonos por parte. Juan Martínez de Rozas fue un líder; Pedro Nolasco Cruz, que hizo el liceo, otro más. Los Enríquez, líderes radicales; Inés Enríquez, la primera mujer intendenta, doña Ester Roa, Luciano Cruz, Miguel Enríquez, el MIR nació acá en el Liceo. Tenemos líderes; lo que pasa es que no queremos reconocerlos. ¡Valoremos lo que hemos tenido! Lo que pasa es que a la gente que está haciendo cosas hoy no la tomamos en cuenta. Nosotros miramos para atrás siempre. Esperemos que las futuras generaciones también echen una mirada hacia atrás, porque nosotros también estamos haciendo algo, pero el bosque no deja ver el claro; tenemos a viejos como al doctor Martínez, preocupado de poner placas en lo que fueron hitos de Concepción. Hay que mirar a la distancia, diría yo. A Enrique Molina, Víctor Lamas…
– Uno no puede desconocer a estos personajes, este vínculo fuerte entre la U y la sociedad penquista, pero eso hoy se ve muy desdibujado, no convocan.
Es que la prensa hoy es prensa santiaguina. Los medios están mirando mucho para afuera y poco para adentro. En Chiloé, en Quellón, por ejemplo, la radio funciona para su gente y no están “ni ahí” con lo que pasa en Santiago. No sé qué tiene que ocurrir para que Concepción sea noticia. En Santiago llueve un milímetro y es inundación y noticia; tuvimos un terremoto 8.8 y nos pescaron tres días. Frente a eso no hay nada que hacer. Los programas locales son pocos e inconsistentes en cuanto a historia; están más dedicados a la gastronomía, a entregar recetas para la comida del pueblo con datos como “tome un filete de buena calidad” -¡el tipo no debe saber que vale $8 mil el kilo!- y después comienza a agregarle paprika, azafrán, pimienta de la India; y uno piensa este gallo está loco. Está en la realidad de él, pero no en la de la gente.
-¿Será por eso que los problemas de la gente que ha visualizado en pantalla la candidata Roxana Miranda, por ejemplo, han dado tanto que hablar…?
No sabría decirle, pero cuando la escucho a ella y a Sfeir de lo que va a enfrentar el mundo en los próximos 30 años -no respire, por ejemplo- son cosas difíciles de asumir. Por otro lado, frente a esta realidad de cómo vive una persona con $200 mil mensuales y la cosa ética de por medio de la que ya habló el obispo Goic, uno dice algo anda mal acá; hay un mundo entremedio de esas cifras macroeconómicas que hablan de que el país ha cambiado y lo que la gente percibe: a mí no me ha cambiado la cosa. Es el mensaje del país real, del país futuro. Entre los dos hay una cosa que uno la vive a diario. La gente se está empoderando, que haya un poblador y candidato a la presidencia de la República -que estaba reservado para una élite- es un hecho inédito. Con Aylwin, en los 90, la clase media comenzó a acceder al poder; hay un adelanto. Una mujer candidata ya fue un cambio inédito y hoy, ya son dos que lo disputan. Este fenómeno comunicacional y real nos dice que algo está pasando entre el que vive muy bien y el que vive muy mal. El que vive mejor tiene una opinión mejor de lo que realmente es. El mensaje de Roxana Miranda no termina acá, es una sociedad en evolución. Está demostrando que no es una sociedad dirigida sino una sociedad que quiere dirigirnos; los dirigentes van a tener que entender que van a comenzar a ser dirigidos en algún momento.
El dedo de Lagos
-¿Estaríamos entrando a ese ciclo social de los 40 años de los que habla usted?
Uno percibe que hay algo distinto en el ambiente. Todas las fuerzas intelectuales del país, académicas, los que hacemos análisis sociales, vemos que hay algo diferente ahora. Me acuerdo del dedo de Lagos en TV y uno dice algo está pasando. La Revolución Francesa no partió cuando la gente salió de la panadería a echar abajo la Bastilla. Tuvo una efervescencia hasta que llegó a su momento cúlmine. Hoy es más rápido; antes un cambio social se producía cada 200 años. En Argentina, con el Corralito, la gente salió de sus casas, agarró a patadas los bancos y el ex presidente De la Rúa salió en helicóptero y terminó así su mandato. Eso es una revolución y ¿quién pensaba eso?, nadie. En menos de uno o dos años había un problema grave. Chile es un poco conservador, reservado en estos aspectos y hoy en día se ve que hay un cambio en la sociedad, que la gente está en otra. Eso es lo bonito que tiene.
-En el gesto casi osado de Ricardo Lagos para la época ¿qué pensó exactamente usted?
Cuando Lagos apuntó con el dedo en la tele y dice “usted, señor”, nosotros dijimos “este caballero desaparece mañana”, pero no desaparece y uno, entonces, dice: momento, estamos listos. Se puede. Hay un momento en que se puede, pero al día siguiente para que no quede la pelota, alguien tiene que entrar a dirigir esto y aparece el líder. Una cosa es la revolución, cuando todos salen a reclamar, pero después hay que darle contenido, un marco teórico filosófico al proceso. Alguien tiene que explicarlo y darle forma. Estamos en un momento donde falta ese líder. Con ese dedo de Lagos (en una entrevista con Raquel Correa en el Canal 13, donde se apoderó del micrófono y dijo “excúseme Raquel, pero hablo por 15 años de silencio”) cambió la cosa. Aquí, desde la época de Lagos hasta ahora, estamos viviendo un nuevo discurso; se requiere otra manera, distinta, de enfrentar el mundo que se nos viene. El discurso de Obama (We can), en su primer periodo, es maravilloso; el de Martin Luther King con su “He tenido un sueño”, en los 60, también. O lo que fue la revolución estudiantil en París -con ese “Seamos racionales, pidamos lo imposible”- con el que cayó De Gaulle son momentos de inflexión social. Hoy estamos viviendo eso. Hay un fenómeno social y frente a eso no sabemos qué va a salir. Lo bonito que tiene esto es la incertidumbre.
Y prosigue: En historia no podemos hacer futurología; lo que sí tenemos claro es que estamos frente a un fenómeno distinto. En la Patria Joven, Frei reunió 500 mil personas y Allende, 500 mil personas; un Estadio Nacional lleno escuchaba a Alessandri o para el Plebiscito del 88, todos esperábamos escuchar el discurso de Frei. Eran otros los tiempos; eso hoy no convoca a nadie. Es una sociedad distinta. La gente quiere algo que está en su subconsciente y que es distinto a lo que está pasando; es una cosa muy rara. Eso tiene que bajar, aconchar, tomar conciencia, pero eso es un proceso lento, renovado.
-Según la encuesta nacional Bicentenario UC-Adimark, los chilenos miran con optimismo los procesos electorales y no como sinónimo de crisis o incertidumbres. ¿Qué piensa?
Yo veo que hay un proceso social en ciernes, pero no estamos en crisis social; todavía se conversa, podrá haber paros y huelgas, pero eso es normal, está dentro de los grupos intermedios de la sociedad que actúan frente al Estado o una institución. Hoy en día la gente sabe cuáles son y exige sus derechos y en un país donde no estábamos acostumbrados a responder a los derechos de la gente, hoy nos causa admiración que lleguen al hospital y los exijan: “Usted es un funcionario mío”, dicen. No es lo mismo el Chile de ahora al de 30 años atrás. Tenemos un ingreso de 17, 18 y 19 mil dólares por habitante; que no les llegue a todos es otra cosa. Alguien va a tener que entender que no se puede llevar toda la torta para la casa. Eso es real y va a tener que haber una mejor distribución. Para allá vamos.
Plaza de Tiananmen
Las cosas ocurren por mucha presión o por necesidad imperiosa, plantea este profesor. Y recrea lo que fue el episodio de la Plaza de Tiananmen, de aquel rebelde desconocido que se mantuvo de pie frente a una columna de tanques chinos en un acto de desafío después de las protestas de 1989, en las que murieron más de 2 mil personas. Ese joven fue nombrado por la revista Time como una de las personas más influyentes del siglo XX, aunque su identidad y paradero se desconozcan en la actualidad.
Dice Mihovilovich: “Si eso hubiese sido en el año 50, Mao Tse Tung habría dicho algo así como “¡límpienme la plaza!” ; pero cuando se instalan todas las cámaras de TV y muestran al chinito frente al tanque, ese joven no sólo tenía la fuerza de sus dos manos sino que la de 5 mil millones de personas que lo estaban viendo, y el presidente de China que manda a 1.500 de esos 5 mil millones de habitantes en la tierra tuvo que guardarse su gustito. No era un chino más. Era un valor ahí puesto frente a un tanque que tuvo que dar vuelta e irse.
Ese chino ahí es lo mismo que estamos viviendo en Chile. Salió una señora Roxana Miranda a decirnos: “¿Usted sabe de qué color es la tarjeta para que a uno lo atiendan en el consultorio? y el señor que está al otro lado, no lo sabía. O ¿sabe usted cuando vale el kilo de pan? A lo mejor, no va a salir, pero nos generó una idea distinta entre el que ve la cosa desde acá a la del que está aquí. El otro, dueño de un palacete, no debe imaginarse cómo es vivir en una casa de 37 metros cuadrados. Es como Goliat contra David; apostamos siempre por David aunque sabemos que va a ganar Goliat. Pero la esperanza de que David le gane a Goliat es tan grande -siempre estamos con el más débil- que de repente lo consigue y gana.
En Chile ocurrió con la masacre de carácter político contra miembros golpistas del Movimiento Nacional Socialista pro ibañistas el 5 de septiembre de 1938, durante el segundo gobierno de Alessandri Palma. Los hechos fueron iniciados por un grupo de jóvenes que intentó provocar un golpe de Estado para que Carlos Ibáñez del Campo se hiciese con el poder. El golpe fracasó, y los nacional socialistas ya rendidos fueron masacrados por la policía en el edificio de la Caja del Seguro Obrero, a unos pasos de La Moneda.
Ese año -refiere Alejandro Mihoviloch en su peculiar estilo- “el candidato era Gustavo Ross Santa María; de repente aparece un tal Jorge González von Marées que se tomó la “U” con unos nazis, echaron abajo la puerta de un cañonazo, mataron a 70 personas del Seguro Obrero y se produjo un cambio en la política chilena. Carlos Ibáñez se tuvo que arrancar del país y el candidato del Frente Popular, Pedro Aguirre Cerda, ganó por 3 mil votos a Ross. Hubo un cambio brutal y con ello vinieron los gobiernos radicales”.