Nos recibe en su suite en el capitalino Hotel Hyatt. Alto, delgado y afable, hasta el tono de voz de Alejandro Guillermo Roemmers (51) pareciera ad hoc para dar discursos de autoayuda. Sin embargo, de todas formas se le nota cansado, pues desde hace algunos días realiza una intensa agenda como invitado de la Feria Internacional del Libro de Santiago para presentar su novela de ficción “El regreso del joven príncipe”. En ella, el autor relata el encuentro entre un solitario hombre que recorre las rutas patagónicas y un adolescente desvalido y hambriento que recoge en la carretera, y que resulta ser el famoso “Principito” de Antoine de Saint-Exupéry, que está de regreso en la Tierra. Durante el viaje ambos entablan un diálogo simple, pero al mismo tiempo profundo que intenta revelar las grandes interrogantes de la existencia. O como señala el propio Roemmers, un texto cuya intención es “dar algunas pistas o pautas para la vida cotidiana”.
La obra -escrita originalmente en el 2000- no es, en rigor, la última publicación del autor argentino (que sí fue su poemario “Como la Arena”, de 2006), pero sí la que le ha valido más reconocimiento internacional desde su relanzamiento en 2008. A partir de entonces, la novela -que Roemmers define como “espiritual”- rápidamente se convierte en un éxito de ventas en Argentina, obteniendo reconocimiento oficial tanto del Ministerio de Educación como de la Cámara de Diputados, que en un homenaje declaró al texto “De interés nacional”. Sin embargo, el mayor crédito de “El regreso del joven príncipe” sería a nivel mundial, tras obtener “la bendición” de la mismísima Fundación Saint Exupéry (dueña de los derechos de reproducción de “El Principito”), al punto que en su prólogo, Frédéric D’Agay, sobrino nieto de Saint-Exupéry y presidente de la Fundación, escribió: “correspondía pues a un argentino ofrecernos su comprensión de El Principito, ya que logró retener las enseñanzas de este libro, de todos los libros, sobre el camino de la espiritualidad. Este libro es un lazo exuperiano hacia los demás”.
La promoción de esta suerte de “Principito II” va viento en popa: de forma paralela a los planes para su distribución internacional, ya se bosqueja incluso una versión cinematográfica a cargo de la productora de animación trasandina “Illusions Studios”, y que se realizaría en coproducción junto a España y Canadá.
-¿A qué se refería Frederic D’ Agay cuando afirma que “correspondía a un argentino ofrecernos su comprensión de “El Principito”?
-Yo creo que él se dio cuenta porqué tenía que surgir de acá, del sur, este tipo de libros. Y eso es porque el estilo del libro le fue llegando a Saint Exupéry, primero, tal vez en África, en sus vuelos por el desierto; y son las enormes extensiones, los terrenos solitarios como la Patagonia, esos vientos “que levantan las piedras” como decía él; esos vuelos de noche, en esas noches frías con las estrellas, con la Cruz del Sur; esos territorios, todo eso ha ido moldeando de alguna manera el carácter de ese piloto que era Saint Exupéry y lo ha transformado de una manera como si lo hubiera cincelado para poder escribir un libro como “El Principito”. Pero ese libro no podía haber salido de un europeo que hubiera estado allí en su barrio, en su casa sentado; tenía que ser de alguien que hubiera sido no sólo aventurero, sino que haya amado esas enormes extensiones de soledad. Y la Patagonia, digamos, es un territorio así. Y como yo anduve por la Patagonia, la conozco, de chico también estuve por la pampa; bueno, algo de esa inmensidad también me ha afectado para poder hacer este relato.
-¿Y por qué Saint Exupéry caló tan hondo con los argentinos?
-Él declaró que ese tiempo en Argentina fue la época más feliz de su vida y se lo escribió a su madre y mantuvo después correspondencia con algunos amigos, con algunos pilotos. En esas cartas se ve claramente que a él le hubiera gustado quedarse. Es una pena que después se hubiese ido a Nueva York, porque eso no le hizo bien.
-¿Qué quedó inconcluso en “El Principito” que era necesario agregar?
-Hacía falta un salto más de conciencia. Profundizar ese mensaje, proyectarlo en el tiempo, pasaron muchos años desde “El Principito”. Y también yo lo quería poner en una situación cotidiana: es decir, no dejarlo en el terreno de lo mágico e ideal, sino que decir “esto se puede vivir todos los días, y así es como hay que vivir”; ésta no es una cuestión de utopías, sino que esta es la forma en que debemos vivir. Por eso yo en este libro tomé situaciones muy corrientes mostrando cómo pequeñas diferencias muestran un estado de conciencia especial: una apertura de corazón que da lugar a resultados totalmente distintos, pequeños detalles.
-Usted también ha contado que el final de Saint Exupéry lo había dejado muy triste…
-Sí, quería darle un final más positivo. Es que el autor estaba triste. Antoine de Saint Exupéry estaba muy desesperanzado, muy triste cuando escribió “El Principito” y bueno, murió poco después. Él ya se quería morir. Y yo al revés, cuando escribí el libro estaba sumamente feliz, positivo y valorando muchísimo la posibilidad de vivir. Bueno, cuando hay que irse hay que irse, pero no necesariamente hay que acelerar eso; al contrario, hay que vivirlo al máximo.
-Justamente respecto del tema de la muerte, usted desde su juventud ha recibido numerosas influencias espirituales, que pasan desde Cristo a Osho, o desde Anthony de Mello a Gandhi ¿Cuál es su visión al respecto? ¿se puede controlar el destino o simplemente dependemos de las cartas que nos tocan a cada uno?
-Yo pienso que uno puede hacer mucho. Obviamente todos vamos a atravesar ciertas circunstancias, todos nos vamos a morir, pero ¿cómo va a ser tu vida? eso depende en gran medida de ti mismo, porque tus pensamientos, tus sentimientos de hoy son los que van a determinar qué es lo que a ti te va a estar pasando mañana. Así es que todo los que nos pasa cada día de alguna manera nosotros lo pre-determinamos con nuestras conductas, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos anteriores. Si quieres conocer tu futuro, observa lo que estás pensando.
-¿El tener pensamientos positivos orientados a un buen futuro obedecería, entonces, a un acto de planificación?
-No, no es planificar; es parte de ti, tienes que convertirte tú en luz, llenarte de eso. De lo que tú quieres para tu vida, de eso tienes que estar lleno, porque es lo que vas a atraer. Lo similar se atrae. Si tú estás lleno de odio vas a encontrar odio; y todo lo contrario, si estás lleno de amor vas a encontrar normalmente amor. Por eso vas a atraer aquello de lo cual tú estés hecho. Tienes que convertirte totalmente en aquello que quieres. Piensa bien lo que quieres, porque esa gente que quiere ser exitosa a lo mejor se pone cara de exitosa, ropa exitosa, actitud de exitosa, y es exitosa. Es decir, de alguna manera te preparas para lo que tú quieres, y eso es lo que atraes.
-¿Podría profundizar sobre este pensamiento?: “está surgiendo una espiritualidad no dogmática. Hay una sola forma de cambiar el mundo y es cambiando, primero, uno mismo. Es necesario desarrollar la conciencia espiritual y desarrollar la percepción en el momento presente”.
-Como que a la frase yo le di una vueltita de tuerca más y la hice más extrema. Ghandi había dicho “tenemos que ser nosotros el cambio que queremos ver en el mundo” y yo lo llevé más allá y dije, bueno, “la única forma de cambiar el mundo es cambiar uno mismo”; si no, nada cambia. Pero realmente el tema de la conciencia debería ser la principal preocupación de cualquier ser humano: lograr ir elevando su nivel de conciencia para que no se le escape nada de lo que es la realidad, porque cuanto más atento estás a la realidad, más vivo estás; si tú no tienes desarrollada esa conciencia de alerta, es como que vas por la vida, pero las cosas se te van escapando, no las captas: estás aquí y no has percibido que hay plantas afuera, que están los bonsai, los colores, vives en blanco y negro perdiéndote mucho de los registros que tiene la realidad. Por eso yo creo que es bueno desarrollar todas las cosas. No creo en la espiritualidad de renegar de aspectos de uno mismo, la vida en monasterio; hay gente que puede tener esas tendencias, pero en general, si el ser humano tiene dones, es para que los desarrolle. A mí me gusta la música, toco un poco de piano, me encantan los deportes, escribo. Bueno, también el mundo de los negocios, los juegos, me gusta jugar.
“Los negocios son mucho menos serios e importantes que la poesía”
Se dicen muchas cosas sobre la opulencia de Alejandro Roemmers: que pertenece a una de las cinco familias más pudientes de Argentina, que estudió Administración de Empresas presionado por su familia, que su casa es una mansión en la que conviven imágenes de santos, cuadros de la Virgen, pinturas de Quinquela Martín y alfombras de piel de cebra con un polideportivo full equipado; una suerte de Gran Gatsby de nuestros días en clave “lado espiritual”. Y que como, el personaje de Scott Fitzgerald, también pasó buena parte de su vida perseguido por una pena, que en su caso, se originaba por una vida que, sentía, no quería vivir. Tras el reconocimiento a su don poético otorgado por la Universidad Autónoma de España (por su libro “Soñadores, soñad”), no volvió en mucho tiempo a presentarse en otro certamen relacionado. “Como no lo veía (a la poesía) como mi carrera no le quería sacar más posibilidades y no competí: para hacer competencias tengo los negocios, la literatura lo tomé como un camino espiritual interior y ahí no me importa mucho ni estar actualizado en estilos ni en formas”.
Para Roemmers, la luz llegó hace años en un viaje por un río de Bangkok. Mientras el barco avanzaba, vio en un muelle a un grupo de ancianos y niños semi-desnutridos que lo saludaba con alegría; aquella demostración de felicidad y amistad proveniente de un grupo de seres que parecían tan carentes desde lo material lo hizo comprender que “la satisfacción personal” nada tenía que ver con el dinero. “El proceso es interior”, ha declarado desde entonces, como un mantram, y lo intenta practicar. En lo literario, además de los textos mencionados ha publicado “Ancla Fugaz” (1995), “Más Allá” (2001), una colección de “Poemas Elegidos” (2006, Madrid) y es el primer autor hispanoamericano galardonado con el premio Cultura Viva en la modalidad de poesía, entre otras distinciones internacionales.
-¿Empezó como un hobby el tema literario, no?
-Yo no diría un hobby, diría que como una necesidad de expresión interior y creo que eso es lo más íntimo. Yo te diría que un hobby es la empresa, ¿no?, los negocios. Esos son hobbies. La poesía es algo muy serio, yo creo que los negocios son mucho menos serios e importantes que la poesía; lo que sí es importante en el mundo de los negocios no es el negocio en sí, sino la gente que depende de ti, la gente que trabaja en la empresa, la comunidad.
-¿De verdad no le cuesta cambiar el switch entre crear poemas -que podrían, eventualmente, tener un valioso contenido estético- y tomar decisiones que involucran la ganancia o pérdida de millones de dólares, afectando áreas de negocios, filiales, etc?
-Para mí un poema es tan valioso como millones de dólares. Una cosa no vale más que la otra. Es algo único, no. ¿Cuánto vale algo único?
-Usted ha hablado muchas veces sobre la necesidad de desarrollar una conciencia espiritual ¿Cómo se concilia esta forma de pensar con la actividad empresarial, que por su afán de lucro muchas veces está asociada al individualismo, al materialismo y al desarrollo del ego?
-No hay que separar nada. Lo que hay que darle es que una compañía no es una computadora; la empresa es igual que una persona, es todo un centro de sentimientos y de emociones, y también con un sueño, con un proyecto. Entonces, lo que hay que hacer es darle contenido espiritual a la empresa; eso es, lo material está excelente y las empresas necesitan hacer sus ganancias y progresar para continuar en el tiempo, pero lo importante acá es, bueno, ¿cómo esa empresa permite que las personas que trabajan en ella se desarrollen plenamente? ¿Cómo cuidan su ambiente, la comunidad en la cual se desarrollan? Qué mensajes están dando a la comunidad, si están haciendo un manejo socialmente responsable de los recursos, si la publicidad es honesta, si no hace discriminaciones de minorías; si las políticas humanas de la compañía son políticas que sean participativas en la información, en las utilidades; todo este tipo de cuestiones son las que hacen que la empresa tenga toda una mística y que la gente se sienta, no que depende de esa compañía, si no que pertenece, y que ellos son parte de ese proyecto. Entonces, al igual que a uno mismo, hay que dotar de alma y de corazón a una compañía, y eso está ocurriendo en el mundo: mucha genta ha hecho caminos individuales de evolución espiritual y ahora quiere llevar eso a su lugar de trabajo.