Ana María Lezcano es hija de un matrimonio “bien avenido”. Cincuenta y tres años juntos llevan ya sus padres, Domingo y Elsa, y ella creció con esa misma idea. Sería una profesional exitosa, ingeniero como el padre, se casaría y tendría hijos. Cumplió su sueño, pero a medias. Hoy ocupa un cargo clave en la gestión operativa de una compañía sanitaria -la única mujer en esa función- y es mamá de Fernanda y de Antonio, de 9 y 7 años; pero no tuvo ni vestido de novia ni aniversarios que celebrar como sus padres. Sus hijos son fruto de una relación que a pesar del empeño y de las ganas de ambas partes, no prosperó.
-Mi filosofía es que ante situaciones adversas hay dos alternativas: O se llevan bien o se llevan mal. Y yo me la juego por la primera. No está en mi naturaleza quedarme pegada en el dolor.
Toda separación, dice, es traumática. Pero la de ella fue conversada, consensuada y asumida.
-Sabía que el futuro no iba a ser fácil y me quedé sola y con dos guaguas en esta ciudad. Soy mamá, apoderada, jefa en mi pega y ministra de Economía en mi casa. Recuerdo esas noches en vela con los niños enfermos, con uno en brazos y con la otra pegada a mi pierna. Gracias a Dios son sanos y tras malas noches, tiraban rápidamente para arriba lo que me permitía estar al pie del cañón.
Lo demostró una vez más el 27/F. La ciudad necesitaba agua potable. Con el corazón apretado dejó a sus hijos con los vecinos y se presentó al trabajo a primera hora, sin desatender lo que sucedía en su hogar.
-Que esté presente es fundamental para ellos; cuidarlos, contenerlos, amarlos por sobre todo es mi meta en la vida. Creo de corazón que mi familia es tan normal como cualquier otra. Mis hijos entienden que sus papás no están juntos, pero que se quieren, se respetan y los aman profundamente al igual que sus abuelos y sus tíos. Lo que a ellos y a nosotros nos importa es que crezcan unidos, bien enseñados y con herramientas para enfrentar enteros y felices la vida que les toque vivir.