Las imágenes del peor golpe que la naturaleza ha dado en el último tiempo a la Región del Biobío desafían a la memoria. Nos obligan a recordar la situación en que quedó nuestra zona tras la devastación ocasionada por el terremoto y el tsunami del 2010. Una debacle que con el paso del tiempo ya no es tan nítida, pues se fue desdibujando en la medida en que se retomó la normalidad y se avanzó en la reconstrucción. A través del siguiente registro fotográfico queremos invitarle a realizar el ejercicio de rememorar y de distinguir los cambios que motivó la tragedia que este 27 de febrero cumple su noveno aniversario.
Publicado por Revista Nos en febrero de 2019
Cinco meses y algunos días demoró en volver “entera” a su pedestal la escultura de Bernardo O`Higgins, que el terremoto del 27 de febrero de 2010 dejó desperdigada en el frontis del principal tribunal de justicia de Concepción.
La figura del prócer de la Independencia en el suelo y desprovista de parte de sus extremidades fue una triste metáfora de la situación en que hace nueve años se encontraba la capital regional y sus alrededores.
Una tragedia que se llevó la vida de un poco más de 500 compatriotas, y que estuvo marcada por los errores y horrores cometidos por el “hombre” tras el megasismo que, esa madrugada de febrero, despertó a gran parte de Chile a las 3.34 AM.
Del terremoto del 27/F se dice que fue uno de los eventos sísmicos con mayor impacto urbano en la historia del país. Su energía devastadora se extendió por seis regiones, entre ellas la Octava, donde descargó su potente furia con su magnitud 8.8, y con un posterior maremoto que causó graves daños a la mitad de las 36 localidades urbanas del bordeo costero de Biobío.
Producto del terremoto, cerca de 87 mil familias de la zona quedaron con sus viviendas afectadas, a las que se sumó la destrucción total o parcial de puentes, caminos, calles, escuelas, hospitales, comercio e industrias.
Hasta varias semanas después del 27/F, el centro de Concepción parecía una ciudad devastada por la guerra. El paseo peatonal estaba repleto de escombros y sus veredas, llenas de desniveles que
hacían complicado el caminar de los transeúntes.
La esquina de Rengo y Barros Arana estaba literalmente en el suelo. El terremoto no había tenido piedad con el antiguo edificio donde convivían una farmacia, pequeños locales y un restaurante de los que poco y nada se pudo salvar. Lo que no destruyó la naturaleza terminó de ser arrasado por los vándalos que se aprovecharon de la emergencia para saquear el comercio en las horas posteriores a la tragedia.
Hoy, una multitienda ocupa toda esa esquina que también es parte del trayecto del Boulevard Barros Arana, un paseo que debió ser reparado para arreglar el sistema de aguas lluvia, nivelar veredas y recuperar adocretos, basureros y los cerámicos de los escudos comunales que se despliegan a partir de la calle Serrano.
El ingreso por Barros Arana a la calle Aurelio Manzano quedó bloqueado con las ruinas de los edificios que allí se emplazaban. Nuevos comerciantes llegaron a habitarlo. La histórica calle que comunica Barros Arana con Freire volvió, de a poco, a la vida.
Cuatro años después del terremoto fue reabierta para su uso la Torre O’Higgins, ubicada en la calle del mismo nombre, en Concepción. Originalmente de 21 pisos, había sido inaugurada a mediados del 2009.
Luego del terremoto, los daños que evidenciaban los pisos superiores de la estructura -que se imponía por ser la más alta del centro penquista- se podían ver desde lejos. Alrededor de un año estuvo abandonada; no era posible circular cerca de ella ni tampoco ocupar edificaciones vecinas. Tras trabajos de recuperación tuvo su segunda apertura en agosto del 2014, pero ya no con 21, sino con 14 pisos.
La calle O’Higgins también hoy luce renovada: fue repavimentada en algunos tramos, tiene una pista segregada para la locomoción colectiva y una ciclovía bidireccional que se alza como una de las más transitadas de la ciudad.
La Plaza de la Independencia permaneció varios meses sin la emblemática Diosa Ceres que corona su histórica pileta. La gruesa columna de fierro terminó inclinándose ante la magnitud del terremoto, por lo que debió ser trasladada a Santiago para su restauración. Además de reparar los daños ocasionados por la energía del 8.8, se aprovechó esta oportunidad para reponer los adornos que la escultura diseñada por Pascual Binimelis había perdido con el tiempo. De nuevo en su base, la diosa de la agricultura sigue mirando desde lo alto a los penquistas, sosteniendo una hoz en su mano derecha y en la izquierda, espigas de trigo.
Después del terremoto, cruzar el río Bío Bío se convirtió en una verdadera odisea. Tacos kilométricos que podían demorar horas en descongestionarse eran parte de los obstáculos que tenían que enfrentar quienes se trasladaban desde Concepción a San Pedro de la Paz y viceversa. El puente Juan Pablo Segundo sufrió daños en su estructura y quedó inhabilitado para su funcionamiento hasta octubre del 2010. Eso hizo que el Llacolén quedara como la única vía para cruzar el río más ancho de Chile, pero con tope de carga y con restricciones horarias para vehículos pesados. Sin embargo, este puente tampoco había resultado indemne, pues la energía del terremoto “quebró” su rampa de acceso desde Concepción, dejando sus cuatro pistas inutilizadas. Dos puentes mecano debieron levantarse para asegurar el ingreso norte al viaducto.
Hoy el río Bío Bío cuenta con cuatro puentes (tres vehiculares y uno ferroviario) que facilitan su cruce de lado a lado. Aunque el Bicentenario, el más nuevo de ellos, tras muchas dilaciones, aún no tiene concluida su segunda etapa.
Minutos después de las 3.34 de ese 27 de febrero se inició un incendio en la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad de Concepción. El movimiento hizo que entraran en contacto elementos inflamables, provocando el siniestro que dañó el 50 % de su estructura. La Facultad estaba conformada por cuatro edificios conectados entre sí (los bloques 1, 2, 3 y 4).
Las llamas destruyeron completamente el primer Bloque (ubicado frente al Foro de la UdeC) y casi en su totalidad el Bloque 2.
A los daños del edificio se sumó la pérdida de sofisticados equipos, de materiales y reactivos, y de información e investigaciones que estaban en desarrollo en esa época.
La reconstrucción consideró la demolición parcial y reparación del Bloque 2, y la demolición total y construcción de nuevas instalaciones para el Bloque 1. El diseño de este último, que se caracteriza por su sistema antisísmico, surgió de un concurso arquitectónico. Asimismo, se incorporaron mejoras en los laboratorios de docencia e investigación -tanto en su diseño como en las medidas de seguridad- para prevenir daños futuros ante eventos similares. Todavía está pendiente la construcción de las dependencias definitivas para el Departamento de Química Orgánica.
La inversión total, considerando el edificio, implementación de laboratorios, salas de clase y oficinas, superó los 3.500 millones de pesos.
El Hoyo, la centenaria picada de la Sociedad Protectora de Empleados, todavía tiene en uno de sus muros la marca devastadora del tsunami que penetró en el casco céntrico de Talcahuano. “Hasta aquí llegó el maremoto…”, reza una frase que acompaña a una ola dibujada casi a centímetros del techo del primer nivel, como señal de la inundación que destruyó el famoso bar.
El agua, y el barro y los escombros que ésta arrastró, destrozaron equipamiento urbano, locales comerciales, instituciones financieras y de servicios ubicadas en el centro del puerto.
La calle Colón y todo lo que en ella se emplazaba quedó inundado. Similar panorama se vio en las demás arterias cercanas al borde costero. Alrededor de 500 inmuebles resultaron afectados. Y así como sucedió en Concepción, bastaron algunas horas para que personas inescrupulosas comenzaran a saquear el comercio e industrias.
Al fin del otoño de 2010, algunos de los comerciantes pudieron abrir sus locales; entre ellos, el de la Sociedad Protectora de Empleados de Talcahuano. Otros, sin embargo, jamás se recuperaron y terminaron cerrando definitivamente.
Al recorrer hoy la misma arteria se puede apreciar esta realidad, pues donde antes hubo históricas ferreterías, panaderías, restaurantes o pequeñas tiendas que vendían vestuario de mujer, uniformes y ropa interior, hoy existen locales de juegos electrónicos, multitiendas y strip center, además de tiendas de productos importados.
La estructura de lo que fue el mercado municipal es un silencioso testigo de la catástrofe que sirve como punto de referencia para recordar cómo estaba conformada esta céntrica calle antes del terremoto y maremoto del 2010.
La imagen de tres embarcaciones “encalladas” en la calle Blanco Encalada, entre Maipú y San Martín (a un costado de la Remodelación Empart), es una muestra de la fuerza que tuvo el tsunami del 27/F. No fueron las únicas, pues incluso hubo algunas que llegaron hasta el mismo centro de Talcahuano. Las arrastró el mar junto a pesados contenedores que chocaron con edificaciones ubicadas frente al borde costero. En total, fueron 58 las embarcaciones que el maremoto arrojó a tierra firme, de las cuales casi la mayoría estaba atracada en el sector La Poza. En el centro todavía recuerdan el barco cargado con miles de kilos de jibia que quedó varado en la calle principal del puerto.
En la avenida Blanco Encalada se realizaron mejoramientos como parte del proyecto de Habilitación del Corredor de Transporte Urbano de Talcahuano. El tramo 1 contempló el ensanchamiento de las calzadas y una pista exclusiva para el transporte público.
El maremoto también azotó severamente a la Base Naval y a los Astilleros y Maestranza de la Armada, Asmar.
Se estimó que los daños en dichas infraestructuras marítimas totalizaron un 80 %.
Por su parte, los sectores residenciales que recibieron con mayor fuerza la acción destructiva del mar fueron Santa Clara-Villamar, Las Salinas, San Marcos, Caleta El Morro y Vegas de Perales. Una veintena de personas murió por causa de esta tragedia. No recibieron la alerta oportuna para ponerse a resguardo de las olas.
El “8.8” que apenas habían conseguido pasar de pie terminaría siendo sólo el preámbulo de la tragedia más grande vivida por los dichatinos en el último tiempo.
Aproximadamente dos horas después del terremoto, y con la porfiada oscuridad de aquella madrugada como cómplice, la primera ola entró al pueblo iniciando un trayecto devastador que otras dos ondas volverían a repasar más tarde una y otra vez, hasta dejar más de la mitad de Dichato en el suelo.
Ni siquiera en sus peores pesadillas sus habitantes habían visto embravecerse de esa manera a las tranquilas aguas que cada verano atraían a unos 20 mil turistas hasta este antiguo balneario de la Región del Biobío.
No imaginaban que ese apacible mar con el que estaban acostumbrados a convivir podía convertirse en un monstruo capaz de llevarse consigo todo lo que encontrase a su paso: árboles, botes, automóviles, casas y locales comerciales, cuyos restos quedaron esparcidos en la arena y en el mar que la tarde anterior habían recibido a cientos de visitantes que buscaban disfrutar los últimos días de la temporada de playa.
Según un catastro del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, el 80 % de la masa edificada de Dichato quedó destruida. La línea de la costanera, donde se emplazaban restaurantes, comercio asociado a servicios turísticos y residencias de veraneo, recibió el primer embate del maremoto. Sin embargo, el efecto más devastador lo sufrieron los sectores ubicados aguas arriba del estero que cruza la localidad. En esas áreas, la columna de agua alcanzó una altura de 6,5 metros y una velocidad de 3,5 metros por segundo. 16 personas murieron ahogadas y 1.343 viviendas resultaron destruidas. La misma suerte corrió la escuela básica, el cuartel de Bomberos, las instalaciones de Carabineros y numeroso equipamiento comunitario.
La destrucción que podía apreciarse en calle Miguel Reyes, la principal vía de evacuación de Dichato es una muestra de lo ya descrito. En ese lugar se reconstruyeron viviendas afectadas de acuerdo con las tres tipologías que consideró la reconstrucción: vivienda palafítica, para áreas de riesgo alto; viviendas tsunami-resistentes (de albañilería reforzada u hormigón armado) y viviendas en sitio residente con tipologías alternativas.
Tal desastre fue abordado por etapas en un proceso de reconstrucción que escribió uno de sus capítulos finales en abril de 2018, con la inauguración del Parque Estero Dichato.
Hoy esta localidad tiene un nuevo rostro que sigue mirando hacia el mar, con una costanera escudada por un muro de contención que disminuiría la fuerza de las olas, y con parques y bosques de mitigación que se convertirán en una segunda barrera para atenuar la energía de un eventual tsunami. Dichas obras también consideraron la incorporación de equipamiento urbano como plazas, juegos infantiles y módulos comerciales que ofrecen un espacio de esparcimiento para la comunidad.
A nueve años (2010-2019) de este maremoto, Dichato es otro, pero lo más importante es que ahora sí cuenta con un frente más preparado y más seguro para soportar una tragedia de efectos similares a la del 27 de febrero de 2010.