Nadie quiere uno de esos. Pero a veces los eligen, los mantienen y los justifican, porque la intensidad de la relación les hace perder mente, corazón y los aleja de los amigos y hasta de la propia familia. Los protagonistas de estos “cariños malos” se siente tan felices como miserables, pero no sueltan al otro u otra. Y si lo hacen, es como si les faltara el aire, aunque estén conscientes que ni todas las lágrimas borrarán los recuerdos que quedan a flor de piel.
La historia de Roberto es exagerada quizás y tan trágica como una ópera, sin embargo, hoy su cuento suena como nombre de bolero. Es su propio “Cariño malo”, que cada vez lo oye de más lejos, porque sacó lecciones del amor que intentará no volver a repetir. Sobre todo, porque está un tanto traumado con tanto episodio que le cambiaron la visión de querer.
Y es sincero cuando cuenta que lo que viviría, lo supo desde el inicio de la relación. Pero lo que sentía por aquella joven era algo tan intenso que no podía detenerse. Con nada, asegura. Llegó a tener pensamientos suicidas incluso, se arrastró con una depresión, se bancó tres rupturas en dos años siete meses que duró su noviazgo y se entregó a un final de drama. En dos años de duelo, la herida sanó, pero aún duele.
Que levante la mano, quien no lloró por amor… Y bueno, es parte de las relaciones, de todos y todas, sin excepción. Pero cuando el sufrimiento pasa a ser un síntoma diario, entonces hay que buscar aliados que ayuden a recuperar el centro de nuestras vidas y la génesis del verdadero amor: la felicidad.
La psicóloga Isabel Moreno explica que hoy es fácil distorsionar el sentido del sentimiento de pareja. “En general somos muy exigentes, queremos a toda costa que nuestra relación sea exitosa y pretendemos controlar y administrar el cariño como si fuese un bien, como la plata. Si yo te doy esto, quiero esto otro. Yo soy el que pone todo esto, por lo tanto tú tienes que poner lo mismo. O quizás otra cosa que equipare lo que yo estoy entregándote”.
En ese espiral demandante, los que tienen rasgos más obsesivos terminan perdiendo el espíritu amoroso que los debe unir y ponen el foco en otras cosas, en sentimientos egoístas que se disfrazan muy bien de cariño, pero que en realidad es el reflejo de las carencias de la pareja.
Y eso lo supo Cecilia después de 9 años de relación con un hombre mayor. Ahora sabe que él busca mujeres más jóvenes cada cierto tiempo para reforzar una imagen de seductor y exitoso hombre de negocios, que se incubó en una niñez de austeridad.
Cecilia fuma en un café del centro y pide, por favor, que no demos a conocer su nombre real. Que no demos tantos detalles de su ex pareja, porque él es muy conocido en Concepción, sobre todo entre las redes de mujeres.
“Me encantó su forma de ser. Me enamoré de su pasión por querer hacer cosas, de su forma de hablar, de sus dotes sociales. Es un hombre con mucho cuento, con habilidad para caer bien. Y eso se mantuvo por muchos años mientras estuvimos juntos, pero de un momento a otro cambió. Yo caí en una depresión muy fuerte después del terremoto y en ese momento él me dio la espalda. De un día para otro desperté al lado de una persona totalmente distinta. De alguna forma sentí que ya no le serví, que me botaba, que había cumplido su ciclo conmigo”, agrega.
Se quedó sin su cariño, ese que la envolvió y la hizo aceptar todo, ayudarlo y jugársela en un ciento por ciento por él, aunque desde afuera eso no se comprendiera, pero lo peor fue cómo él deshizo lo que habían construido. “Le dijo a todos nuestros amigos, a sus conocidos que yo le había dejado el departamento pelado, que le saqué joyas, sus cosas… Cuando fue él quien no devolvió el dinero que le prestaron mis padres, fue él quien me dejó ‘clavada’ con créditos y otras deudas, sin mencionar que yo le ayudé a sacar adelante su negocio”, recuerda.
La ruptura ocurrió hace unos ocho meses y su ex ya está con una mujer a la que dobla en edad. La historia vuelve a repetirse, tal cual le pasó con ella, sólo que “la víctima” es otra. Se había separado hace poco, cuenta, cuando comenzaron a salir, se casaron, no tuvieron hijos, pero Cecilia dice que su gran dolor es que se hizo demasiado cercana a los hijos que este hombre tuvo de esa relación anterior. Los quiere, los lamenta y los extraña tanto que es uno de los grandes males de este mal amor.
Amor que costó caro
Paulina, otra de nuestras entrevistadas, comenta las últimas “sabrosidades” de la farándula. A ella no la divierte que algunos tomen para la chacota que los novios se peguen, se agredan y se tomen la sexualidad tan a la ligera. “Es que yo quedé podrida después de mi matrimonio. No soy la única. A varias de mis amigas les pasa lo mismo y entre las más cercanas, las que hemos vivido historias parecidas, conversamos respecto de la facilidad con que hoy día rompen parejas y matrimonios”.
Ahora se siente un poco mejor, pero hace tres años estaba en el infierno. O algo así. Conoció a un hombre que la cautivó, que la inspiró y la hizo sentir profundamente el amor. Era un hombre de letras, algo artista, buenmozo, divertido, galán, buen amante. Nada qué decir. Decidieron vivir juntos y allí comenzó un calvario del que no tenía conciencia. “Yo estaba enamorada, por eso no me daba cuenta de cómo me manipulaba. Era un tipo bien parecido, le gusta la buena vida, vestir bien, las marcas. Como a mí me iba bien me encargaba de regalonearlo con detalles: perfumes, una camisa cara, una corbata. Él se quejaba de que no le estaba yendo tan bien, por una u otra cosa. Yo no me daba cuenta, porque al comienzo él me invitaba mucho, me traía regalitos y esas cosas que son propias de los pololos. Pero de un día para otro salimos a comer y siempre se le quedaba la billetera, o no tenía la tarjeta… Hasta que definitivamente esperaba que yo sacara la chequera”, recuerda.
Sí, era un cafiche, asiente. “Me mandaba mensajes sutiles. Veía en una revista algo que le gustaba y me lo hacía saber. Yo iba y se lo compraba. Fue tanto que, en un momento, llegué a encalillarme en dos veces mi sueldo por su culpa. Y como sabía conseguir las cosas, se ponía distante mientras yo no lo proveía. Pero, si yo le daba algo material, se ponía todo cariñoso y volvía a surgir el romance, ese amor que me volvía loca. Cuando yo dejaba de traerle cosas, entonces él no estaba ni ahí conmigo”, dice.
En más de alguna oportunidad, Paulina cayó en cuenta de lo caro que le significaba estar con su pareja. Pero en general siempre había una forma de justificar la “inversión”.
“Nunca tuve un amante como él. Era tierno, enérgico sabía justo lo que yo quería, pero de la misma forma me manipulaba. Mis amigas me decían que me explotaba en todo sentido. Yo corría para solucionar sus problemas, para hacerlo sentir como un rey. Y no me daba cuenta cómo me manipulaba. Y era agresivo también, porque si no le daba en el gusto, me hacía sufrir un montón. Me cuestionaba el físico, la manera de vestirme, lo poco que sabía de tal o cual cosa…”.
De su estado de éxtasis, recién abrió los ojos cuando él le pidió conseguir un préstamo para salir de algunas cuentas. Fue una suma importante de dinero. “Me sentí un poco angustiada porque me pedía cosas que me costaban de verdad. Y le presté la plata. Pero lo peor fue descubrir para qué la quería”. Tenía también otra mujer, la embarazó y quería que perdiera ese hijo. La noticia fue devastadora, se sintió utilizada y estúpida, y su salud decayó. Más de un año lleva yendo al psiquiatra y, a pesar de lo doloroso de su separación y engaño, al menos su estado financiero está algo más sano.
Todo empezó mal
De amores obsesivos supo Roberto, el de la relación trágica como una ópera. Su caso, tal como explica la psicóloga Isabel Moreno, es el típico en que la pareja asume la posesión del otro y en el afán de control, comienzan a tornarse violentos. Las agresiones son más y más frecuentes; empiezan con ofensas verbales, desprecios, menoscabo y concluyen con golpes físicos o engaños.
“Los amores obsesivos se dan entre alguien que tiene características posesivas y controladoras de personalidad y otra persona con un concepto erróneo de lo que es el amor o el interés, y confunde los primeros gestos o actitudes posesivas con amor. De todos modos no siempre es fácil darse cuenta de entrada, porque la obsesión es una idea fija, insistente, pero hasta que no se comience a contrariarla, no se advierte su poca adecuación”, señala la profesional.
Roberto dice que su mal amor tuvo ingredientes que lo hicieron más atractivo, adorable y adictivo: “Ella era mi alumna en una institución conservadora. Era una relación prohibida y por eso, quizás, nació con características obsesivas que se fueron acentuando”, señala.
Estuvo tan mal, tan mal y tan perdido que tuvo pensamientos suicidas. Cuenta que vivía en un piso nueve y en los momentos más tensos de su relación, se acercó al balcón con la intención de lanzarse.
“Ella lo era todo. Buena amiga, buena compañera de carrete, buena amante. Y los dos teníamos la mala costumbre de ser obsesivos y celosos, nos apartamos de nuestra vida social. Sólo éramos nosotros, no nos dábamos los espacios para vincularnos con más personas. Nuestro comportamiento tuvo momentos muy críticos, pasábamos del amor al odio. Y entre medio había un control casi demencial. Yo llegaba a llamarla 25 veces después de una pelea. Eso no me dejaba tranquilo ni me permitía resolver cosas de mi pega. La duda era un elemento permanente en nosotros y más encima había momentos memorables: dos veces me echó de la casa…”.
La amó perdidamente. Pero también ese amor severo le hizo cambiar su concepción de las relaciones. Todo acabó hace dos años. Intentaron reunirse por última vez, pero el embarazo de ella, de otro hombre por cierto, desechó cualquier indicio de regreso. “Me he recuperado, aún siento dolor y, bueno, ya no creo en la monogamia como forma de relación”.
Siguiendo con esa lógica, Roberto se apronta a ser padre. Está feliz, dichoso y se siente consciente de que el verdadero amor está justamente en una relación como ésa. Nunca pensó en convertirse en papá y ahora la vida, que “por lo demás amo, me da la oportunidad de sacar una lección y entregar el cariño de verdad con una entrega total”.
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