Roger Sepúlveda Carrasco
Rector Universidad Santo Tomás
Región del Biobío.
Chile habló este domingo 4 de septiembre en las urnas. Y lo expresado fue claro. Ahora, frente a los resultados del plebiscito constituyente de salida y lo contundente del número de votos en favor del Rechazo, debemos reflexionar como país, sin revanchismos ni odiosidades. Esto, porque la imposición del 61% sobre el 32% de las preferencias no puede pasar inadvertida, sino que debe llevarnos a rescatar adecuadamente las lecciones a aprender, cuidándonos de no caer en lecturas erradas ni subjetivas de dicho desenlace electoral.
Lo primero es entender que este sólido resultado se logró configurando una alianza electoral pragmática y muy transversal, que unió a un amplio rango de electores, tanto de derecha como de izquierda, cruzando y aunando votos como pocas veces se ha visto en la historia. Con ello, las barreras de lo “posible” -políticamente hablando- fueron desplazadas.
Este triunfo no es entonces de un sector o de otro, sino que de un número de ciudadanos que traspasó esa tradicional frontera política, para inclinar su decisión en un común denominador que los unió y que se reflejó en la opción: Rechazo.
Con una participación ciudadana por sobre el 85%, este plebiscito borró de un plumazo las aprensiones que existían sobre la cifra de participación y la legitimidad que esta elección implicaría. El electorado acudió en masa a entregar su opinión, reflejada en su voto, lo que -a la luz de lo ocurrido- levantó nuevamente la construcción de que “habló, y fuerte” la denominada mayoría silenciosa.
Esto incluso se vio reflejado en aquellas comunas con mayor población indígena a lo largo del país, las que se inclinaron por rechazar el proyecto constitucional en su totalidad. Como ejemplo, basta citar el caso de Alto Biobío, donde el 84,2% de la población es indígena y la opción Rechazo alcanzó el 70,75% de los votos, versus los 29,25% del Apruebo.
“Vivimos en tiempos donde la prudencia y el equilibrio han hablado, por lo que es momento de dejar de lado de una buena vez las miradas de “buenos y malos”, de cuidar el lenguaje y entender que Chile existe a pesar de nuestras diferencias, y no gracias a ellas”.
Asimismo, resulta interesante preguntarse si esta altísima participación fue la reacción de los chilenos ante una propuesta que no era de su preferencia o, bien, fue solo que la “obligatoriedad” hizo lo suyo.
Creo que una de las grandes lecciones que debemos rescatar de este plebiscito y sus resultados es aquella que nos invita a abandonar las superioridades éticas y morales, esas que cada tanto salen a relucir para intentar presentarnos la realidad social como una construcción maniquea, dicotómica, basada precisamente en dichos atributos en particular.
Vivimos en tiempos donde la prudencia y el equilibrio han hablado, por lo que es momento de dejar de lado de una buena vez las miradas de “buenos y malos”, de cuidar el lenguaje y entender que Chile existe a pesar de nuestras diferencias, y no gracias a ellas. Este punto aparece como fundamental, tanto para el actual como para futuros gobiernos. No atenderlo sería una lección no aprendida.
Finalmente, hay que recordar que la historia chilena venimos escribiéndola juntos, con sus errores y aciertos, desde 1818 en adelante. Hay camino recorrido y varios problemas se han suscitado, pero fuimos, somos y seguiremos siendo una nación fuerte y pujante, con tantos sueños como anhelos por alcanzar, donde con todos (y no contra todos) es como seguiremos avanzando. Chile habló, y lo hizo fuerte y claro ese domingo 4 de septiembre.