Los procesos que durante estos dos últimos años hemos vivido son, sin duda, de los más importantes que han marcado la historia de Chile: cambios sociales, surgimiento de nuevos liderazgos, variaciones en las correlaciones de las fuerzas políticas y la puesta en marcha de un proceso constituyente inédito para el país. Todo ello cruzado por una pandemia y sus consecuencias, tanto sanitarias y económicas, que hicieron necesario no solo restablecer el orden de las prioridades, sino también, el de la hoja de ruta del gobierno, que tuvo que adecuarse a una sociedad chilena que exige cambios y, sobre todo, respuestas pertinentes y eficaces para problemas que por años se habían debatido en el país, sin que fuera posible conseguir sus soluciones.
Tamaños desafíos requieren, pues, grandes esfuerzos, que parten desde diálogos amplios, maduros y al servicio del interés común, con el objetivo de conseguir consensos sobre las aspiraciones que la sociedad tiene respecto de su futuro.
Y es aquí donde la búsqueda de acuerdos aparece como la alternativa a la que históricamente ha recurrido el país para transitar etapas complejas y de grandes retos, como los que tenemos hoy. Por el contrario, cuando estos consensos básicos comienzan a ser difíciles de alcanzar, se produce una tendencia a la polarización basada, sobre todo, en una profunda desconfianza hacia quienes no comparten un pensamiento o una idea de sociedad. Esas diferencias terminan convirtiéndose en trincheras profundas de las que cuesta salir para dialogar, debatir y acordar.
Por eso es importante tener conciencia sobre cuál de esas etapas hoy transitamos: una donde prevalecen los consensos u otra donde se imponen las brechas, pero debemos advertir cuáles son los motivos que nos están llevando a adoptar alguna de esas posiciones. Sincerarnos sobre qué sociedad queremos, qué derechos necesitan resguardarse, cómo es el futuro que imaginamos y necesitamos. Y tan importante como todo lo anterior, quiénes tienen la capacidad de llevar adelante aquello, tanto desde el gobierno, como en el Congreso y en las demás instancias cuyos integrantes se escogen por votación popular. Tal vez ese simple ejercicio puede servir para entender el momento que vivimos, y para seguir trabajando por los intereses comunes, ojalá menos desde la trinchera y, más, desde los consensos y acuerdos, como ha sido una tradición -y de las buenas- desde hace mucho en Chile.