El 10 de septiembre es el Día Mundial de la Prevención del Suicidio. Según datos de la OMS, casi un millón de personas pierde la vida al año por el suicidio, a pesar de que se puede prevenir.
Sin duda es un problema muy grave de salud pública, considerando además que es una de las principales causas de muerte en jóvenes entre los 15 y 34 años.
Existe consenso internacional respecto de que la prevención del suicidio no es un tema que solo esté radicado en el personal de salud, sino que involucra a toda la comunidad. Es por ello que se hacen grandes esfuerzos por entender qué factores personales y sociales lo determinan, cómo se distribuye entre los distintos grupos de la población y cómo se pueden plantear políticas, planes y programas que permitan prevenir que más personas se quiten la vida. Por ejemplo, una revisión sistemática de estudios sobre factores de riesgo de suicidio e intento de suicidio en pacientes psiquiátricos en América Latina y el Caribe, publicado en 2014, mostró que los principales factores de riesgo para los intentos de suicidio son la presencia de un trastorno depresivo mayor, de una disfunción familiar y que exista al menos un intento de suicidio previo, mientras que los principales factores de riesgo para el suicidio consumado fueron ser hombre y la presencia de un trastorno depresivo mayor.
En otro estudio publicado en 2021 se analizaron diversos factores sobre el suicidio en adolescentes y jóvenes de distintas regiones de Chile, entre los años 2000 y 2017. Los investigadores encontraron que el suicidio en jovenes y adolescentes de Chile se mantuvo sin mayores cambios en el periodo de estudio, apareciendo los hombres entre 20 y 24 años con un mayor riesgo de suicidio que las mujeres.
En Chile, el 20,3 % de las personas que se suicidan son jóvenes entre 20 y 29 años. Un estudio publicado en 2019 muestra que el 5,1 % de los estudiantes universitarios que participaron, reporta pensamientos suicidas, mientras que más de 220 mil chilenos sobre los 18 años ha planificado su suicidio, y más de 100 mil reconoce que intentó quitarse la vida, según se desprende de la Encuesta Nacional de Salud, ENS 2016/2017, que por primera vez midió esta temática.
Con estos antecedentes asociados a las edades de mayor riesgo, es evidente el relieve que toman las políticas que pueden ser estimuladas en la comunidad, especialmente, aquellas que podemos realizar dentro de los planteles de educación superior. Si bien en los estudiantes universitarios no hay más riesgo de cometer suicidio que sus pares que no están en la educación superior, la matrícula actual en estas instituciones entrega un escenario propicio para favorecer el cuidado de la salud mental de este grupo y, en específico, prevenir el suicidio en ellos.
Es más, el Programa Nacional de Prevención del Suicidio del 2013 incluyó dentro de sus componentes, la implementación de programas preventivos en los establecimientos educacionales como principal estrategia para prevenir el suicidio en niños, niñas y adolescentes, considerando de manera explícita la participación de la comunidad educativa, sean estos estudiantes, sus familias, los docentes y todo el equipo de gestión de los establecimientos.
La prevención completa del suicidio en los entornos educativos debiera contemplar que se estimule un clima protector, tener un amplio programa de prevención de problemas de salud mental, realizar sensibilización y educación sobre el suicidio, detectar estudiantes en riesgo, generar protocolos para el manejo y acciones posteriores a la ayuda, y tener una coordinación con la red de salud para apoyar a los estudiantes y sus entornos cercanos.
La prevención dice relación con estar alertas, como, por ejemplo, a si el estudiante ha buscado formas de quitarse la vida, ha dado mensajes de despedida, se ha hecho lesiones. O señales indirectas, como alejarse de familia y amigos, disminuir su asistencia a clases y su compromiso con las actividades académicas, y un deterioro de su imagen personal. Estar atentos a esas alertas implica interesarse por todos con quienes se interactúa dentro de la comunidad universitaria, involucrarse activamente, no dudar en activar los protocolos que, por cierto, deben ser lo suficientemente discretos y cuidadosos de la intimidad personal.
En tiempos en que todo indica que la salud mental de las personas sufre los efectos negativos de una pandemia, y en los que el estar conectados con otros de manera personal ha sido la excepción, se vuelve más importante buscar los modos de atender las señales de alerta y las maneras de apoyar a quien esté pasando por un periodo de mayor dificultad o vulnerabilidad. Puede que en ello estemos colaborando a salvar una vida.