Hace tan solo unas semanas, niños y adolescentes de la Región del Biobío comenzaron a retomar masivamente la idea de volver al colegio, tras cerca de 18 meses sin visitar las aulas y sin compartir en vivo con compañeros y amigos.
Todo ese largo tiempo habían estado en sus casas, conviviendo con una serie de restricciones que les impedían hacer una vida normal. Entre ellas, justamente, la de no asistir al colegio dado el contexto de protección sanitaria mundial.
Pero el mes pasado, las entidades gubernamentales autorizadas retomaron con mayor fuerza la idea de implementar todas las medidas de seguridad necesarias, tendientes a permitir que niños y jóvenes retomaran sus actividades escolares presenciales con cierta normalidad. En paralelo, las familias comenzaron los análisis respecto de si enviar o no a sus hijos al colegio, atendiendo -desde sus creencias o estilos propios de crianza- a la posibilidad o imposibilidad de autorizar esta vuelta a clases. De esas conversaciones, en las que se esgrimieron buenas razones o, por el contrario, argumentos llenos de juicios infundados, sus hijos fueron testigos.
Poco a poco, los escolares retomaron la presencialidad escolar y su consiguiente vida social, condiciones que ya les era urgente volver a vivir luego de casi un año y medio en confinamiento. Pero iniciar un primer día de clases en un contexto sanitario complejo, debiendo cumplir con muchos requisitos preventivos y quedando sujetos a una serie de restricciones para hacer todo, desde poder acceder a la sala de clases, al patio o incluso al baño, hasta simplemente conversar o jugar con los amigos, se convirtió en un desafío físico y mental. Uno que no todos abordaron igual.
Así se aprecia en los establecimientos educacionales, donde se puede observar la heterogeneidad de comportamientos de niños y jóvenes. Están aquellos cuidadosos, pero conscientes de la importancia de las medidas preventivas y de que una gran parte de la población se encuentra inmunizada, lo que les brinda cierta tranquilidad a la hora de actuar. Pero también hay escolares que se mueven con temor, dominados por pensamientos y emociones que denotan miedo a enfermarse, atentos a evitar el contacto cercano con alguien que pueda contagiarlos, y muy conscientes de su responsabilidad de poder llevar el virus hasta su casa y ser los causantes de la enfermedad (y hasta la muerte) de algún familiar.
Muchos niños han logrado concientizarse de la importancia de ser cuidadosos: mantienen su mascarilla bien puesta, se lavan o limpian sus manos con frecuencia y hasta su puesto con toallitas húmedas, pero también hay otros que mantienen la distancia en forma extrema e, incluso, evitan jugar para no tocar a sus compañeros.
Entendiendo que toda medida de seguridad es necesaria, es evidente que la forma de actuar de nuestros hijos es producto de los que nosotros, los adultos a su cargo, les hemos inculcado consciente o inconscientemente sobre la actual situación sanitaria. De ahí nacen los distintos comportamientos manifestados por nuestros niños y jóvenes, que van desde los esperables hasta los de autocuidado extremo o evitativos.
Es por ello, queridos padres, que deben recordar cuán potente es el discurso diario que le entregamos a nuestros hijos, y cuánto puede afectar positiva o negativamente su forma de enfrentar el mundo. Si bien el llamado es a inculcarles la importancia de incorporar medidas de autocuidado permanente, una conducta sobreprotectora solo redundará en incrementar sus niveles de ansiedad (incluso los de depresión), pudiendo generar en ellos un efecto paralizante y afectar en demasía su salud mental.
Es necesario, entonces, en este tema en específico de la vuelta a clases, que los padres comprendan la importancia de que sus hijos retomen a la brevedad sus actividades escolares y sociales como una forma de disminuir el impacto que la pandemia dejará en su desarrollo emocional y cognitivo. Es vital que retomen el juego, la conversación y también las clases, pues la infancia y adolescencia necesitan contacto social y una educación en aula.
Y, sobre todo, cuidemos con máxima atención lo que expresamos en familia o lo que reflexionamos frente a ellos, recordando que los dichos de los padres son ley para los niños, especialmente para los más pequeños, y que aunque los mensajes sobreprotectores nazcan de un profundo amor son limitantes y tremendamente negativos para su desarrollo psíquico.
Permitamos que nuestros hijos regresen al colegio acompañados de su mejor amigo en pandemia: el autocuidado, pero también con la confianza de que sus padres apoyan por completo su retorno a la presencialidad.