Es un hecho que para quienes adhieren al movimiento antivacunas, las miles de páginas de información sobre los beneficios que las hacen ser una de las intervenciones de salud pública (junto con el que la población cuente con agua potable) más relevantes del último tiempo, no siempre tienen el poder de hacerles cambiar de opinión. Pero ese no es el único problema. Si no vacunarse e instar a otros para que no lo hagan tuviera solamente un efecto individual, la verdad es que sería una de las tantas situaciones en que las consecuencias de las decisiones libres afectan solo a quienes las toman. Sin embargo, dado que la conducta y el discurso tienen consecuencias nefastas para la comunidad, no debiéramos escatimar esfuerzos para combatir esa negativa a inmunizarse.
¿Cómo hacerlo y no morir (o enfermar) en el intento, sobre todo, en una conversación persona a persona? Acá algunas ideas. Primero, informarse lo suficiente sobre las vacunas. Esto no significa que para tratar de hacer que una persona cambie de opinión de no vacunarse haya que ser experto en epidemiología o biología molecular. No obstante, si queremos tener probabilidades de éxito, debemos tratar de entender al menos qué es una vacuna, su mecanismo básico de acción y cómo sin ellas la población mundial se vería afectada a diario de enfermedades, muchas de ellas, mortales.
Una segunda idea es aceptar que no todos pensamos igual, y que se puede tener ideas antivacunas, pero eso es solamente un aspecto. No reconocer el beneficio de las vacunas no es algo que define completamente a alguien y, es muy probable, que en muchas otras áreas de su vida acepte sin problemas la evidencia y tenga conductas de preocupación por el bienestar de otros. Asumirlo así nos pone inmediatamente en un modo en que no atacaremos a una persona antivacunas, sino que discutiremos y dialogaremos para intentar que cambie de parecer en lo específico. Pensemos en cómo nos cerramos y nos ponemos en un modo poco receptivo cuando alguien parte una conversación poniéndonos etiquetas.
Y un tercer planteamiento es empatizar con la postura, por rara que nos parezca, que un padre o madre que no quiere vacunar a sus hijos está igualmente pensando que eso es lo más favorable para ellos. Con toda la evidencia del mundo podemos asegurarle que está equivocada, pero debemos considerar que tiene las mejores intenciones para su familia y que, seguramente, ha seleccionado información falsa y se mantiene en esa posición por sesgos.
Lo sesgos son errores que sistemáticamente podemos cometer al seleccionar o procesar la información, y que siempre inducen a equivocarnos. Un ejemplo es el llamado sesgo egocéntrico o tendencia a creer que somos únicos y especiales. En el caso de quienes defienden las ideas antivacunas, es común que apoyen su postura señalando que leyeron información a la que “pocos tienen acceso” o vieron un video que “las autoridades quieren esconder”, donde se muestra lo peligrosas que son o cómo existe una conspiración de las farmacéuticas y la OMS. Por tanto, se sienten especiales, poseedores de información no conocida y, en consecuencia, se mantienen en esa postura. Para intentar que cambien de preferencia, pídale que trate de explicar las inconsistencias de esas ideas, es decir, que la propia duda vaya haciendo el trabajo, algo así como “si esto es como tú dices, ¿cómo se explica entonces que…?”.
Otro ejemplo es el sesgo de autoconfirmación, que lleva a considerar como válida sólo la información que es consistente con ideas o esquemas que ya tenemos, y que nos mueve a buscar formas de corroborarla, dejando de lado otra evidencia que sea contradictoria. En el caso de quienes ya hicieron propia las ideas antivacunas, buscan videos y post en la web que solo muestran lo dañino de ellas, aunque sean casos aislados donde alguna tuvo un efecto negativo en una persona (dato que suelen amplificar), y descartan todas las pruebas que muestran lo positivo de la inmunización colectiva. Puede ser de utilidad partir aceptando que, como muchas otras cosas en la medicina, existen riesgos de efectos secundarios indeseados, pero a continuación invítele a ver los incomparables beneficios que ha tenido por décadas el plan de vacunación vigente en Chile.
La tarea no es fácil, y es claro que el tema da para mucho más, pero, si cada uno de nosotros pudiera ayudar a que al menos una persona acceda a vacunarse por medio del diálogo, habrá valido el esfuerzo.