La cosa era así: nos casamos, tenemos muchos hijos y somos felices para siempre. Ese cuento se vivió hasta los 80, porque a contar de la década siguienter comenzó una nueva estructura en la vida de las chilenas. Comenzamos a tomar anticonceptivos desde la adolescencia, controlamos mejor la sexualidad, decidimos tener hijos pasado los 30 e, incluso, optamos por nuevas formas de concebir un bebé. El país envejece y, ad portas de una legislación que permitiría el aborto, las mujeres tienen la sartén por el mango con lo que ocurrirá con la natalidad del nuevo Chile.
Angélica es madre primeriza. Está feliz, y con el niño que dio a luz en enero en sus brazos, saca las cuentas de que cuando él tenga 15, ella estará a punto de cumplir 58. “Siempre tuve una especie de terror a la maternidad. Mi hermana fue mamá adolescente. Tiene apenas 15 años de diferencia con su hija. Las veo y parecen hermanas. Es un tiempo feliz para ellas, pero yo crecí con el trauma de verla sufrir junto a mis papás. No fue fácil que le llegara una guagua tan joven. El dolor fue inmenso y crecí con esa interrogante, con el miedo de que quizás un cambio tan drástico me haría modificar los planes de vida. Inconscientemente bloqueé ese instinto y me dediqué a lo que yo creía iba a ser siempre mi máxima satisfacción: el estudio y el trabajo”.
Pero al llegar a los 40, Angélica tuvo una experiencia emocional dura. Terminó con su pareja de años y, por primera, vez echó de menos el amor genuino e incondicional de un hijo. “No sé si fue un momento demasiado egoísta, pero pensé que el amor de pareja puede ir y venir, y me castigaba un poco el haberme negado el afecto de los hijos. Pero hasta ahí llegué y seguí trabajando como siempre”.
Año y medio más tarde encontró el amor. Lo consultó sólo con el médico y, sin más, se embarazó. Otra vez su pareja se fue, pero el hombre de su vida está allí, en sus brazos, en su cama, llenito de cariño y atenciones. “Estoy babosa y siento que cada paso que di fue para llegar a ver los ojos de mi niño”, agrega con una sonrisa en la cara y en el alma.
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La Octava Región es la segunda más poblada del país, según cifras del INE, al 30 de junio de 2012. Somos 2 millones 61 mil 544 personas, pero nuestro crecimiento demográfico, al igual que el del resto del país, se está estancando. Las razones son, según especialistas de las ciencias sociales y de la salud, que las mujeres están postergando la maternidad a medida que crecen sus intereses profesionales y de consumo. Se planifican para obtener logros en sus carreras, trabajos o llegar a concretar metas materiales: una casa, un viaje, el auto o todos los anteriores.
Retardan los hijos manejando su vida sexual en forma mucho más “eficiente”, ya que el número de parejas que hoy tiene una mujer entre los 20 y 30 es muy superior al que tuvo una joven en la década pasada. Y los médicos dicen que en los sectores con más recursos, ellas tienen al primero de sus hijos alrededor de los 30 años.
Sin embargo, el panorama es contrapuesto al otro lado de la escala socioeconómica. Los índices de nacimientos en los sectores más modestos siguen siendo altísimos. Y de cierta forma son esas madres, sobre todo jóvenes, las que están equilibrando la tasa de natalidad en estos días, pues si no el panorama sería parecido al que actualmente vive Europa, donde los niños escasean y los viejos se han tomado el tope de los indicadores demográficos.
“Creo que esto está relacionado con los cambios antropológicos que ha tenido la mujer a lo largo de la historia, y es que el género femenino ha empezado a reconocer toda la potencialidad que tiene en desmedro de la maternidad. En todos los países desarrollados este fenómeno es bastante común y todos los estudios indican que la maternidad se posterga cada vez más”, explica el médico ginecólogo y obstetra, Jorge Cabrera Ditzel. El especialista asegura que esta tendencia se presenta con matices, porque en algunas zonas el problema se agudiza. Pero la respuesta a esta actitud de las mujeres se presenta por razones similares en todo el orbe.
“Está cruzado por dos cosas. El consumismo, que es un atractivo muy grande por conseguir cosas que le van a dar un bienestar e inspira a que las mujeres se planifiquen primero por llegar a obtener esos bienes materiales. Y, por otro lado, la educación en mujeres de elite académica, que se proponen como meta lograr posgrados y doctorados”, interpreta Cabrera Ditzel.
El médico comenta que se conocen casos en que mujeres que privilegian sus carreras y no se niegan a la posibilidad de ser madres en el futuro, llegan a extremos, como preservar sus óvulos para fertilizarlos cuando sientan que es tiempo de hacerlo.
O más todavía, según se registra en páginas de clínicas extranjeras, cada vez son más chilenas que optan por encargar gametos a laboratorios de Estados Unidos para fertilizarse y cumplir con el deseo de embarazarse. El perfil: mujeres al borde de concluir la etapa fértil, independientes y con muy buena situación económica.
Pero el especialista advierte: “El retardo de la maternidad tiene sus consecuencias y éstas apuntan a problemas de infertilidad, porque entre más tarde comienza el proceso menos frecuente son las ovulaciones. Por lo tanto, la infertilidad va aumentando sus tasas. Por otro lado, el hecho de que la mujer tenga mayor edad al concebir hace que el embarazo sea más complicado, desde el punto de vista de malformaciones por desgaste de los gametos que participan en el proceso de la fecundación del futuro ser”, indica.
El doctor Cabrera advierte también consecuencias hemodinámicas, que tienen que ver con una mayor tasa de hipertensión, problemas de resistencia vascular a nivel placentario y que llevarían a un aumento de los prematuros y recién nacidos de peso bajo. “Esto es un tema de salud prácticamente público. En los países europeos el sistema público es utilizado casi por el 80 por ciento de los usuarios. La medicina privada casi no existe. Si lo extrapolamos a nuestro país esta situación va a tener un costo agregado significativo y va a ser un tema tremendo si lo miramos de la perspectiva de la escasez de posibilidades que tienen algunos grupos”, destacó.
El facultativo ratifica que el promedio de edad de la madre primeriza, sin embargo, no ha variado mucho, pues hay una tasa tan alta de embarazo adolescente que ha permitido que los índices se mantengan. “Lo raro de todo esto es que se supone que en la medida que haya más educación el embarazo adolescente debería disminuir. Pero en Chile no ha sucedido eso. La escolaridad en las últimas décadas ha aumentado de cinco a 11 años. Es un aumento del doble, sin embargo, no ha impactado en la prevención del embarazo en el grupo más joven. Tenemos cerca de 250 mil nacidos vivos por año y casi 40 mil son de adolescentes”.
Una de las interpretaciones de por qué las mujeres de escasos recursos tienden a tener hijos antes que los grupos que son más educados, es que las niñas de sectores más vulnerables ven como única vía de avance social el convertirse en madres. Es la forma de asumir un rol y una manera de destacar. Es una forma de emerger socialmente con la presencia de un bebé y, de cierta forma, una validación social.
La nueva crianza
Y claro que es un rol social y quizás uno de los más importantes. Que la sociedad y el Estado logren reconocer eso es una de las tareas en que trabaja el Servicio Nacional de la Mujer, recientemente convertido en Ministerio de la Mujer.
Para Valentina Medel, la Directora Regional de Sernam, las mujeres que deciden ser madres actualmente se distinguen de las “madres tradicionales”, porque también tienen una vida fuera del hogar, y no solamente un rol doméstico, sino que están desarrollando actividades, ya sea por la misma profesión o por el voluntariado. Eso, argumenta, no sólo les trae un beneficio de desarrollo personal, sino que, además, independencia y autonomía económica.
“Para todo país es importante mantener cierta tasa de fecundidad, porque lo que finalmente sucede es que la sociedad se envejece. Ése es uno de los rasgos que marca la realidad chilena, y es muy importante, pues el cambio en la estructura de la sociedad debe ir acompañado de políticas públicas y sociales que protejan la vejez. Pero también nos alerta de que deben existir políticas públicas que acompañen y ayuden a las mujeres que efectivamente quieren ser madres. Es decir, que se den las condiciones para hacer estas dos cosas que consideramos importantes: desarrollarnos profesionalmente, obtener esta autonomía económica y, a la vez, dedicarse a la crianza”, explica la directora Valentina Medel.
Las mujeres chilenas postergan la llegada del primer hijo hasta los 30 años para desarrollar otras áreas de su crecimiento personal y profesional. Y para el Sernam, enfatiza su directora, lo que abordan y necesitan para asegurar que las mujeres tengan garantías para decidir ser madres es hablar de nuevas crianzas. “Estas nuevas crianzas se basan en la responsabilidad o corresponsabilidad de los padres, donde hombres y mujeres asuman las tareas de cuidado. No solamente la carga cultural parental debe llegar a las mujeres, porque finalmente la maternidad, como lo observa el Servicio Nacional de la Mujer, es en términos de como lo establece la Cedal, una función social. Las mujeres están reproduciendo la especie, la sociedad y la cultura. Pero al final no tienen garantías para poder definir en condiciones óptimas ser mamás y no postergarse a sí mismas”, precisa.
En el Sernam especifican que lo que esconde esto de la “multimujer”, que es un concepto que está súper en boga, es una situación de sobrecarga. Pues ellas son esposas, madres, llevan las labores domésticas, además trabajan y llevan el sustento de la casa, o bien, complementan la renta del hogar para tener una mejor calidad de vida. Lo que esto esconde finalmente es que las mujeres tienen hasta tres jornadas laborales.
“Cuando hablamos de la multimujer que se nos vende comunicacionalmente, se esconde una sobrecarga y, por qué no decirlo, una explotación. El INE hizo un estudio sobre el uso del tiempo entre hombres y mujeres. La conclusión a la que llegó es que la mujer madre y trabajadora tiene sólo una hora para sí en la semana”, comenta la directora regional.
Argumenta también que las mujeres están demandando más cuidado de niños y niñas, y que por ello la Presidenta Michelle Bachelet ha establecido que durante su gobierno se construirán 4.500 salas cuna. Pero las mujeres no sólo cuidan a los niños, sino que también a sus adultos mayores, enfermos y postrados. En ese sentido, el gobierno se empeñará en construir 15 centros para adultos mayores. Se trabaja también en derogar el artículo 203 del Código del Trabajo, que establece que en las empresas donde haya más de 20 trabajadoras tiene que haber una sala cuna. El Estado va a derogar ese artículo y formar un sistema Nacional de Cuidado donde estén las salas cuna, los jardines infantiles y los centros de adultos mayores para que se avance finalmente a que la corresponsabilidad del cuidado es del Estado, trabajador y trabajadora.
50 y 50
Todos los estudios apuntan a que el 50 por ciento de los nacidos vivos está fuera del estado civil casado. Según el censo del 2002 había un tercio de hogares monoparentales. Y si uno empieza a ver quiénes son los jefes de hogar pasados los 50 años, se da cuenta que son las mujeres las que están cuidando a los hijos o incluso a los nietos. Y están solas porque el padre ha muerto o ha abandonado el hogar. Los análisis del poder adquisitivo, la pobreza y todas estas variables que influyen en la calidad de vida indican que hay una feminización de la pobreza, porque es la mujer la que se hace cargo de hijos con todo lo que implica: gastos y otras responsabilidades.
Alina Muñoz, socióloga, experta en temas de género y docente de la USS, realizó un estudio donde investigaba cuál era la relación y la “responsabilidad” de los patrones socioculturales de maternidad y conyugalidad en un grupo de mujeres que sufría violencia doméstica.
“Lo que arrojó esa investigación es que a las mujeres en la actualidad no les está importando el vínculo del matrimonio y que no es algo significativo para ellas. No es algo que constituya identidad. Todo lo contrario. La maternidad es lo que lleva a las mujeres a sostener el vínculo de la entrega incondicional al otro, de postergarse y entregarse tan profundamente a la pareja. Eso lleva a las mujeres a aceptar la situación de violencia. Luego es también la maternidad y el amor incondicional hacia los hijos lo que hace que salgan de la situación de violencia”, expresó.
Puntualiza que, según el estudio, las mujeres no querían salir de la situación de violencia por un tema propio, de autoestima o algo así, sino que siempre era proyectado hacia los otros. “Eso es, a mi juicio, lo que construye la identidad femenina. No va de la mano con la cantidad de hijos que tengo, sino la maternidad como patrón, es decir, esto de la entrega hacia el otro, de lo emocional, de preocuparnos por los demás y de sacrificarnos. Esta idea de que las mujeres somos las madres superioras de la casa. Es esa imagen que se refleja de la Virgen María, que toma el sacrificio y el amor a los otros con incondicionalidad”, aseguró.
La socióloga desarrolla ahora una nueva investigación, titulada Experiencias de maternidad en mujeres trabajadores y dueñas de casa, donde compara la experiencia de un grupo de mujeres que nunca ha trabajado en forma remunerada y otro de madres trabajadoras. Ambos con una situación de pareja estable con hijos.
“Preliminarmente no puedo decir que la maternidad condiciona, pero sí que marca profundamente la identidad femenina. Por ejemplo, aquellas mujeres que son madres pero que no trabajan fuera del hogar sienten que la maternidad ha limitado su desarrollado profesional y, por otro lado, aquellas mujeres que tienen cubierto el desarrollo profesional son mujeres que sienten culpa por no poder ejercer su maternidad a fondo”, argumenta.
Agrega que lo que aparece como importante es el apoyo de las parejas. Las mujeres dueñas de casa y que no trabajan fuera llevan la batuta en el hogar. Deciden a qué colegio van los niños, qué médicos ven y la socialización de los niños también está a su cargo. “Todas las decisiones que tienen que ver con la crianza pasan por ellas. Acompañan a los niños a las actividades extraprogramáticas, a hacer las tareas. Y en el caso de las mujeres que trabajan se comparte un poquito más los roles. Creo que pasa porque se siente un poco más responsable por el hecho de estar fuera. El tiempo libre que les queda, llegan a la casa a compartir con sus parejas y sus hijos, donde el lugar principal lo ocupan los niños. Eso lleva también a tener muchos enfrentamientos con sus parejas y producto de ello es que aumenta el número de separaciones”, aseguró.
A su juicio es un hecho que las mujeres están priorizando sus intereses laborales y académicos por sobre la maternidad, pero también está consciente de las contradicciones que se generan con ello. “El tema se complejiza, porque una a los 30 tiene que comenzar ya a formar familia por un asunto de reloj biológico. Es común escuchar a una mujer de más de 30 que antes de los 35 quiere ser mamá. Pero la pregunta es quiere serlo porque realmente lo desea o porque está presionada socialmente para desearlo”.
“La pulsión de ser mamá es fuerte”, dice Angélica. “El instinto está ahí y aunque queramos esconderlo, vivirlo es maravilloso. Perfectamente puedo ser feliz con mi vida sola, independiente, pero esto es distinto. Sí creo que es un rol social y creo que también es la forma de demostrarle el amor al mundo. Respeto a las mujeres que están en la parada en que yo estaba. Pero me considero parte de una generación de madres responsables y maduras, donde no importa la cantidad de hijos sino la calidad del tiempo que puedo dedicarle a uno. Ser madres, no importa cómo. Solas, más viejas, más seguras y sin ninguna amarra que nos contenga”.