Me telefoneó una amiga cercana que necesitaba desahogarse. ”Tú sabes porqué te llamo. Ven pronto. Siento angustia”, suspiró y colgó.
Me relató lo sucedido: a su marido, que por años trabajó en una empresa ícono de la Región, le comunicaron que se había adjudicado una beca Outplacement, cuya traducción literal es desvinculación asistida o, como algunos la llaman, desvinculación programada.
Mi primera reacción fue positiva. Ser un becario Outplacement otorga interesantes beneficios. Incluye cursos y soportes de coaching para adquirir nuevas competencias y habilidades. La mayoría opta por capacitarse en Benchmarking, en Santiago. Claro, en la gran metrópoli abundan las consultoras dedicadas al Outplacement y al Outsourcing. Pero, no es lo mismo externalizar a personas que deshacerse de servicios improductivos. Si toman un cursillo de Benchmarking, pronto se integran a compañías del mismo rubro, altamente exitosas.
Al reunirme con mi amiga advertí fatiga en su rostro y síntomas de estrés. Apenas me senté, soltó un aluvión: ”No estoy fastidiada con la beca. Sí, con la empresa. Faltó mano de mujer. Quien tomó la decisión debió consultarlo con féminas del staff que aportaran intuición”. Moví la cabeza y balbuceé: ”No capto tu idea”. Me fulminó con la mirada y despeñó otro alud: “Nadie pensó en las esposas. Debieron realizarnos capacitación previa u obsequiarnos un manual de supervivencia. Antes de resultar becado, parecíamos tórtolos. Durante la cena compartíamos nuestros pequeños o grandes logros cotidianos y la satisfacción que produce realizar lo que se ama. Ahora, invadió todos mis espacios. Nos topamos cada cinco minutos. No imaginé cuán difícil sería la convivencia forzada de un día para otro. Discutimos por bobadas. Estoy al borde del colapso”. Tras escucharla, hice un gesto de incredulidad: “Te desconozco. Eres muy incoherente”. Abrió los ojos como platos. “¿Incoherente?”. En vez de consolarla, la encaré: “Estás siendo injusta. Siempre te arrodillaste ante el modelo económico. Solías decir que si un producto no era competitivo en el mercado debían hacerse ajustes para bajar costos, aún cuando el proceso fuera doloroso. Además, eres el reflejo del modelo imperante. Consumidora compulsiva y narcisista. Te encanta mostrar fachadas perfectas. Le temes a la vejez.
Vivimos en una era maquiavélica, en la que el fin justifica todos los medios. Las personas son meros dígitos. Pero lo asumiste y lo aceptaste. En este momento, me odias. ¿Aceptarías un consejo? “Vete a casa y aprende a ceder sin perder tu identidad. Ambos tienen un mundo interior rico. Tienes suerte. Tu marido es un hombre de acero, íntegro e inteligente. Así es que comienza a disfrutar la convivencia. Busca pequeños santuarios, espacios que sean tuyos. Él hallará los suyos. Tus hijos crecieron y tienen su propio vuelo. El tiempo puede valer más que el dinero. Aprovéchalo. Quien se hace el tiempo para escribir, leer o irse de viaje con su pareja es millonario. Tal vez, el más alto ejecutivo de una empresa sea un indigente. Carece de lo esencial. No tiene tiempo para nadie, ni siquiera para sí mismo”.
Después me culpé por haber sido tan dura. Llamé a su celular. Me contestó con voz de ahogo. La sentí llorar y, de todo corazón le ofrecí mis disculpas. “¡Gracias, abriste mis ojos, comprendí que estoy en la mejor etapa y la gozaré con mi hombre de acero, por supuesto. Que Dios te bendiga. Hasta pronto, querida amiga. Ignoraba que conocieras tanto de mi yo íntimo!”. Confieso que, al escucharla, también lloré.