La pandemia trajo grandes aprendizajes. Destaca la adaptación de profesionales de la educación, salud y muchos emprendedores que se reinventaron
usando las tecnologías de la información y redes sociales. Sin embargo, las crisis muestran lo más luminoso y sombrío de la humanidad.
Hace algunas semanas, las noticias informaron del sumario de una universidad chilena a sus estudiantes por copiar en evaluaciones online. Días después, periodistas investigaron sobre organizaciones profesionales que ofrecían servicios de resolución de pruebas o rendición de exámenes en educación superior, básica y media, en Internet.
Se ha puesto en tela de juicio la calidad del aprendizaje y la formación profesional de los estudiantes universitarios en pandemia. Sin embargo, con menos fuerza, se ha discutido la ética de los estudiantes y los profesionales (algunos doctores en Física) que entregan esas prestaciones. Tampoco se proponen estrategias para prevenir plagios.
Antes de “rasgar vestiduras” en relación con la copia, es necesario dar una mirada al contexto nacional y reflexionar sobre nuestro compromiso ético a nivel país. Por otro lado, como académicos, analizar nuestras prácticas evaluativas en pandemia, en especial, cuando tenemos la “tormenta perfecta”: Google a mano, apuntes y PowerPoint en el computador, y WhatsApp como llamado de emergencia al compañero.
Mirada macro. Mantenemos una percepción autocomplaciente sobre cómo somos los chilenos. Nos definimos como solidarios, serios, trabajadores, y más esforzados que otros países vecinos. Nos jactamos que la cordillera de los Andes nos aísla del mundo latino y que, debido al frío y emociones templadas, nos conocen como los “ingleses” de Sudamérica. Visión que se contradice en reportajes sobre corrupción a nivel político (caso SQM), público (fraude en Carabineros), económico (colusión del papel higiénico), evasión tributaria, entre muchas otras. Aparece nuestro lado B, la picardía del chileno, con sus rasgos de astucia, bueno para hacer trampa, como el estudiante que compra la resolución del certamen y el doctor en Física que dirige la pyme del engaño.
Esto cuestiona nuestra conducta moral y ética, destruyendo la fantasía del estereotipo inglés que mantiene la compostura y respeta normas. Envenena el alma, genera resentimiento y malestar, llevando a bajar la guardia, revelarse o relajar estándares morales. Es necesario re-encuadrarnos, fortalecer lo honorable, acordando formas de regulación, intolerancia y sanción a la “pillería”, exigiendo con urgencia comportamientos éticos ejemplares como modelo para las nuevas generaciones.
A propósito del estallido social y la nueva constitución, vivimos un momento histórico donde se añora un pacto social con profundo sentido ético, que invite a revisar nuestros valores y lleve a plantearnos nuevas formas de compromiso moral. Pero esto no se queda en lo abstracto, debe observarse en acciones y relaciones cotidianas, entre ellas el rol de estudiantes y académicos.
Mirada micro. La educación superior desarrolla competencias, lo que implica evaluar desempeños a través de formatos donde los estudiantes no puedan contestar con un “bloque” de información, cortada y pegada desde la memoria o la web. Pero las prácticas de evaluación son las que menos se han actualizado en el mundo educativo. La mayor parte de las evaluaciones son descontextualizadas y memorísticas, no se refieren al abordaje de problemas de la vida real ni a cómo aplicar lo aprendido para desempeñarse mejor en el mundo laboral.
En el trabajo, ¿nos piden definir algún concepto o enumerar las variables involucradas en una ecuación? No. Comúnmente diagnosticamos y resolvemos problemas, mostrando criterio profesional, aplicando el conocimiento disciplinar en casos diversos y tomando decisiones fundamentadas. La evaluación auténtica permite valorar el aprendizaje de forma equivalente a lo que ocurre en los contextos profesionales. Desde esta perspectiva, la posibilidad de copiar y plagiar disminuye, porque no hay respuestas únicas, sino que estas se ajustan a cada caso, siendo lo importante su justificación y fundamentación.
Considerando la tendencia al fraude que vemos crecientemente en Chile, y su impacto en el compromiso ético de la sociedad, los académicos necesitamos reflexionar con nuestros estudiantes sobre ética profesional, apelando a su perfil de egreso, pero también avanzar a evaluaciones más auténticas del aprendizaje, que sean desafiantes dando protagonismo y acercando a los estudiantes al mundo laboral.