Las criptomonedas no son nada nuevo. En la literatura existen menciones a ellas desde fines de la década de los ‘90. Sin embargo, no fue sino hasta el nacimiento del Bitcoin, en 2009, que aparecen como una opción real, que brinda la posibilidad, en la práctica, de un intercambio seguro.
Estas monedas ciento por ciento digitales hacen realidad el concepto de “Internet del dinero”. Es decir, aplicaciones de Internet que permiten comercializar valores en la forma de contratos, propiedad intelectual, acciones y, en general, concretar compras de cualquier cosa que ostente un valor económico.
Se trata de operaciones directas entre un comprador y un vendedor, las que generan un sistema de transferencia universal de valor, libre de todo tipo de intermediaciones -con menores costos y actores-, pero que no tiene el respaldo de ningún gobierno o banco central y que, por lo mismo, carecen de seguridad jurídica.
Este año, las criptomonedas han alcanzado su mayor grado de popularidad, no sólo por la importante capitalización alcanzada, sino también por su reciente y abrupta caída. Recordemos que sólo el Bitcoin perdió más del 50 por ciento de su valor en enero.
Las razones de la debacle son diversas. Entre ellas, el fantasma creciente de la regulación, las voces detractoras, el reciente hackeo a una de las principales plataformas de intercambio de criptomonedas en China, y las restricciones que han impuesto varios bancos. Algunas de ellas dicen relación con la prohibición de compra de criptomonedas con tarjetas de crédito, de modo de contener el sinnúmero de clientes que, en medio de la “fiebre alcista”, utilizaron sus cupos para aumentar la cuantía de sus inversiones en este tipo de cambio, y a quienes hoy lamentablemente sólo les queda la deuda.
Muchos vieron en esta burbuja una oportunidad de inversión de corto plazo, con ganancias fáciles y rápidas; pero, como toda inversión de carácter especulativo, está asociada a altos riesgos, y quienes no entendieron realmente en qué se metieron, se dejaron llevar por el pánico y prefirieron soportar la pérdida. Ahí es donde se beneficiaron aquellos que tienen una mayor proyección en el tiempo y que están dispuestos a esperar que esta nueva forma de intercambio se consolide.
Para este nuevo escenario es importante estar preparados e informados, pues lo único claro es que los Bitcoins, Solarcoin, Ripple o nuestra criolla Chaucha llegaron para quedarse, y que las tecnologías han irrumpido con vehemencia en nuestros mercados. Ejemplo de ello son la masificación de Uber, Airbnb o Netflix, las que luego de un período de ajuste -más bien breve- se han impuesto por sobre la forma tradicional de ver y de hacer las cosas.