Cuarentena en soledad

/ 26 de Octubre de 2020

El confinamiento obligatorio se ha convertido en un inmenso desafío para quienes viven solos. Pueden hacer lo que quieran dentro de sus casas, pero se sienten prisioneros. Nadie los molesta. Sin embargo, el silencio y la soledad los abruman. Les cuesta encontrar cómo llenar sus tiempos y extrañan a sus seres queridos, los abrazos y los momentos compartidos. No obstante, hay luz al final de este solitario túnel. Así lo demuestran los testimonios de Estefanía, Aurora y Jaime, a quienes les tocó transitar la cuarentena en solitario, y salieron fortalecidos.

Por Cyntia Font de la Vall P.

Hace más de 300 años a.C., Aristóteles afirmó que el hombre era un ser social, que precisaba del contacto con otros para sobrevivir. Sin embargo, en los últimos meses, esta necesidad social básica se ha visto insatisfecha, producto del aislamiento que científicos y autoridades piden observar para frenar la pandemia de Covid-19.

Rodrigo Fernández, psiquiatra.

“Alejarse del mundo” es difícil para todos: para quienes viven en pareja, con amigos o en familia, pero lo es aún más para aquellos que se han visto obligados a estar confinados en solitario. Así lo señala el psiquiatra Rodrigo Fernández: “Las consecuencias negativas de esta crisis sanitaria son múltiples y, en mayor o menor medida, nos afectan a todos. Sin embargo, el confinamiento derivado de las cuarentenas es una de las experiencias más complejas a la que podemos estar expuestos, sobre todo si se vive en soledad”.

Y así lo han evidenciado Estefanía, Jaime y Aurora. Sus vidas cambiaron de la noche a la mañana y, a lo largo de estos meses, les ha tocado acostumbrarse a estar solos. Han debido gestionar sus tiempos. Buscar nuevas ocupaciones con las que llenar su día a día. Conformarse con esporádicos contactos con familiares y amigos, y resignarse a ver a sus seres queridos a través de una pantalla. También restringir sus salidas que, a veces, implican el único contacto con otras personas. Pero, más que todo, han debido aprender a convivir con ellos mismos, a enfrentar sus miedos, a conectarse y reencantarse consigo mismos, y a controlar su mente que, a ratos, se vuelve su peor enemiga.

Sin libertad y sin abrazos

Estefanía Arias.

Vivir la cuarentena en solitario se volvió todo un desafío para la periodista Estefanía Arias (37), quien hace 12 años eligió crecer profesionalmente en el mundo del retail.

En eso estaba en abril pasado, cuando en la tienda en que trabaja le informaron que cerrarían sus puertas hasta nuevo aviso, y que todos deberían acogerse a la ley de Protección del Empleo. “Pensé que sería solo por un par de semanas, así es que estaba contenta de pasar tiempo en mi departamento, porque nunca estaba ahí. Pero a medida que avanzaban los días comencé a angustiarme, porque veía que había gente perdiendo sus trabajos, y me asustaba que me pasara lo mismo”, recuerda.

A esos temores, que no quiso compartir con su familia para evitar preocuparlos, se sumó la sensación de haber perdido el control de su vida, antes muy estructurada. “Me iba temprano a trabajar y no volvía hasta la noche, y los fines de semana siempre salía. Entonces, como nunca había estado tanto tiempo en la casa, no lograba organizar una rutina para estar en ella. Estaba bloqueada. No sabía qué iba a hacer tanto tiempo encerrada, y sola. Lo único que quería era volver a trabajar, volver a lo que conocía, porque esta forma de vivir no me acomodaba”.

Jaime Jara.

Algo similar le pasó al egresado de Derecho Jaime Jara (37), exconsejero regional, quien hoy trabaja en un organismo público, y desde abril está con teletrabajo por una enfermedad crónica.

Al igual que a Estefanía, al principio le gustó la idea de trabajar de manera remota, pues el panorama se veía ideal. Estaba viviendo con sus padres, donde gozaba de tranquilidad, compañía y cariño a diario. Sin embargo, en mayo sus papás debieron ir a cuidar a sus respectivas madres y, ya que igual iba a estar solo, Jaime decidió irse a vivir a su propia casa, que había comprado un tiempo atrás.

“Los primeros días fueron buenos. Era entretenido aprovechar mi casa, mi espacio. Todo era nuevo. Nadie me molestaba, no había ruido y podía hacer lo que quería. Pero a medida que pasaron los días, el silencio ya no era tan cómodo, y empecé a sentir ansiedad”, reconoce.

Para evadir esa sensación, trabajaba mucho durante todo el día. “Pero se acababa mi jornada laboral, y quedaba solo. Así es que para sentirme acompañado organizaba videollamadas con amigos y así pasaba el resto de la tarde y la noche”.

Lo que más le ha costado superar, dice, es no poder salir libremente, como antes, cuando solo pasaba un par de horas en su casa debido a su activa vida social. “Fue un cambio muy brusco perder la libertad de golpe, y pasar a estar encerrado 24/7”, se lamenta.

También Aurora Guajardo (70) debió renunciar a su libertad de movimiento, a su gusto por dar largas caminatas, y al placer de estar en contacto con la naturaleza, algo que podía desarrollar gracias a su intensa actividad como miembro del grupo scout, al que pertenece desde niña. De hecho, en esta fecha, otros años estaba en los campamentos de primavera, siendo “guiadora de bandada” de las niñas de entre 7 y 11 años.

Aurora se queja de que, aunque la tecnología le ha servido para ver y hablar con su hija que está en Santiago, y con su hermana, en Viña del Mar, está aburrida de que “todo sean videollamadas, WhatsApp y Zoom”. Quiere volver al contacto directo.

Dice que esas aplicaciones la complican, y que se siente más cómoda hablando que chateando. Por eso, “cuando me escriben por WhatsApp, a veces prefiero llamar para contestarles”, dice riéndose.

Pero lo que más extraña Aurora de los tiempos de “normalidad” es el almuerzo del domingo con su hijo, su nuera y sus dos pequeños nietos, que es a quienes más echa de menos. “La última vez que los vi, hace un par de meses, me comían las manos por abrazarlos, besarlos y hacerles muchos cariños, pero me contuve porque uno no sabe si puede tener algún ‘bicho’ y contagiarlos”, dice.

Sensación de estar excluido

“Son muchas las personas que en este tiempo están experimentando la soledad, y las que han debido vivir el brusco cambio de llevar una vida social y laboral muy activa -que los mantenía gran parte de su tiempo fuera del hogar- a permanecer encerrados, con sus relaciones limitadas a una pantalla y reduciendo a su mínima expresión el contacto humano, que tanto necesitamos”, afirma el psiquiatra Rodrigo Fernández.

Así, añade, quienes transitan esta cuarentena sin compañía se sienten carentes del sentido de pertenencia que da formar parte de un grupo, o del apoyo que un otro puede brindar, condiciones que se ven minimizadas en una situación de aislamiento, y que solo se tienen de manera virtual, lo que no siempre genera el mismo impacto.

Aun así, una llamada telefónica, un mail o una videollamada permiten acercarse y acceder a un otro, ya sea para sentirse acompañado o para acompañar a quien lo pudiera estar necesitando y, de paso, pesquisar alguna necesidad de apoyo. “Eso no reemplaza un abrazo, una conversación cara a cara, o todo lo que implica la presencia de alguien a nuestro lado, pero ayuda a entregar y recibir afecto, rompe la rutina y permite que nuestro día adquiera un tono distinto junto a otra persona, aunque no esté físicamente con nosotros”.

El psiquiatra también advierte que la soledad prolongada, y mal llevada, podría conducir a quienes están solos a una amplia gama de trastornos de salud mental, como depresión, ansiedad, crisis de angustia y trastornos del sueño, entre otros. Eso sin considerar a quienes ya presentaban desde antes estas condiciones y cuyo cuadro clínico podría agravarse por un encierro prolongado.

La mente, el peor enemigo

Al mes de estar sola, Estefanía seguía luchando por encontrar formas de ocuparse. “Si no, mi mente no paraba de pensar, me bajaba la angustia, tenía pena, me ponía a llorar y ni siquiera tenía claro por qué. Incluso, varias tardes me senté en la terraza con una copa de pisco sour. Pero después de unos días me dije: a este paso voy a terminar alcohólica”, ríe.

El punto de inflexión se generó cuando comprendió que era válido sentir lo que sentía y que, de seguro, a más gente le estaba pasando lo mismo. De ahí en adelante, comenzó a buscar formas para salir de la angustia y la tristeza, pues no quería llegar a los medicamentos. Retomó la meditación, se organizó una rutina de ejercicios y trató de comer más sano.

Eran principios de junio, y Estefanía por fin se había adaptado a la situación. Incluso, había comprado materiales para realizar alguna manualidad, que no alcanzó a concretar, porque le avisaron que abrirían nuevamente la tienda.

A Aurora también le ha costado controlar su mente, que se empeña en recordarle que lleva casi siete meses separada de quienes quiere. Y aunque lleva muchos años viviendo sola, reconoce que antes de la pandemia casi no estaba en su casa. Por eso, le cuesta estar confinada.

“En la primera cuarentena (en Hualpén) solo salí un par de veces, y en la última, unas cuatro. Me da miedo salir más”, dice. Su hija, desde Santiago, es quien le saca los permisos y se los envía.

También tiene un hijo en Concepción, a quien solo ve cuando viene a dejarle “cositas”. Aunque no pasa más allá del garage, Aurora se alegra con sus visitas. “Es bonito tener un contacto más real que el que se tiene por el computador. Me gusta ver a mi hijo, comprobar que está bien, aunque no pueda abrazarlo, y la conversa sea corta y de lejos”.

Reconoce que muchas veces se ha sentido sola, y que en varias ocasiones ha llorado. “Algunas tardes, me siento en un sillón y me pongo a mirar los árboles, los pajaritos, y es como que todo se aquieta y me empieza la nostalgia, una pena muy grande”.

En esos momentos trata de respirar hondo para no llorar, y se dice que no hay razón para estar triste, porque sus hijos y toda su familia están bien. “Pero igual se me caen las lágrimas”, admite.

En el caso de Jaime, los problemas comenzaron con la dificultad para dormir, a lo que se sumaron la ansiedad y la angustia, las que no lograba atenuar ni siquiera con las copas de vino que tomaba cada noche. “Antes, nunca estaba quieto: iba a la casa de mis amigos, de mis papás, de mis hermanas, iba al gimnasio. Además, soy muy sociable, sufro estando solo (…) La ansiedad empezó a consumirme y, desgraciadamente, venía acompañada de hambre. Comía todo el día, abría y cerraba el refrigerador, no podía parar de comer”.

“Un amigo me dijo: entretente cocinando. Así es que me puse a leer libros de cocina y a sacar recetas. Como buen lotino, lo primero que hice fue pan, pan de mina. Me quedó tan bueno, que comencé a hacer cada 3 o 4 días y, obvio, me lo comía todo. Después aprendí a hacer dulces… Cuento corto: subí más de 15 kilos”.

Llegó un punto en que Jaime dormía mal, la ansiedad y la angustia no lo dejaban, estaba desarrollando un trastorno alimenticio y hasta le dio una dermatitis: era momento de buscar ayuda. “Quería que me dijeran qué me estaba pasando, y que me dieran algo para dormir. Salí de mi casa protegido entero, porque tenía miedo de contagiarme. En la clínica esperé mi turno de pie, y bien lejos, para que nadie me tocara, porque sentía que todos tenían Covid. Entré a la consulta y el doctor me dijo que estaba en un estado de alerta corporal extremo. Me dio medicamentos para regular el sueño y mi estado anímico y, poco a poco, empecé a mejorar”.

Mantener la salud mental

Para evitar el estrés de la soledad y el confinamiento, y favorecer un buen estado de salud mental, el psiquiatra Rodrigo Fernández hace hincapié en la relevancia de “crear y mantener rutinas saludables, con horarios claros para levantarse y acostarse, y una higiene diaria, aun cuando no se salga del hogar. También pueden realizarse actividades que -por falta de tiempo- antes no se podían desarrollar, como leer, ejercitarse o escuchar la música que nos gusta”.

Afirma que también es importante, para evitar el aumento de los niveles de estrés, limitar el tiempo en que se accede a noticias, las que solo deben provenir de fuentes confiables. Pero, aun así, destaca que es necesario que la persona se mantenga al tanto de las novedades y sucesos que ocurren en su comunidad.

Aclara que todo lo anterior es solo una guía, y que la nueva rutina debe ajustarse a las necesidades y propósitos de cada persona, y brindar tiempo para reflexionar, reencontrarse y rearmarse en esta nueva condición.

“Si esto no es suficiente, el sentimiento de soledad resulta agobiante y la persona se siente sobrepasada y no logra el autocontrol necesario para organizar su día a día, debe buscar ayuda profesional, de modo de obtener un diagnóstico y un tratamiento adecuados”, enfatiza, añadiendo que es muy importante no automedicarse, pues ingerir cualquier compuesto podría acarrear efectos adversos o empeorar el cuadro.

Recalca que es fundamental entender que la situación que vivimos es desconocida para todos, así que es válido sentirse desorientado y con cierto temor al futuro. “Pero debemos recordar que esto pasará, que gradualmente volveremos a nuestras actividades, a nuestra familia y amigos. Solo hay que tener paciencia y seguir cuidándonos entre todos”, puntualiza.

La luz al final del túnel

Aurora Guajardo.

Cuando en septiembre se decretaron nuevas cuarentenas en el Gran Concepción, Estefanía Arias debió volver a aislarse en su departamento, pero esta vez el panorama ya no era desolador. “Ahora estaba preparada, sabía a lo que me enfrentaría. Y aunque seguía necesitando la contención física y emocional de mis papás, mi familia y los que me quieren, logré relajarme”, cuenta.

Así que se armó una rutina para evitar que su cabeza deambulara libre por los pensamientos negativos, y se animó a comunicarse por videollamada con sus amigos, algo que antes -reconoce- le daba vergüenza. “Ahora paso todo el día conectada, porque es genial conversar viendo a la otra persona”.

Además, se hizo el tiempo para volver a meditar, para analizarse ella misma y a sus temores, para trabajarlos, aceptar sus debilidades y reencontrarse con sus fortalezas, que le permitirían salir airosa del confinamiento. “También me di el tiempo de ir al médico, de cuidarme, de quererme. Entendí que fue bueno pasar sola la primera cuarentena, aunque hubiera sufrido, porque me sirvió para enfrentar mis miedos, que no habrían aflorado de estar acompañada (…) Creo que ha sido un tiempo para conocerme más, para crecer, para ser una mejor Estefanía, y estoy orgullosa de haberlo logrado”.

También Jaime Jara está mucho mejor. “Ha sido difícil, pero he aprendido a sobrellevar la soledad, y pasé de sentir miedo por todo a tomar más el control de mi vida y de mis tiempos”, relata. Ahora lleva una alimentación más saludable, no bebe alcohol, suspendió las juntas virtuales entre semana para dormir mejor, y está tratando de leer más y de meditar a diario.

En este periodo también ha descubierto lo importante que es su familia, y el cariño y contención que le brinda, y ha aprendido a valorar la libertad, que antes daba por sentado. “Ahora sé que los miedos hay que enfrentarlos, con herramientas que solo podemos encontrar dentro de nosotros. Que debemos preocuparnos de las cosas importantes y olvidarnos de las que no valen la pena. Que hay que aprender a adaptarse y ser resiliente, y siempre preocuparnos de quienes nos importan, llamarlos, saber cómo están, porque hoy todos estamos vulnerables”, explica.

Pero el logro más grande de Jaime durante este periodo es haber retomado su fe. “Mi familia es evangélica y siempre decía que la respuesta a nuestros problemas estaba en Dios, que era esperanza y tranquilidad. Pero yo nunca sentí esa paz, hasta ahora que, en medio de la soledad, sentí la necesidad de orar. Experimenté una paz tan grande en mi corazón, que ya no he dejado de hacerlo”, sostiene.

Aurora Guajardo, en tanto, sigue peleando con la tecnología, pero en el último tiempo le ha permitido comunicarse con sus amigos de Viña del Mar, a quienes conoce desde niña. “Somos como 30. Hablamos puras tonteras y nos reímos mucho, así es que se nos hace corto el tiempo de la conexión gratis de Zoom”, dice, añadiendo que estas reuniones son una buena terapia.

Está dándose permiso para levantarse más tarde, y para disfrutar de leer, tejer y ahora, en primavera, de cuidar sus plantas. Además, hoy la motiva una nueva ilusión: su hija se vendrá a trabajar a Concepción y, al menos por un tiempo, vivirá con ella.

“Extraño salir tranquila a la calle, abrazar a las personas. Quiero que esto se acabe o que, al menos, esté controlado para Navidad, para que podamos pasar esa fecha en familia. También sueño con disfrutar un helado bien grande. Así es que, cuando esto pase, me voy a comprar uno en el Dimarco, de Conce, y me voy a sentar a la mitad de la plaza a disfrutarlo, viendo pasar a la gente”.

 

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