Mientras en diferentes puntos
de Europa, y a pesar de los
brotes de coronavirus, varios
teatros tuvieron la audacia de
abrir sus puertas al público con
medidas de higiene y seguridad,
recientemente el Metropolitan
Theatre de Nueva York anunció
que no funcionará presencialmente
hasta que exista una vacuna.
Incluso si eso es en 2022.
En Chile, en tanto, y debido al estado de emergencia que ya ha durado más de 6 meses, los espacios culturales han debido buscar una manera de continuar con el rol que les compete en la actividad cultural, así como con su responsabilidad para con la labor de los artistas.
Y como bien dicen por ahí: cuando se cierra una puerta, siempre se abre una ventana. Para quienes tienen el privilegio del acceso a Internet, la pantalla del computador se ha transformado en un verdadero portal, como esos con los que nosotros, niños de los ‘80, alucinábamos mientras veíamos en una tv en blanco y negro los dos únicos canales que llegaban a regiones.
Pero hoy la web ha abierto un nicho infinito para la transmisión de contenidos envasados, grabaciones, conciertos u obras de teatro. Todo en tiempo real, con artistas que adaptaron su trabajo sobre las tablas para ejecutarlo desde sus casas.
Los talleres, ciclos de capacitación y cursos han abierto otra oportunidad para saldar la deuda con el espíritu inquieto de los creadores nacionales, y una arista maravillosa para el proceso de internacionalización. Así ha ocurrido en Teatro Biobío, donde estudiantes mexicanos aprenden dramaturgia con escritoras y guionistas de la ciudad de Concepción.
Las visualizaciones desde lugares lejanos permiten, además, continuar con los programas de extensión, romper las barreras geográficas y llegar a públicos de las más diversas zonas.
Con el ingreso de la tecnología hemos roto no solo las barreras del espacio, sino también del tiempo, pudiendo ver repetidas veces una obra envasada en línea, o escuchar un podcast grabado por el TUC en los ’60, mientras vemos una adaptación hecha en pleno siglo 21.
Hemos visto en pantalla a Delfina Guzmán dialogando con Gloria Varela sobre su trabajo en las tablas penquistas hace más de 50 años. Y eso mientras una está en Santiago y la otra en Concepción, mientras se suman a la conversación mujeres que nacieron en otro tiempo, y que además están en sus propios hogares.
Y seguimos: al desafío actoral se ha sumado el desafío técnico para las compañías.
En Chokman, el primer estreno virtual de Teatro Biobío, las actrices de La Daniel López Company ya no solo estaban atentas a sus líneas, sino que también debían atender sus cámaras, tal como Paulina García y Francisco Melo debieron hacerlo con 3 celulares cada uno en la obra La Familia, en la Temporada Zoom, del Teatro Finis Terrae.
En lo musical, se ha visto a coros y orquestas sumarse a esta nueva era, tocando en tándem, ensambles y al unísono, para que podamos ver el resultado de un trabajo digno de un pulpo o, en términos más humanos, de un malabarista.
En esta pandemia el artista es músico, actor, tramoya, técnico, director y camarógrafo a la vez, en un desafío multitareas que el espectador no ve, y que tampoco intuye, acostumbrado a observar solo el resultado de un proceso cognitivo y emocional, de por sí complejo, al que hoy se suma el confinamiento de los equipos de apoyo, sostenidos por la www.
“Adaptarse o morir” anunciaba el naturalista inglés Charles Darwin hace dos siglos. En el mundo globalizado -e incierto- de hoy, el cambio debe producirse de manera personal y tecnológica, para sobrevivir económicamente como entidades del mundo artístico.
El futuro es incierto, brumoso. Un poco como una escena de teatro inglés, imagino. Pero ya estamos en este carro, y hay que subirse y andar, porque está comprobado que funciona, y la mirada creativa que podamos darle permitirá que el show siempre continúe, que la escena viva, vibre, ebulla.
Remodelarse/remoldearse para permanecer, y funcionar desde lejos. Verse a través de un vidrio o una pantalla para saber que aún estamos vivos y que existimos a pesar de todo.
Nos adaptaremos. Sí. Y esperaremos en calma y trabajando el momento en que podamos volver a hacer la fila a la entrada del teatro, cortar el ticket, sentarnos en las butacas y buscar el acomodo en la blandura o dureza del asiento, y esperar que la luz se apague y la magia comience.