Dr. Patricio Ramírez Azócar.
Centro de Apoyo al Desempeño Académico
Universidad del Desarrollo.
Un estudiante, al que llamaremos R, tiene que entregar un ensayo mañana en la universidad. En lugar de estar frente a su computador, se mantiene recostado en su cama, pegado mirando el techo. Tiene los apuntes, artículos y libros que necesita para preparar su trabajo repartidos a su alrededor. “Solo diez minutos más”, se dice a sí mismo, mientras abre su teléfono y comienza a navegar por las redes sociales viendo videos de gatitos. Sabe que debería estar trabajando, pero comenzar a escribir es como un cerro cuesta arriba. “Mañana va a ser un mejor día para empezar”, piensa, como si el mañana fuera a traer mágicamente esa energía que hoy no tiene. Llegó la noche, y R empezó con un nudo en el estómago. La ansiedad comenzó a apoderarse de él pero, en lugar de prender su computador, fue a la cocina por un café. Al volver a su pieza, el cansancio y el estrés se combinaron, y lo único que logró fue ver un capítulo más de su serie favorita.
A la una de la madrugada, R decidió enfrentarse a su realidad. Se sentó frente a la pantalla, abrió el documento en blanco, suspiró profundo y comenzó a escribir. La noche había avanzado demasiado y el sueño lo venció antes de que pudiera completar siquiera el primer párrafo.
Lo que vemos en esta historia de R es muy típico de los estudiantes que procrastinan, es decir, que funcionan en lo que comúnmente se conoce como el “arte de la postergación”. En la procrastinación académica, los estudiantes posponen la realización de sus actividades educativas de manera innecesaria, un aplazamiento que suele afectar negativamente su rendimiento académico y bienestar.
Sus causas se encuentran en diferentes factores. Por un lado está el que los estudiantes tengan una baja autoeficacia, es decir, tiendan a creer que no tienen la capacidad para completar una tarea académica y, por tanto, la postergan. Una segunda causa de este tipo de aplazamiento está en la baja motivación, esto es, que la falta de interés o poco valor en la tarea les lleva a posponerla. Un tercer elemento que contribuye a la procrastinación es que un estudiante tenga miedo al fracaso y niveles muy altos de perfeccionismo. Los problemas de autorregulación académica son un cuarto factor que contribuye a la postergación: estudiantes que tienen dificultades para gestionar el tiempo, tener metas claras, mantenerse apegado a las tareas y a evaluar su avance en ellas, van a tener un alto riesgo de procrastinar. Finalmente, se ha visto que un ambiente de estudio con muchos distractores pueden dificultar la concentración y llevar al aplazamiento de las tareas académicas. En este punto, es sabido cómo la sola presencia del teléfono celular produce una “fuga de cerebro”.
¿Se puede combatir la procrastinación? La investigación muestra que sí. Por ejemplo, en un meta análisis publicado en 2023 en la revista Educational Psychology Review, los investigadores revisaron 21 estudios en que se evaluó el impacto de intervenciones que intentan reducir la procrastinación, encontrando que existen intervenciones y prácticas que tienen pruebas de su efectividad ayudando a disminuir este tipo de postergación. Dentro de ellas, las que aparecen teniendo los mejores efectos son las que buscan favorecer la regulación emocional y la autorregulación de los estudiantes. El entrenamiento en la regulación emocional se centra en enseñar estrategias para identificar y gestionar emociones negativas que están contribuyendo a la procrastinación. Por ejemplo, se les enseña a los estudiantes a reconocer y etiquetar sus emociones, lo que les permite ser más conscientes de ellas, para luego entrenarlos en formas saludables de hacer frente a las emociones negativas y así dejen de recurrir a la procrastinación como mecanismo para evadirlas.
Por su parte, el fortalecimiento de la autorregulación les ayuda a mejorar sus capacidades por medio del establecimiento de metas, el uso de la planificación y el monitoreo permanente de cómo van avanzando, de modo que puedan gestionar su tiempo y tareas de manera más efectiva.
Un aporte significativo que pueden tener las instituciones educativas es que, por medio de talleres específicos, recursos en línea (videos o apuntes), servicios de apoyo o actividades regulares en los cursos de asignaturas disciplinares, se pueden favorecer las condiciones para que los estudiantes disminuyan paulatinamente la frecuencia con la que procrastinan y, en el mejor de los casos, pasen del “después lo hago” al “lo hago ahora” de forma definitiva.