Delfín Grandón, su chef en Estados Unidos: Desde la cocina descubrió el talento de Arrau

/ 20 de Mayo de 2011

A 20 años de la muerte del pianista chillanejo, su ex cocinero en la mansión de Long Island, en Nueva York, lo recuerda como un hombre sencillo, cariñoso y sincero, con debilidad por el jamón de jabalí y los flanes caseros. Grandón -hoy un conocido anticuario de Chiguayante- confidencia que la gran pena del maestro fue no haber podido compartir su talento con los chilenos, un don que él tuvo el privilegio de disfrutar cuando ensayaba.


El chef de Claudio Arrau León en Estados Unidos, Delfín Grandón Uribe, hoy dedicado al negocio de antigüedades en Chiguayante, recuerda como una de las mejores etapas de su vida haber trabajado por cinco años y ocho meses con el talentoso pianista en su mansión de Long Island, en Nueva York, entre 1980 y 1985.
Todavía se emociona al rememorar el primer encuentro con el maestro que nació el 7 de febrero de 1903, en Chillán, y murió el 9 de junio de 1991, a los 88 años, en la ciudad austriaca de Mürzzuschlag, en el transcurso de una gira mundial.
“Estaba nervioso; sabía que por su genialidad podía ser un artista con aires de superioridad y un trato distante, pero quedé sorprendido por su cordialidad. Con sencillez me señaló cuál era el tipo de comidas que le gustaban”.
Por entonces, Delfín Grandón (59, soltero) tenía 28 años y fue aceptado en el cargo de chef por su especialidad de maestro de cocina, tras gestionar el puesto desde Concepción, a través de un amigo suyo que lo recomendó con la familia Arrau.
Sus conocimientos del inglés eran básicos y por eso tuvo que estudiar en una High School a poco de llegar a Nueva York. Antes, eso sí, vivió una odisea para conseguir la visa para su permanencia en Estados Unidos e incluso tuvo que viajar a España, donde permaneció seis meses antes de obtenerla, en junio de 1980.
Su primer contacto con Claudio Arrau, considerado el gran pianista del Siglo XX por la crítica especializada, fue telefónico. Lo conoció personalmente cuatro meses después de estar cumpliendo sus funciones como chef en la residencia de Long Island, ya que el artista se encontraba realizando una gira mundial. Durante esos primeros meses vivió en dependencias de servicio de la casa del pianista y luego en un departamento que le asignaron.
La mansión de Arrau, en la que vivió durante 30 años, era de dos pisos y tenía más de 25 habitaciones, piscina, amplios jardines, estacionamientos y dependencias, y uno de sus vecinos, en una casa tan lujosa como la de Arrau, era el cantante Frank Sinatra con quien, confidenció, se encontró en dos oportunidades mientras éste circulaba en su automóvil último modelo. Telly Savallas, el popular policía de la serie “Kojack”, y la acaudalada familia Morgan eran parte también del vecindario.

“Se cuidaba de las frituras”

Delfín Grandón relata que Arrau no era un hombre de paladar sofisticado, aunque tenía algunas preferencias. Más bien, “era de gustos sencillos”, dice. “Desayunaba tostadas con mermelada, consumía poca mantequilla y tomaba mucha agua mineral, aunque sí le gustaba mucho el jamón de ciervo y, a la hora del almuerzo, el menú podía ser una palta Victoria con langostinos; de fondo un medallón de filete con papas cocidas o duquesas -se cuidaba de las frituras- y como postre prefería los flanes caseros y las compotas de frutas”. El dulce de alcayotas era también su favorito.
Otra alternativa podía ser un strogonoff o codornices con alguna preparación especial, aunque siempre apreciaba mejor una dieta sana y equilibrada. “Yo le entregaba una minuta semanal y si algo no le gustaba o tenía problemas con algún tipo de ingrediente o aliño con que se elaboraba algún plato, me lo hacía saber de muy buena forma para variarlo”, precisa.
Recuerda que sólo una vez lo vio tomar un vaso de vino, aunque sí tenía una enorme cava de las mejores marcas chilenas, en una antigua caja fuerte adaptada para esa finalidad. “El trabajo era intenso, porque no sólo tenía la responsabilidad de la alimentación del maestro Arrau, sino que de todos los que vivían en la mansión. A mi cargo estaba la amplia cocina con diseño español, junto a un comedor de diario para 20 personas y otro central para unas 70, pero cuando había un evento mayor, con más invitados, se hacía en la terraza, junto a la piscina”.
Trabajar para Arrau fue también una excelente oportunidad profesional ya que pudo estudiar para alcanzar la categoría de chef en el exclusivo restaurante “Caminare” de Long Island, donde se impartían los cursos de gastronomía internacional. Incluso aprendió a realizar esculturas en hielo para cenas muy exclusivas.

Abrigos de pieles negras

Delfín se acuerda que el maestro usaba un vestuario muy formal, con muchos ternos oscuros. Lo único más lujoso que le vio fueron algunos abrigos de nutria negra o de otras pieles que usaba en la presentación de sus conciertos, cuando las temperaturas bajaban a cero grado. Arrau tenía también un Ford Lincoln para desplazarse por Nueva York, pero William, una persona de su confianza, era su chofer.
También recuerda con cariño al sobrino y manager del pianista, Agustín Arrau. En sus días libres como chef, los domingo, lo invitaba a escuchar las grabaciones de los nuevos conciertos del maestro, en la biblioteca de la mansión donde había miles de cintas de sus presentaciones. Según la Fundación Arrau, el gran pianista tocó en cerca de 7 mil conciertos públicos en 340 giras mundiales y realizó 400 grabaciones.
– ¿Cómo era la rutina del ensayo en Long Island?
“Generalmente, ensayaba todos los jueves de 15 a 17,30 horas, en un gran piano de cola y en una amplia habitación estudio de unos 80 metros cuadrados de superficie, ubicada en el primer piso de la residencia. En una gran biblioteca guardaba grabaciones de sus conciertos y las distinciones que había recibido en todo el mundo. Le gustaba estar solo y con las puertas cerradas, pero su música llenaba gran parte de la mansión. La única interrupción que aceptaba era para recibir el té que me había solicitado”.
Claudio Arrau recibió numerosos premios y distinciones durante su carrera, incluyendo la Legión de Honor de Francia; el Premio de la Música de la UNESCO; la Medalla Beethoven de Nueva York, y el grado de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Oxford, y el Premio Nacional de Arte, en 1983.

Un privilegio

Delfín Grandón cuenta que esos días de ensayo eran para él un gran privilegio, y que por ello trataba de hacer todo sus deberes en el menor tiempo posible para escucharlo: “Me instalaba silenciosamente en la sala contigua. Muchas veces me emocioné, especialmente cuando tocaba piezas de Beethoven con esa maestría tan extraordinaria. La sensibilidad de sus manos que incluso le permitía tocar el piano casi con los ojos cerrados, era la mejor demostración de su genialidad. Además, mostraba una vitalidad increíble en sus ejecuciones”.
En el repertorio del gran pianista siempre estuvieron las 32 sonatas y sus cinco conciertos para piano del compositor alemán, siendo el intérprete que más las tocó en toda la historia. También fueron célebres sus ejecuciones de las obras de Bach, Brahms, Chopin, Debussy, Liszt, Mozart, Schumann y Schubert.
Cuenta que también -en varias recepciones en la mansión- interpretó algunas piezas ante la insistencia de sus invitados, pero que prefería entregar su música a públicos masivos.
-¿Cómo fue su relación con Claudio Arrau?
“Para el talento que tenía como pianista, era una persona bastante sencilla, tranquila y hasta un poco tímida. Sólo se molestaba cuando lo querían fotografiar o filmar”.

Dolido con críticas

En 1979, Claudio Arrau adoptó la ciudadanía estadounidense. Los motivos los detalló en una entrevista -una de las escasas veces que se refirió al tema- realizada en 1984 por el periodista mexicano Waldemar Verdugo para la revista Vogue: “Tenía muchos problemas para viajar entre un país y otro. Cuando subió Allende al poder en nuestro país esto se hizo intolerable. Luego, con los militares las cosas continuaron igual, si no peor. Largas esperas para conseguir visas, suspicacias…y ya no estoy en edad para esas diferencias políticas tan ajenas a mí. Había países en los cuales ya no podía trabajar porque simplemente nos negaban visa a los chilenos, era muy desagradable y además implicaba causar molestias a quienes me rodean; no era justo que por un pasaporte no pudiera trabajar en lugares donde me ofrecían trabajo”. Situación de la que también se refiere Delfín Grandón.
-¿El maestro le comentó alguna vez haberse sentido dolido con las críticas que recibió por haber optado a la ciudadanía norteamericana?
“Me dijo que le dolía mucho tener que hacerse ciudadano norteamericano. Además, al país que viajara y escenario en que se presentara decía sentirse orgulloso de ser chileno; siempre se estaba acordando de su natal Chillán. Creo que algunas críticas que se le hicieron en nuestro país por esa circunstancia fueron injustas. Él fue muy consecuente con sus principios”, dice, al aludir a la determinación del maestro de no tocar en Sudáfrica mientras existiera un régimen de apartheid o exclusión.
Delfín señala que Arrau era tan modesto, que muchas veces se sintió hasta molesto por las alabanzas de la crítica especializada mundial. “Él sabía que tenía ese don con el piano y su gran pasión era tocar para que el público vibrara con sus interpretaciones, más allá de lo que dijeran los críticos y los medios de comunicación”.

Ovación en el Carnegie Hall

Con mucha emoción se refiere también a una actuación de Claudio Arrau que presenció en 1984, en el Carnegie Hall, de Nueva York. “Fue impresionante ver la devoción del público norteamericano y las cerradas ovaciones de pie que recibían sus interpretaciones. Es un orgullo que como chileno nunca olvidaré”.
-¿Cómo evalúa la personalidad de Claudio Arrau, luego de trabajar 5 años y 8 meses como su chef?
“Era muy humano, transparente y con un cariño sincero por las personas, como lo demostraba. Recuerdo una vez en que hizo una gran excepción conmigo: estaba nevando, yo tenía que ir a otra instalación que estaba a unos 500 metros de la mansión y él me pasó su bastón para que caminara más seguro por la nieve. Nunca tuvo aires de divismo ni nada por estilo, al contrario, era de una sencillez que impresionaba considerando que era uno de los mejores pianistas del siglo. Ruth Schneider, su esposa, la mezzosoprano alemana, en cambio, sí tenía un carácter un poco más difícil”.
-¿Cuál es el gesto personal que más valora del gran pianista en los años en que estuvo en su residencia?
“Fue un día que me llamó para decirme: “Mira Delfín, de toda la gente que ha trabajado conmigo, no he apreciado a nadie tanto como te aprecio a ti. ¿Será porque eres chileno…?” Es un gesto que nunca olvidaré, porque yo era uno más de las quince personas que formábamos parte del servicio de la residencia”.

Chilenos no gozaron de su genialidad

-¿Cree que en Chile se valoró en toda su dimensión el talento de Claudio Arrau?
“La gran deuda que hay con Claudio Arrau es que los chilenos no disfrutaron masivamente de su gran talento, porque hubo pocos conciertos acá. Las autoridades de entonces debieron invitarlo y haberlo traído muchas veces más para que se presentara en los principales teatros. Es una oportunidad que desperdiciamos, ya que fue más valorado en el extranjero que en su propio país. Es lamentable, pero no es el único caso que ocurre con nuestros grandes artistas”.
Tras dejar el servicio en la residencia de Arrau cuando ya tenía 33 años, Delfín Grandón se trasladó a Filipinas, a México y retornó a Estados Unidos buscando nuevos horizontes. Tuvo que volver a Chile por la muerte de su padre en julio de 1989, y aquí se quedó para apoyar a su madre viuda y sus dos hermanas menores. Al no encontrar oportunidades como chef se dedicó, a partir de 1990, al rubro de las antigüedades. Hoy es uno de los tradicionales anticuarios de la Plaza Perú de Concepción, donde se le encuentra todos los sábados y también en su residencia de Chiguayante. Allí tiene su taller de restauración de muebles y objetos de colección.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

SÍGUENOS EN NUESTRAS REDES SOCIALES