Profesor Andrés Medina A.
Licenciatura en Historia UCSC.
En la vida de todas las personas hay episodios, hechos coyunturales, que adquieren la categoría de inolvidables. Mayo de 1960 y, en particular, los días 21 y 22 de ese mes, tienen en mi experiencia vital esa característica.
En general, mis recuerdos de niñez poseen un trasfondo de rutina y de acciones repetidas de forma monocorde: juegos con amigos en la población de empleados FIAP de Tomé, donde vivía mi familia; los estudios en la preparatoria, los que incluían viajes diarios entre la casa y la escuela -muchas veces con capa de goma color ladrillo y botas negras Bata (prendas de uso común en la época), que permitían enfrentar la constante lluvia de los temporales de invierno-, y los desfiles para conmemorar hechos patrios, como el que debería haber tenido lugar ese 21 de mayo.
La noche del 20 dejé listo al pie de la cama mi uniforme, con la camisa blanca y la corbata del liceo de Tomé, a cuyo anexo había ingresado al “cuarto preparatoria”. Pero la normalidad se rompió esa madrugada, momento en el cual mis recuerdos se enlazan con las noticias que, con carácter de urgente, invadieron la vida de la población desde Concepción hasta Chiloé. Desde ese instante fue la radio, con su inmediatez, y los periódicos, con informaciones más detalladas, las que ocuparon mi atención en medio de un ambiente de incertidumbre, donde el temor por lo que pudiera suceder estaba siempre presente.
“Ese potente movimiento de la tierra fue seguido por un maremoto que trasladó gigantescas masas de agua, tanto hacia el norte como al sur de la costa de Corral, las que -con una velocidad superior a los 300 kilómetros por hora- provocaron la muerte de miles de personas, a la vez que arrasaron ciudades, caletas e instalaciones viales”.
Eran poco después de las seis de la mañana de ese 21 de mayo, cuando la tierra se sacudió con una intensidad cercana a los 8 grados Richter, un potente movimiento telúrico que tuvo su epicentro en Arauco. La sismicidad se mantuvo a lo largo de ese día y del siguiente, hasta coronar en el conocido Terremoto de Valdivia, un megasismo de 9.5° grados, que ostenta el trágico récord de ser el de mayor magnitud registrado en el mundo, y que golpeó con fuerza la zona centro-sur de Chile.
Ese potente movimiento de la tierra fue seguido por un maremoto que trasladó gigantescas masas de agua, tanto hacia el norte como al sur de la costa de Corral, las que -con una velocidad superior a los 300 kilómetros por hora- provocaron la muerte de miles de personas, a la vez que arrasaron ciudades, caletas e instalaciones viales.
La energía liberada por los sismos hizo que el eje terrestre se desviara levemente, y el maremoto cruzó el océano Pacífico, generando víctimas en lugares tan distantes como Hawái y Japón. La costa chilena, en tanto, desde Corral a Puerto Saavedra se hundió en promedio dos metros, generando la destrucción de ambos poblados.
En nuestra zona, vivimos el derrumbe del entonces único puente carretero sobre el Bío Bío; casas y edificios públicos fueron derribados, no había luz ni agua y, por meses, decenas de familias damnificadas se apostaron en carpas en el parque Ecuador.
La necesidad de información puso a las radios a pila como elementos esenciales para saber lo que ocurría. Fue a través de ellas que se vivió angustiosamente el episodio del Lago Riñihue, del que nacía el río del mismo nombre, y que descendía de la precordillera frente a Valdivia para desembocar en el mar. El terremoto había provocado el derrumbe de cerros, cuyas tierras formaron tres “tacos”, que impidieron el descenso del río, generando que el nivel del lago comenzara a elevarse progresivamente, amenazando con descender como un gigantesco alud que sepultaría Valdivia.
Titánica resultó la tarea de despejar las acumulaciones de lodo a pala, ante la imposibilidad de subir a la precordillera maquinaria pesada. Ante el inminente peligro, el gobierno trasladó a mujeres y niños a otras ciudades. Sin embargo, el esfuerzo de muchos logró un desagüe controlado de las aguas, evitando con ello la destrucción de la ciudad.
Estos extraordinarios (aunque trágicos) acontecimientos que se sucedieron el 21 y 22 de mayo de 1960 lograron posicionar hasta el día de hoy a Chile como el único país del mundo en sufrir en dos días seguidos dos terremotos y un tsunami. Muchos de quienes los vivimos, quedamos marcados por el miedo que esa catástrofe impuso, y que nos mostró cómo la fuerza de la naturaleza puede desatarse sin aviso ni control.