Es una tranquila noche en Los Ángeles, EE.UU. Un tipo solitario (Ryan Gosling) da instrucciones escuetas a través de un celular donde advierte a su interlocutor: “si yo manejo para ti, me das un lugar y una hora y te espero cinco minutos. No tendré nada que ver en lo que consuman ni estén haciendo, y no cargo un arma: yo sólo manejo”. El sujeto, de aspecto nórdico, usa una chaqueta deportiva blanca con un escorpión amarillo en la espalda y posee una mirada que pareciera rehuir de algo muy oscuro.
Nuestro personaje (un tipo tan críptico del que ni siquiera se conoce su nombre) baja la escalera, enciende el motor y se lanza a bordo de un Chevy Impala, raudo por las calles de la pandillera ciudad. Su misión: ser chofer en la fuga de un robo. Lo que sigue es género: una persecución a mil entre los delincuentes y la policía, y uno de los mejores arranques cinematográficos vistos en los últimos años.
El talento virtuoso en el volante de nuestro personaje no pasa desapercibido: de día alterna entre su trabajo como doble en películas de Hollywood y como mecánico en el taller de Shannon (Bryan Cranston), su jefe y suerte de manager (comisiones de por medio) para sus pitutos en el cine y el delito. Todo va sobre ruedas -literalmente- para este moderno cowboy, hasta que un día conoce a Irene (Carey Mulligan) y a su hijo, sus vecinos de departamento; un click que le moverá el piso a este ser misterioso y autista, acostumbrado a ver el mundo – y conducir por él- con gélida indiferencia.
Dirigida por Nicolas Winding Ref, Drive fue la sensación en el pasado Festival de Cannes, donde obtuvo el Premio al mejor Director. En EE.UU, en tanto, logró una recaudación de alrededor de 35 millones de dólares, nada de mal si consideramos el carácter independiente y autoral de esta propuesta. Y quizás ahí es donde se encuentre la primera clave de su éxito: el ser una historia gringa construida en suelo gringo, con plata gringa, pero dirigida con una mirada marcadamente europea (un director danés, un protagonista canadiense). Y el resultado es espléndido: un thriller dramático al que no le falta nada, pero contado desde el talento y la mesura.
En Drive conviven diálogos precisos, un montaje soberbio, una fotografía exquisita (de contrastes, luces y sombras) y una estética de autopista urbana que, junto al soundtrack electrónico a cargo de Cliff Martínez, a ratos generan verdaderas obras de arte del video clip en clave ochentera. Hay historia, sí; pero también una sobre- estimulación placentera a los sentidos, para contemplar e incluso para “volar”.
Las citas para los más cinéfilos son evidentes: el solitario conductor es un rudo antihéroe que a pesar de sus rasgos casi “sico” posee instintos justicieros (trabaja para la mafia con tal de ayudar al esposo de Irene, su amada), y en la fórmula de su arisca personalidad conviven clásicos como Charles Bronson, Harry el Sucio o el más contemporáneo Old Boy. En definitiva, Drive es, por sus méritos, una película de factura categóricamente superior al promedio.
Nicolás Sánchez