Ya lo habíamos vivido en crisis pasadas. Los incendios forestales del verano del 2017 y el reciente estallido social del 18/O nos demostraron que durante situaciones de emergencia, los rumores y contenidos falsos circulan rápidamente, provocando un tipo de desinformación que es difícil de combatir.
La historia se repite con esta pandemia que tiene al mundo en vilo. Si el coronavirus se extiende por el mundo vertiginosamente, la desinformación sobre él parece ir todavía más rápido, agravando el panorama global, pues una decisión basada en un dato falso o impreciso puede marcar para una persona la diferencia entre contagiarse o mantenerse sana.
En el Manual de verificación, una guía definitiva para verificar contenido digital al cubrir emergencias -editado en el 2014 por el European Journalism Centre-, sus autores explican que en ambientes donde el temor y la incertidumbre arrecian, las habilidades de pensamiento crítico disminuyen, lo que nos hace más propensos a dar validez a mensajes no verificados, que en una situación normal no admitiríamos como creíbles.
Ello también nos hace proclives a compartirlos para alertar a otros, convirtiéndonos inconscientemente en difusores de desinformación y de noticias falsas. Así ocurrió, por ejemplo, con un video que se transformó en viral, donde una mujer enseñaba a fabricar mascarillas artesanales de papel higiénico. Finalmente expertos reaccionaron para informar que este tipo de protección no solo no era efectivo para prevenir el contagio del Covid- 19, sino que entregaba una falsa sensación de seguridad que podía exponer a las personas a situaciones de riesgo.
Una investigación de expertos del Massachussets Institute of Technology, basado en mensajes de Twitter divulgados entre 2006 y 2017, concluyó que las historias falsas se compartían con mayor velocidad y llegaban a una mayor cantidad de usuarios que las verdaderas. Asimismo, que los responsables de la difusión de contenido falso no eran los bots, como erróneamente se pensaba, sino que usuarios “humanos” de esta red social.
De allí la importancia que a la hora de gestionar la comunicación se tenga en cuenta que la información clara, oportuna y veraz es esencial en estos días para asegurar la salud y el bienestar de las personas.
En Chile especialmente, las disputas públicas que en el inicio de la crisis tuvieron autoridades de gobierno, epidemiólogos y el Colegio Médico frente a las medidas para enfrentar la pandemia, provocaron desconfianza en la información oficial y alentaron el desasosiego en la población. Una situación que se ha visto contrarrestada con la unificación de criterios que permitió la conformación de una mesa social por Covid-19 integrada por autoridades de gobierno, jefes comunales, académicos y profesionales de la salud.
Pero el trabajo por informar adecuadamente es mucho más amplio e involucra a
la sociedad toda. Tras ese objetivo debemos alinearnos, asumiendo cada uno su rol como
un deber social. Es una cuestión de conciencia, de empatía y de responsabilidad con la
salud propia y con la de los demás. Todos queremos desterrar el coronavirus de Chile.
Por ello, consumir y difundir información verificada es un paso esencial.
Equipo editorial