Ya casi termina enero, y estamos a dos meses de cumplir un año “en pandemia”. El temor al contagio, el confinamiento, el dolor por haber perdido a seres queridos, la incertidumbre sobre cuándo regresaremos a un escenario parecido al que teníamos antes del Covid-19, pesan, y se sienten en la mente y en el cuerpo.
Se habla de una especie de saturación que hace meses se ha dejado ver en la actitud de personas que bajaron la guardia en sus cuidados o, simplemente, le perdieron el miedo al virus, y han intentado volver a su normalidad. Una conducta que la historia dice se ha repetido en otras pandemias que trajeron dolor y muerte a la humanidad. El hombre termina revelándose de una u otra manera a un estado de encierro y limitaciones extendidas que no son parte de su cotidianidad, aun cuando esto signifique exponerse a enfermedades que podrían ser mortales.
Lo vimos en los días previos a la Navidad, con calles y centros comerciales llenos de gente buscando obsequios para esta celebración; también con las fiestas de fin de año que sobrepasaron todos los aforos permitidos en el plan Paso Paso. Y se sigue observando, con los intentos de incumplir las normas para salir de vacaciones y en la organización de actividades masivas prohibidas que todos los días conocemos en denuncias que muestran los medios de comunicación. Hasta está presente cuando dejamos entrar a nuestros hogares a quienes no son parte de nuestro núcleo familiar, incluso desconociendo el compromiso que pueda tener esa persona con su autocuidado.
La vacuna contra el coronavirus es la esperanza de todos. Tal como informó el Gobierno, hoy ya están trabajando para inocular al grupo de la población de mayor riesgo (aproximadamente cinco millones de personas) durante el primer trimestre de este año. Y a gran parte de la población objetivo, cerca de 15 millones de personas, durante el primer semestre de 2021. No obstante, las medidas preventivas y el autocuidado serán costumbres que deberán quedarse, por lo menos, hasta 2022, y es esta conciencia la que tiene que permanecer en la población.
¿Cómo lograrla cuando el hastío se superpone al miedo? Tal vez comprender y asimilar la peligrosa realidad que en esta epidemia enfrenta la población de mayor riesgo puede permitirnos conservar el aliento que se necesita para seguir cuidándonos. Algo que se requiere, sobre todo en nuestra región del Biobío, donde el Covid-19 ya costó la vida a más de mil personas, 36 % de las cuales corresponde a mayores de 80 años. Un dato importante, sobre todo si se tiene en cuenta que ese grupo etario solo representa el 2,6 % del total de contagiados, lo que evidencia la alta relación entre edad y fallecimientos. Lo mismo sucede con los grupos entre 79 y 75 años y de 74 y 70 que, juntos, suman el 30 % de las muertes de la región.
Ese es el escenario que enfrentan quienes aparecen como los más débiles ante el coronavirus, y es en nombre de ellos que hay que mantener el cuidado que tanto se nos ha pedido. Detrás de esas cifras hay personas, familias y dolores que difícilmente pasarán. Por ellos hay que continuar, aunque el hartazgo a veces nos quiera vencer. Tenemos que cuidarnos entre todos, porque esa es la única forma efectiva de hacer frente a este virus, al menos hasta que las vacunas lleguen a la mayoría de la población.