No se promocionan con grandes anuncios en los medios de comunicación ni tampoco están presentes en los escenarios tradicionales. Menos, se encuentran en lOS escaparateS de las librerías del centro comercial. No, esta red de artistas se mueve “fuera del sistema”, y mira con recelo, pero sin envidia, a los pocos privilegiados que se hacen millonarios “vendiendo arte”.
No tienen un lugar fijo para mostrar su arte en Concepción. Lo hacen en departamentos privados, en pequeñas o, a veces, improvisadas salas de exposición, en Internet o en la misma calle. Son artistas que abarcan la pintura, la danza, el teatro, la escultura y la literatura; que no aparecen todos los días en los diarios ni ganan premios millonarios ni, menos, son nombrados en Santiago, pero que existen y le dan vida a una ciudad que muchas veces les da la espalda.
Ser “artista” en Concepción no siempre alcanza para vivir. Hay que rebuscárselas, dicen, de alguna manera para pagar cuentas y para correr con todos los gastos, incluidas las herramientas de su propia disciplina. Por eso si es que hay algo de lo que saben los hombres y mujeres de las artes locales es de la autogestión: desde conseguir un espacio para actuar o montar sus exposiciones hasta los pasajes si es que de una gira se trata. Todo se torna difícil y ahí las redes de contacto, los amigos en algunas municipalidades o los mismos compañeros ayudan bastante.
Mostramos cinco historias de creadores que pasan sus días desarrollando su quehacer en las más diversas áreas. Muchos no son del todo reconocidos, muchos tampoco aparecen en este reportaje, pero están ahí, existen. Sólo falta re-mirar Concepción y un poco menos hacia afuera para encontrar arte, y del bueno.
El “depa” privado
Cuando hace cuatro años llegó a Concepción, el mexicano Miguel “Misha” Vaylon se sorprendió con el hecho de que acá no existían suficientes espacios para el arte. Pero no se quedó pegado en la idea o en la crítica y, entonces, junto a dos amigas, también del ambiente artístico local, Valentina Durán y Mimi Cavalieri (estas dos últimas del extinto Del Aire Artería), crearon 3A Estudio, bautizado así porque se ubica en el departamento 3A de un antiguo, amplio y céntrico edificio de Concepción.
En este espacio se proyectan documentales, exposiciones y obras de compañías de teatro “no convencionales”, como prefiere llamarlas Misha. “Somos un departamento privado que abre sus puertas a las artes visuales, a la pintura, a la fotografía, así como al teatro y a la danza”, detalla el director teatral y gestor cultural.
Y han ido creando todo un ambiente en torno a los espacios del departamento, incluso en su terraza con vista a la calle Aníbal Pinto, como las Tardes de ArtTE, un encuentro para cualquier penquista que quiera, junto con compartir un té y algunos dulces, ver obras de arte y comprarlas.
“Apostamos por la calidad más que por la cantidad de presentaciones. También vivimos aquí, entonces no siempre estamos con eventos”, explica, y agrega que es complejo hacer gestión cultural en Concepción, pero no por desinterés de los artistas en mostrar lo que hacen, sino porque el público no siempre “engancha” con estas propuestas. De hecho, dice, siempre están recibiendo solicitudes en su Facebook (3A Estudio) de artistas de todas partes del país e incluso del extranjero que quieren mostrar sus trabajos.
“Eso sí, si comparamos lo que había cuando llegué acá a lo que hay actualmente, tengo que reconocer que ha habido una evolución interesante. Todavía se está en proceso de educar y formar audiencias, y falta también una buena crítica a lo que se está haciendo, porque en Concepción no están acostumbrados a la crítica especializada de arte, vivimos en una burbuja”, dice.
El cortocircuito
“A Concepción le falta evolucionar, faltan buenos talleres y, sobre todo, falta crecer literariamente”, dice Ingrid Odgers, autora de libros como Más silencioso que mi sombra (2006) o Los ojos que te vieron (2013), pero, además, dedicada a la impresión de textos, en su propia casa, a través de una pequeña empresa que da vida a Ediciones Orlando. “Edito libros de artistas, muchos de ellos ni siquiera son de la Región, y de acuerdo con sus requerimientos los imprimo y armo yo misma con mi socia María Cristina Ogalde”, revela.
La historia de Ingrid no es la típica de un artista. Ella no nació rodeada de esa vida, pero siempre tuvo el “bichito” que la llevaría hasta las letras. Ingrid era una exitosa profesional en los ‘90. Se paseaba como analista de sistemas en empresas de relevancia nacional. Pero un día, su propio sistema -ella misma- hizo un cortocircuito y tuvo que dar un giro. Tomó decisiones tan radicales, que cuando hoy las cuenta, sentada fumando un cigarro de filtro rojo y tomando Coca Cola, aún se le escapa un dejo de angustia al recordar pasajes de esa vida que la hacía inmensamente infeliz.
“No era lo que yo quería. Era la vida de una ejecutiva joven, con muchas tarjetas, pero que no tenía una vida propia y sí, muchas, demasiadas, responsabilidades”, relata.
Fue la muerte de una prima, y hasta entonces su única amiga, tras un derrame cerebral, la que la obligó a hacer ese “clic” que la convirtió en escritora. De poesía erótica al principio y, más tarde, de novelas, todas con Concepción como escenario, y que cuentan historias de amor y de tragedia.
Cuando mira hacia atrás, siente que sí pagó un precio -la estabilidad financiera, principalmente- por dejar de ser un “animal de trabajo”, pero que la literatura ha sabido retribuirle esa pérdida.
Ediciones Orlando -cuyo nombre responde a una obsesión que tuvo durante un tiempo con la escritora Virginia Wolf y su novela Orlando- es su pequeño pasatiempo, el que, además, le ayuda a vivir. “Todo partió cuando quise editar mi primer libro. Santiago es muy caro, y entonces se me ocurrió instalar un taller en la casa, y editarme yo misma”. Aunque, eso sí, Ediciones Orlando, que toma ese nombre en 2012, partió antes, con el proyecto Ediciones La Silla, por allá por el 2004, y ya lleva cerca de 80 títulos editados, de escritores locales como de otras regiones, y hasta una publicación evangélica. Otra de sus actividades son talleres literarios, en su propia casa en Lorenzo Arenas, o vía online.
“La literatura es un camino difícil. En Concepción hay mucho celo y mucha envidia, y hay personas que se han apropiado de los espacios. Pero para eso estamos nosotros, para apropiarnos de esos lugares también”, dice Ingrid.
Vivir del arte
A diferencia de Ingrid, tal vez Eugenio Brito Figueroa siempre supo que iba a estar ligado al arte, y no necesitó pasar por otras disciplinas antes de llegar a lo suyo.
Es hijo de Eugenio Brito Honorato, reconocido pintor chileno que colaboró con Jorge González Camarena en la creación del mural Presencia de América Latina, en la Casa del Arte de la Universidad de Concepción (UdeC).
Eugenio “junior” llegó a esta ciudad porque a su padre lo nombraron director de la Escuela de Arte en la UdeC. Tras pasar algún tiempo afuera del país, hoy es uno de los artistas plásticos consagrados de la escena local. “En mi casa, y en mi vida, siempre se vivió el arte. La historia de mi padre es una herencia y tengo que hacerme responsable”, revela hoy.
Y lo ha conseguido. Hoy se dedica a la pintura, a la escultura, al diseño de muebles, a las instalaciones, y a una de sus últimas pasiones: la aciduración sobre metal. “Es un proceso químico que se hace básicamente con cobre y bronce, y que con elementos químicos se va oxidando, y van apareciendo diversos colores hermosos”, dice. Ahora, también va a emprender la tarea, junto a Alejandro Delgado, Jorge Zambrano y Cristián Rojas, de instalar un mural en la añosa estación de ferrocarriles El Arenal, de Talcahuano, luego de ganar un Fondart en la última convocatoria. “La idea es rescatar la riqueza que esconden esas estaciones a través de un mural que todos puedan ver, porque este lugar es ocupado por la comunidad para diversas actividades”, relata Eugenio.
Como los demás artistas, Brito recalca que es en la falta de espacios para mostrar su arte donde topan varios creadores locales. Por ejemplo, comenta, la Pinacoteca hace muy poco se está abriendo a traer artistas más jóvenes y “no a los mismos artistas muertos de siempre”.
Hay espacios, pero hay que saber buscarlos, crearlos y aprovecharlos, remata.
Autogestión
Daniel López era el nombre falso que usó Augusto Pinochet para crear cuentas bancarias en el extranjero. Y ese fue el mismo nombre que utilizó, como una parodia, la compañía de teatro penquista Daniel López Company -que partió oficialmente el año pasado-, y que sus creadores, Enzo D’Arcangeli y Bárbara Jarpa, definen como la continuadora de la ex compañía La Perra.
Por estos días, explica su productor general, Juan Ríos, la agrupación se prepara para presentarse en un festival de teatro independiente, en Los Ángeles, con el montaje Chokman, una obra de Nicolás Salazar, que trata sobre dos trabajadoras de la fábrica del tradicional caramelo, quienes entre conversa y conversa debaten sobre la vida obrera.
Nuestra idea en estos montajes, dice Juan Ríos, es trabajar más las actuaciones y el fundamento teórico de las obras. “La intención es tener un registro más cotidiano, más cercano, no tan basado en lo clásico, sino en algo más directo para el público”, agrega.
Y en eso están con Chokman donde “se habla harto de principios marxistas, del valor de la fuerza de trabajo versus el dinero”, agrega Francisca Díaz, una de las actrices en la obra que tendrá otra presentación en febrero, en Coquimbo.
Según comentan Juan y Francisca, ambos ex integrantes de la compañía Reconstrucción, en Concepción de a poco se han ido creando espacios para mostrar teatro, aunque de manera muy “tímida” y la gran mayoría obedece a autogestión de los artistas. “Muchos tienen que trabajar de meseros antes de los ensayos, y conseguirse salas con los amigos, los implementos, todo”, dice Ríos. Además, los espectadores casi siempre son los mismos, estudiantes universitarios y los artistas de otras disciplinas.
Como Daniel López han querido experimentar con un teatro que salga de las salas convencionales. Así, cuentan que una vez se presentaron en una toma de Barrio Norte, y que la recepción fue “increíble”. Por lo mismo, ambos tienen sus aprensiones con el futuro Teatro Regional que se levantará en la Costanera. “Yo no sé si se le va a dar el espacio a las compañías locales, o va a ser un desfile para extranjeros”, dice Juan Ríos.
Leer o comprar
“Escribir es una terapia, es tremendamente liberador, es un exorcismo”. Así define Oscar Sanzana a su pasión, las novelas (Alucinaciones, 2011; Rituales, 2012, y Los Lacayos, 2014), donde usa a Concepción como motivo para tratar diferentes problemas sociales. “Es que esta ciudad inspira”, dice.
En la literatura, recalca, la autogestión es clave: “No nos podemos estar quejando, porque la falta de apoyo es parte del oficio. La literatura genera problemas al poder, pues quienes nos dedicamos a esto somos vistos como francotiradores, ya que la lectura concientiza sobre la realidad y permite interpretarla”.
Por eso, por ejemplo, para la distribución de sus novelas se vale de las redes de amigos o de las librerías de personas cercanas y que hacen un trabajo independiente, como J. Libros y Zaguán.
Uno se enfrenta constantemente a una disyuntiva, reflexiona Sanzana: “Querer ser leído o que te compren porque sí”, de hecho, asume que nadie se va a hacer rico con esto, “salvo Allende y Coelho”, recalca entre risas y, por lo mismo, dice, toda la discusión sobre el alto precio de los libros a veces parece estéril. “En Internet están todos los libros, sólo quedan unos pocos que aún les gusta comprar”, reflexiona, quien también en su momento se dedicó al Periodismo, su profesión. “El periodismo es bastante similar a la literatura”, comenta el ahora magíster en Literatura Latinoamericana de la UdeC, pero que una vez egresado de su carrera de pregrado se dio cuenta que no era la forma en la que quería comunicar, y por eso se puso a escribir novelas. Ahora, se encuentra en pleno trabajo de un nuevo título, Escrito en el sol, que recrea el primer suicidio conocido como “ritual”, ocurrido en Coronel, en 1984.
Sobre su visión de la ciudad, desde el mundo de las artes literarias, Oscar dice que se ha elitizado la literatura, y que ese ambiente paralelo en que se mueven las letras, entre lo clandestino y lo invisible, también es culpa de los artistas. “Nos falta darnos a conocer. Se están produciendo muchas cosas. Algunos pueden decir que es marginal, pero lo importante es acercarlo a la gente, esto debe ser parte de un proyecto cultural y político”, recalca.