Una historia en dos actos resume, bajo una mirada que puede ser algo subjetiva y, sin duda, personal, lo que es hoy el atractivo que proyecta el Encuentro Regional de Empresas hacia adentro y afuera del Biobío.
Primer acto: “La mirada santiaguina”. Por segundo año consecutivo asisto al Erede con dos capitalinos con quienes me toca trabajar y que están muy en sintonía con la actualidad en múltiples sectores de la economía de la Región Metropolitana. “Qué tremendo evento hacen aquí”, casi corearon ambos. La puesta en escena, los temas y los invitados a exponer son de primer nivel, al mejor estilo de lo que “se hace allá”. De hecho, fue al venir a la edición de 2018 y constatar la magnitud y convocatoria de este evento, que refleja la masa crítica empresarial de nuestra zona, que ahí mismo decidieron avanzar con un proyecto en Concepción. Eso sí, hicieron el mismo llamado de atención las dos veces que vinieron: “No se quejen tanto de Santiago”.
La explicación de ello no tiene que ver con la legitimidad del reclamo, sino en usar nuestra energía y capacidad en ponerse en acción y actuar estratégicamente para lograr nuestras demandas, y no desgastarse uno y, tampoco a los demás, en llorarle constantemente nuestras penas a los santiaguinos. Tal como nos pasa en nuestra vida, en la calle, en el trabajo, con los amigos o la familia, a esos que andan todo el día en actitud quejumbrosa, cada vez los escuchamos menos y los evitamos. La asertiva invitación del intendente Sergio Giacaman dio cuenta de ello: “Hagamos que Santiago trabaje para nosotros”. Encontremos la forma de hacerlo.
Segundo acto: “A la hora del café”. Más allá de que a uno le puedan parecer buenas, malas o regulares las exposiciones y le crea o no a los mensajes y anuncios que hacen los ministros, quizás uno de los mayores valores que tiene el Erede es que nos da la oportunidad de encontrarnos, conversar y reflexionar entre distintos sectores y actores que quieren lo mejor para nuestra Región del Biobío y su capital, Concepción. Y eso ocurre en los salones, afuera de donde se desarrollan las conferencias. Ahí, en el café, en los corredores, tras la puerta donde algunos salen a fumar. Aquellos son los lugares donde se producen las conversaciones más sinceras respecto de cómo vemos a nuestra zona y su futuro. Ahí, además, es donde aparecen las oportunidades, se generan reuniones para los días posteriores y hacemos contactos que extienden nuestras redes, muchas veces mientras adentro algún ministro “hace anuncios que después olvida camino al aeropuerto”, como me dijo un conocido.
En esos espacios también es donde nos ponemos al día con gente que no vemos hace un tiempo y con quienes, en ocasiones, reactivamos vínculos, no solo profesionales sino también personales. Qué decir de los “comentarios en off” que recorren los pasillos, con las historias detrás de bambalinas que muchos cuentan del quehacer local.
Cómo no tenerle aprecio al Erede, si nos da tanto en un día, a tal nivel que nos deja todo un año esperando por su regreso.