Un equipo de Revista NOS se propuso vivir la experiencia de la recolección y entrega de alimentos junto a quienes forman parte del primer banco de alimentos de la Región de Biobío. Tienen dos centros de distribución: uno en San Pedro de la Paz, con productos lácteos y de corta data, donados principalmente por empresas, y otro en la Vega Monumental de Concepción, que recolecta diariamente frutas y verduras. Estuvimos compartiendo con ellos en ambas locaciones. Ahí fuimos testigos de su quehacer realizado bajo estrictas normas y un acabado proceso de selección y reparto. Conocimos también a algunos representantes de las 38 organizaciones que se benefician con el trabajo de esta corporación. Su fin es simple: eliminar el desperdicio de alimentos bajo el lema: “la comida no se bota”, y promover un consumo responsable. Ésta fue nuestra experiencia dentro del único banco que entrega todo, sin esperar nada a cambio.
Por Rayén Faúndez.
El menú de ese día en la Corporación Alimentos Biobío Solidario incluía leche y jugos en cajita, compotas de fruta individuales, paquetes de tortillas para tacos y burritos, salsa de tomate, salsa picante, mermeladas y pulpas de fruta de diversos sabores.
Las cajas estaban acumuladas y fueron siendo ordenadas a medida que llegaron a esta bodega ubicada en el Mega Centro de San Pedro de la Paz, que funciona como centro de distribución de Alimentos Biobío Solidario.
Todas parecían iguales, pero Víctor González Valdebenito, encargado de las entregas y de la bodega, era capaz de identificar cada producto rápidamente. Sin dificultad alguna, comenzó a preparar las entregas para las instituciones que llegarían en busca de lo que la bodega tuviera para ofrecer.
Uno de ellos aparece pasadas las 10.30 horas. Es Carlos Véjar, sargento de propiedad del Ejército de Salvación. Él es el encargado especial de distribuir alimentos entre miembros con carencias de la iglesia y personas necesitadas de su sector. A veces son personas sin trabajo, inválidas o postradas. Muestra las fotografías de las familias a quienes llevó cajas de cereales en el reparto anterior. La mayoría eran ancianos. Todos aparecían sonrientes.
Y empezó el trabajo. Caja tras caja, ayudamos a Víctor a acomodar 172 kilos de productos en un carro. En esta ocasión, dice la planilla que le sirve de guía, la entrega beneficiaría a unas 600 personas, y el valor total de todo el “pedido” ascendió a los $ 490.000. Eso a precio de costo, pues si adquiriera todo aquello en un supermercado cualquiera, la cifra se duplicaría.
La tarea finalizó con el acomodo de cada caja en el automóvil en que llegó Carlos, además de su firma en el certificado que valida una nueva entrega, y su despedida con una sonrisa.
Tras el papeleo, una nueva organización llama a la faena. Es el hogar de ancianos de San Pedro de la Paz, San Vicente de Paul. Uno de sus paramédicos, Diego Mella, espera para recoger los productos que le asignaron en este banco de alimentos, el primero en Chile fuera de Santiago, perteneciente a la Red de Alimentos, que se encarga de recibir productos no comercializables y con corta fecha de expiración. La mayoría es donada por empresas, para distribuirlos a un total de 38 organizaciones sociales, cumpliendo así con dos cometidos: reducir la pérdida y desperdicio de alimentos, y solidarizar con aquellas instituciones que no cuentan con los recursos suficientes para abastecer sus despensas.
Pronto, avisa Víctor, llegará la hermana María Loreto Rubio, del hogar universitario Ángeles Custodios. Ella regresó hace unos meses a Chile, luego de 46 años sirviendo en Argentina. Acá todos se conocen, hacen chistes y sonríen todo el tiempo. “Como no hay compra ni plata de por medio, no llega gente enojada”, dice él, que por años trabajó en inventarios y reposición de mercadería en varias tiendas y empresas.
Nosotros también estamos contentos, algo cansados pero bastante convencidos de que éste es el banco más generoso de la Región del Biobío.
Por WhatssApp y sin pistas
Diego Mella activa su teléfono celular y nos muestra el mensaje de WhatsApp que le avisó que debía presentarse aquel día martes en las bodegas de Alimentos Biobío Solidario. Es un mensaje algo largo y bastante alegre, casi tanto como él, que no ha parado de hacer chistes desde su llegada. No es para menos, considerando toda la ayuda que su hogar recibe. “Esto ha sido una bendición y un ahorro importante para el hogar. Imagínate, podemos tener leche para toda la semana”, dice emocionado.
El mensaje está en un grupo que incluye a todas las organizaciones beneficiarias del banco de alimentos y enumera, horarios incluidos, a las que deben presentarse al día siguiente para recoger productos. No dice qué alimentos están disponibles, sólo avisa si se requiere llevar un cooler, lo que indica la presencia de yogur o pastas frescas. Todo es a la suerte de la olla.
Toda esa organización está en manos de Felipe Valdebenito Olate, encargado de la administración y finanzas de Alimentos Biobío Solidario. Parecen sólo números y tablas, pero es mucho más que eso. “Acá se distribuyen los alimentos por raciones. Conocemos a cada organización, la forma en que trabajan y las personas a las que benefician. Conocemos las raciones justas que se necesitan, porque no se pueden entregar alimentos por entregarlos, ya que no se cumpliría con el fin de la corporación, que es disminuir la pérdida de alimentos. No podemos entregar a una organización la responsabilidad de un consumo del que no se puede hacer cargo”, explicó.
Y en esa tarea, muchas variables entran en juego: la función de la organización, la cantidad de personas a las que beneficia, junto a la edad, condición física y de salud de esos beneficiarios; versus la cantidad y tipo de productos disponibles, y los días que restan antes de su expiración. “Todo es cálculo”, dice Felipe, y más cuando se debe hacer con el tiempo en contra. “Mañana llegan quince pallets de yogur, a los que les quedan dos días para vencer, así que hay que distribuirlos rápido”, avisa durante la hora de almuerzo.
De hecho, las organizaciones se dividen en ambulatorias, donde las personas reciben un tratamiento o atención por el día, o residencias, lugares donde viven personas, como hogares universitarios o asilos de ancianos. A las primeras, se les entregan alimentos fríos, de consumo inmediato y colaciones. En tanto a las residencias, alimentos para cocinar. Eso sí, todos tienen pronta fecha de vencimiento, lo que verificamos con las famosas tortillas, a las que les restaban sólo 20 días para ser consumidas, lo que es demasiado para lo que Alimentos Biobío Solidario acostumbra.
Así también difieren las porciones, pues para organizaciones ambulatorias se puede pensar en una, o hasta dos unidades por persona, asegurando el consumo; “pero si se trata de un hogar universitario, donde residen muchachos que son deportistas y estudian todo el día, requieren raciones más grandes. Tenemos que pensar en cinco para cada uno”, dice Felipe. Bajo estas consideraciones, tampoco es lo mismo abastecer a un asilo de ancianos, que necesita de mucha leche, o a un hogar de niños, donde el cereal y los jugos en caja pueden transformarse en alimentos básicos.
Procesos desconocidos
Los bancos de alimentos son algo nuevo en Chile. Así lo cuenta Clahudett Gómez Millar, gerente de la corporación Alimentos Biobío Solidario, y fundadora de la entidad en 2012. Sólo dos años antes, recuerda Clahudett, se había formado la Red de Alimentos en Santiago, lugar hasta donde llegó cargada de esperanza.
“Yo trabajaba en Aldeas SOS, y un día visitando un hogar vi que llegaban snaks y un montón de cosas. Regalaban los alimentos y los niños estaban felices. La Red de Alimentos recién se había formado y me pregunté por qué no hay esto en Concepción”, comenta.
La pregunta rondó por su cabeza hasta 2012, cuando dejó su trabajo y pidió una entrevista con la Red de Alimentos. Estuvo por un año trabajando como voluntaria, creando redes y alcanzando a diversas empresas, hasta octubre de 2013 cuando se hizo cargo de Concepción. La primera empresa en apoyar con fondos fue Blumar, y luego se sumó Arauco y otras a través de la Ley de Donaciones, permitiendo que la corporación funcionara. Luego, se adicionaron recursos concursables del Fondo Nacional de Desarrollo Regional (FNDR) y del Ministerio de Desarrollo Social. Así, llegó el 2016, cuando al fin se formó Alimentos Biobío Solidario, como parte de la Red de Alimentos, pero con funcionamiento autónomo.
El primer año de trabajo, iniciado en agosto de 2014, rescataron 14 mil kilos de alimentos. Al año siguiente, 150 mil kilos; en 2016 llegaron a los 340 mil kilos, y en lo que va de 2017, ya superan los 500 mil kilos de comida rescatada. Utilizan aquel término porque no se recupera ni se recolecta, sino que se salva de ir a los vertederos, sólo por no ser comercializable, ya sea por su aspecto o porque las fechas de vencimiento están muy próximas.
El éxito es rotundo, pero no fue fácil. Sobre todo frente al tremendo desconocimiento respecto de cómo alcanzar organizaciones, cómo donar y recibir alimentos, y cómo resguardar la transparencia y calidad en la entrega.
“Trabajamos con organizaciones que benefician a personas en situación de vulnerabilidad social, ése es el requisito”, comenta Paula Faúndez Garay, gestora administrativa y social de la corporación en la zona. Pero, para que una organización llegue a recibir alimentos distribuidos por el banco, debe inscribirse en el Servicio de Impuestos Internos como “Entidad Receptora de Alimentos Cuya Comercialización Sea Inviable”. Un trámite que puede tardar incluso dos meses, hasta emitir el número de registro y un certificado de recepción de alimentos. Un proceso sumamente desconocido, donde la corporación guía a las organizaciones para que puedan beneficiarse.
Así, cada vez que una organización recibe alimentos, lo hace a través de una guía de despacho. Luego de recibirlos, se emite un certificado, como si fuera una factura, el que posteriormente presentan al SII de manera mensual. Alimentos Biobío Solidario hace el mismo proceso internamente, como receptores de alimentos por parte de las empresas. Los productos, aunque en cantidades mucho mayores, se reciben también con una guía de despacho, y a las empresas se les entrega un certificado para que puedan pasarlo por gastos.
“Por eso esto es totalmente transparente y normado. Luego nosotros nos encargamos de hacer visitas a instituciones y resguardar que se haga un buen uso de los alimentos”, cuenta Paola. Así, varias entidades han sido sancionadas, principalmente por no almacenar de manera correcta los productos. Hasta ahora, aseguran, no han sorprendido a nadie vendiendo o escondiendo la comida.
Toneladas y toneladas
Pasadas las 15 horas llegamos a la Vega Monumental. En el lado correspondiente a la calle Capitán Orella, está el segundo centro de distribución del banco de alimentos, inaugurado los primeros días de noviembre. El lugar derrocha colores y aromas, y permite que un 3,5 % de todo lo que se desecha en aquel terminal alimenticio pueda ser utilizado en las mesas de quienes más lo requieren. Eso equivale a unos 25 mil kilos de frutas y verduras.
La cifra impresiona. “Se botan 700 mil kilos todos los meses en la Vega Monumental”, aseguró Clahudett, una cifra que no sorprende mucho en comparación a las que registra América Latina y el mundo, considerando que cerca de un tercio de todos los alimentos que se producen se va directamente al vertedero.
Según los registros de 2015 y 2016 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, en Chile anualmente se pierden 140 toneladas de arroz, y por hectárea de siembra, hasta 16.550 lechugas y una tonelada de papas. Ni hablar del pan, donde el promedio es que se desperdicien 63,3 kilos por familia en un año. En el mundo, 1.300 millones de toneladas de alimentos se botan año tras año, y en Latinoamérica, la FAO estima que los alimentos desaprovechados permitirían satisfacer las necesidades alimenticias de 300 millones de personas.
Por eso es que Alimentos Biobío Solidario también trabaja con las cosechas solidarias, enviando voluntarios a aquellos huertos que los agricultores no cosechan por su poca rentabilidad. El año pasado ocurrió aquello con las papas y las cebollas, especies donde la producción fue muy abundante, y su precio bajó demasiado. Así, se perdieron y pudrieron bodegas llenas y los huertos se secaron. Excepto aquellos en Chillán, Chillán Viejo y Quillón, donde la corporación llegó. Así, han aprendido a cosechar desde hortalizas verdes, hasta berries.
“Alcanzar más rescate se ve lejos, pero no es imposible. Debe ser un compromiso penquista valorar los alimentos y no descartar la compra por su apariencia o nivel de madurez, y también para nosotros como banco de alimentos, aumentar el rescate”, comenta Clahudett al respecto. De hecho, son esos alimentos, con manchas, protuberancias o cierta oxidación, los que llegan al banco de la Vega Monumental, donados por los locatarios porque nadie los compra, a pesar de ser comestibles y tener las mismas propiedades nutricionales que otra unidad, de piel totalmente lisa y estructura perfecta.
La moto roja
Aquella tarea es dirigida por Miguel Ángel Valenzuela Delao, quien conduce una motocicleta roja, de aquellas que cuentan con carro. Es acompañado por Bárbara Perera Urcelay y Grisel Sandoval Grandi, estudiantes de Trabajo Social de la Universidad San Sebastián, quienes realizan su práctica en la corporación y se encargan de contactar, fotografiar y recolectar los alimentos. También llevan las redes sociales y denuncian, sin miedo alguno, las montañas de desperdicios que se acumulan en los pasillos de la Vega. Generalmente, también hay un grupo de voluntarios ayudando.
Sin perder tiempo nos ponemos delantal y un sombrero para acompañar al grupo en su último recorrido. Son casi las cuatro de la tarde, y la Vega ya comienza a cerrar sus puertas. Durante la mañana se recolectaron 1.230 kilos de frutas y verduras, y en esta última pasada, la moto logra recoger algunos cajones más. Aunque el mayor triunfo fue llegar a los locales 61 y 62, de Arturo y Óscar Pino. “A veces da no sé qué perder tanta fruta que no se vende. Antes íbamos a dejar a hogares, pero no sabíamos que esta corporación existía. Ahora es cosa de llamarlos y pueden venir a buscar lo que tengamos”, cuenta Ana Tornería, esposa de uno de los locatarios.
Así como se alcanzan locales, ya 30 en la Vega Monumental, también hay rechazos. Clahudett cuenta con tristeza que muchos locatarios no están dispuestos a donar, y que hay muchos productos de difícil alcance, justamente por su extensa duración, como las legumbres, que parecen imposibles de subir a la gloriosa moto roja. La misma tristeza inunda a Clahudett cuando observa que el centro de distribución de San Pedro se llena de lácteos y jugos, pero no de los necesarios abarrotes. No hay arroz, tampoco fideos, ni menos tarros de pescado enlatado o conservas de frutas. Es la gran deuda que esperan poder resolver en el corto plazo, con la colaboración y solidaridad de las empresas. Gracias a ese espíritu, comentan en la corporación, han podido trasladar alimentos desde otras regiones, ya que cuentan con una red de camiones que no cobra por su servicio. Lo mismo en la mantención de las maquinarias y de la cámara de frío para la conserva de lácteos.
A nivel de autoridades gubernamentales también hay desafíos, pues hasta hoy a la institucionalidad le cuesta entender los procesos. “Las organizaciones, por el desconocimiento que existe en el Servicio de Impuestos Internos respecto de esta posibilidad, han requerido de un acompañamiento constante. Igualmente, el Servicio ha tenido la voluntad de escucharnos y aprender con nosotros, pero hemos tenido que reforzar los acompañamientos para que las organizaciones puedan ser beneficiadas y todo sea regulado y transparente”, comenta Paula Faúndez.
No obstante estos rechazos, el banco de alimentos cuenta con el apoyo irrestricto del gerente de la Vega Monumental, con quien planean alcanzar la meta de los 50 mil kilos de alimentos recuperados, e incluso trabajar en la gestión de desechos orgánicos. Además, pretenden destacar a los locales colaboradores con un sello, invitando a los clientes a comprar sus hortalizas y frutas en aquellos puestos.
“¡Tenemos once!”
Al centro de distribución de la Vega Monumental llegan dos organizaciones preparadas para llevarse frutas y verduras. El Centro Oncológico de Concepción es una de ellas, y corona su carga con un enorme zapallo, al que sólo le falta un pedazo en la parte superior. Aquello permite ver un intenso y saludable color naranja en su interior.
Un zapallo similar se lo lleva la hermana Loreto del hogar universitario Ángeles Custodios. En la mañana ya había llevado tortillas, y desde la vega pudo obtener todo lo necesario para su relleno, desde lechugas hasta pimientos, e incluso una caja de alcachofas, que aquel día abundaban. Sabía que nos encontraríamos nuevamente, y no puedo evitar admirar su energía, a sus 70 y tantos años, para cargar y recoger alimentos, con el sólo fin de brindar una alimentación saludable a las estudiantes que el hogar acoge en el sector Agüita de la Perdiz.
Miguel Ángel trabaja con las organizaciones bajo el mismo método utilizado en San Pedro. Ya sea por WhatsApp o por teléfono, les llama para coordinar su venida y distribuye los alimentos de acuerdo con sus requerimientos. La fruta siempre es priorizada para los hogares universitarios, en tanto elige las verduras para ancianos y centros médicos, necesarias para su recuperación.
Los últimos en irse aquella tarde son los miembros del hogar universitario para varones Divina Providencia, ubicado en Hualpén. Su director, Edmundo Miranda, llegó en su camioneta acompañado de tres estudiantes, quienes no dudaron un segundo en ponerse a trabajar. Todo lo que recibe este centro de acogida permite alimentar a 22 jóvenes. Y no sólo llenar su estómago, sino nutrirlos.
“Si no es por esto, no podríamos alimentar a estos muchachos. En el hogar recibimos a chiquillos de todo Chile, familias campesinas, y también extranjeros. Ellos no tienen dinero, y con suerte pagamos luz y agua. Cuando nos llegan jugos, o milo, es un lujo para nuestra mesa, ya que nuestra prioridad siempre fue el pan, el café y el té. Cada vez que nos llaman es una tremenda alegría”, cuenta emocionado el director, quien recibe las donaciones de Alimentos Biobío Solidario desde sus inicios.
Decidimos acompañarlos con las cajas de alimentos que recibieron hasta el hogar. La casa es enorme, la ropa está tendida en el patio, y los muchachos se mueven entre sus labores. Uno de ellos sale rápidamente, mochila al hombro, hacia su próxima clase. Llegará a la hora de la once, quizá la mejor que han tenido en días, ya que fueron beneficiados con un cajón de paltas.
“¡Tenemos once! Nos llegó palta”, anuncia Edmundo. Las sonrisas de los estudiantes, en aquella mesa llena de colores, son las más hermosas de toda la jornada.