Entre bosques, cordillera, ríos y tierra fértil se encuentra esta comuna considerada por muchos como cuna de la medicina natural en la Región del Biobío. La zona destaca por sus populares curanderos y curanderas, quienes, con vastos conocimientos de herbolaria y otras técnicas heredadas de sus ancestros, aseguran erradicar todo tipo de males. Conocimos a un grupo de mujeres que cultiva esta tradición centenaria, que se niega a morir y que dice brindar mágicos remedios directos desde la tierra.
Por Natalia Messer/ Fotografías José Carlos Manzo.
Dicen que Santa Juana es un pueblo de hechiceros y machis. Dicen que incluso en la confluencia del río Lía, Bío Bío y el estero Vaquería se presencian, a veces, rituales de brujas. Aunque lo que no se sabe a ciencia cierta es quiénes han visto ese espectáculo.
Sin embargo, de lo que sí hay certeza es que en esta comuna viven curanderos y curanderas que, con la ayuda de la naturaleza, especialmente de las hierbas y plantas medicinales, garantizan ser capaces de sanar el cuerpo y el espíritu.
Y es que en Santa Juana -fundada el 8 de marzo de 1626 y que en el pasado fue un enclave estratégico de los españoles para cerrar el paso a los mapuche que intentaban llegar a esa zona mediante el vado de Talcamávida- existen aún santiguadores, sacadores de empacho y componedores de huesos, a los que se han ido uniendo iriólogos y otros tantos expertos en terapias alternativas, como la reconocida herbolaria, que consiste en la recolección de hierbas o plantas medicinales para prevenir, aliviar o curar enfermedades y otros trastornos de la salud. La esencia de esta terapia natural es lograr el bienestar del paciente sólo a través de productos vegetales.
Los curanderos son toda una tradición en Latinoamérica y parte de Norteamérica. Su saber proviene de los pueblos que habitaban estas zonas previo a la llegada de los europeos.
Estos sanadores tradicionales aseguran curar todo tipo de enfermedades a través de tratamientos herbolarios y masajes. Desde molestias físicas, pasando por la purificación del espíritu, hasta la sanación de males mágicos.
En Chile, el pueblo mapuche ha contribuido con sus propios sabios curanderos. Cómo no mencionar a Aukanaw, etnólogo de origen mapuche-pehuenche, formado en Europa -una especie de leyenda a estas alturas-, quien es autor de numerosas obras sobre medicina ancestral de su pueblo.
“La idea de esta medicina es ir a la raíz de la enfermedad, en lugar de apuntar sólo al síntoma”, aclara desde un comienzo Cecilia Quezada, terapeuta natural y masoterapeuta de profesión. Aburrida de la rutina citadina y de esa lejanía con la naturaleza más salvaje, llegó hace tres años a Santa Juana, en busca de un cambio de vida. “Este pueblo tiene sus tradiciones bien arraigadas. Me impresionó conocer personas de la tercera edad que tienen mucho conocimiento sobre medicina natural. Son verdaderos libros abiertos”, cuenta.
Por eso, sin pensarlo, se instaló en Santa Juana con su centro de terapias naturales. Allí, ha agrupado también a mujeres de diferentes edades -que van desde los 20 hasta los 70 años- todas de la misma comuna, para ir en rescate de la medicina popular y de aquellas muchas recetas que habían quedado olvidadas.
Un don heredado
“Mi abuelo me motivaba desde pequeña con el tema de las plantas y hierbas. Hoy trato de hacer lo mismo con mi hija de ocho años”, cuenta Cintia Urbina, oriunda de la comuna. Y no es la única, pues la mayoría de las mujeres que forma parte de la agrupación Semillas Libres, creada hace un año y medio por Cecilia Quezada, dice que los conocimientos populares que hoy ellas poseen se traspasaron de generación en generación.
Kari González, nacida y criada en Curamávida, localidad ubicada a 22 kilómetros de Santa Juana, tiene buenos recuerdos de ese traspaso de conocimientos medicinales. “Era ir todos los días al campo mismo para recolectar plantas silvestres. Mientras caminábamos por los cerros, mi papá y mi abuelo me iban contando la historia de estas hierbas; me explicaban para qué servían y su tiempo de cosecha. Me acuerdo del quinchamalí, ñanco, perlilla y otra montonera más”, rememora, y añade que ese saber de la tierra, además, le ha entregado abundancia de cultivos en su campo. “Uno tiene el privilegio de nacer aquí y de recibir conocimientos que no todos tienen, por ejemplo, que no debes arrancar las raíces de las hierbas, que éstas tienen su fecha de caducidad y se echan a perder, por ende, no puedes guardar plantas al lote, porque tienen su tiempo. Eso es conocimiento y experiencia”, añade.
Pero en Santa Juana no todo gira en torno a la herbolaria. De hecho, la misma familia de Kari es conocida por dar al pueblo conocidos componedores de huesos. Su padre y su abuela se dedicaron a esta técnica ancestral que requiere de mucha sensibilidad en las manos y saber muy bien la ubicación de los huesos en el cuerpo, para luego acomodarlos en su lugar.
“Yo era ayudante de mi papá. Él siempre decía que uno de sus hijos iba a heredar este don, y a mí me llegó hace siete años, cuando alguien vino a solicitarme ayuda por un tema en sus muñecas. Me dijo que debía verle su mano, porque había soñado que yo se la arreglaba. Se la revisé y hasta el día hoy ese caballero no ha vuelto a tener problemas”, cuenta Kari González.
Los santiaguadores también constituyen un capítulo especial dentro de la medicina popular en los campos chilenos. El santiguado mezcla elementos del cristianismo con otros derivados del paganismo europeo y de los nativos americanos.
Se trata de una tradición que en un par de años más podría desaparecer, pues quedan muy pocos ensalmadores, o especie de “magos machis”, como los definió también el cronista español Alonso de Ovalle en su Histórica Relación del Reino de Chile (1646).
Maricela Ponce, quien llegó desde Santiago a Santa Juana, también en busca de tranquilidad, dice haber adquirido de su abuela la habilidad de santiguar y sacar empachos. “Mi abuela era de campo. Yo recuerdo que la gente viajaba a visitarla. Le traían cajas de tomates o sacos de porotos a cambio de sus servicios”, cuenta.
Otra práctica popular de la zona son los sahumerios. Cada martes y jueves, entre siete y nueve de la mañana, Paula Llancaman se prepara para sahumar. Ella es mapuche, recolectora de semillas y tiene vasto conocimiento en plantas medicinales. Acompañada de sus hijos de 10 y 17 años, junta en un brasero hierbas y alimentos, como hojas de ajo, mirra, palo santo, ajenjo, ruda y culén, para realizar el ritual. Se trata, asegura, “de una carga poderosa de buenas energías”, detalla.
Bendita maleza
Hasta hace un siglo, la herbolaria nativa tenía un carácter bastante popular, sobre todo en las zonas rurales; donde parecía ser la bendita solución a las enfermedades de huesos, de los nervios, de los parásitos intestinales y los resfríos, entre otras dolencias.
Con los avances y el desarrollo de la medicina convencional, muchas de esas hierbas clásicas, usadas como remedios, comenzaron a desaparecer, o bien, quedaron en el olvido.
Santa Juana y sus curanderos, sin embargo, son la excepción. Aquí muchos siguen confiando en el “agüita de hierbas” y la cataplasma que se aplica con varios efectos medicinales, especialmente calmantes, antiinflamatorios o emolientes.
“Somos privilegiados por nuestro tipo de suelo y clima. Tenemos sector cordillerano, donde aparece hierba más escasa, pero también contamos con planicie y orilla de río, que permite cultivar, por ejemplo, mucho poleo, bailahuén, pila-pila, ñanco y sanguinaria”, describe Kari González.
Hasta el día de hoy crecen abundantes las hierbas y plantas más antiguas de la zona, incluso las de aquellos tiempos en que Santa Juana de Guadalcázar -como se llamó en un comienzo- era tierra de combate constante.
“Hay gente que las ve solamente como maleza y desconoce sus propiedades curativas”, sostiene Cecilia Quezada.
Generaciones de santajuaninos han venido cultivando el matico, perfecto cicatrizante; la ruda, idónea para malestares digestivos; el amargo natre, que ayuda a bajar la fiebre; la perfumada lavanda, que combate el insomnio; la menospreciada ortiga, mal llamada por algunos como “el pasto que pincha”, y que hoy da a conocer al mundo sus propiedades astringentes, expectorantes, tónicas, antinflamatorias y diuréticas.
El listado de hierbas o bendita maleza es infinito, y conocer cada una de sus propiedades curativas implica un profundo aprendizaje, pero sobre todo una gran responsabilidad. No en vano existe la herbología, que es el estudio de las propiedades y las aplicaciones medicinales de las plantas y sus extractos.
“Si te pasas en la medida de la melisa o la pasiflora, por ejemplo, podría ser peligroso y causar un efecto contrario. Yo tengo una pesa, porque hay que saber bien las proporciones de las hierbas. Todo debe ser exacto”, enseña la terapeuta Cecilia Quezada.
Pero una vez adquirido el conocimiento y cuando ya se tiene conciencia de los poderes curativos y de la gran responsabilidad que implica, ocurre una especie de “cambio de vida”. Para Sandra San Martín, ingeniera en turismo, al menos, sucedió de esa forma. Después de haber dejado Santa Juana por temas de estudio, decidió volver a sus raíces para estar con sus abuelos: “Yo quería tomar conocimiento de su amor por el campo”.
Ese sentimiento la tiene de vuelta en su tierra y cada día más preocupada de su bienestar físico y emocional. “Me hicieron una manga gástrica y he bajado mucho de peso. Aquí recurrí a las hierbas y me di cuenta de que sanan, porque se ven mejorías. Por ejemplo, todos los días como una hoja de kalanchoe, que es una planta que ayuda a prevenir el cáncer”, según dice. Y es que para las mujeres de esta agrupación y para varios de sus vecinos volver al origen y a la medicina natural es un estilo de vida.
Por eso insisten en que para no perder la tradición oral que tantos conocimientos les ha permitido rescatar, es importante plantar la semilla en las nuevas generaciones, porque los sabios curanderos no abundan, sobre todo aquellos de edad avanzada.
“Algunos viven aislados del pueblo. Están al interior de Santa Juana. Tú ves que tienen unas huertas impresionantes, guardan sus semillas, ocupan abono orgánico que ellos mismos elaboran. Saben cómo y cuándo recolectar. Nosotras justamente queremos ampliar este círculo para que esas personas se hagan conocidas”, cuenta Sandra San Martín.
El contacto con estos sanadores es un tanto difícil. La mayoría no tiene acceso a las tecnologías; por tanto, la única forma de llegar a ellos es visitando directamente sus campos. “Yo voy casi siempre donde una abuelita que se dedica a esto y le llevo verduras. A cambio ella me entrega sabios consejos acerca de las hierbas”, dice Cecilia Quezada. Eso, porque para ellos el trueque todavía sigue siendo una práctica bastante habitual. Y en Santa Juana la quieren fomentar todavía más.
“La meta es crear un trueque anual abierto a toda la comunidad. Es bueno vivir de un intercambio, porque así también las personas van a otorgar valor a las propiedades curativas que tienen las hierbas, plantas o semillas”, opina Cecilia. Por eso están tan comprometidas en hacer trascender esos saberes. Tienen claro que la medicina natural ocupa su podio, especialmente en Santa Juana, donde las hierbas y plantas son, obviamente, las protagonistas de la sanación y algunas veces, del milagro también.