El bullying es la intimidación sistemática que uno o varios agresores realizan en contra de otro, su víctima. La misma definición muestra que se trata de un tipo de violencia que no cesa ni se detiene en un incidente, pudiendo incluso escalar en intensidad, a medida que pasa el tiempo, lo que la hace todavía más cruel y degradante.
Historias de niños, niñas y adolescentes de todas partes del mundo muestran que se trata de un fenómeno transversal, que atraviesa culturas y estructuras sociales, y que está presente casi siempre por un origen común: los entornos violentos que han marcado la crianza y la vida de los niños agresores.
Los especialistas sostienen que si bien estos reciben influencias de sus pares en la etapa escolar y también de la sociedad, que muestra a la violencia como parte de la cotidianidad, son las vivencias que se tienen con los padres, con la familia y los valores que se entregan en el hogar los elementos que más pesan. Y si para ellos las agresiones son consideradas como una manera habitual de relacionarse, el niño, niña o adolescente repetirán esas conductas a la hora de socializar con otros, pues están habituados a ellas. Esta relación cotidiana con la violencia hace que los padres de los agresores sean los últimos en darse cuenta del problema, pues para ellos, esas actitudes intimidantes también son parte de su día a día.
Es importante identificar las conductas de los agresores y de los agredidos, tomar en serio el hostigamiento y no restarle importancia ni atribuirle una falsa normalidad. Los efectos pueden ser graves y afectar el sentido de seguridad y autoestima de los niños.
El capítulo chileno de una investigación global hecha por la ONG Bullying Sin Fronteras, entre 2020 y 2021, estableció que uno de cada cuatro niños y adolescentes encuestados dijo ser víctima de bullying en el país. Asimismo, arrojó que hubo un aumento de denuncias por maltratos físicos y psicológicos -en colegios públicos y privados- que llegó al 40%.
De allí que la intervención de los padres o de los adultos responsables, tanto del acosado como del acosador, frente al fenómeno del bullying es muy necesaria, para impedir que este último siga agrediendo, como que el acosado siga sufriendo violencia.
Normalmente los pequeños imitan a los mayores y adoptan las conductas que más tienen presentes. Por eso, si los padres ofenden a sus hijos y los hacen sentir inferiores cuando cometen errores, es probable que ellos reaccionen de igual manera con las amistades en el colegio. Igualmente, cuando son maltratos físicamente en el hogar, asumirán que es lo correcto y normalizaran esas conductas.
Desde 2011 existe en Chile una ley (20.536) sobre Violencia Escolar, que sanciona el bullying que se realice dentro y fuera del establecimiento escolar. Será el colegio el llamado a aplicar la sanción de acuerdo con su reglamento interno. Esta puede ir desde una medida pedagógica hasta la cancelación de la matrícula. Si el establecimiento no adopta las disposiciones disciplinarias que le corresponden, puede recibir una multa que llega hasta las 50 Unidades Tributarias Mensuales (UTM). Pero para que esta normativa llegue a cumplirse, se necesita la atención y el compromiso de los adultos, en primer lugar en el hogar y, luego, de los que componen la comunidad escolar. Es importante identificar las conductas de los agresores y de los agredidos, tomar en serio el hostigamiento y no restarle importancia ni atribuirle una falsa normalidad. Los efectos pueden ser graves y afectar el sentido de seguridad y autoestima de los niños. En casos graves, el hostigamiento ha contribuido a tragedias que solo una vez que ocurre permiten hacer visible el drama que vivieron las víctimas de la intimidación constante.
El bullying es un enemigo que no da tregua, y que no es solo cosa de niños. En él, el mundo de los adultos tiene mucho por lo que responder y ocuparse, para hacerse cargo de una realidad que está más presente de lo que a veces queremos ver.