Joe Biden asumirá como el presidente número 46 de Estados Unidos, transformándose así en el mandatario de mayor edad y con mayor votación popular de la historia del país. A pesar de la batalla legal que brindará Trump, la victoria del demócrata no cambiaría a menos que una verdadera hecatombe ocurriese, situación descartada por la estadística electoral y la experiencia jurídica.
Más allá de la espera de la certificación legal de su triunfo, el nuevo habitante de la Casa Blanca deberá asumir bajo un escenario bastante más pesimista que el que se vislumbraba. Y ya comenzó a jugar sus cartas para una rápida instalación: equipo para controlar el Covid-19 y un desfile de figuras como posibles secretarios.
El panorama generado por las encuestas, que mostraban una “ola azul” que daría un triunfo rotundo a Biden, que además aumentaría el control de los demócratas en la Cámara de Representantes y que lograría -tras una década- entregar el control del Senado, puso la barra de las expectativas en un sitial poco visto.
Su plan de gobierno, basado en aumentos impositivos, política medioambiental, más poder a los sindicatos y una posible ampliación del número de estados en la unión, depende de poder contar con un gobierno unido, es decir, que goce de control sobre el poder ejecutivo y el legislativo.
Sin embargo, hasta hoy, la fiesta de Biden es también una celebración de los republicanos, quienes ganaron más de 10 asientos en la cámara baja, mientras que en el Senado el control final se decidirá en dos carreras en Georgia el próximo 5 de enero, quedando en buen pie para buscar recuperar el Congreso en 2022.
Así, mientras líderes del mundo celebran el -ya seguro- fin de la guerra comercial y la reapertura de Estados Unidos al multilateralismo, la sensación política en Washington tiene contentos a una facción moderada de republicanos, y preocupados a aquellos demócratas que esperaban un mandato de la ciudadanía que no llegó. El partido que transformó a Biden en el gran generador de acuerdos durante su etapa en el Senado ya no existe, y bajo un gobierno dividido mostrará la fractura que tímidamente se vio durante las primarias.
Por ello, antes de preocuparse de comenzar a negociar con los republicanos, Biden deberá conformar un gabinete que mantenga en paz al ala más progresista (Socialistas Democráticos) con los sectores moderados y la cúpula del partido. La división en la élite seguirá, y Biden tendrá que cuidar cómo cumple su promesa de derrumbar el “legado” Trump sin cerrar la puerta de una negociación con su nueva oposición.