Al iniciar la década del ‘90, los enfoques más avanzados de seguridad postulaban el análisis de nuevas amenazas como el terrorismo, las pandemias, las migraciones forzadas, el cambio climático y la delincuencia/crimen organizado.
Las teorías que sostenían esta nueva visión intentaban abrir el abanico de seguridad planteado por los enfoques predominantes en ese entonces, que colocaban -y lo siguen haciendo- el acento en las disputas entre estados y a las razones geoeconómicas y geopolíticas como causalidades.
Esta nueva idea necesariamente llamaba a reflexionar sobre las funciones y finalidades
de la seguridad, especialmente, el rol y la capacidad del Estado, pero también de la sociedad y de los individuos.
En este enfoque, el Estado ya no es el único garante o actor encargado de entregar seguridad a las personas. Ello significa que también las fuerzas armadas tienen que reorientar sus capacidades para responder y ayudar en desafíos que no impliquen necesariamente una amenaza directa o indirecta de otros estados, sino que además, en fenómenos y a actores no estatales y con proyección transnacional.
En atención a lo anterior, la sociedad y las personas adquieren un rol protagónico, y ahí resalta la fortaleza que el tejido social tiene en cada estado, más sus capacidades societales y de solidaridad, además de la disciplina que presentan los individuos.
De la capacidad de liderazgo de los estados dependerá la buena respuesta ante los nuevos requerimientos, pero ella será insuficiente si la sociedad y los individuos no reaccionan correctamente o no tienen internalizada la noción de seguridad humana.
Las amenazas no tradicionales ya están presentes. Europa es la región donde se ha presentado con más fuerza el tema de las migraciones no voluntarias. Asia es la que resalta en materia de impacto por acciones terroristas y por cambio climático y, América Latina, particularmente Chile, no escapa al embate de esas variables, constituyéndose en el actual desafío para las personas, las sociedades y los estados.
La capacidad de respuesta en esos tres niveles marcará la diferencia entre países, y dejará en evidencia las falencias o las carencias en cada uno, dado que hay estados mejor preparados en cuanto a capacidad institucional, de liderazgo, calidad del capital humano y nivel de equipamiento y respuesta de sus fuerzas armadas.
“De la capacidad de liderazgo de los estados dependerá la buena respuesta ante los nuevos requerimientos, pero ella será insuficiente si la sociedad y los individuos no reaccionan correctamente o no tienen internalizada la noción de seguridad humana”.
En nuestro país, el tema de las fuerzas armadas adquiere relevancia, pues el Estado inevitablemente tendrá que recurrir a su infraestructura militar para el resguardo de fronteras, de infraestructura crítica, para implementar capacidades sanitarias y médicas, para el traslado de insumos, para mantener la cadena de abastecimientos. En fin, para llegar a zonas extremas y de acceso complicado para el transporte civil.
Con la presencia de las nuevas amenazas también se potencia la necesidad de la cooperación internacional, la coordinación entre estados y el rol que debieran tener los organismos intergubernamentales.
En este escenario de amenaza por pandemia global, inicialmente resalta la tendencia del retorno del estado nación, en el que cada uno toma sus decisiones y adopta las medidas que considera pertinentes para defender a sus habitantes pero, inevitablemente, se presentará el requerimiento de coordinación, dado que las amenazas son transnacionales. Aquí es pertinente mencionar las estructuras de integración o coordinación que tengan las distintas regiones del planeta. En el caso de Sudamérica, es una buena oportunidad para que Prosur demuestre que es una instancia que puede ser de mucha utilidad, dada su flexibilidad organizativa, y en atención a que se ha visto muy poco de coordinación y respuesta de parte de la OEA.
El actual estado de crisis demuestra que junto con el avance de la economía, de la ciencia y de la tecnología es igual o más importante el aporte que desde las humanidades y las ciencias sociales se pueda realizar para que las capacidades estatales, sociales e individuales se mantengan al día en materia de enfoques, teorías y estrategias que posibiliten una respuesta más eficaz cuando se vean amenazados o retados por variables y factores que no estábamos considerando en la ecuación de la seguridad.