Su identidad sexual está en conflicto con su anatomía genital, y este sentimiento comienza a manifestarse a temprana edad. La mayoría intenta acallarlo, reprimirlo y ocultarlo. Primero porque no lo comprenden, y luego, por el temor de no ser aceptados. Hoy, en Chile, un transexual puede someterse a un tratamiento hormonal y quirúrgico para modificar su cuerpo y sus genitales, incluso puede cambiarse el nombre, pero el Estado lo sigue manteniendo en una especie de limbo, en espera del reconocimiento legal de su identidad de género para por fin vivir según la mujer u hombre que quieren ser.
-Mira cómo me vistes. Tú me disfrazas.
Le habían puesto un vestido nuevo porque ese día cumplía seis años. La esperaba una celebración junto a sus amiguitos, pero no se veía feliz. Estaba enojada, incómoda, roja de rabia, recuerda su mamá, María José.
-Le pregunté qué era lo que quería.
-“Quiero usar pantalón, polera y el pelo corto y desordenado”, le respondió.
“No pesqué mucho en ese momento. Dije, ‘es cosa de gustos no más’, y por eso no me hice problemas cuando siguió insistiendo en que quería vestirse de una manera masculina, cuando prefería jugar con autitos o cuando quiso entrar a una escuela de fútbol. No era una niña ahombrada, tampoco tenía modales toscos. Era dulce y tierna, pero siempre estaba con la cabeza en otra parte, como si algo le molestara”.
Hasta ese momento, la palabra transexual ni siquiera pasaba por su mente. “Simplemente porque no tenía idea qué era eso”. Menos todavía podría explicarlo la pequeña, quien durante años se conformó pensando en que Dios se había confundido y que en lugar de haber puesto su alma en el cuerpo de un hombre, lo había hecho en el de una mujer.
El reconocimiento de la verdadera identidad de género de la hija de María José, que se define como un sentir innato, profundo e intenso del género, que puede corresponder o no con el sexo asignado en el nacimiento, vino años después.
-“Primero pensé que era lesbiana, pero se enojaba cuando se lo insinuaba”.
El problema creció con el tiempo. “Todas las mañanas se agarraba del pasamanos de la escalera porque no quería ir al colegio con falda. Lloraba hasta que la dejaba ponerse pantalones”. Iba a un conocido colegio católico de niñas de Concepción, donde también comenzaron a reparar en su actitud “masculina”.
Uno de los capítulos más amargos ocurrió en vísperas de Fiestas Patrias, cuando el colegio pidió a sus alumnas que se vistieran de huasas o de “chinas” para festejar el 18 de Septiembre. A esas alturas, ya era un adolescente, y sus compañeras la percibían más como niño que como una niña, por eso verla con ese atuendo fue motivo de mofa general.
-“Tuve que cruzar todo el colegio para llegar a mi sala, sentía vergüenza y, aunque no miraba a nadie, escuchaba como todas se reían de mí”.
Llegó muy mal a su casa, lloró toda esa tarde porque no encontraba explicación a lo que le ocurría. Le avergonzaba su cuerpo. “Odiaba” sus pechos que habían empezado a crecer, y por eso trataba de ocultarlos. Le molestaba que la trataran como mujer porque se sentía diferente. Esa confusión la hizo autoagredirse. Escondida, se hacía cortes en sus brazos y de a poco se fue sumiendo en una depresión que le hizo querer quitarse la vida. Tomó 45 antidepresivos. Alcanzaron a llegar a una clínica. Dijeron que se había salvado de la muerte casi por un milagro.
-Nadie está preparado para enfrentar una situación de este tipo, agrega María José. “Como muchos padres, yo no tenía información sobre el tema ni conocía casos parecidos. Decimos: tenemos una hija o un hijo. Nos preocupamos de criarlo, de entregarle valores, de que le vaya bien en el colegio, pero no sabemos interpretar aquellos conflictos que pudieran tener relación con su identidad sexual”.
-Dije, si mi hija no es lesbiana, entonces qué es. “Y comencé a investigar sobre la diversidad sexual para ver dónde encajaba. En eso estaba, cuando un día en el canal NatGeo mostraron un documental donde un chico transexual contaba su historia y hablaba de los conflictos que desde pequeño había tenido por tener un cuerpo de niña cuando en realidad él se sentía como una persona del sexo contrario”.
Su hija estaba junto a ella.
-Le pregunté: “¿Así te sientes?”. “Con una sonrisa que pocas veces había visto en su carita, respondió sí”.
Con la ayuda de siquiatras y sicólogos cerraron la idea y comprendieron que era un niño transexual, es decir, una persona que desarrolla, siente y vive un género diferente al esperado socialmente por su sexo o genitales.
La palabra transexual identifica a quienes se han sometido a procedimientos médicos para adecuar su cuerpo a su verdadera identidad de género, es decir a su naturaleza de hombre y mujer. Quienes no pasan por procedimientos médicos o no los han finalizado son denominados transgéneros. Sin embargo, comúnmente el concepto transexual suele aplicarse para ambas realidades.
La transición de Javier
Hoy la hija de María José está a punto de cumplir 15 años y todos lo llaman Javier. Ése es su nombre social, porque ningún menor de edad en Chile ha logrado cambiar su nombre y su sexo legalmente.
Cuando Javier asumió su condición, a los trece años, lo comunicó en su colegio, donde recibió apoyo y atención, pero cuando un año después decidió dar un paso más las cosas cambiaron.
“Este año, en marzo, llegué vestido de Javier, con pantalón y con el pelo muy corto. Habían entrado al colegio muchas niñas nuevas que me observaban como raro, pero lo que más sentía era la mirada de sus papás. Ese mismo día le enviaron una comunicación a mi mamá desde la dirección”.
“Me dijeron que estaban muy conflictuados, porque aunque comprendían su situación, habían recibido reclamos de algunos apoderados que decían que si Javier se creía hombre para qué entonces iba a un colegio de mujeres y que temían que fuera una mala influencia para sus niñitas. Una ignorancia absoluta, porque ser ‘trans’ no es una peste que se pueda contagiar”, cuenta María José.
Pudieron haber iniciado acciones legales, “pero como no estaba dispuesta a que lo sometieran a nuevas humillaciones, lo retiré”.
Hoy estudia desde su casa y da exámenes libres hasta que pueda encontrar un colegio donde se le trate socialmente como Javier, con todo lo que ello significa.
Paralelamente, recibe atención sicológica y siquiátrica para vivir de mejor manera su proceso de transición. Un menor de edad no puede someterse a un tratamiento hormonal para modificar sus caracteres sexuales secundarios. Menos, a una operación genital. Lo que sí se puede hacer -previa autorización de sus padres y de informes médicos- es retardar su maduración sexual con un manejo endocrinológico que, en palabras simples, “congela” su desarrollo para que, en el caso de Javier, no se siga feminizando y desaparezca la regla, que es como un garrotazo que le da el cuerpo para recordarle lo que no quiere ser.
“Mucha gente nos aconseja que esperemos hasta los 18 años para empezar un tratamiento, pero yo pienso: para qué lo vamos a hacer aguantar tres años más si ya ha sufrido tanto. Para qué vamos a dejar que su cuerpo se siga desarrollando y exponerlo a más burlas y discriminación”.
“Me ven como un niño afeminado”, agrega Javier. Varias veces en la calle lo han tratado de gay y de maricón. “Es gente que ni siquiera conozco, a la que yo no molesto, pero que se siente con el derecho de insultarme no tengo idea por qué. El otro día andaba en el centro con una amiga, y un tipo de estos que se visten como neonazi comenzó a seguirnos y casi en el oído me decía tú eres un maricón, un maricón. Nosotros sólo atinamos a arrancar”.
Eso, dice Javier, se añade a lo que siente cuando por algún motivo debe mostrar su carnet de identidad. “La gente ahí ve a una niña y hace preguntas que me incomodan y avergüenzan”.
Por eso muestra orgulloso la tarjeta de una cadena de cine donde le permitieron usar su nombre social. “Cuando la saqué le pedí a la señorita si podía hacerla con el nombre de Javier. Me respondió que no había ningún problema. Yo sé que esto no es mucho, pero no te imaginas el alivio que siento al comprar una entrada para el cine con el nombre que yo quise tener y sin dar explicaciones a nadie”.
Para él todavía la posibilidad de solicitar un cambio de nombre y sexo legal está lejana. Debe tener 18 años, y ahí recién optar a que la justicia le permita ser reconocido como el hombre que siente ser.
De Georgina a Andrés
En Chile no existe una ley que reconozca la identidad de género. Por ello las personas transexuales que quieren cambiar su nombre y su sexo legalmente recurren a una normativa que no está hecha para estos fines. Deben pasar por largos y engorrosos procesos, someterse a intervenciones quirúrgicas para adecuar total o parcialmente su cuerpo, incluso extirpar o modificar sus órganos reproductivos y sus genitales y, a veces, a invasivos exámenes físicos como prueba para validar su petición ante un juez. Ninguno de estos trámites les garantiza ciento por ciento que puedan lograr su objetivo.
Lo que ocupan es la Ley 17.344, de Cambio de Nombre y Apellido. Y aducen una de sus causales, que es haber sido conocidos por más de cinco años con un nombre distinto, que ellos llaman nombre social.
A esa ley apeló Andrés Rivera Duarte, consultor en Derechos Humanos e Identidad de Género. “El 4 de mayo del 2007, a los cuarenta y tres años, pasé de ser María Georgina Rivera Duarte, sexo femenino, a Andrés Ignacio Rivera Duarte, sexo masculino”. Eso sí que para lograrlo, denuncia, tuvo que “sufrir” un proceso “castigador y vejatorio”.
“Si quieres que en un tribunal accedan a cambiar tu nombre y tu sexo, prácticamente te ves obligado a someterte a una adecuación corporal. No hay una norma que lo indique, pero la mayoría de los jueces que ha fallado en estas causas ha condicionado su decisión a que te hayas hecho adecuaciones físicas. En mi caso, para tener la apariencia de un hombre. De otra manera es casi imposible que lo consigas”.
Andrés se quitó sus mamas, su útero y sus ovarios, pero no accedió a hacerse la cirugía de reestructuración genital. “La gente asocia el cuerpo con genitales, en cambio yo lo asocio a esencia y, por ello, no estuve dispuesto a hacerlo. Me demoré cinco años en todos los trámites, pasé por un protocolo espantosamente violatorio: me mandaron al Servicio Médico Legal para que un doctor me examinara. Allí me tomaron fotografías desnudo, hasta me introdujeron un espéculo, que me produjo una herida interna. Todo para que un juez determinara si podía o no vivir legalmente según mi identidad de género”.
Lo logró, y se convirtió en el primer transexual masculino al que un tribunal chileno le permitió cambiar de nombre y de sexo sin una readecuación genital.
“Soy un privilegiado por eso, pero es lamentable decirlo, porque esto no es un privilegio, es un derecho humano. Sin embargo, el Estado chileno nos ignora y nos pone miles de dificultades para vivir según nuestra identidad. Ni siquiera hay alguna estadística, ni un formulario en algún ministerio que nos considere, pero existimos. Desconocer esta realidad es querer tapar el sol con un dedo”, afirma.
Pequeñas victorias
Magdalena Fabbri Lizarrague fue la primera transexual que se sometió a una operación genital por el sistema privado de salud en la Región del Biobío. Tiene 24 años, está en quinto año de Sicología y es una reconocida activista de la causa Trans (que defiende los derechos de todas aquellas personas que viven una identidad de género que difiere con la socialmente esperada). En Concepción es directora de Organizando Trans Diversidades (OTD), asociación que acoge y asesora a personas “trans” y a su familias, para apoyarlas en su proceso de aceptación y, durante su transición, en las gestiones para acceder a los pocos profesionales de la salud que en la capital penquista están especializados en este tema. También sirve de puente con el Programa de Salud Trans del Hospital Las Higueras de Talcahuano, que cuenta con una estrategia y un protocolo pionero de atención de salud que es respetuoso de la identidad de género y de la diversidad sexual en general. Este establecimiento acoge las solicitudes de cambio y readecuación corporal de los transexuales que quieren adecuar sus características fisiológicas a su vivencia de género.
Actualmente tiene 50 pacientes en diferentes etapas de esta transición.
Hace algunas semanas, Magdalena inició el proceso para pedir la rectificación de su partida de nacimiento. Eso le permitirá que en su carnet de identidad deje de aparecer el nombre de Gino Fabbri y se le reconozca como una persona de sexo femenino.
En sus manos tiene los certificados médicos que acreditan que se sometió a una vaginoplastía, que está con tratamiento hormonal hace un año y medio, y que, en su entorno social, incluyendo su universidad, es reconocida como Magdalena.
“Inicié los trámites cuando estaba bien avanzada en mi proceso de transición. Si lo haces sin hormonas o con poco tiempo de reconocimiento de tu nombre social nadie te va a pescar. Por eso preferí pasar por años de humillaciones con el fin de tener más posibilidades de cambiar mi nombre y mi sexo legalmente”.
Ella se ve, se mueve, se expresa y se escucha como una mujer, pero su identidad legal le recuerda a ese Gino que quiere dejar atrás. “Cuando inicié la demanda para la rectificación fui a pedir una copia de mi partida de nacimiento al Registro Civil. La persona que me atendió me miró y dijo que esperara. Me senté. Luego de un rato, desde el otro extremo de la oficina alguien gritó: ‘Gino Fabbriii’. Qué iba a hacer. Tuve que pararme no más y decir: yo soy”. O, como recuerda, lo que pasó hace poco, cuando regresaba a Chile después de haber participado en un congreso en Bolivia. “En la aduana chilena había tres tipos que me pidieron mi papel de inmigración. En el momento no me dijeron nada, pero igual noté que me miraron y cuando pasé se cagaron de la risa”.
-¿Que seas una activista no te hace enfrentar con más coraje estas situaciones?
“Obvio, pero una cosa es ser activista y otra es estar educando 24/7. Creo que la gente como yo tiene el derecho de cansarse de andar explicando su situación una y otra vez. Quiero tener cierto punto de fluidez en mi vida y no verme obligada a clarificar ante todo el mundo quién soy.
Ese tipo de cosas me hizo tomar la decisión de cambiar legalmente mi nombre y el sexo, y la mayoría debe hacerlo por lo mismo, porque se aburren de dar explicaciones a gente que no aporta ni un gramo de nada en tu vida”.
Ley de Identidad de Género
La abogada y docente de la Universidad de Concepción, Ximena Gauché Marchetti, Doctora en Derecho, con una especialidad en Derecho Internacional de los Derechos Humanos, asesoró a la Organización de Transexuales por la Dignidad de la Diversidad (ODT) en la fundamentación de este proyecto que, como ella explica: “Fue concebido desde el enfoque de los Derechos Humanos, para crear un procedimiento judicial en el que las personas, por una sola vez, puedan pedir la rectificación de su partida de nacimiento y la adecuación de su nombre al género que ellos viven y sienten”.
El objeto de aquella ley -continúa- es establecer una regulación eficaz y adecuada, en conformidad con las disposiciones constitucionales e internacionales en materia de igualdad, para acceder al cambio de la inscripción relativa al sexo y nombre de una persona en el Registro Civil e Identificación, cuando ésta no corresponde con la verdadera identidad de género del o la solicitante.
En su Artículo 2, el proyecto expresa que la identidad de género se entenderá como “la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente profundamente, la cual podría corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo (que podría involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios médicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que la misma sea libremente escogida) y otras expresiones de género, incluyendo la vestimenta, el modo de hablar y los modales”.
Por eso prohibe “la exigencia de cambios corporales, ya sea con terapias hormonales o intervenciones quirúrgicas”, como mayoritariamente se demanda hoy a quienes solicitan este cambio legal.
“Esta norma es de vital importancia porque deja establecido que bajo ninguna circunstancia se podría condicionar el reconocimiento de la identidad de género a una intervención quirúrgica u otra modificación corporal”, enfatiza Ximena Gauché.
También prohibe la solicitud de exámenes médicos, en el Servicio Médico Legal u otra repartición, “para formar un convencimiento sobre la solicitud”.
Originalmente, el proyecto consideraba que el tribunal competente para conocer estas causas sería un Tribunal de Familia, en un procedimiento no contencioso. Sin embargo, este punto está actualmente en disputa, pues existe un importante grupo de organizaciones de la Diversidad Sexual que postula que el trámite debiera ser sólo de carácter administrativo, en el Registro Civil, como ocurre en otros países.
Identidad desconocida
Y es que para los transexuales, trámites tan cotidianos como cobrar un cheque en un banco pueden convertirse en una situación angustiosa y molesta. “Te miran raro. En mi caso ven a una mujer, pero les tengo que mostrar un carnet que dice que soy un hombre”. Lo mismo pasa en la universidad. “En mi Facultad todos me tratan como mujer, pero eso no quita que a comienzo de año deba acercarme a los profesores nuevos para pedirles que eliminen a Gino de la lista y me incorporen como Magdalena”. Las solicitudes académicas, por tratarse de documentación oficial, debe hacerlas en masculino. “Pero el otro día tuve una tremenda alegría porque en mi universidad me respondieron una carta como Magdalena”. Son pequeñas victorias que ella atesora.
Sin embargo, no todos las instituciones de servicios cuentan con gente preparada para enfrentar la realidad de un transexual.
El urólogo Rodrigo Baeza, coordinador del Programa de Salud Trans de Las Higueras, ha conocido casos de pacientes transexuales que por años eludieron el sistema de salud, por temor a ser discriminados. “Ni siquiera consultaron por un dolor de muelas, porque ‘la vez’ que fueron a pedir una hora a un consultorio se vieron obligados a mostrar su carnet de identidad”. Ahí pudieron haber sucedido dos cosas: le negaron la atención porque pensaron que estaban usando un documento de otra persona o, si se la dieron, no recibieron un trato digno. “Nosotros recibimos a gente que a veces sólo quiere ayuda sicológica para enfrentar su situación. Otros quieren un tratamiento hormonal, otros una mastectomía, que es lo que más complica a los transexuales femeninos, que deben fajarse para ocultar sus pechos. Sólo hay un mínimo porcentaje que quiere una operación genital”, explica.
Encontrar un trabajo o mantener uno en la condición de transexual es otro gran obstáculo. Hay empleadores que simplemente no contratarán a alguien cuyo registro legal sea contrario a su apariencia física, y en la OTD se conocen muchas casos de personas “trans” que en su entorno laboral son obligadas a vestir según su sexo biológico, con toda la carga que ello significa. Incluso varios transexuales universitarios deben desempeñarse en otras ocupaciones porque en su situación no los contratan.
Ficción legal
Hernán Corral Talciani es abogado y profesor de Derecho Civil de la Universidad de Los Andes.
En su blog Derecho y Academia ha difundido una postura crítica al proyecto de Identidad de Género.
Él postula que puede haber muchas medidas sociales, no necesariamente legislativas, que tiendan a proteger y a “hacer más llevadera la vida a las personas que padecen de transexualismo”.
Su crítica apunta hacia la que considera una “manipulación hacia el Registro Civil para que confunda los términos identidad de género con sexo”.
Asegura que bastaría con añadir a los datos personales que la persona se siente de un determinado género, pero no alterar la constancia oficial sobre el sexo, porque éste en realidad no cambia.
“Cuando el Registro Civil da cuenta del sexo de una persona no está considerando lo que la persona siente o declara acerca de él, sino constatando un hecho objetivo que existe con independencia de la subjetividad de la persona”.
Además, explica que el reconocimiento legal a la identidad de género tiene importancia en las relaciones sociales del sujeto y que no es una circunstancia propia de su intimidad personal. “La sociedad y los que se relacionan con él, tienen derecho a conocer si están tratando con un varón o con una mujer, más allá de las formas en que cada persona puede asumir y conducir esa sexualidad”, advierte. Se les hace un flaco servicio, sin embargo, si se intenta enmascarar su condición, ofreciéndoles una identidad que no pasa de ser una ficción legal que nunca coincidirá con la realidad”.
Christopher, el activista
El caso de la niña de Chicureo cuyo colegio se negó a respetar su identidad de género puso de moda el tema de la transexualidad en Chile. La negativa de aquel establecimiento de permitirle a esa pequeña ser tratada como la niña que con tanto ímpetu demuestra ser, permitió visibilizar la incomprendida realidad de aquellas personas que se reconocen a sí mismas en un género diferente al que les fuera asignado en su nacimiento.
Ahora se sabe que de acuerdo con la extrapolación de investigaciones internacionales, de cada 10 mil nacidos vivos hay una mujer transexual, y por cada 20 mil hay un hombre transexual. Se conoce que la transexualidad no tiene que ver con la orientación sexual. Que lo primero se relaciona con la vivencia individual del género, mientras que lo segundo se refiere a la capacidad de sentir una atracción emocional, afectiva y social por alguien de un género diferente al suyo, de su mismo género o de más de un género, y que en nuestro país los transexuales están en una especie de limbo, porque aunque se someten a adecuaciones corporales según su identidad de género, legalmente no son reconocidos como se ven y como las personas que sienten ser.
Christopher Estrada es estudiante de segundo año de Agronomía de la Universidad de Concepción.
Nació como Rosa Estrada y creció en un hogar conformado por su abuela, su madre, su hermana y sus tías. En este ambiente femenino, nadie en casi 20 años reparó en su actitud masculina y en esa identidad contraria a su sexo que por años se obligó a reprimir.
“Trataba de verme femenina porque creía que así tenía que ser. Mi voz era grave. Mis compañeras de curso me decían Patricia Maldonado. Así es que trataba de hablar poco para que no me molestaran. No es algo que recuerde como drámatico, pero me fui acostumbrando a pasar piola, para que ni me notaran”. El costo fue que creció como una persona introvertida y solitaria.
De carácter pausado, dice que su proceso de aceptación fue gradual y sin grandes conflictos. Como suele sucederle a la mayoría de las personas transexuales, se sentía disconforme con su cuerpo y le incomodaba usar ropa de mujer. A veces pasaba tardes encerrado en su dormitorio para poder vestirse de hombre. Sin embargo, trataba de bloquear cualquier cuestionamiento hacia su identidad porque “había nacido mujer y tenía que comportarme como tal”.
Un reportaje de Informe Especial que daba cuenta de la historia de un adolescente transexual le hizo cambiar el switch. Se reconoció en ese joven y decidió contárselo a su mamá, aunque antes le pidió que viera el reportaje.
-¿Estas segura?, le preguntó ella
-Le respondí que sí.
Su mamá fue su aliada en este tema y quien lo comunicó al resto de la familia. Todos lo apoyaron, aunque tuvieron que hacer de tripas corazón para dejar partir a Rosa y aceptar la llegada de Christopher.
Inició un tratamiento hormonal que llevó testosterona a su cuerpo para masculinizar su rasgos físicos, y se sometió a una mastectomía como paciente del Programa Trans del Hospital Las Higueras. Gracias a eso, por primera vez este verano, pudo sacarse la polera sin problemas en la playa.
Nadie al verlo creería que alguna vez fue Rosa, y eso, dice, lo tiene feliz, porque siente que la vida le dio una nueva oportunidad. “Antes yo era un pollito, alguien sin personalidad que prefería pasar inadvertido para no tener problemas”. Hoy integra la OTD y en su rol de coordinador, recibe, asesora y acompaña a las personas que se acercan a la organización en busca de ayuda para entender lo que a él le llevó 20 años asumir”.
Reconocimiento legal
Javier, su mamá, Andrés, Christopher y Magdalena creen que varias de las situaciones de discriminación y exclusión que viven a diario los transexuales en Chile se evitarían si se aprobara la Ley de Identidad de Género que ingresó al Congreso el 7 de mayo de 2013.
La norma define a la identidad de género como un derecho humano. Por lo mismo facilita el reconocimiento legal del cambio de sexo y nombre en los casos en que una persona sienta que existe una incongruencia entre el sexo asignado de forma legal, el nombre, y la apariencia y vivencia personal de su cuerpo.
En agosto de 2013, el Senado aprobó en general la idea de legislar. Actualmente el proyecto se encuentra en su primer trámite constitucional, en la discusión particular. “Desde diciembre del año pasado sigue radicado en la Comisión de Derechos Humanos. No ha habido avances en materia de votación, y la situación se ve complicada porque la presidenta de esta instancia y, por lo tanto, quien tiene el poder para ponerlo en agenda o dilatar su tramitación, es la senadora Jacqueline van Rysselberghe, quien está totalmente en contra de este proyecto”, explica Andrés Rivera.
Revista Nos se comunicó con la senadora van Rysselberghe para conocer los fundamentos de su posición, pero no estuvo disponible para participar en este reportaje.
En declaraciones a otros medios de comunicación, la parlamentaria UDI se ha manifestado contraria a que las personas transexuales puedan contraer matrimonio y por ello presentó una indicación que les niega esa posibilidad. Tampoco es partidaria de que niños, niñas y adolescentes sean incluidos en este proyecto de ley, como lo estableció la indicación que ingresó la senadora Lily Pérez, una de las principales promotoras de la iniciativa.
Hoy los niños transexuales, dice Andrés Rivera, están en absoluta indefensión, y más bien queda a la voluntad y disposición que tengan los padres de colaborar en que la identidad de género de esa niña o niño sea respetada en su colegio, en un hospital, en la familia y en su entorno en general. Por eso apoya que esta norma sea parte del proyecto que reconoce y da protección al derecho a la identidad de género.
Hay que precisar -dice- que en ningún caso se está hablando de que con esta ley se esté buscando una forma para operar a un niño y así cambiar su sexo, como opositores a esta instancia han insinuado. “Simplemente pedimos que se produzca el reconocimiento del género asociado al sexo que un niño o una niña vivencia y reclama perfectamente desde los tres o cuatro años”.
Actualmente trabaja con un grupo de padres de menores transexuales para orientarlos sobre cómo llevar esta situación, “para que conozcan cómo será la transición y los problemas a los que se enfrentarán, sobre todo en lo que tiene que ver con la inserción escolar de sus hijos. Ya conseguimos un colegio para una niña transexual de 6 años, donde la llaman por su nombre y no hacen diferencias con sus compañeritas”.
Cuenta, sin embargo, que no todos han tenido la misma suerte y que sus colegios han rechazado respetar su identidad de género, aduciendo que deben apegarse a los antecedentes que constan en la partida de nacimiento del menor, y que no existe ninguna autorización legal para desconocer el nombre y sexo registrados en ese documento, como le sucedió a Andy, la niña del colegio de Chicureo.
“No hay una norma que obligue a respetar una identidad que no está legalmente modificada. Lo que sí hay es una obligación moral, porque estamos hablando de un derecho humano que se basa en un sentir profundo y prácticamente imposible de acallar. Y quién más que yo para dar fe de eso”, finaliza.