Prof. Andrés Medina A.
Licenciatura en Historia UCSC
Hace ya 60 años -en junio de 1962- se realizó en Arica, Viña del Mar, Santiago y Rancagua el VII Mundial de Fútbol. La inauguración fue el 30 de mayo en el Estadio Nacional, pero fue junio el mes en el que las cuatro sedes presenciaron el desarrollo del torneo y su definición.
Sobre las circunstancias y anécdotas que rodearon a la máxima competencia de fútbol organizada por nuestro país, se han escrito libros y levantado varios mitos. Una es la frase atribuida al entonces presidente de la Asociación de Fútbol de Chile, Carlos Dittborn, en el congreso de la FIFA de 1956, en Lisboa, que concedió al país el honor y la responsabilidad de organizar el campeonato. “Como no tenemos nada, queremos hacerlo todo”, fue lo que dijo el dirigente.
Es verdad, su discurso en aquel congreso fue breve, y mencionó cuatro aspectos que consideraba fundamentales para elegir a Chile, sin referirse a los recursos que se tenían, aspecto que sí aclaró a un medio nacional, cuando ya se había logrado la sede del torneo. Fue su respuesta a lo indicado por el presidente del fútbol argentino, Raúl Colombo, quien afirmando su candidatura a ser sede había señalado en ese congreso de Portugal que en Argentina podían hacer el mundial “mañana mismo”, pues lo tenían todo.
Con la perspectiva que otorga el tiempo, la realización de este evento fue casi milagrosa. En 1960, Chile había sido afectado por dos terremotos y un maremoto que, a las pérdidas de vidas, sumó la destrucción de importante infraestructura en la mitad del centro sur del territorio. Tamaño desastre pudo significar la renuncia a la sede. Sin embargo, el gobierno del presidente Jorge Alessandri mantuvo el apoyo, aunque solicitó que las ciudades donde se disputarían los encuentros debían ayudar al financiamiento de los costos que ello representaba, y tenían que ser los más económicos posibles, lo que dejaba afuera a Concepción, que se había quedado sin estadio por el sismo.
A menos de un mes del inicio del campeonato, Carlos Dittborn, el organizador y cara visible de la colosal empresa, falleció de manera imprevista, aumentando la incertidumbre sobre el éxito del torneo, lo que se combinaba con publicaciones que resaltaban la pobreza de Chile realizadas por medios de la prensa italiana. Todo ello alimentaba un manto de dudas sobre los recursos que un país subdesarrollado podía destinar a un evento como un “mundial”.
A pesar de los malos augurios, el campeonato se desarrolló de manera exitosa y generó un superávit en lo financiero. En otro ámbito, inició una tradición musical que se prolonga hasta el presente, al popularizar una canción como símbolo del torneo: el Rock del Mundial. También significó una modernización en las comunicaciones, pues la transmisión de los partidos se televisó en diferido para el mundo y de manera directa para Santiago, y representó el inicio de la televisión como medio de comunicación masiva en el país.
En el plano deportivo, el torneo confirmó al fútbol como el deporte de mayor atracción de las multitudes y por única vez hasta el presente, nuestro país alcanzó el tercer puesto en este campeonato y un jugador chileno, Leonel Sánchez, compartió el sitial de goleador máximo del mundial.