Los hoteles de finales del siglo XIX y principios del XX recibían a las más conspicuas clases de la época, que llegaban a Concepción y sus alrededores en busca de hospedaje.
En el pasado, los forasteros o también la propia clase penquista se reunía en estos elegantes lugares a conversar, debatir o, simplemente, disfrutar de la vida citadina. Hoy, la mayoría de estas construcciones vive en el recuerdo de unos pocos y en empolvados libros que dan cuenta del esplendor y popularidad que tuvieron entonces.
La capital regional del Biobío siempre esperó a sus huéspedes. Esos que viajaban durante horas y llegaban buscando un lugar donde descansar y pasar un buen rato. La oferta hotelera de antaño era interesante: majestuosos edificios con amplios salones, iluminados corredores ambientados con toda clase de objetos y clásicas pinturas colgadas en sus ornamentadas paredes para recordar alguna batalla, un paisaje o a un antepasado. Los hoteles en Concepción y sus alrededores -particularmente los de finales del siglo XIX y comienzos del XX- tienen mucho que contar. Innumerables son; la gran mayoría hoy inexistente físicamente, pero recordada en polvorientos libros y en las envidiables mentes de aquellos que defienden y preservan, hasta el día de hoy, la historia regional.
Grafican los libros, como las Crónicas y Semblanzas de Concepción, de René Louvel, o Concepción en el Centenario Nacional, de Vicente Ossa, Abraham Serrate y Fanor Contardo, que la mayoría de los hoteles tenía una ubicación central. O’Higgins, Barros Arana, Colo-Colo, Castellón, casi siempre emplazados a cuadras de la Plaza de la Independencia.
La calle más transitada era Barros Arana, conocida entonces como Comercio, y que pasó a tener el apellido del historiador en 1907, cuando éste fallece. Justo ese año también abre sus puertas el Hotel Wachter Central (no confundir con el Wachter “a secas”, que se ubicaba en el Portal Cruz, frente a la plaza, y que cayó para el terremoto del ’39). El Wachter Central, que contó con un capital de 100 mil pesos, se conviertió en un lugar de “primer orden, el más frecuentado debido a su ubicación y comodidades, como por ejemplo, tener instalación eléctrica, baños, piezas espaciosas y una cantina surtida de vinos del país, además de toda clase de licores finos, legítimos e importados desde la misma casa”, como cuenta – y con gracia- el libro Concepción en el Centenario Nacional.
También, y de comienzos del siglo XX, nace el Hotel de France, fundado en enero de 1900 y ubicado frente a la Estación de Ferrocarriles del Estado, donde hoy está el Gobierno Regional. El edificio, construido por su propio dueño, Louis Boulou, ofrecía 48 piezas enceradas -decían que era mucho más higiénico que las alfombras- y con una capacidad para 100 huéspedes. Su especialidad eran los cigarrillos Bastos y Maryland, además poseía una oficina telegráfica en el mismo edificio.
El hotel de los artistas
“El punto de llegada para los viajantes era la estación de trenes, allí se encontraban directamente con calle Comercio, que conectaba con el centro y por eso los hoteles estaban en ese sector”, cuenta el historiador y académico en la Universidad de Concepción, Armando Cartes Montory. Y frente a la misma estación de trenes, además del mencionado France, se alzó un edificio que hasta nuestros días se resiste a desaparecer. Se trata del Hotel Cecil, y que a pesar de que en estos momentos no funciona como tal, sí volverá a hacerlo, al menos eso dice Juan Santamaría Claramunt, hijo del que fue administrador y dueño en los “tiempos mozos” del hotel, Juan Santamaría Espuglas, destacado actor y uno de los fundadores del coro polifónico de Concepción.
Juan Santamaría nació en el Cecil, luego creció y trabajó buen tiempo, a metros del hotel, en la Compañía General de Electricidad (CGE); ahora tiene su propia empresa de “energía alternativa” frente al Cecil, en Barros Arana 36. “Siempre me he movido en este sector”, dice -no sin antes- soltar una buena risotada.
El edificio donde se ubica el Cecil tuvo como primeros dueños a los hermanos Pualuán, en la década del ’30, quienes compraron el terreno al Regimiento Chacabuco, que se ubicaba allí, en el ahora Barrio Estación. “El edificio se terminó de construir en 1938, y ese mismo año mi abuela lo arrendó”, relata Santamaría. Su abuela se llamaba María Pura Palet y además era dueña de la conocida Confitería Palet.
Cuenta Santamaría -a modo de anécdota- que para la construcción del edificio, Ernesto Loosli, quien estuvo a cargo de la construcción y que además era conocido por ser “caballero de malas pulgas”, exigió a los obreros que para hacer la mezcla de cemento era necesario que él siempre estuviese presente. Pero una vez, un maestro desobedeció. El desdichado tuvo que enfrentarse a combos con Ernesto Loosli, “porque así se solucionaban las cosas”, dice Santamaría, quien por cierto cree que el mal genio del señor Loosli pudo ser causante de que el edificio no se haya caído en todos estos años.
El Hotel Cecil se inaugura en 1938 y lo hace “en grande”, con el festejo de un matrimonio de ascendencia árabe. Hecho que se repetiría constantemente, pues conocidas eran las fiestas de matrimonios que se realizaban en él, donde prácticamente podían caber 5 mil personas.
“La concesión del hotel la tuvo mi abuela por un tiempo, pero después mi padre le compra la marca a mi abuela y el edificio a los hermanos Pualuán”, explica Santamaría. Bajo la administración de su padre, el Cecil se convirtió en “el hotel de los artistas”. Grupos de jazz de la escena local se reunían allí, así como también connotados actores del entonces Teatro de la Universidad de Concepción (TUC) y escritores, entre los que destaca el poeta Pablo de Rokha.
Al año siguiente de su apertura, un terremoto con epicentro en Chillán sacudió a la zona. Fue catastrófico y dejó -según cifras de la prensa de la época- cerca de 30 mil víctimas fatales. Pese a ello, el Cecil siguió funcionando, tal como cuenta Juan Santamaría: “Ese año se hospedaban algunos diputados y políticos; estaba lleno y los bomberos venían a cargar con agua los estanques. No dejó de funcionar, al igual que en el terremoto de 1960”.
En la actualidad, el hotel se encuentra cerrado por reparaciones, luego de verse afectado por el terremoto de 2010. Lo más probable, y como indica la familia, es que vuelva a abrir sus puertas como hotel, pese a que no tiene la popularidad de antes, cuando la estación de trenes servía como trampolín de pasajeros directo a sus puertas.
El hotel de la Versalles del sur
Pero no sólo Concepción tuvo elegantes hoteles. Olvidar al Hotel Coddou es desconocer parte de la historia de Penco, la originaria “Concepción”, y en donde se emplazaba la ciudad, antes del terremoto de 1751.
En aquellos años las clases altas eran atraídas hacia Penco por su variada oferta turística. “El viajero que visitaba Penco durante un caluroso verano de los años veinte tenía numerosos panoramas. Se hacían paseos y otras actividades recreativas. Eran otros tiempos; entonces las hermosas playas que rodean a la bahía de Concepción, como San Vicente, Rocuant, Penco y Tomé, eran populares balnearios”, cuenta el abogado e historiador Armando Cartes.
El Hotel Coddou abre sus puertas en 1880; antes del edificio – y como se registra en algunos planos- se encontraba la Iglesia San Juan de Dios, de tiempos cuando Concepción se ubicaba en Penco. El dueño del hotel, Francisco Coddou Trotobas, llegó de Francia para construir, tal como lo detallaron las crónicas de la época, “el más completo y lujoso hotel del sur de Chile”.
Se ubicó detrás del fuerte La Planchada y era de dos pisos, con una capacidad para 130 camas, cancha de tenis, un parque y habitaciones con toda clase de comodidades e incluso se ofrecían baños de mar, de agua caliente y fría. El Hotel Coddou tenía publicidad, además, en revistas francesas, que hablaban de las cualidades del lugar, llamando a Penco como “la Versalles del sur”. Esta notoriedad que buscaba tener el hotel lo hace “visionario” en materia turística; así lo cree- al menos- el alcalde de Penco, Víctor Hugo Figueroa Rebolledo, quien sabe de estas materias y ha publicado El Libro de Oro de la Historia de Penco.
“La gente también venía a almorzar al Coddou; después pasaba al muelle (de uso exclusivo del hotel), a través de una rampa que lo conectaba y que tenía vestidores separados por sexo. Cuentan que de un lado se bañaban las mujeres y del otro los hombres”, comenta el alcalde.
Las noches eran interminables, las fiestas también. Más de cien parejas disfrutaban escuchando una melodía de jazz o bailando al ritmo de una popular polca chilena. “Se hicieron grandes celebraciones; allí se casaron los abuelos de Marta Colvin y otras familias importantes como los Larenas, Binimelis”, dice Figueroa.
Al otro día, después del jolgorio, qué mejor que ver desde las ventanas del hotel el paisaje marino. Un paisaje que también fue inspiración para el artista nacional Enrique Swinburn, cuya pintura, Playa de Penco (1886), se hizo desde el Hotel Coddou, como asegura el alcalde Figueroa.
El hotel cerró en 1925, año en que sufre un incendio. Después de eso, nunca más volvió como tal. La época de gloria había muerto y el balneario de Penco, que recibió la visita de Presidentes como José Manuel Balmaceda, Pedro Montt y Arturo Alessandri, poco a poco, fue perdiendo atractivo. La razón, la explica el propio alcalde: “Con el boom industrial (instalación de Lozapenco, la Compañía Refinería de Azúcar, entre otras) comenzó un gran desplazamiento poblacional, desde los campos a la ciudad y eso hizo que las clases aristócratas, asentadas en Penco, comenzaran a emigrar y el balneario perdiera exclusividad”.
El elefante blanco de los hoteles
Al igual que el Cecil, el Hotel Ritz sigue físicamente presente, a pesar del paso del tiempo y las huellas que dejó el terremoto del 2010; vidrios quebrados y una que otra grieta visible en su fachada. El inmueble, inaugurado en 1932 y diseñado por el arquitecto Alberto Cruz Montt, tuvo su época de gloria; quien pasara por calle Barros Arana en su tiempo supo o quizás se hospedó en este lugar.
Construir este edificio partió como una inversión para su gestor, Nicasio Martínez De Codes, y cuyo fin era sopesar de mejor forma la Gran Depresión en la década del ’30.
El edificio se arrendó a un concesionario y se destinó la planta baja para locales comerciales. Esta era una forma muy común de diseño en el Concepción de entonces, dice el historiador Armando Cartes: “Abajo estaban los negocios y en los otros pisos las viviendas”. En el caso del Ritz, en la primera planta, había locales comerciales (hasta la década del ’50) como la Casa Oneto, la librería Universo y en el subterráneo del hotel, un bar muy concurrido por la clase penquista, donde se hacían fiestas, se jugaba cacho y se fumaba por toneladas.
Desde sus inicios el Ritz llamó la atención. Diferente, sencillo, con una arquitectura más modernista que el resto de los edificios, “protorracionalista”, como le llaman los expertos. “El Ritz era como un elefante blanco, la gente lo encontraba demasiado grande y alto para Concepción”, cuenta Germán Jiménez Martínez, nieto de Nicasio Martínez De Codes.
Jiménez, también cuenta que para la construcción del hotel se usó cemento Portland, una novedad de la época y alude a que quizás por su “buena mezcla” el edificio no cayó, pese a haber vivido tres terremotos. Para el terremoto del ’39 pasó la prueba; en el caso del terremoto de 1960 tuvo daños que mantuvieron el segundo piso del hotel durante mucho tiempo inhabilitado. El terremoto de 2010 también lo pasó, pero ya había cerrado sus puertas el año anterior, pues como afirma el propio familiar “el negocio se volvió poco rentable”. En la actualidad, se encuentra cerrado y lo más probable es que se reutilice y arriende a una tienda comercial. “Hay que transformarlo acorde con el actual paseo Barros”, dice Jiménez.
Patrimonios inmateriales
Del Concepción decimonónico y de principios del Siglo XX poco y nada queda, más aún si de hoteles se trata. Y acerca del patrimonio cultural local, en este caso, los dos edificios mencionados (Ritz y Cecil), hay una deuda pendiente. Ambos están en el olvido y no son ni la sombra de lo que fueron en el pasado.
María Teresa Rodríguez Tastets es arquitecto y Dr. en Urbanismo de la Universidad de Cataluña (UPC), España. Además, es docente en la Universidad San Sebastián (USS) y dicta la cátedras de Urbanismo y Teoría de la Historia. Es crítica sobre nuestra formación en historia local. “No hay buena formación. Si tú no sabes cómo es tu ciudad, ¿cómo esperas que los ciudadanos se apropien de ella?”, dice.
Para la académica e investigadora es importante -previo a discutir si se han descuidado algunos edificios históricos de nuestra ciudad, en este caso, hoteles- distinguir entre patrimonio arquitectónico e inmaterial, pues en el primero se trata de una obra con un valor arquitectónico significativo, y que, además, genera un grado de identificación hacia la comunidad. En el caso de los patrimonios inmateriales, pertenecen a una cultura y representan a una cierta época de la ciudad. En ambos se trata de patrimonio y tienen una particularidad, como explica la docente: “El patrimonio no es algo muerto, es algo vivo, que sigue produciendo cosas. Ejemplos puntuales, el Arco de Medicina o el Palacio de Tribunales”.
El Ritz y el Cecil podrían haberse mantenido en el tiempo, perpetuarse, tal vez, pero esto no sucedió, a juicio de la profesional. ¿La culpa? ¡La trémula tierra! Los terremotos han perjudicado a la arquitectura regional. En eso, la profesional es clara: “Estos dos hoteles no se recuperaron después del terremoto del ’39, más encima, después vino el de 1960. En el caso del Hotel Ritz, por ejemplo, la esquina de Aníbal Pinto con Barros Arana perdió vida; también se trasladó la Municipalidad, pues antes se ubicaba frente al hotel, en la esquina opuesta, donde hoy existe una tienda de zapatos, y eso le quitó popularidad.
¿Y el Cecil? Un edificio con mucha ornamentación, neocolonial, que se construyó en una época en que dicho estilo ya no estaba en boga, pero que sí lo estuvo en el neoclásico (Siglo XVIII). Para la arquitecto, el Hotel se trata de un caso aparte, y lo compara con el Ritz: “El Cecil tiene más memoria colectiva; se han hecho eventos para recuperarlo. Se han mantenido sus intervenciones, además, se encuentra en una plaza urbana que se sigue reconociendo y es parte del Barrio Estación”.
Los hoteles de Concepción son parte importante de la historia citadina. Hotel Wachter Central, Comercio, Harán, Metrópoli, Visconti, La Bolsa, de France, City, Ritz y Cecil (por nombrar algunos); la gran mayoría ubicada en las principales arterias de la ciudad, fueron importantes testigos de cambios sociales, culturales y políticos del país. Definitivamente dejaron una huella imborrable en la historia regional y también en aquellos huéspedes que un día pisaron estas tierras.