Unos llegaron a sus negocios cumpliendo sueños y otros por simple casualidad. Sus visiones y conquistas son muy diferentes. También los tamaños de sus empresas. Desde un candy a la salud del planeta. Desde la moda a las sonrisas en una foto y, cómo no, el sabor de lo hecho a mano. Son cinco emprendedores, innovadores, atrevidos y un poco locos que quisieron hacer las cosas bien hechas y demostrar que para conseguir logros hay que trabajar mucho, pero también gozar y apasionarse con lo que se hace y deshace. Todos irradian un placer que los menos consiguen: “Hago lo que me gusta”, “Me encanta mi negocio”, “Hacer esto paga cualquier esfuerzo”. Los elegimos, porque a la hora de celebrar un aniversario hay que invitar a mucha gente, para compartir la vida y para aplaudir que vivimos en un mismo escenario. Más todavía si sus historias son reflejo de una tarea que se hace con gusto y talento.
Por Carola Venegas | Fotografías Gino Zavala.
El mundo a sus pies
Javiera dice que puede leer los zapatos. Que no es psicóloga, pero que ve a una persona calzando un par y sabe quién es, qué quiere en la vida, su cabeza y su norte. Es tanta la obsesión de esta diseñadora, que camina mirando el piso buscando que los pies le hablen del mundo. “Soy la cuarta generación de zapateros en mi familia. Siempre estuve ligada a la fábrica. Me encantaba. Soy zapatera y siempre quise serlo”.
El orgullo que Javiera Poch recalca por su profesión comenzó en su niñez y se reforzó en su adolescencia, en la fábrica donde creció, en los lugares que para ella eran más comunes que corrientes. “Mi idea era salir del colegio (Alemán) e irme al ARS Sutoria, que es la escuela más exitosa y prestigiosa de Milán y donde mejor puedes aprender de zapatos”.
Salió del colegio, pero era tan niña que su papá le dijo no, que un viaje así le quedaba grande, que estudiara un año lo que fuera para que madurara. “Decidí comenzar a estudiar Diseño para hacer algo mientras y me encantó la carrera. Me especialicé en diseño de ambientes y objetos y es tan bonito lo que uno aprende de plástica, volúmenes, formas, colores, espacios que me quedé hasta el final. Así, antes de dar mi título me fui al ARS Sutoria. Todas las nociones que me dio haber estudiado diseño fueron fundamentales para mi desarrollo profesional”.
En las tierras del Inter, Javiera aprendió y reforzó. “Es que al estar en Milán aprendes no sólo lo que vas a estudiar, sino que de moda en general. Allá se respira moda”. No sabía italiano y ahora lo pronuncia perfecto. Lo ocupa para seguir aprendiendo, para hacer más negocios, porque de allá trae materia prima, tendencias, plantas y hormas.
La marca Javiera Poch Zapateros es una realidad y por estos días se encuentra ad portas de lanzar su última colección que sucede a las otras exitosas: Invierno, 9 PM, Rock y América. Es el resultado, dice la diseñadora, de una pasión de años, de ideas y de mucha paciencia. “Mientras estudiaba también trabajaba en la fábrica. Sabía hacer las hormas, hacer planos de los diseños. Tenía las nociones básicas, no era seca; pero sí sabía hacerlo”, cuenta. Trabajaba diseñando para las marcas Caprice y 24 Horas enmarcada en el nicho femenino más clásico y menos atrevido. También diseñó para Gacel, Spirit, instituciones y para ella solita, pero su marca propia era lo que más la alentaba, como expresión y como negocio.
“Cuando me fui a Milán esa idea se agudizó. Recuerdo que yo me hacía los zapatos para una ocasión especial y todas mis amigas se volvían locas con mis modelos. Volver me dio la fuerza y los conocimientos para poder empezar, hicimos el logo, lanzamos la marca y ya llevo cinco colecciones”, explica.
Pareciera que el zapato fuera sólo una cosa muy artística, pero tiene un trabajo ergonométrico y matemático muy cuadrado. Por eso, lo aprendido en Europa debe tener significativas variantes en Chile. “Acá el pie tiene un punto y medio más que el europeo. Entonces yo pido las hormas a Italia, pero les solicito también que vengan con un poco más de calce. A los patrones y moldes también se les tiene que dar un poquito más para la pierna chilena”.
Javiera dice que se inspira en distintas cosas, por ejemplo, en la colección de verano 9 PM, se fijó en su momento preferido del día. “Las 9 de la noche es mi hora preferida… me encanta el sol cuando baja, los colores anaranjados del crepúsculo. Sales con alguien y te tomas un traguito… creo que es un momento exquisito. Los colores fueron cálidos pero a la vez se trató de una colección muy fresca, con mucha sandalia, harto taco… En la colección Rock me inspiré en la música, con tachas, cruces, los colores oscuros y gastados”. Sin embargo, su zapato más vendido es el modelo África.
Los ejemplares que hace Javiera los define como altos y comodísimos, jóvenes, elevados. Nos dejan a 12 centímetros por sobre el nivel del piso. Los muestra orgullosa y confía en que la gente busca la calidad y valora el diseño. Una colección son 3 mil pares de zapatos, aproximadamente, y la última de sus creaciones está lista para salir a la calle. “No tengo en contra de los zapatos chinos, por ejemplo. Pueden ser una buena alternativa como para cambiar en verano, pero siento que la gente está volvierno al cuero, a la tradición de los zapateros de años. La gente busca la calidad”.
Y se siente orgullosa de ser de la estirpe de los hombres que forjaron los calces a mano, de los que van a la curtiembre y juegan con hormas y sus accesorios. Ésos que saben dónde aprieta el zapato, y que han ayudado a generaciones a poner bien los pies sobre la tierra.
Gusto francés
¿Qué es Bac? “Bon appetit Chile”, exclama con su acento francés, con su estilo francés, con todo lo francés que es Nicolás Xhauflair, el dueño y creador del Bac, un estiloso, exquisito y bello lugar que encontró su nido en Colo Colo 1, en la tradicional casa de la Alianza Francesa, y que tiene su réplica en San Pedro de la Paz.
Hace cuatro años que está en Chile. Nicolás llegó con ganas de reconocer un país que le gustó en su primera travesía por América del Sur. “Quise volver a Sudamérica y particularmente a Chile, porque la primera vez que vine me enamoré al tiro de este país. Vine con mi mochila para buscar un trabajo y en dos días encontré uno en la montaña, en el sector Las Trancas”. Estuvo allí casi dos años.
Después conoció a Pamela y se volvió a enamorar. “Como muchos franceses que llegan aquí encuentran a alguien y se quedan, porque aquí está todo para permanecer: Es lindo. Hay que saber salirse de lo suyo para ver qué bonito es esto. Yo he viajado por todo el mundo, he visto tantos países… y me di cuenta de todo lo fascinante qué hay aquí”, enfatiza Nicolás.
Dice que cuando vino en el 2004, tenía 19 años y que los chilenos le trataron bien.” Lo que me gusta de este lugar es que la gente es acogedora y cariñosa. En ningún momento me sentí demás en esta ciudad o en este país. A la gente le llama la atención un extranjero. Se preguntan qué está haciendo un francés en este lugar, pero realmente es muy interesante quedarse acá”.
Nicolás tiene dos pasiones: la aventura y la cocina. Estudió seis años gastronomía en Francia, se especializó en gastronomía general, pastelería y gestión de empresa hotelera. Después trabajó cinco años en su país y transitó también en otras latitudes europeas, pero nunca encontró el lugar donde quedarse.
“Fui más lejos y llegué a Chile”. Fue una licitación del colegio Francés junto con la Alianza Francesa la que lo hizo tomarse la casa de Colo Colo 1. “Hice la propuesta de un Salón de Té francés gourmet, y gané. “Hemos trabajado mucho para darle un alma a este lugar, para que la gente se sienta bien en un ambiente acogedor con una excelente atención, y una hermosa vista al Parque. Tratamos de aprovechar todo lo que es positivo. Estamos lejos del centro, pero nunca tanto. Para las personas de Concepción todo gira en torno a la plaza y dos cuadras de la plaza. Por eso decidimos hacer un lugar tranquilo. No tenemos patente de alcoholes, pero decidimos aprovechar lo rico, lo de buen gusto, y de pensar cada problema como algo positivo. Éste es un lugar bello, de paz, al frente de un parque maravilloso, de una terraza con vista que muy pocos lugares en Concepción tienen. La inspiración del lugar es París años 20 o 30, porque la construcción de la casa es de 1920. Tratamos de aprovechar esa energía que tiene el lugar”, asegura.
Uno de los fuertes de Bac es su servicio, de primer nivel. Eso significa tener personal trabajando contento. “Para mí, mis empleados se transformaron no en mis amigos, como otras empresas, sino en mi familia”, explica el joven francés.
Ofrecen una pastelería tradicional francesa, pero con un toque personal, con vanguardia de diseños, buscando nuevas texturas, otros sabores, mezclar técnica francesa con los productos chilenos.
“Yo trabajo igual que un arquitecto en una hoja de papel blanco, creando dibujos, pensando en los sabores de la temporada. No tengo una carta fija. Cada temporada cambiamos la pastelería. No soy como otras pastelerías que tienen un producto y lo hacen por muchos años, porque funciona. A mí me gusta atreverme y cambiar. En general es tratar de cambiar un poco la mente de la gente”, asegura.
Chile… Me quedo en Chile, agrega Nicolás. “Aquí está mi esposa, mi hijo que va a nacer, que será un futuro pastelero. Concepción me gusta porque está creciendo. Mucha gente me dice que debo irme a Santiago, porque allá está todo. Pero yo digo siempre que le tengo fe a Concepción. Está creciendo, hay muchas cosas, la gente también se da más gustos y busca las sensaciones. Como yo, que puse toda mi plata que tenía ahorrada en Francia, para un proyecto que tenía que funcionar sí o sí. Por eso le he puesto mucho esfuerzo y mucho cariño”, como cada cosa que se ve en las vitrinas y en las mesas del Bac.
Listos para la foto
Constanza Berckemeyer y Joaquín Rodríguez son socios. Son novios. Son ingenieros. Él Comercial, ella Químico, de 26 y 27 años. Les picaba la idea de tener un emprendimiento y un día a la pasada escucharon de una cabina divertidísima, que era más top, más “entrete”, más linda y más moderna que todas las que incipientemente se conocían en Chile.
Les pareció la idea y comenzaron a investigar. Un año después están en el tope de la demanda con su emprendimiento que se llama Photobooth. Aseguran que no hay otra igual en la zona, quizás en el sur. Y que la visión de traer lo mejor de lo mejor en el rubro de las fotocabinas resultó y da sus frutos.
“La cosa es simple, había fotocabinas de 2 mil dólares a 16 mil. Y nosotros nos fuimos por traer algo que no estuviera disponible en Concepción. Capaz que no haya otra igual en Chile. Al final el precio de mercado va a ser el mismo. No puedo cobrar el triple de lo que cobra una cabina más barata, pero mi interrogante es por qué siempre a Concepción hay que traer algo que es de medio pelo. Nos dijimos: “Traigamos algo que sea lo mejor. Independiente que no nos vamos a hacer multimillonarios con el negocio, porque el costo de capital era mucho mayor”.
Así importaron la cabina que fue hecha en Estados Unidos por diseñadores reconocidos, que tiene la gracia de ser modular, no como otras que son paneles que se arman en el momento. Es un óvalo que parece una máquina de bebidas, pero más grande.
La cabina está sellada por una placa de aluminio. Detrás de ella está toda la tecnología, consistente en una cámara profesional, un computador y un software que le da una resolución impecable.
“Empezamos a tener clientes de más recursos y más atrevidos. Este óvalo grande puede estar entero graficado con la marca de tu empresa. La gente que la ha ocupado no es sólo para sacarse fotos, sino hacer una intervención visual mucho más entretenida y atractiva. Tiene un LCD por fuera que te permite ver todo lo que pasa dentro. Entonces lo que pasa fuera de la cabina es casi más entretenido de lo que sucede en su interior”, explica Constanza.
Joaquín y Constanza trabajan durante los días hábiles en su rubro y el fin de semana se dedican a la cabina. “Cuando trabajas para alguien, te estresas. Cuando trabajas por ti, ese estrés se transforma en una obsesión. A veces los lunes llegamos más cansados que el viernes anterior, pero vale la pena. Vale la pena como negocio, vale la pena porque nos ha ido bien, porque la gente nos felicita”.
Joaquín explica que siempre se encargan de instalar la cabina, pero la operación se la encargan a un empleado. “La operación es muy fácil. La gente tiene que coordinar el ingreso, la salida, el cotillón y el álbum. No es mucho más que eso”, dice.
Comentan que lo más difícil fue escogerla, pero dieron con la cabina ideal. Las operaciones comenzaron en octubre del año pasado.
“La idea es innovar, emprender y experimentar. Siempre pensamos que queríamos independizarnos y creímos que esto era muy interesante para comenzar. Nos llaman de todos lados, partimos probando, nos está yendo tan bien o mejor que lo que hacemos en la semana. Nuestro objetivo era podernos solventar los dos con un emprendimiento y lo hemos conseguido. Tenemos la cabeza fría para pensar que por ahora no puede demandarnos más tiempo que nuestras ocupaciones, pero estamos muy satisfechos”, agrega Constanza.
Arrendamiento de aparatos electrónicos y fotográficos. Ése es su rubro. Ella se encarga de los contactos, del diseño. Él, de los trámites, y más trámites, y de la estructura del evento. Al finalizar cada semana están felices, muy conformes y dispuestos a pensar que éste u otro emprendimiento les resultaría muy tentador para dedicarse a los negocios tiempo completo. Sin embargo, están dedicados a aumentar la entretención en los matrimonios, fiestas de empresa y otros eventos similares. Están listos para la foto y para llenar de recuerdos divertidos a sus clientes.
Sueños de caramelo
José Andrés Urrutia sabe de dulces, de marcas, de estilos, de caramelos. Tenía una idea en su cabeza, pero entendía que nadie más que él podía desarrollar un concepto de confitería, como el que le hubiera gustado conocer cuando pequeño.
Lleva un poco más de un año como negocio. La combinación de sus intereses, la emocionalidad infantil y la idea de hacer una tienda propia lo llevaron a crear Candy Store.
Así nació. Una tienda pequeñita en calle Los Mañíos de San Pedro de la Paz, que a poco andar dio paso a un negocio grande en un emplazamiento “natural” para estas tiendas. Ahora se ubica en el strip center del valle.
“El concepto es de una confitería interactiva. Para mí, lo importante en Candy Store es dar una experiencia de compra de dulces agradable y transportar en forma conjunta a las personas que llegan a la tienda, porque casi siempre son un niño y un adulto los que vienen a este lugar”.
José Andrés dice que los dulces evocan y hacen viajar a los clientes en el tiempo, y que siempre hay una historia detrás de la persona que llega. Por eso, hay que tratar de que esas historias resurjan, que se cree una empatía entre la persona y el caramelo.
“La idea es que se generen esas conexiones y creo que hasta ahora lo hemos logrado bien, pero sí vamos a traer más marcas y vamos a traer más productos que sean interesantes y novedosos”, explica el dueño de Candy Store.
Desde Estados Unidos llegan distintas presentaciones de candy, aliados con otros ingredientes. Los gringos son secos para la mantequilla de maní. También chocolates y otros dulces que caben dentro de la categoría de candy, pero explotan, son asquerosos o picantes. Es increíble, pero los dulces buscan generar emociones y esos sentimientos de asombro que se generan con los candys “menos dulces”, también lo son.
“Cuando partimos éramos muy chiquititos y no teníamos mucho espacio para crecer, pero cuando llegas a un centro comercial como éste ya entiendes cómo se comporta su público. En éste en particular converge todo tipo de gente, porque estamos muy cerca de personas que tienen una forma de vivir muy diferente”, acota José Andrés.
En general, el empresario explica que desarrollar una tienda de dulces interactiva ha sido muy positivo. Algunos encuentran caros ciertos productos, pero él se niega a transar con el concepto de calidad. Todo importa. Desde el envase hasta los ingredientes.
“En general los productos americanos cumplen con estrictas normas de calidad, pues sus leyes son mucho más exigentes que las nuestras. No son dulces que vienen de China u otros lugares, donde las leyes son más vulnerables. Las multas en Norteamérica son tan altas que todo es muy cuidadoso en cuanto al uso de los colorantes, son casi todos bajos en grasa y con control del azúcar. Aun así hay que tener un consumo responsable de estos productos”, insiste.
Para personas que buscan no comer azúcar, hay variedad de chicles, pastillas y galletas y siempre está en búsqueda de nuevas marcas. Hoy trabaja con 15, pero son cuatro las más cotizadas y famosas.
Tan bien le va al negocio que por estos días está inaugurando su segunda tienda en un mall de Concepción. Y la idea es tirar todo el candy a la parrilla. Para buscar ideas y nuevos negocios, en mayo viaja a la Feria Mundial de Productores de Dulce, en Chicago, donde asisten más de 1.500 expositores y donde espera, literalmente, tirarse al dulce para traer lo más novedoso del mercado en materia de sabores. Por ahora los grandes atractivos en Candy Store son los polvos saborizados, esencialmente con toques ácidos.
Se vende en verde
Claudia Astudillo es una contenedora de datos verdes. Por ejemplo, explica que cada chileno genera diariamente un kilo de basura. Ella, ingeniero comercial, y su socia, Carla Barra, geóloga, partieron con la idea de hacer un polo ecológico en Concepción.
Fueron una alergia alimentaria en la familia de Carla y los intereses medioambientales de Claudia los detonantes del proyecto. Así surgió Green Op (Opción verde), una tienda basada en los principales conceptos de la ecología para vender y enseñar.
El marido de Claudia tiene una consultora medioambiental y de alguna manera siempre ha estado ligada a los temas verdes. “La tienda nació con la idea de hacer un espacio físico con productos ecológicos y con servicios ambientales que pudiesen atraer a la comunidad del Gran Concepción hacia esos conceptos. Nuestro objetivo es promover y mejorar la conciencia ambiental de la comunidad y eso se hace a través de la educación y el desarrollo. No era simplemente una idea de negocio, sino una visión de futuro. Esto se armó con el propósito de dejar algo, una huella respecto de la ecología y provocar un impacto en la comunidad, entregando una propuesta de enseñanza y de productos que permitieran, a distintos actores, como vecinos, colegios y barrios, vincularse a través de este espacio”.
Hoy todas las empresas, las comunas y municipios quieren ser sustentables. La sustentabilidad es la forma de desarrollarnos, de crecer. “Para nosotros siempre fue un tema el cómo llevar una vida más sustentable. Una opción verde es la forma en que nos alineamos con esa sustentabilidad”, enfatiza Claudia.
La idea de estas mujeres, que además son primas, fue crear una tienda ecológica, pero que además enseñara a manejar y a respetar el ambiente. “Como tienda encuentras productos ecológicos y que tienen un sentido con el medio, ya sea de reutilización, de reciclaje o desarrollo de innovación de temas ambientales. Por ejemplo, están los dispositivos de ahorro de agua, que te permiten eficientar y cuidar los distintos recursos. Están los productos hechos de bolsas, de diarios, de distintos materiales que se enfocan hacia la reutilización y el reciclaje. Son productos que se pueden ocupar en el día a día y que pueden desarrollar un concepto sustentable.
Para plasmar el concepto educativo hay que hacerlo en la etapa preescolar. En una línea complementaria a la tarea de la tienda, Claudia se vincula con los colegios y los ayuda a certificarse en temas ambientales.
Reducir, reutilizar y reciclar. Los productos están muy asociados a los hábitos de consumo. Para conocer en qué se basan y cómo incorporarlos a su vida, puede visitar la página web www.greenop.cl.
En este sitio los amantes de lo verde pueden volverse monos vitrineando. Desde alimentación orgánica, frutos deshidratados, filtros, plantas, semillas, contenedores, lombriceras, contenedores para segregar. La tienda está cerquita de la laguna grande, en un lugar que hace mucho sentido a su espíritu y al de sus propietarias. Un encanto verde que a pesar de lo difícil de crear conciencia, de a poco se apodera de los intereses de las personas que comprenden que la salud del planeta es el bienestar propio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.