Académicos y gestores culturales rescatan patrimonio de los idiomas extintos.
Hubo tantos idiomas como pueblos en el mundo y la evolución los fue seleccionando. La globalización hace que la Torre de Babel pierda sus matices y se pierda año a año una importante cantidad de lenguas. Sin embargo, en algunos sectores de la academia y de conservación del patrimonio surge la inquietud por estudiar y proteger algunas que son clave para entender los orígenes de nuestro lenguaje y, más aún, la visión de los pueblos que sentaron la base de la cultura. Palabra que vale la pena.
“Why you should learn a dead language… Learning a dead language might not be as useless as it sounds”. ¿Por qué debería aprender una lengua muerta? El aprendizaje de una, no es tan inútil como pareciera. Ese título de un artículo publicado por The Guardian intenta justificar por qué seduce y maravilla conocer los textos en idiomas originales de la literatura. Clásicos en griego, los genios en el antiguo inglés, las revelaciones en sánscrito y la raíz del latín.
Más allá de la literatura, la riqueza que implica un idioma es tan compleja como la cultura misma. Es el marco conceptual de una comunidad, formatea el pensamiento y en muchas formas ordena el cerebro y lo predispone a asumir la realidad de una forma en particular.
Según diferentes estudios se afirma que una lengua humana muere cada dos semanas con su último hablante. Los científicos estiman que hay unas 6.000 lenguas vivas en el mundo, de las que se cree que aproximadamente el 90 % desaparecerá en los próximos dos o tres siglos. En Norteamérica han dejado de existir en las últimas décadas más de 50 lenguas nativas. En la amazonía peruana a principios del siglo 18 existían alrededor de 150 lenguas, de las que actualmente sobrevive apenas una tercera parte.
Y en Chile el escenario no es muy distinto. La Ley Indígena (19.253) reconoce a nueve pueblos indígenas: aymara, atacameño, quechua, diaguita, colla, rapa nui, mapuche, kaweskar y yagán; sin embargo, de sus integrantes sólo un 12 % habla y entiende su lengua, y a este ritmo para el año 2030 no quedaría ningún hablante de lenguas originarias en nuestro país. Cristina Calderón es la última testigo del pueblo yámana o yagán y con ella, que en 2009 fue declarada “Tesoro Humano Vivo”, se está realizando un importante trabajo de conservación.
Augusto González, jefe macrozonal de Patrimonio del Consejo de la Cultura, explica que “debemos precisar que el yagán para nosotros no es una lengua muerta, pues aún cuando la señora Cristina es la última hablante, hay una comunidad yagán que entiende el idioma. Es verdad que está en franca retirada, pero hay comunidades en Magallanes que todavía lo entienden. Hay registro sonoro, también uno escrito que se trabaja para este idioma. El Consejo de la Cultura, la Conadi y otras instituciones públicas han trabajado en función de la conservación de rescate y registro de este patrimonio, asumiendo que el destino de la lengua está unido al de Cristina Calderón”.
González agrega que el mapudungo es un ejemplo de idioma que se mantiene y tiene su uso permanente, y que lo destacable es que en algunas comunidades su lengua es de uso exclusivo, por ejemplo, en los rituales. “Obviamente, las lenguas originarias del país están sometidas al fuerte peso que tiene la lengua extranjera, en este caso el español, pues está presente en lo académico, en los medios de comunicación, los servicios públicos y, en general, en toda la cotidianidad que impulsa a hablarlo”.
Los efectos sociológicos de la economía han reducido el aislamiento de comunidades remotas y han forzado a millones de personas a dejar sus lugares de origen para emigrar a grandes ciudades. Esto ha contribuido poderosamente al abandono o declive de lenguas de ámbito local en favor de otras de más amplia difusión, a una escala sin precedentes en la historia.
Se considera que la supervivencia de una lengua está amenazada cuando los niños ya no la aprenden como lengua materna. Es decir, cuando los padres transmiten a sus hijos una lengua diferente de su propia lengua nativa. En esos casos demográficamente al envejecer y morir las generaciones que conocen la lengua, el número de hablantes de ésta se reduce dramáticamente. Algunos movimientos recientes tienden a la conservación de este patrimonio intentando la restitución y manteniendo el contenido lingüístico. Sin embargo, la documentación de la variedad lingüística por sí misma es incapaz de detener los procesos socioeconómicos que conducen al abandono o declive de las lenguas amenazadas.
Es tanto, que la Organización de ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura elaboró un Atlas de las lenguas en peligro del mundo en versión digital. Se trata de una herramienta interactiva que contiene datos actualizados de más de 2.500 idiomas que podrían desaparecer. En él se puntualiza que de los 6.000 idiomas existentes en el mundo, más de 200 se han extinguido en el curso de las tres últimas generaciones, 538 están “en situación crítica”, 502 “seriamente en peligro”, 632 “en peligro” y 607 “en situación vulnerable”. Además expone que 199 idiomas cuentan con menos de diez locutores y 178 tienen un número de hablantes comprendido entre 10 y 50.
El rescate académico
Hay razones prácticas para el aprendizaje de una lengua extinta. Puede hacer que la adquisición de la segunda, tercera, cuarta lengua sea, incluso, más fácil. Los lingüistas dicen que también se interesan personas para reconstruir el mapa de los árboles genealógicos.
Jorge Palma es profesor de Religión, estudia Ciencias Religiosas en la Universidad Católica de la Santísima Concepción. Es de Castro, amante de las matemáticas y convencido de la vocación que lo llevó a salir de la isla de Chiloé. Habla de la Biblia, que del hebreo se tradujo al griego y de cómo en su carrera es importante manejar a la par el latín con el español. “Las traducciones no son concretas ni precisas. Si uno quiere someterse al estudio especializado de cualquier materia debe conocer la lengua original. Así uno se forma la idea del pensamiento del autor. Las lenguas como el griego o el latín son las bases estructurales de otros idiomas como el español, el portugués o el italiano”.
Hay muchas razones para estudiar el latín y el griego. Y una consecuencia importante es la disciplina mental que se desarrolla y el elevado nivel de organización cerebral que se obtiene. Se facilita, con ello, la capacidad de razonar y de expresar el propio pensamiento. Y esa disciplina mental permanece en el tiempo, aunque todos los conocimientos concretos se olviden.
Los idiomas modernos se aprenden hoy con muy pocos conocimientos gramaticales: tienden fundamentalmente a la conversación. El estudio de las lenguas clásicas, con un fuerte contenido gramatical, facilita la profundización en el estudio de otras lenguas.
Cuando estudia griego, un alumno debe separar el concepto contenido en una palabra de la grafía (alfabeto o símbolo), porque se utiliza un alfabeto distinto del propio. Esto ayuda a conseguir un mayor nivel de abstracción, porque ya no necesita usar los caracteres latinos para entender el contenido del mensaje. Las lenguas clásicas nos ponen en contacto con culturas milenarias. Y ese contacto se produce, esencialmente, a través de la lectura. Y leer toda esa riqueza cultural contribuye a recuperar la capacidad de contemplación, es decir, la interioridad necesaria para el desarrollo de la personalidad.
El griego, hebreo, hitita y huno son consideradas lenguas muertas, es decir, que en la actualidad no constituyen el lenguaje materno de ningún individuo. Rodeadas de cierta mística especial, asociada a su origen, las lenguas muertas gozan aún de espacio propio en la historia, a partir del uso que se les da en el rescate del patrimonio, aunque en lo concreto figuren como extintas.
Según expertos, el lenguaje se asocia directamente a la cosmovisión de un pueblo y es en ese contexto que la desaparición de una determinada lengua implica una pérdida irreparable que los conservacionistas intentan preservar. A esa labor se ha entregado en la zona el Instituto de Teología de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, a partir de la enseñanza de griego clásico, griego helenístico, hebreo y latín (que no se encasilla como una lengua muerta propiamente tal e incluso es, junto con el italiano, oficial en Ciudad del Vaticano). Todas ellas forman parte del programa académico de la carrera de Licenciatura en Ciencias Religiosas y Estudios Eclesiásticos de la citada universidad.
Uno de sus académicos, el doctor Pablo Uribe, Secretario Académico del Instituto de Teología, enfatiza que son varios los motivos que han determinado que los parlantes vivos dejaran de utilizar sus lenguas maternas y que, paralelamente, han ocurrido evidentes evoluciones en algunos casos. “El griego y el hebreo -por ejemplo- que siguen vigentes en algunos países, son hebreo y griego ‘modernos’, que difieren de las lenguas antiguas que impartimos como Instituto”, detalla.
Pablo Uribe afirma que las clases de lenguas impartidas por el Instituto de Teología son instrumentales que permiten una preparación para iniciarse en la lectura directa de las fuentes de estudio: “El texto hebreo del Antiguo Testamento, el texto griego del Nuevo Testamento, la literatura patrística latina y griega, y los filósofos clásicos”, explica. Al respecto, el también académico del Instituto y responsable de la cátedra de Lengua Hebrea, doctor Arturo Bravo, complementa estableciendo que “manejar el hebreo bíblico, por ejemplo, permite conocer profundamente la mentalidad del pueblo en que surgió la Biblia y no interpretarla con conceptos extraños”.
Es así como el experto resalta que la lengua hebrea da cuenta de una mentalidad práctica, más bien pobre en adjetivos y que utiliza imágenes para expresar las cosas, en una condición propia del oriente antiguo. “Las cosas se definen por lo que hacen y eso no se refiere a las diferencias de una mentalidad oriental versus una occidental, sino que apunta a distinciones entre una realidad rural y una más citadina. El lenguaje campesino es rico en imágenes y reducido en abstracciones, que son conceptos”, argumenta Arturo Bravo. En ese contexto, el académico da el ejemplo del vocablo “ángel”, que en hebreo es “malaj” y significa textualmente “mensajero”, término con el que en la Biblia hebrea se designa tanto a los ángeles de Dios como a los mensajeros humanos.
El caso del doctor Bravo, prácticamente un políglota, producto de su dominio del inglés, alemán y español, además del uso instrumental de griego, francés, italiano y hebreo, no es una excepción en las aulas en el Instituto de Teología. Según detalla Pablo Uribe, los profesores que enseñan estas materias, en su mayoría, posee especializaciones en el extranjero.
On line
En una cruzada por rescatar diversas cosmovisiones asociadas al lenguaje, desde 2013 existe un software capaz de reconstruir idiomas extintos. Si bien la herramienta informática puede examinar grandes cantidades de datos en tiempo récord, sus creadores aclaran que no tiene el mismo grado de precisión que los lingüistas profesionales. A pesar de que aún presenta ciertas deficiencias, el mecanismo permite reconstruir lenguas que se remontan a miles de años, y su meta a largo plazo es recrear la primera protolengua, de la que evolucionaron todas las demás.
Para probar el sistema, los científicos tomaron 637 idiomas hablados en Asia y en el Pacífico en la actualidad, y recrearon el lenguaje originario del que descendieron. A partir de la elaboración de una base de datos de 142 mil palabras, el sistema fue capaz de recrear el lenguaje del que se derivaron estas lenguas modernas. La investigación fue publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Science en 2013 y puede revisarse completa a través de www.pnas.org.