Una exposición que no buscó, sino que llegó luego de aparecer en la portada de una revista, la llevó -casi sin darse cuenta- a asumir roles y a enfrentar cambios que ni siquiera tras haberse reconocido a los 35 años como transgénero pensó que alguna vez vivenciaría.
Hoy es activista por los derechos de la diversidad sexual, directora de la Fundación Iguales y su caso quedó inscrito como la primera mujer trans en Chile en transitar en un cargo de liderazgo laboral. Hoy, dice, es más feliz que nunca; sin embargo, esto ha tenido costos personales que, au
nque dolorosos, de a poco está comenzando a asumir.
Por Pamela Rivero | Fotografías: Gino Zavala
Nació en 1981, pero como Alessia recién cumplió dos años, los que, sin duda, han sido los más intensos de su vida.
Todo partió en julio de 2017, al menos en el plano mediático, cuando la revista Qué Pasa recogió su testimonio. La publicación apareció justo en la etapa en que el proyecto de ley de Identidad de Género comenzaba a avanzar en su tramitación -después de casi cuatro años en el Parlamento sin mayores progresos- y cuando grupos contrarios a esta norma hacían visible su oposición en las calles, en redes sociales y hasta arriba de un vistoso bus naranjo, que con letras blancas pintadas sobre su carrocería, advertía: “Con mis hijos no se metan”.
En este escenario, el testimonio de Alessia Injoque Alegría, ingeniero industrial y con un cargo de jefatura en Cencosud, sumaba valor. Era la primera vez que se conocía un caso como el suyo en una empresa chilena: el de un ejecutivo exitoso y con un futuro laboral muy bien aspectado, que había dejado en el clóset sus miedos para reconocerse como transgénero a sus 35 años y, por otro lado, una compañía que hacía carne una declaración de inclusión jamás antes invocada ni puesta en práctica por estos motivos, que no sólo respetaba su decisión, sino que la apoyaba y le permitiría seguir siendo parte de ella, en iguales condiciones, pero ya como Alessia, la mujer que siempre sintió ser.
-La verdad es que yo esperaba ser una anécdota, y que apareciera una publicación pequeña sobre esta cosa curiosa que había sucedido en Cencosud, pero terminé siendo portada. Ahí estalló todo.
Entrevistas, invitaciones a radios, a la televisión; fueron dos semanas a ese ritmo, yendo todos los días a lugares diferentes para compartir su historia. Una experiencia que 13 meses después de aquella portada, la tiene recorriendo caminos que hace un tiempo le eran imposibles, y asumiendo roles y responsabilidades que nunca estuvieron en sus planes de vida.
Casi sin proponérselo se fue convirtiendo en activista por los derechos de la diversidad sexual. Es columnista de medios de comunicación y directora de la Fundación Iguales. Expone en seminarios, dicta charlas en colegios, en universidades y en cualquier espacio donde, dice, “pueda ser un aporte”.
-Una cosa que aprendí en este camino es que aun ofreciendo los mejores argumentos, incluso respaldados en estudios científicos, igual te encuentras con gente que por distintas razones nos rechaza. La psicología y la psiquiatría avalan que ser trans no es una enfermedad, sino una diferencia, y que lo que finalmente nos enferma es que nos prohíban ser nosotros mismos. Eso es lo que genera los problemas de salud mental o emocional que pasamos algunas personas trans durante nuestras vidas antes de aceptarnos y de que nos acepten. Por eso es tan importante trabajar para informar, pero también para generar empatía. Cuando logras que conozcan tu historia, que te miren a los ojos y comprendan lo que sientes, a veces puedes generar cierta cercanía que les ayuda a analizar nuestros planteamientos sin una barrera en medio que les impida entendernos.
“Quién soy”
La última semana de agosto viajó a Concepción. Fue invitada al Encuentro Regional de Empresas que organiza Irade en la capital regional para participar como expositora en uno de los paneles del evento que trataba sobre la diversidad en la empresa. El programa del evento sólo la presentaba como Alessia Injoque, ejecutiva de Cencosud.
-Al comienzo estaba asustada, sabía que en el Erede había ministros, empresarios, gente de la academia, personas que no eran mi público habitual. No sabía cómo me iban a recibir. Hace dos años, por mi formación profesional habría pensado que a esta audiencia tenía que mostrarle gráficos y cifras para plantear mi punto de vista. O tal vez hace dos años jamás me hubiese atrevido a hablar en público. Finalmente dije: no, lo que voy a hacer es contarles mi historia.
Y así lo hizo. Cuando llegó su turno para exponer, se encendió la pantalla del escenario, y con letras púrpuras muy grandes apareció la interrogante ¿Quién soy? Después de un espacio de silencio, comenzó a responderla.
-Nací por ahí por 1981. Me pusieron de nombre Alejandro y era un niño feliz- partió diciendo, mientras tras ella se proyectaban fotografías que mostraban a un pequeño de unos cinco años, de cabellos claros, posando siempre sonriente junto a sus padres. “Lo que no se veía en esas fotos era que ya en esa época yo me ponía ropa de mi mamá y también me maquillaba”, decía.
Eso hasta que alguna vez lo sorprendieron. Y aunque no se lo recriminaron, dice que pudo percibir que a sus padres aquello no les gustó. “Un niño, aunque sea pequeño, puede darse cuenta si la cara de los adultos es de alegría, de enojo o de decepción. Yo noté esto últmo, así es que dejé de hacerlo”.
Alejandro nació en Perú, en el seno de una familia de clase acomodada y muy conservadora en temas valóricos. Sus padres eran evangélicos y su mamá integró años más tarde una agrupación que se oponía abiertamente a la diversidad.
En ese ambiente, la sensación de querer ser una niña, que asegura experimentó desde que tuvo memoria, comenzó a atormentarle cuando entendió que para los demás aquello no estaba bien, aunque en las noches rezaba para que ese Dios que estaba tan presente en su casa y en las enseñanzas de sus padres, le permitiese ser una más de las chicas de su grupo. Sin embargo, nunca se atrevió a revelarlo.
Durante 35 años hizo todo lo posible por encajar en el papel que de él esperaba la sociedad.
Jugaba a la pelota como todos sus amigos, iba a fiestas, en su adolescencia tuvo pololas, estudió mucho y fue a la universidad. Estudio ingeniería industrial, pero nadie sabía que en esa época compraba ropa de mujer y que después de tenerla, sentía remordimiento y la botaba a la basura.
Desde niño se preocupó de caminar, sonreír y hasta de mirar como lo hacían los hombres. Siempre se cuidó de que en público no aflorase ningún rasgo femenino en su comportamiento.
-Yo estaba súper consciente de reprimir esa parte de mí, sobre todo cuando bebía alcohol. Jamás se me salió nada. Solamente en la soledad de mi casa a veces me dejaba fluir. No es que mi vida haya sido de constante sufrimiento. Tuve muchos momentos felices, crecí en una familia que me dio mucho cariño, pero siempre cargaba esto de que estaba mintiéndole a todo el mundo sobre quién realmente era.
Por eso, dice, empezó a trabajar durísimo. Entró a una empresa consultora y luego fue haciendo carrera en el mundo de la logística del retail. “Me saqué la mugre y crecí muy rápido profesionalmente. Ese éxito me fue dando autoestima para enfrentar otras cosas”.
“Tal vez soy transgénero”
Mientras continuaba su exposición en el Erede, aparecieron las fotografías de un Alejandro adulto, rodeado de amigos, y una donde se le veía feliz el día de su matrimonio.
Llegó a Chile para trabajar en Cencosud junto a Cossete, su esposa. Desde que públicamente asumió su condición de transgénero, en tres oportunidades ha hablado de su relación de pareja en las columnas de opinión que escribe para diferentes medios de comunicación. Ahí ha relatado que de ella la enamoró su sencillez, su esfuerzo y su entrega hacia su familia. Y también, que durante el pololeo le confesó que a veces se travestía para sentirse mejor. Ese reconocimiento no fue fácil de digerir para su pareja, aunque finalmente lo aceptó. Se casaron en 2010 y vivieron años que recuerda como maravillosos.
-Tenía todo lo que una persona a los 35 años puede soñar: éxito profesional, éxito económico y una esposa que me amaba y a la que yo amaba profundamente. Pero vivía con un profundo vacío, porque no estaba viviendo mi vida, sino que la estaba actuando.
Cada día verse, vestirse y comportarse como un hombre le comenzó a pesar más; sufría, y su mujer se daba cuenta, aunque aquello también les provocaba largas discusiones.
-Tal vez soy transgénero, le dije un día. Fue a la primera persona que me atreví a confesárselo, y una vez que lo verbalizas, se hace realidad y no te queda otra que enfrentarlo.
Así, poco a poco, a los 35 años comenzó dando pequeños pasos para iniciar su transición de género. Ayuda sicológica, cambios estéticos que al principio eran poco perceptibles, trabajar su voz con un fonoaudiólogo y hasta clases de maquillaje y de baile para recuperar y dejar fluir aquellos rasgos que desde la infancia ocultó.
Aquella decisión no terminó con su matrimonio. Y Cossette decidió acompañarla, sin saber mucho qué sucedería en el futuro pero, como ella relata, le prometió que pondría todo de su parte para que su relación funcionara. Cossete también le propuso que debería llamarse Alessia.
-¿Cómo le comunicaste tu decisión al resto de tu familia?
“Mi papá falleció cuando yo tenía 23 años. Con mis hermanos no hubo ningún problema”.
-¿Y tu mamá?
“Cuando le conté no le quedó otra que pegarse el golpe y empezar a asimilarlo. Ella es muy conservadora. Era de aquellas personas que decía que era imposible que una pareja gay se amase, y que lo que sentían era puro deseo y perversión. Por eso asimilar que yo me había asumido como mujer transgénero fue un proceso largo y complicado para ella. Desde que se lo comuniqué pasó como un año y medio hasta que supo decirme una palabra agradable”.
-Ella algo intuía. ¿O la noticia la tomó por sorpresa?
“Los humanos tenemos como característica que mientras no nos confirmen algo que parece, vamos a hacer como si no existiese o no ocurriese. Mi mamá sí sabía que yo me travestía, sabía algunas cosas de antes, pero a ella le chocó mucho que yo hiciera público mi tránsito de género. porque sintió que era algo que la podía impactar negativamente, temía por lo que iban a decir sus amistades, los que conocían sus posturas, qué iban a pensar si ella ahora aparecía con una hija trans. Se sentía personalmente afectada”.
Recuerda que el mismo día en que salió del clóset en Cencosud, compartió esta noticia con amigos y en el grupo de WhatsApp familiar. Su mamá la felicitó, pero acto seguido ofreció disculpas a la familia por no haberse dado cuenta antes, y les comentó lo difícil que era esto, pero para ella. “Me decía te apoyo, pero no comparto lo que haces. Tal vez ella hubiese preferido que lo hubiera dejado en un ámbito más privado”.
-¿Cómo es hoy la relación entre ambas?
“Ahora está mejor. Creo que verme en persona ya como Alessia, leer las entrevistas donde yo relataba mi historia y lo que siempre sentí, la ayudó a entender que, finalmente, más allá de sus creencias, soy su hija”.
Un mensaje de WhatsApp que su mamá le envió hace menos de dos meses, le permitió cerrar este capítulo. “Me doy cuenta de lo valiente que eres y de lo orgullosa que estoy de ti, te quiero mucho”, le escribió.
-Fue muy emocionante, esas palabras fueron una de las mejores cosas que me han pasado en el último tiempo.
“Soy Alessia”
Tras un año de ir pasando etapas para avanzar en su tránsito en su esfera privada, tuvo que enfrentar el último desafío: contar su verdad en su trabajo. El apoyo que obtuvo en éste fue lo que llevó su caso a los medios de comunicación, porque marcó un precedente en el tratamiento que las empresas podían dar a las personas transgénero.
-Lo del trabajo me provocaba particularmente miedo porque yo pensaba que podía distanciarme de un familiar, pelearme con un amigo, pero si me quedaba sin trabajo, todo se iba a hacer más difícil. Me cuestionaba si como mujer transgénero iba a tener las mismas oportunidades laborales que había tenido hasta ahora. Por ello uno de mis planes era iniciar una nueva vida en otro país. Pero eso significaba renunciar a todo lo que ya había conseguido.
Contra todos sus pronósticos, tuvo un respaldo absoluto. En su empresa buscaron asesoría e implementaron un protocolo que allanó el camino para que terminado este proceso, “Ale” finalmente fuera reconocido socialmente por sus compañeros y clientes con los que trabajaba, como la mujer que desde que tuvo conciencia sintió ser.
El día de su cumpleaños número 36, por fin pudo maquillarse y vestir ropa femenina para ir a su oficina. En su puesto encontró una credencial con su fotografía y, bajo ella, el nombre de Alessia Injoque, la identidad que ahora, sin miedo al rechazo, luce orgullosa.
-¿En la vida diaria encontraste la misma comprensión que tuviste en tu trabajo?
“He recibido mucho cariño de todos los lados, de gente cercana, de algunas personas que no conocía mucho, pero que me aceptaron sin ningún reparo. Lo mismo en las redes sociales (donde es un activa tuitera), pero tengo que reconocer que en esos espacios también me he encontrado con gente más distante o derechamente más hostil”.
-¿Cómo así?
“Hay gente que me ha tratado muy feo, porque en las redes sociales hay de todo; pero además un par de veces me ha chocado gente en la calle de forma agresiva. Una vez fui a una gasolinería, y cuando regresé de pagar, me di cuenta que el neumático de mi auto estaba pinchado. Cuando lo estaban arreglando, me dijeron que lo habían cortado con un cuchillo. Yo no dudo que aquello lo hicieron por mi condición de trans”.
-¿Qué te pasa cuando eres víctima de una agresión de ese tipo?
“De verdad es frustrante saber que hay gente que te quiere hacer daño por ser diferente, porque esa persona que rompió el neumático lo hizo solamente porque le molesta que yo exista. Recuerdo que al llegar a la estación de servicio un tipo me miró muy feo, sospecho que él pudo haber sido. Ahora tengo mucho más cuidado en todos los espacios a los que voy, por mi calidad de mujer y de trans. Antes, como Alejandro, me desenvolvía con toda la tranquilidad del mundo. Ahora me preocupa que alguien que quiera asaltarme terminé pegándome o matándome si descubre que soy una mujer trans. Son miedos que no son infundados, porque he conocido muchas historias de personas transexuales a las que les han sacado la mugre en la calle sólo por ser diferentes”.
“Hoy soy quien quiero ser”
“La inclusión laboral cambia vidas, como la mía, y saca lo mejor de nosotros”, les dijo a los asistentes del encuentro empresarial en Concepción al finalizar su exposición. Recibió aplausos y felicitaciones por su testimonio y su valentía. El nombre de Alessia Injoque se hacía con esto cada vez más conocido. Estaba feliz, aunque sabía que el reconocimiento que tantas personas le habían manifestado en ese evento, de poco le iba a servir unas horas más tarde, cuando a su regreso, tuviera que mostrar su carnet de identidad en el aeropuerto.
-Me miran y me dicen: ¿usted es Alejandro? Ahí ya sé que debo comenzar a dar explicaciones. Soy trans, les contesto, ahí te dicen: “Ahhh, disculpe”. A veces les digo, ¿ha visto Una mujer fantástica?, depende de mi estado de ánimo. Entonces ahí es donde digo: si presento mi documento de identidad en un aeropuerto o en un banco, y no creen que soy yo, quiere decir que ese papel no está cumpliendo su labor. Y eso es lo que hace la Ley de Identidad de Género, reconocer una realidad. No viene a inventar nada más.
Ella inició en abril del año pasado el proceso para modificar su partida de nacimiento. Pero sin una ley que reconozca y dé protección a la identidad de género, el trámite puede durar entre dos y cuatro años.
El 5 de septiembre último, por 26 votos a favor y 14 en contra, el Senado aprobó el cambio de sexo registral para los menores entre 14 y 18 años (previa tramitación en un tribunal de Familia y la aprobación de los padres) y para los adultos (mediante un trámite en el Registro Civil). Sin embargo, la posibilidad de que los menores de 14 pudiesen modificar su nombre y sexo en su carnet de identidad fue rechazada en esta instancia.
Esa noche, Alessia apareció en varios canales de televisión aclarando los alcances que podría tener la eventual promulgación de esa norma. “Esta ley no incluye operaciones ni hormonación para menores, como algunos dicen; no impone cosas a terceros ni tampoco va a meterse en la educación de los hijos de otros, pues no tiene alcances en políticas educativas. Si se aprueba esta ley, al día siguiente, la vida de los demás seguirá igual, pero para nosotros, que se reconozca nuestra identidad, nos cambiará el mundo”, sentenció.
Al cierre de esta edición, la Cámara de Diputados aprobó el proyecto de Identidad de Género, en los términos que salió del Senado. Ahora será enviada al Presidente de la República. Si éste no hace observaciones en los próximos 30 días, quedará en condiciones de ser promulgada.
-Hay personas que temen que esta ley abra la puerta a una especie de ideología de género que, dicen, podría influir en niños y jóvenes que aún están formando su personalidad.
“Yo nunca conocí a una persona transgénero en mi vida y eso no me hizo ni un poquito menos trans, y pasa a la inversa. Un niño no se va a convertir en trans de un día para otro porque conoció a uno que sí lo es. Y tampoco es que haya influencia de los padres, como algunos postulan. Ellos no es que abran una botella de champaña cuando se enteran de esta situación de sus hijos, sino que les duele profundamente, porque saben que es un camino durísimo, y porque muchos también cargan con los prejuicios que tuvimos todos alguna vez, de que eso estaba mal y que tenía que corregirse”.
-¿Te habría costado más ser aceptada como transgénero en Perú?
“Sin duda, en Perú no hay leyes que nos protejan. Pedro Pablo Kuczynski presentó una ley de no discriminación que incluía etnia, sexo, religión y orientación sexual e identidad de género. Pero la derecha fujimorista presionó en el Congreso y logró que sacaran estas dos últimas causales. Si en Perú hubiese ido donde mi jefa a decirle que yo era transgénero, ella podría haberme despedido sin ningún problema. Y yo no hubiese podido quejarme”.
-¿Qué fue lo que más ganaste en este tránsito de género?
“Durante años mentí y me mentí para no ser rechazada, pero escondida ahí en mi clóset, donde todos los insultos que imaginaba se hacían más reales, dejé de expresar emociones y me fui distanciando de la gente. Hoy dejo que todo fluya. No tengo miedo de abrazar, de contar mis experiencias, mi vida, como lo hice en el Erede, en el mismo escenario en que estuvieron ministros, empresarios y hasta el Presidente de la República. Hoy soy quien quiero ser, y ésta es la expresión más auténtica de mí que he tenido jamás”.
-¿Y qué pasó con la relación con tu esposa?
“La verdad es que han estado complicadas las cosas, tengo que reconocer que ha sido un camino difícil y sigue siéndolo. Todavía no sé qué va a pasar. Amo a mi esposa. Ella fue la roca que me ayudó a pasar este camino, porque cuando todo podía derrumbarse, yo sabía que estaba ahí, que no me iba a dejar pasar por esto sola, aunque para ella fuera muy difícil. No es solamente que yo haya cambiado, sino que ahora también el mundo nos ve y nos trata diferentes. Yo salí del clóset por mí, pero a ella la saqué de un clóset del que nunca fue parte”.
Hace pocos días, Alessia Injoque se volvió a referir a su mujer en una de sus columnas:
“…mientras festejaba y compartía mi alegría al mundo, no pude ver algo: Cossete no estaba siendo ella misma. No fue hasta hace poco que pude sentir su dolor, tal vez se lo guardó para ayudarme, tal vez fui yo quien no pudo verlo: Alejandro, aquel hombre que alguna vez amó, se había ido, sus sueños con él estaban rotos y su partida dejó un vacío que, como Alessia, no puedo llenar… Vienen días duros, nuestros caminos se separan”, reveló.