El feminismo ha hecho la tarea de sacar a la luz el acoso sexual en la calle, en el trabajo, en el aula y en la casa. Pero no ha mostrado todas las caras de las víctimas, menos, de los victimarios. Eso porque también hay hombres que sufren, aunque en menor número, situaciones de hostigamiento. Si bien no es el patrón, las mujeres también pueden agredir sin límites. La idea es reflexionar y entender que todas las relaciones deben tener por eje el respeto.
Por Loreto Vial.
Aunque el movimiento feminista ha mostrado a las mujeres como el blanco del acoso sexual, no hay que olvidar que también existe una fracción minoritaria de hombres que se declara víctima de hostigamientos por parte de una mujer, o bien, de otro hombre.
No es fácil para ellos, porque lo masculino se asocia con el término agresor. Visibilizarlo es aún más complicado en estos días, cuando el movimiento social se ha encargado de apuntar al género masculino como responsable del maltrato. Pero no es así. Ellos también figuran en la negra lista de violentados.
“Es incómodo enfrentar el tema, porque de verdad para mí era impensable esto de sentirme acosado por una alumna. A veces escuchamos casos de acoso sexual en el trabajo por parte de una persona que tiene una jefatura o cierto poder sobre uno, pero no de alguien sobre la cual tienes autoridad”. Javier es alto, moreno, aparenta tener menos de los 30 años que cumplió hace poco, porque su actividad requiere mantener un estilo saludable y de mucho ejercicio. Es profesor de Educación Física, la carrera que escogió después de estudiar dos años Ingeniería.
Javier llegó a trabajar a un establecimiento de enseñanza media dependiente de una congregación religiosa. Estaba feliz de cumplir el sueño de hacer clases. “A los profesores más jóvenes les cuesta menos empatizar con los niños. Cuando los estudiantes están en la adolescencia pasan por una revolución física y mental propia de la etapa. Uno sabe que hacen bromas y que algunos se confunden y tienden a tratar a un profesor como un amigo buena onda, pero como profesionales estamos preparados para mantener las cosas a raya e imponernos como autoridad que somos en el aula”, explica.
Pero eso no pasó con dos de sus alumnas que bordeaban la mayoría de edad. Comenzaron a desarrollar comportamientos indebidos, a coquetear e, incluso, llegaron a intimidarlo con amenazas. “En clases todo normal, hasta que un día me encuentro con mis alumnas en un lugar público, en un bar donde celebraba a un amigo. Las saludé cordial y seguí con el grupo de personas con quienes estaba pasando el rato. Unas semanas después se repitió el encuentro en un lugar donde practico deporte. Me pareció raro verlas ahí. Después de eso las niñas empezaron a ser más insistentes en preguntar cosas de la clase, a interesarse por dónde hacer ciertos deportes, a buscarme conversación. Hasta ahí no había razón para preocuparme”.
Fueron mensajes de texto nocturnos los que encendieron las alarmas. “Profe, por qué no sale, estamos en tal parte y podríamos pasarlo muy bien”.
“Pasaron un límite delicado, no respondí y al otro día informé a mi superior en el colegio”. Hasta ese momento no había nada establecido por protocolo, pero no es normal que los alumnos se mensajeen con los profesores. “Mi jefe me entendió, pero no sé hasta qué punto. Me preguntó si yo les había dado el teléfono, si me veía con alguna de ellas fuera de clases y le conté cómo habían sido los encuentros fortuitos”.
Después de eso, la insistencia de las niñas fue más fuerte. Le escribían cartas, le mandaban textos de móviles distintos y hasta le enviaron fotos insinuantes. “Me volví loco. Presionado. Conversé con ellas, les hice ver las consecuencias de este tipo de actitudes, de lo dañino que era para ellas que, por favor, no lo hicieran con nadie más porque era ultra peligroso y que iba a tener que informar al colegio”. Pero lejos de tomar conciencia, una de las dos fue más lejos. “Si no quieres estar con nosotros, vamos a decir que tú nos buscas y que ahora no lo quieres reconocer… A quién le van a creer?”, asegura que le dijeron las chicas en tono de amenaza.
-¿Sus intenciones eran tener sexo? ¿Ambas querían?
-“Sí, derechamente. Nunca esperé que con ese nivel de intimidación. El mundo se me vino abajo, me enfermé. Fui al psiquiatra y tuve que alejarme del colegio unos días. El médico me ayudó y me orientó sobre cómo exponerlo para hacer todo más transparente”.
-¿Qué pasó al contarlo?
-“Fue incómodo, fue vergonzoso, hiriente también porque algunas personas me cuestionaron. Pero tenía pruebas y el antecedente de haber alertado cuando recién hubo indicios de este acoso. No quiero juzgar a las niñas, pero los jóvenes están mucho más sexualizados y, a la vez, la cultura los hace ser menos tolerantes a la frustración. Lo que quieren, tienen que conseguirlo y no miden las consecuencias. El colegio tuvo que incluir este tema dentro de los protocolos y replantear la forma en cómo es el trato con los alumnos, sobre todo en algunas asignaturas donde existen más oportunidades para socializar con los estudiantes”.
No hay cifras contundentes, pero una buena estimación es la que arrojó un estudio de 2015 realizado por el Instituto Nacional de la Juventud (Injuv) y el Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC Chile) que reveló que los hombres también sufren este tipo de violencia.
La investigación recopiló información de 1.114 jóvenes de entre 15 y 29 años, de las 15 regiones del país. Los datos permitieron establecer que aunque las mujeres son el grupo más afectado por el acoso sexual callejero (68 %), uno de cada cuatro hombres afirmó haberlo experimentado. El 51 % aseguró que mediante acercamientos intimidantes y un 17 %, a través de fotografías sin consentimiento, sobre todo en el transporte público.
El estudio también reveló que, a pesar de los avances sobre la percepción de las prácticas que constituyen acoso sexual callejero, un 72 % considera que los “piropos”, bocinazos y silbidos son prácticas típicas de la cultura chilena. Esta realidad alertó sobre la necesaria educación y formación para superar este tipo de violencia naturalizada.
A eso apunta la reflexión de la sicóloga, magíster en Investigación Participativa para el Desarrollo, Karen Mardones, hoy docente de las universidades Santo Tomás y Austral de Valdivia, plantel que partió con las tomas del movimiento feminista en abril pasado.
La profesional apunta a la necesidad de discutir sobre las situaciones que atentan en contra de las relaciones respetuosas y sanas entre las personas, más allá de si son entre hombre y mujer, entre dos hombres o entre dos mujeres.
“Lo que hemos presenciado últimamente a través del movimiento feminista en las universidades son casos de estudiantes que sufren acoso de parte de profesores. Esto es una parte importantísima del movimiento social, pero no nos tiene que impedir ver que las relaciones abusivas, ya sea acoso sexual, violencia o discriminación, se pueden dar en otros espacios y entre otros sujetos”, sentencia la investigadora.
Últimamente la prensa ha hecho eco de hombres que se sienten marginados y sensibles ante el movimiento #yotambién, pues creen que es necesario abordar casos en que ellos son hostigados por otros hombres.
Le pasó a Roberto, un profesional que luego de tres años en una compañía, atravesó un momento irritante y vejatorio con un hombre que siempre creyó respetable y bonachón.
“Me cambié de área y estaba demasiado feliz, porque esto era un avance para mi carrera, pero lo pasé pésimo. En esa época no tenía auto y no me importaba viajar harto rato en micro, porque vivo a una hora de mi trabajo. Un día, un tipo cincuentón, jefe de un sector, y que ubicaba más o menos, a la salida de la pega me dijo si me acercaba a Concepción, y acepté. Era bastante simpático. Conversamos de la vida y me insistió mucho en saber si tenía una polola… yo no estaba pololeando, entonces le dije que no… Y después me tiró como talla: “¿Y tenís pololo entonces?”.
Roberto lo tomó como una broma desubicada. No pasó a mayores. Hasta que otro día, en que nuevamente el hombre se ofreció a llevarlo, después de hablar un rato de pega, de fútbol y de cervezas, lo invitó a tomar algo por ahí. “Estábamos en verano, no tenía nada que hacer y, bueno, fui. Qué tanto si igual el tipo era entretenido, capo y llevaba harto tiempo en la compañía. Me insistía que tomara no más, que él invitaba. Que pidiera algo fuerte si quería, que vida hay una sola, que la tarde estaba para portarse mal. Él, en cambio, sólo bebía cerveza sin alcohol, porque estaba manejando. Obvio que quería que yo me pasara de copas. Algo me mareé. Y me dijo que me iba a dejar a la casa”.
De camino le mostró un video que le llegó por WhatsApp. Era sobre un tipo al que le estaban haciendo sexo oral. “Me dijo que él podía hacerlo mejor que eso y que esto podía ser el comienzo de una linda amistad, que me iría muy bien. Me tomó la pierna. Se me pasó el mareo de una, le pedí que parara el auto, y me bajé con el corazón en las orejas. Días después lo vi. Me sentí como un cabro chico, me dio vergüenza máxima. No quería mirarlo, pero también quería pegarle o hacer algo. Se puso al lado mío mientras había más gente y me habló como si nada, que lamentaba el mal entendido”.
Roberto no soportó la situación y decidió contar la historia a una persona de Recursos Humanos de la empresa. Fue, dice, un error. “Me dijeron que no podían hacer nada, que había sido fuera de la oficina, que no era mi superior directo y que era muy raro, porque este señor era muy respetable y un excelente profesional. Después se supo mi denuncia y, lejos de ser acogido como víctima de acoso, varios se reían de mí, me echaban tallas, cuestionando mi masculinidad y que me gustaban mayorcitos”.
“Estos casos yo también los he escuchado en el contexto universitario. Probablemente no es lo más frecuente, sino que se da más que el profesor acose a una estudiante”, comenta Karen Mardones.
En el contexto laboral, la ley establece el acoso sexual laboral. Las denuncias mayoritariamente son de mujeres que denuncian a sus jefes, pero no quiere decir que sea la única manera o dinámica en que se presenten situaciones de acoso. “El acoso laboral es lo más habitual, ya que es la problemática que se presenta con mayor frecuencia, pero hay relaciones abusivas en otras figuras también. Se da en el sistema estudiantil entre profesores, de profesores hacia alumnos y entre alumnos”, puntualiza la facultativa.
Las situaciones de acoso pueden venir en distintas direcciones, y por eso es importante ampliar la discusión. “Yo veo que hay una necesidad de reflexionar ampliamente sobre las relaciones respetuosas, más allá de las demandas específicas que están reclamando ahora las estudiantes”, agrega Karen Mardones, reconociendo que, quizás, en estos momentos no sea políticamente correcto tratar de visibilizarlo, porque el movimiento feminista tiene una carga demasiado grande.
La clave de este fenómeno social es permitir exponer la necesidad de respetar al otro dentro de las relaciones para tomar conciencia y construir una nueva forma de convivir.
“Yo me declaro feminista, pero desde la perspectiva universalista que tiene siempre en vista los derechos fundamentales, y estos derechos no son sólo para las mujeres, sino que para los hombres y las personas en disidencia sexual. Desde ese punto de vista, mi reflexión trata de salirse del fundamentalismo separatista de algunos movimientos que han empezado a mostrarse dentro de las universidades… Porque las mujeres también podemos ejercer violencia en el contexto familiar o laboral, o realizar acciones que pueden agredir y discriminar. Creo que no hay que sentar en el podio de los acusados sólo a los hombres, porque no es así. Las relaciones son súper dinámicas, diversas y el acoso puede adoptar distintas formas”, destacó la profesional.
Lo que hoy es factible de denuncia en el ámbito del acoso, sólo se da en el contexto laboral. Los hostigamientos que ocurren en contextos educativos, como en las universidades o colegios, si es que no son entre funcionarios, quedan fuera de la discusión y de las sanciones. Es interesante que esté la idea de incorporarlo en la futura legislación. Ahora, la ley no establece que el sujeto acosador sea necesariamente un hombre y la víctima una mujer. Sin embargo, las denuncias demuestran que lo más frecuente es que las afectadas sean de sexo femenino.