En busca de la niña abandonada por su madre a las puertas del Hogar de Cristo en febrero de 2009, fuimos hasta el Centro Arrullo poco antes del Día del Niño. Como ella, en La Virgen 420, viven otros 74 niños. Algunos, sin embargo, nunca podrán hallar padres en tiempo récord como lo logró Lourdes Esperanza gracias a una legislación estricta pero rápida y a la puesta en escena que, de ese caso, hizo la prensa. A Mauricio, Jesús, Mabel, Edward y Alejo, en cambio, nadie los quiere. Son niños especiales, desatendidos por sus padres desde el mismo día en que nacieron.
Un año y medio tendría hoy Lourdes Esperanza, la niña que fue dejada a las puertas del Hogar de Cristo, en Concepción, en una caja de plátanos y envuelta sólo en una chaqueta azul. Fue en febrero de 2009, tenía apenas 48 horas de nacida y su hallazgo acaparó titulares. La prensa pormenorizaba acerca del abandono imperdonable de la guagüita que en los primeros minutos del hallazgo fue amamantada por la asistente de esa institución social Michelle Laurie.
“Eran las 9 horas cuando llegué y no había nada raro en la entrada; como a las 10, uno de los beneficiarios me dijo que en la puerta había una caja. Entonces, bajé y la abrí. Adentro había una casaca azul. Cuando la saqué, pude ver la carita de un bebé…”, contaba la profesional.
Hasta hoy, ella es la única que sigue indagando por el bebé que, en definitiva, con seis meses fue adoptada por una de las “millones” de parejas chilenas y extranjeras que -difundida la noticia- llamó al Centro de Lactantes y Preescolares Arrullo, en Concepción, ofreciendo criar a Lourdes Esperanza.
La niña se quedó en Chile, asegura Ximena Arriagada Rubio, sicóloga coordinadora de la Unidad de Adopción del Servicio Nacional de Menores (Sename) de la Región del Bíobío. De su bienestar dan cuenta las fotografías que la nueva familia envía regularmente al Sename. Tal seguimiento lo exige la Ley de adopción número 19.620 vigente desde hace una década, y que regula también la “salida” de niños al exterior, conforme al Convenio Internacional de La Haya.
La madre de Lourdes Esperanza nunca fue hallada, pese a que la Fiscalía de Concepción abrió carpeta por un cuasi delito de homicidio o abandono de menor que le pudieron provocar la muerte.
Historias de abandono se han contado miles. Pero la de Lourdes Esperanza que enloqueció a la prensa tenía su peso específico. En pleno siglo 21, y a las puertas de una entidad de la Iglesia, su desesperada madre la dejaba sin más ni más que en una caja de plátanos.
Pero ¿cuál es el destino de otros menores que, como Lourdes Esperanza, llegan al “Arrullo” o a alguna de las 42 residencias en la Región?
La Región del Bíobío ocupa el segundo lugar, tras la Metropolitana, en materia de adopción. Desde que rige la nueva ley 19.620, tres son las causales por las que un Tribunal de Familia resuelve la adopción, explica Ximena Arriagada: Primero, por patologías siquiátricas, deficiencias, drogas; los peritajes que haga el Servicio Médico Legal y otros datos de los progenitores o cuidadores son derivados al juez para la sentencia definitiva. Segundo, por abandono o interrupción de visitas durante un mes -en lactantes o más pequeños- y dos meses, en el caso de los mayores, aunque, en rigor, la ley considera un año, y tercero, un deseo manifiesto de los padres de liberarse de sus obligaciones legales. “Muchas familias piensan que es obligación del Estado la crianza del niño y que después, cuando tengan 18 años, se los entreguen”, explica la profesional.
En Chile, tras la modificación de la norma, en 1999, el 83% del total de adopciones son nacionales y sólo el 17% internacionales. Esa proporción era a la inversa en las décadas del 80 y 90, con un 73% de adopciones internacionales y sólo 27% nacionales. Hoy, la primera prioridad la tienen parejas chilenas, agrega Ximena Arriagada, y ante la posibilidad de que parejas homosexuales sean adoptantes, tras la promulgación de este tipo de matrimonios en Argentina, precisa que por un tema legal, no podrían postular.
“Es un tema no debatido ni definido; en Chile tenemos postulantes solteros, pero son muy pocos y están en último orden, junto a viudas o viudos. Tienen posibilidades de acoger niños muy grandes, aquellos que no fueron aceptados por matrimonios extranjeros -son los que adoptan hasta los 8 ó 9 años- porque los chilenos prefieren niños entre cero y dos años”, dice.
Italia, país de afectos
Entre 1988 y 1999 se realizaron 1.372 adopciones nacionales y salieron del país con fines de adopción, 3.676 niños y niñas. La entrada en vigencia de la ley, en 1999, invirtió esta tendencia. Así, entre los años 2000 y 2007, se han realizado 3.872 adopciones. De ellas 3.205 corresponden a adopciones nacionales y 667 a internacionales.
Italia es el país que más adopta. Le siguen Alemania, Noruega, España y Nueva Zelanda. De las actuales 138 solicitantes, sólo dos son latinoamericanas (peruanas). Normalmente, entre 30 y 43 años tienen las parejas, sin hijos propios, que quieren adoptar. Por lo general nos prefieren –refieren profesionales del organismo encargado- por una cultura similar en los conceptos de familia y de crianza, porque los niños se adaptan rápidamente y porque el idioma no es tan complejo.
Justamente, al país de Berlusconi se fueron Hugo, Paco y Luis, tres hermanos chillanejos de tres, cinco y ocho años. Una historia de inhabilidad progresiva de los padres, quienes fueron dejando a su suerte a sus tres hijos en una de las residencias del Sename. Hace poco más de un año, sus nuevos padres los vinieron a buscar y el desenlace emociona a la sicóloga: “Cuando ya se produce el encuentro es algo mágico; en el fondo ellos están esperando a sus papás y corren a su encuentro, se les embracilan, los abrazan”.
No es casualidad. De manera previa los profesionales reforzaron en Hugo, Paco y Luis, como prefiere identificarlos Camilo Muñoz Mendoza, el jefe técnico del Centro Arrullo, el reconocimiento de su propia historia; la necesidad de volver a vivir en familia y luego el proceso de adopción, acercando a los padres que los van a acoger mediante fotografías, cartas y regalos. En el caso de hermanos, la ley apuesta por el principio de inseparabilidad y más, cuando el mayor, ha actuado como protector de los más pequeños, y puede, con nueva familia, volver a ser niño.
“Estaríamos felices que más matrimonios adoptaran de estas edades”, dice la sicóloga.
-Hace años, a propósito de algunas cuestionadas adopciones en la zona y que la esposa del intendente militar de la época, Palmira Baghetti, le pidiera investigar al abogado Ramón Domínguez Águila, éste dijo “lo escandaloso no es que vengan extranjeros a adoptar niños chilenos, lo escandaloso es que el Estado de Chile deje partir a sus niños” ¿Qué le parece?
-Siempre es mejor que los niños se queden acá. Nosotros tenemos especial cuidado con el tema de las motivaciones -querer ser genuinos padres y amar de manera incondicional- y lo ideal para nuestros niños es que vivan en familia más que en residencias, nada reemplaza a una familia, pero siempre se nos van quedando los más grandes o los niños con problemas de salud complejos.
Camilo y Ximena cuentan el sorprendente caso de Andrea, de 8 años, quien padecía una mielomeningocele. Su defecto de nacimiento del sistema nervioso central le impedía el control de su cuerpo desde la cintura hasta los pies. En el “Arrullo” ya había un lugar especial y definitivo para ella, pues su mejor pronóstico de vida es que llegaría a caminar con bastones o apoyada en un burrito si conseguía mantener su peso. A la niña la adoptó una pareja de noruegos, quienes han puesto a su alcance toda la tecnología para que haga una vida normal, según el seguimiento que el Sename ha hecho de ella.
“Son casos impensados, era una chica que tenía una discapacidad seria, pero su tema cognitivo estaba indemne. Intelectualmente, respecto de otros niños, ella estaba en mejor nivel. Nos cuesta mucho más cuando estamos hablando de niños con incapacidad intelectual”, explican.
El niño que mira a la nada
¿Y por qué Andrea y no Mauricio Osses, de 11 años, quien con su cabeza enorme y su mirada ausente, la piel blanca, blanca de tan poco sol y dedos larguiruchos que yace desde su primer día en una cama en la sección “grupo especial” en el mismo Centro Arrullo, no tuvo la misma oportunidad de ser acogido por una familia?
Mauricio Osses es un auténtico hijo del Estado. Su familia “chorera” se desentendió de él y en el centro nadie lo visita. Todos apostaban a que por su diagnóstico médico -hidrocefalia- Dios lo llamaría pronto, pero él sigue aferrado a la vida.
Junto a su cama-cuna todavía colgaba un corazón de cartón del Día del Niño 2009, donde alguien escribió: ¡Con todo mi cariño para ti que eres un pedacito de mi corazón…hijo, Mauricito, te amo!
“Ya es parte de aquí”, dice Camilo Muñoz, a quien las funcionarias le aseguran que el niño responde a los estímulos del entorno.
Y lo mismo pasa con Mabel, quien sufre Síndrome de Down con daño neurológico, o con Alejo, con similares patologías asociadas, y Edward, con daños neurológicos. En su colchoneta, se contorsiona y le sonríe a la nada.
O como Jesús, de 4 años, oxígeno dependiente después de contagiarse con adenovirus tras un control por bronquitis en el Hospital Clínico Regional de Concepción. Allí mismo fue abandonado también.
Hoy, 74 niños de cero a 6 años (y de más edad, también) de la Región del Bíobío que sufren los efectos de conductas irresponsables de sus padres han sido derivados al Centro Arrullo, el único de los cuatro establecimientos del Sename en Concepción que tiene cobertura para lactantes y preescolares.
Como Gabriel, que pregunta en lenguaje institucional: “Tío ¿cuándo es mi día de visita?”. Hace meses, él y su hermana fueron derivados por una medida de protección del tribunal. Es pequeño, como todos, pero a él su madre todavía lo visita y eso es sinónimo de papas fritas, dulces, jugos. Entre los niños, tal cargamento de golosinas le confiere otro status.
Duelos patológicos
¿Cómo se vive después de regalar un hijo si, como sostienen las autoridades, la adopción es la mejor salida para la madre y el hijo no deseado?
Hay un peso, un dolor que se mantiene durante toda la vida a diferencia de un aborto, planteó, hace poco, el sicólogo Mauricio Vásquez. La mujer vive una sensación de pena, de dolor muy intenso y similar al de cuando fallece un hijo, pero de conformidad porque ese niño va a estar bien o mejor que a su lado. A una mujer nunca se le olvida al cedido en adopción, son mujeres que viven duelos patológicos, y que tienen problemas de salud mental durante toda su vida, con distintas manifestaciones de ansiedad generalizada, con fobias y depresiones que tienen su raíz común en este desprenderse del hijo cuando eran adolescentes.
Una de las cosas que, justamente, le aseguran en la entrega directa o cesión del hijo -“y no al lado afuera del hospital o en una caja de plátanos, como Lourdes Esperanza”- es que los matrimonios adoptantes están acreditados como idóneos, evaluados desde el punto de vista sicológico y social. “Les aseguramos que es un matrimonio que está anhelante por la llegada de un hijo, generalmente porque no pueden concebirlo, que va a crecer a sabiendas que es adoptado y con una buena impresión de sus madres, que no eran malas mujeres ni terribles porque los abandonaron. Todo lo contrario, que pensaron en ellos primero y en las posibilidades reales que tenían de criarse”.
El niño adoptado -por muy feliz que sea en su nido- comienza su proceso de búsqueda a los 14 años, en su preadolescencia y en Chile, por lo menos, pueden canalizar sus inquietudes una vez cumplida la mayoría de edad a través del programa Raíces, dependiente de la Unidad de Adopciones del Sename.
“Es bien fuerte el momento -refiere Ximena Arriagada- porque hay un conflicto de lealtades de por medio. Por lo general es un encuentro nada más, porque el vínculo está con la familia adoptiva, el resto forma parte de un proceso que tiene que ver dónde nacieron. Algunos, que han ubicado a sus madres, les mandan dinero y asumen un rol protector, como ocurrió en Chillán. La madre vivía sola en una parcela y sin más bienes que una yegua; el joven, que venía de Francia, entendió el contexto de absoluta pobreza en que se dio su adopción”.
Un gringo en Chol Chol
En julio la prensa del sur (medios regionales de la empresa El Mercurio SAP) se dio un festín con la historia de Chris Culbertson, que nació como Carlos Catrileo, quien fue dado en adopción a un matrimonio norteamericano y volvió a Chile a buscar a Fresia Huenulaf, su madre biológica, en la comunidad de Chol Chol. Tiene 19 años.
“No sé por qué me dieron en adopción. Lo único que creo es que parece que había problemas con mi padre o su familia porque los documentos que tengo no hablan de él, sólo de ella”, ha dicho Chris en su recién aprendido español.
En su contacto con la prensa del sur, Chris Culbertson dice haber crecido feliz y con todas las comodidades de una familia unida y cariñosa en Michigan, incluso con otro hermano chileno que también fue adoptado en el mismo año. “Mi mamá en Michigan me ha dicho que en lo que yo haga siempre me van a apoyar y a veces le he dicho que quisiera vivir en Chile… Pero está bien. Ellos me apoyan en mi interés de conocer a mi mamá. Yo ya estoy orgulloso con saber quién soy y de dónde vengo… Me gusta mi historia”.
Desde la dictación de la Ley 19.620 sobre adopción en Chile, la búsqueda de identidad es un derecho. Hay un cambio de visión, un entender que ser adoptado es parte de su historia y de sus derechos como persona. Desde 1999 en adelante, quienes lo fueron por medio de la nueva legislación, cuando cumplan 18 años y tengan cualidad jurídica para buscar sus raíces, podrán acceder a una base de datos y recuperar esa información.
Pero Mauricio, Mabel, Edward, Alejo y Jesús no tendrán qué buscar. Ellos son y seguirán siendo hijos del Estado.