Dramático testimonio de la madre de Paola González, la joven asesinada hace ocho años en Punta de Parra, Tomé, quien sobrelleva su pena con dignidad. “No hay noche en que no me despida de ella con una oración”, dice. Su caso, ocurrido en 2004, así como el de Yenny Torres y Cindy Aravena, impactaron a la opinión pública por su crudeza, frialdad y ensañamiento. Las tres fueron violadas y asesinadas y sus victimarios purgan condenas en El Manzano por 40 años de cárcel en cada uno de los casos.
Eran jóvenes y, probablemente, jamás cuestionaron con ahínco el destino. Eran aprendices y quizás sus diarios de vidas estaban repletos de sueños con proyectos a corto, mediano y largo plazo. Eran hijas, amigas, hermanas, pololas y, a lo mejor nunca pensaron que se convertirían en víctimas de un crimen, en un caso policial o en una causa rol para la justicia, pero en la peor de las tragedias para sus familias.
“Resulta difícil explicar lo que siente un padre con la muerte de un hijo. Si uno le preguntara a quienes han vivido esa experiencia, ninguno sabría cómo explicarlo”, resume hoy María Eugenia Riquelme Garrido, madre de Paola Daniela González Riquelme.
El caso de Paola, ocurrido en 2004, es conocido en Tomé. Una mala decisión hizo que esta joven de 17 años se extraviara ese viernes 5 de marzo y nada más se supiera de ella hasta 13 días después, cuando su cuerpo fue encontrado en el sector de Playa Tres Pinos, cerca de Punta de Parra.
La muerte violenta de Cindy Aravena Jara (17) en la vecina localidad de Lirquén, en Penco, impactó también a la comunidad. La joven regresaba del Liceo Comercial de Tomé el 26 de noviembre de 2002 cuando, al descender de un bus, fue atacada por Carlos Medina González. Tres años más tarde y cuando el hombre fuera condenado a 40 años de cárcel (presidio perpetuo calificado), el padre de la niña, José Aravena, diría a la prensa: “Una pena justa para quien tronchó la vida de mi hija”.
“¡Yo defiendo a personas como usted!”, le dijo en tanto a su atacante Daniel Enrique Flamm Montoya (25), la egresada de Derecho de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, Yenny Andrea Torres Lorca (30), según confesara el propio autor del crimen, quien en un crudo testimonio -como registra el expediente de la causa- narró cómo se desencadenaron los hechos en calle Errázuriz Nº 3065, Las Salinas, Talcahuano el 24 de abril de 2002.
Este año se cumplirán diez años de una obsesión fatal que acabó con la vida de Yenny, y en diez más, su victimario, condenado en principio a 40 años, podrá a optar a beneficios carcelarios a los 20 años, luego que en 2009 se le rebajara la condena por una serie de vicios judiciales que se encontraron en la causa.
Paola, Yenny y Cindy. Las tres eran estudiantes, jóvenes y bonitas y en la resolución de los tres casos trabajó con ahínco la PDI. Con ellos y con algunos de sus familiares hablamos para desempolvar hechos que han conmocionado por su crudeza, frialdad y, en algunos casos, por su ensañamiento. Un daño al otro que se cuestiona con un ¿por qué lo hizo? La historia criminalística de Concepción es un compilado de perturbaciones, ira, violencia, pero, por sobre todo, una búsqueda afanosa por hacer verdad y justicia.
Un poco de historia
Las sociedades cambian y lo que en el pasado era castigado con muerte, azotes o severas multas, hoy está superado. Para el historiador Mauricio Rojas Gómez, autor del libro Voces de la justicia. Delito y sociedad en Concepción (1820-1875). Atentados sexuales, pendencias, bigamia, amancebamiento e injurias, el delito es una categoría cognitiva socialmente construida, que forma parte de lo que la sociedad considera valioso y que hay que resguardar.
En esas mismas páginas, el profesor Rojas cita algunos índices de criminalidad en Concepción que, en el período 1859-1873, llegó a tener 114 homicidios. La mayoría de estos casos, ocurridos en un lapso de 14 años, se originaban en la ingesta de alcohol o en riñas. En la actualidad, en la región del Biobío, las cifras registran un considerable aumento: 242 homicidios entre 2007-2010, incremento que se explica por el aumento de la densidad poblacional.
De algunos crímenes sucedidos en el siglo XIX, como es el caso de Carmen Pino (1854), pero del que sólo se sabe impactó a la comunidad, da cuenta René Louvel Bert en su libro Crónicas y Semblanzas de Concepción. La mujer protagonizaría un hecho de sangre junto a su amante al asesinar a su esposo. Luego, la pareja sería ajusticiada en el patíbulo penquista, ubicado en ese entonces en el Cerro Amarillo. Por aquellos años, los ajusticiamientos eran verdaderos espectáculos para la gente.
Sabuesos en acción
¿Pero qué sería de un crimen sin un sabueso que le siguiera la pista? Los detectives no son magos ni tampoco superhombres, trabajan sobre la base de datos que se los da la misma escena del crimen y los sujetos o testigos involucrados en el hecho. Eso lo sabe muy bien Jorge González Silva, Inspector de la Policía de Investigaciones, quien lleva trabajando en la Brigada de Homicidios siete años. Admite que le es difícil decidir cuál caso le ha impactado más, pero distingue entre los hechos que son policialmente atractivos – y que no han tenido tanta cobertura periodística- y los casos que sí han tenido cobertura mediática, pero que policialmente han sido fáciles en su esclarecimiento.
El policía explica que los dos primeros días son los más importantes para resolver un caso, porque se trabaja continuamente con la evidencia y los testigos. Por eso es muy importante la ayuda ciudadana en el esclarecimiento de un crimen. Los testigos o las personas cercanas al caso pueden ser decisivos en la resolución del hecho punible.
“Se equivocó ella, me equivoqué yo”
Atenta, buena alumna, cariñosa, colaboradora, entusiasta, risueña. Así define María Eugenia Riquelme a su “Paolita”, como le dice a Paola González. Cuenta que la joven siempre tuvo una personalidad carismática que atraía al resto al punto que “cuando era pequeña, su personalidad atraía a sus compañeros de clases; la seguían”, dice. A la estudiante de 4º medio del Liceo Vicente Palacios le gustaba desde la música a la arqueología y fue, incluso, dos años voluntaria de la Quinta Compañía de Bomberos de Tomé.
“Tuvimos buena comunicación”, afirma María Eugenia. No niega que crió con disciplina a sus seis hijos, y que fue muy estricta con las personas que se relacionaban con Paola. El mismo día en que la joven desapareció, esta madre se había enterado de que ésta le había desobedecido. “Ese día no fue a clases. Se corrió con un grupo de compañeros y pasó a una reparadora de calzados, donde trabajaba José, su pololo”, cuenta la madre, a quien no le gustaba que fuera a ese lugar porque no era ambiente para una “señorita”.
“Le llamé la atención y le dije: ¡Te espero afuera y nos vamos! Paola no me dijo nada, pero supuse que estaba enojada. Entonces, se fue caminando muy rápido y en el Mercado la perdí de vista”, relata. Esa sería la última vez que vería a su hija.
La joven, que vestía el uniforme de su liceo y un bolso azul – celeste con un diseño del ratón Mickey, encontraría la muerte en Playa Tres Pinos, donde César Caro Cuadra, un recolector de algas marinas que se encontraba acampando, aprovecharía la ocasión para atacar a la estudiante.
Cuestionarse quién tuvo la culpa es doloroso para María Eugenia, aún así tiene una respuesta: “Se equivocó la mamá y se equivocó la hija”. Reconoce que retarla en frente de sus amigos no estuvo bien, porque la avergonzó en público, pero que la niña no debió desobedecerla. “A todos los eduqué para que fueran respetuosos, buenas personas”, agrega.
Al día siguiente María Eugenia salió a buscar a Paola, pensando que se había quedado a dormir en casa de una amiga. Después de no encontrarla allí, preguntó en todas las casas de otras compañeras y con un mal presentimiento, se dirigió a la Bicrim de Tomé a estampar la denuncia. “Yo sabía que algo le había pasado a la Paola”, dice María Eugenia, quien además dudaba que la niña se hubiera ido de la casa.
Al Inspector Marcos Manríquez Vera le tocó conocer de cerca el caso de esta estudiante. Se acuerda bien que el 8 de marzo de 2004, alrededor de las 15 horas, registró la denuncia por presunta desgracia. El detective explica que este tipo de casos se repiten con frecuencia pues, por lo general, las adolescentes escapan de sus hogares cuando tienen problemas y aprovechan la ocasión de huir a casa de alguna amiga o pololo, pero no fue el patrón de conducta que siguió Paola.
“Los detectives no me dejaron nunca más”, cuenta la madre, quien recuerda haber trabajado día y noche buscando a su hija, con ayuda de muchas personas: “Gritábamos su nombre en cerros y playas”, dice.
Pero 14 días después de la desaparición, María Eugenia recibiría una mala noticia. Cuando le comunicaron que habían encontrado una niña con las características similares a Paola, el mundo se le vino abajo; perdió la razón, según sus propias palabras. Desde aquel día en que reconoció los restos de su hija en el Servicio Médico Legal, no hay momento de su vida en que no esté presente Paola: “Todas las noches le hago una oración”.
Llama la atención el estoicismo de una madre que, en su momento, dijo a la prensa que “no la verían débil”. Hoy, admite que andar llorando en público no le gusta: “Si usted demuestra debilidad, en la gente no va a sacar nada”, cree. La excepción fue el día en que hallaron a la niña. María Eugenia llegó a su casa y mucha gente había llegado para apoyarla en su duelo. Dice que pasó cautelosa y fue a su pieza a descansar. Uno de sus hijos llegó a acompañarla, la abrazó y juntos lloraron hasta cansarse.
Hay días en que la angustia se hace insostenible, pero su trabajo en la Escuela 417 ha sido clave para sobreponerse. Los mismos alumnos le irradian energía y la mantienen viva, pese al dolor de haber perdido a su “Paolita”.
Del colegio a la casa
Era un día más del liceo a la casa, pero algo cambió en la vida de Cindy Danitza Aravena Jara (17). La joven encontraría la muerte en similares circunstancias a las de Paola. “El pelusa”, cuyo verdadero nombre es Carlos Medina González, fue el autor del violento ataque a la adolescente.
Los hechos sucedieron el martes 26 de noviembre de 2002. Cindy había ido a sus clases en el Liceo Comercial de Tomé y, como cada día, tomaba un bus de regreso a su casa en la población La Huasca, en Lirquén. Lo que nunca imaginó al descender en el paradero es que la esperaba un hombre con malas intenciones. Medina la intimidó y la encaminó hacia unos matorrales, donde la violó para luego estrangularla con un cordel. En seguida, ocultó el cuerpo con ramas que halló en el sector.
Su caso impactó a la comunidad, sobre todo cuando se conoció la identidad del asesino, poco después de dos meses del brutal episodio. El 5 de febrero de 2007 Carlos Medina González fue condenado a presidio perpetuo calificado. Deberá pasar 40 años en la cárcel antes de poder optar a un beneficio carcelario. “Una pena justa”, como señaló en ese entonces a la prensa, el padre de la estudiante, José Aravena.
En el día del Censo
Era de madrugada y Yenny Torres Lorca, la santacruceña que se encontraba realizando su práctica profesional en la Corporación de Asistencia Judicial en San Pedro de la Paz, dormía. En la víspera había cambiado un vidrio y probablemente se sentía segura ya que la pieza que arrendaba a Raúl Díaz Saldaña en Las Salinas, Talcahuano, estaba detrás de la casa familiar.
Él mismo fue quien se percató de que la estudiante estaba muerta cuando acompañó a los encuestadores que realizaban el “puerta a puerta” para el Censo 2002, pero declinó entregar su testimonio al igual que la familia de la joven por tratarse de un tema demasiado doloroso y sensible para ellos, según se excusaron. El 15 de febrero pasado Yenny habría cumplido 40 años.
¿Pero cómo dio la policía con el victimario? Rápidamente la policía hizo un empadronamiento y llegó hasta Daniel Enrique Flamm Montoya (25), quien resultó ser el atacante. El hombre vivía a tan solo dos cuadras de la universitaria y se desempeñaba como cuidador en un Templo Evangélico, ubicado en calle Manuel Montt 325.
Cuenta una vecina del mismo sector Las Salinas, quien pidió reserva de su identidad, que el homicida esperaba a la universitaria en el paradero. Fue tanta su obsesión por la joven que el 13 de abril concurrió hasta su domicilio desde donde hurtó su ropa interior, prendas que la policía halló más tarde en la pieza de éste, bajo su almohada.
En la madrugada del crimen, Daniel Flamm se acercó a la pieza de Yenny y observó la silueta de la joven. Sin más demora aprovechó la ocasión y con un arma cortante la intimidó. La estudiante le pidió que no le hiciera daño a cambio de llevarse todo lo que tenía. Una bufanda blanca de lana le serviría al victimario para maniatar a la joven.
Pasado un rato, la egresada de Derecho empezó a desesperarse, desatando la ira de Flamm, quien intentó asfixiarla y tras golpearla y dejarla inconsciente, violó a la estudiante.
El asesino rociaría detergente en la víctima para ocultar evidencias. Flamm pensó que de este modo no se iban a hallar restos biológicos que lo pudiesen inculpar. Según el testimonio de la misma vecina, la noche del 23 de abril Yenny concurrió a un negocio de abarrotes, ubicado en Manuel Montt a pasos de la Avenida Colón. Allí, la persona encargada le vendió detergente y otros menesteres, pero declinó también ahondar en el episodio. Precisó sí que el homicidio y violación de la estudiante les ocasionó mucho dolor, porque su hijo se hallaba entre los sospechosos en las indagaciones policiales. Finalmente, expresó que para ella es “un caso cerrado”.
Daniel Flamm sería condenado más tarde a 40 años de presidio perpetuo, sin beneficios, como autor del delito de robo con intimidación de especies, violación y homicidio de Yenny, además de otros delitos como robo con fuerza cometidos con anterioridad en otras propiedades.
El hoy Subjefe de la Brigada de Homicidios de Concepción, Jorge Abate Reyes, investigó el caso de la joven. En la época, integraba la Brigada de Homicidios de Santiago y le solicitaron cooperación en las pesquisas. “En ese caso se levantaron bastantes evidencias, las que arrojaron la participación del imputado”, rememora. Peritos criminalísticos trabajaron arduamente y fue una huella de zapato la que determinó la autoría de Flamm en el delito.
¿El crimen perfecto?
“A nosotros nos enseñan desde la escuela que no hay crímenes perfectos, sino investigaciones incompletas”, dice el Subcomisario Jorge Abate. Y si de investigaciones incompletas se trata, en la zona es posible recordar un conocido caso.
La desaparición de Jorge Matute Johns (1999) es un buen ejemplo de una investigación incompleta. El subcomisario Abate estuvo siguiendo el caso durante cinco años. Le tocó investigar bajo las órdenes de la magistrada Flora Sepúlveda Rivas como también del ministro en visita Juan Rubilar Rivera. El proceso sería largo. El hallazgo de las osamentas en el kilómetro 22, 5 del camino a Santa Juana cerraría una etapa en 2004 y el posterior cierre del sumario en 2010.
“El caso Matute es una investigación de connotación pública a nivel nacional, así que en ese sentido todas las diligencias que se realizaban tuvieron amplia cobertura periodística. Por lo mismo, muchas veces se trabajó “presionado”, porque en todas las diligencias la prensa andaba detrás”, precisa el Subcomisario Abate.
“Quizás hay que ser más perseverante, más acucioso, más minucioso y eso en definitiva permite detectar la evidencia que puede develar el misterio de un delito”, agrega el detective Abate. De todas formas el porcentaje de casos no resueltos en la región es mínimo. El pasado 2011 cerró con 36 homicidios, de los cuales 35 fueron aclarados.
Un compromiso con ese caso no resuelto, con la persona fallecida, es la que dice tener la BH de Concepción, según expresa el detective Jorge González. Para él, como para todos los sabuesos de la PDI, son justamente este tipo de casos los que cobran mayor importancia.