Tienen más tiempo , menos “rollos”, y la convicción de que hay que disfrutar al máximo cada día. Todo conspira para que el amor vivido en la llamada “tercera edad” sea más profundo, un sentimiento que nace de conocerse bien, de admirarse mutuamente y del afán por reencantarse a diario. Se trata de relaciones en las que hay espacio para compartir aficiones y largas conversaciones, para reír de todo, viajar, trabajar juntos y, también, gozar de una sexualidad activa.
El amor maduro está de moda. La gran cantidad de grupos en los que se reúnen adultos mayores, y el que muchos de ellos aún estén activos laboralmente, provoca que hombres y mujeres de más de 60 se encuentren. Y no solo para compartir funciones o talentos afines, sino también para enamorarse y volver a ilusionarse con la vida en pareja.
Así sucedió con Martita y Nicolás, Cristina y Pedro, y María Gloria y Ornaldo. Todos se encontraban recorriendo una etapa en la que pensaban que ya no volverían a encontrar el amor y haciendo planes para seguir su vida sin compañía, y ninguno imaginaba cuánto disfrute le tenía aún preparado la vida.
Y es que aunque suele pensarse que pasados los 60 años el amor ya no es un explosión de hormonas o un chispazo fulminante, sino más bien un relajado camino de a dos, estas parejas relatan una realidad distinta. Una que comenzó con flechazos, siguió con mariposas en el estómago y hoy se mantiene con su buena dosis de pasión.
Se trata de personas grandes, “hechas y derechas”, con historias de vida propias, gustos claros y sentimientos estables, que ya no tienen tiempo para falsas modestias, preocuparse de lo que opine el resto o para largos cortejos. Quieren disfrutar a concho los pocos o muchos años que les queden, y están seguros de que han escogido a los compañeros correctos para lograrlo.
Martita y Nicolás
Un pololeo permanente
“Apenas la vi llamó mi atención. Era amistosa y muy alegre… Me acerqué y le pregunté su nombre. Cuando me dijo que era Marta, empecé a cantarle: ‘Marta, capullito de rosa…’, que era la letra de un famoso bolero. Ella me sonrió, y justo ahí me enamoré”.
Así relata Nicolás Ávila (81) el comienzo de su historia de amor con Martita, como él llama cariñosamente a Marta Salgado (69), la mujer que le “robó el corazón”.
Era 2016, y él había llegado a Concepción a vivir con su hija tras casi un año de viudez. Fue ella quien le instó a hacer nuevos amigos y a seguir desarrollando sus talentos artísticos en los talleres para el adulto mayor que ofrecía el municipio.
Fue en una clase de Teatro que conoció a Martita, quien también era viuda. “Cuando comencé a conversar con él, me encantó lo caballero y cariñoso que era. Además, nos gustaban las mismas cosas: leer, escribir, cantar, el folclore, el teatro… Incluso, me pareció una señal que se llamara igual que mi difunto esposo, con el que también fui muy feliz”, detalla.
Además de en las clases, Martita y Nicolás coincidieron en varias reuniones de amigos, y él fue a saludarla en su cumpleaños, llevándole un chocolate y una flor. “Ella me gustó desde el principio. Todos la querían, e irradiaba alegría… Y como yo estaba pasando por un momento triste, noté que esa alegría me hacía falta”, reconoce.
Como compartían los mismos gustos, Martita comenzó a incorporarlo a los múltiples talleres a los que ella asistía. “Un día me invitó a pasear por el parque. Yo estaba muy nerviosa, sentía como mariposas en el estómago… De repente, en medio de la conversación me pidió pololeo, y ahí comenzó nuestro amor”, dice suspirando.
La pareja cuenta que sus hijos de inmediato aprobaron su relación. Marta dice que el suyo le dijo: “Mamita, te apoyo completamente, porque quiero que seas feliz”. Nicolás, por su parte, relata que ese día llegó a casa de su hja, reunió a todos y les dijo: Familia, estoy pololeando. “Todos gritaban y se pararon a abrazarme… Y cuando le conté a mi hijo, que está en Santiago, también se puso feliz”.
Cinco meses después, comenzaron a vivir juntos. “Ya no somos tan jóvenes, así que no era necesario un pololeo largo”, dicen.
“Han sido tres años muy buenos, en lo que hemos disfrutado e, incluso, paseado mucho… A veces estamos almorzando y se nos ocurre salir. Rápidamente armamos un bolso, nos arreglamos y partimos”, cuenta risueña Rosita.
Ambos reconocen que tienen mañas y que piensan distinto sobre algunas cosas, pero que han aprendido a ceder. “Antes nos enojábamos y nos amurrábamos, pero ahora nos reímos de nuestras diferencias”, explican.
Llena de orgullo, Martita comenta que Nicolás es muy talentoso. “Toca guitarra, bombo, el tormento… Escribe poemas preciosos, canta. Yo también toco guitarra y canto. Además, a los dos nos encanta bailar y todos nos dicen que lo hacemos muy bien… Es que somos creativos e improvisamos nuestras coreografías”, comenta.
Impresiona ver cómo Nicolás sigue atentamente cada movimiento de Martita, y la escucha embelesado. Ella es extrovertida y habla sin parar, y a él eso parece encantarle.
“Nicolás es admirable”, dice Martira, destacando que la apoya en todo y comparte con ella las tareas de la casa. “Si salgo, él cocina; me espera con la mesa puesta y un almuerzo rico… y ¡no se imagina la buena mano que tiene! Cocina exquisito”, lo elogia, agregando que nunca imaginó que podría volver a tener un amor tan lindo y a ser tan feliz.
“Con la Martita nos hemos puesto agradecidos de la vida… Apreciamos todo, hasta los pequeños detalles, porque entendemos que este es nuestro último tiempo y hay que disfrutarlo”.
Enfatizan que a esta edad el amor se vive mejor, porque ya no hay hijos pequeños de los que preocuparse. “Somos independientes, tenemos tiempo para disfrutarnos y podemos hacer lo que queramos, porque solo somos responsables de nosotros, de cuidarnos y de apoyarnos… Así que es como un pololeo permanente”, dice ella.
Nicolás añade que, además, “cuando joven se tienen más preocupaciones y sueños por cumplir. Ahora igual nos proyectamos, pero en otros aspectos, como viajar, hacer cosas juntos y compartir con la familia”.
Su amor parece estar sustentado en la admiración mutua, en sus talentos comunes y en una sana vida sexual. “Cuando nos fuimos a vivir juntos, nunca conversamos de ese tema, y yo creo que ambos creímos que sería una relación basada en el cariño, en largas conversaciones y entretenidas salidas… pero ambos nos sorprendimos al darnos cuenta de que aún podíamos ser activos en el tema sexual… En ese aspecto, Nicolás realmente me sorprendió”, confidencia sonriendo pícaramente.
Ante la inesperada confesión, Nicolás solo atina a ruborizarse y a llamarle la atención con un amoroso: “Ay, Martita”.
Cristina y Pedro
Un amor de película
Cristina (58) lleva más de 20 años separada y varios, anulada. Pedro (66) se separó hace cinco. Ambos profesan la misma religión, se mueven en los mismos círculos sociales y, hasta hace poco más de un año, vivían a solo un par de calles de distancia en la misma comuna. Sin embargo, no se conocían.
Fue hace cuatro años que Cristina, viendo que su hijo menor había ingresado a la universidad para estudiar con una beca completa, se “relajó” y decidió hacer lo que siempre había soñado: dejar de trabajar “apatronada”.
Como siempre habían alabado su forma de cocinar, supo que su camino comercial debía ir por ese lado. Tomó los pocos ahorros que tenía, consiguió un carro, obtuvo una patente municipal, y se instaló afuera de una gran empresa a ofrecer sus ricas preparaciones a los trabajadores.
Fue así que conoció a Pedro, quien cada día, antes de su ingreso a la fábrica, pasaba a comprarle un sándwich, un dulce, un café.
Las compras diarias derivaron en breves conversaciones, que cada vez se fueron haciendo más extensas. Parecían tener mucho en común, y Cristina destaca que Pedro siempre fue correcto y respetuoso. “Eso me gustaba mucho de él porque, a diferencia de otros, él nunca se sobrepasó, ni hizo ningún comentario desubicado”.
Pedro, por su parte, reconoce que desde el primer día le llamó la atención el suave trato de Cristina. “Se veía muy ‘dama’. Era muy amable, sonreía harto, pero siempre parecía marcar una distancia con todos. Además, era muy bonita y cocinaba riquísimo”.
Durante casi un año esta rutina de pasar a comprar algo, y conversar un rato, se mantuvo, aunque Pedro comenzó a llegar cada vez más temprano a su trabajo para poder estar con Cristina un rato más largo. Un día, finalmente, se armó de valor y le pidió su dirección para pasarla a buscar a su casa, esa tarde, para ir a tomar un café.
“Conversamos por horas, y parecía que nos conocíamos de mucho tiempo. Él me contó su vida, las cosas buenas y malas de sus relaciones anteriores y, aunque le aclaré que solo podía ser su amiga, porque mi mente estaba puesta en mis hijos, y ahora en mi negocio, sin darme cuenta me fui enamorando de él”.
Las salidas se repitieron y, poco a poco, él la conquistó. Y después de 20 años de no tener pareja, Cristina se abrió a la idea de tener una nueva relación. Hace unos meses viven juntos, y dicen ser muy felices. Ella no deja de hablar de su ternura y de cómo la cuida, y él ,de cuánto admira su espíritu de superación y lo transparente que es.
A principios de este año Pedro jubiló y, ahora, cada mañana acompaña a Cristina a vender sus productos afuera de la empresa en que él trabajó toda su vida.
El mes pasado comenzó a tramitar su divorcio, y son tantos los malos ratos que esto le ha acarreado con su exmujer que no quiso que en este reportaje apareciera su verdadero nombre ni el de Cristina, ni tampoco que se les fotografiara. “Pero igual quería contar esta historia, porque es como un amor de película. Nos queremos mucho, nos cuidamos el uno al otro, nos regaloneamos. Nunca había querido tramitar el divorcio porque sabía lo que pasaría, pero ahora no me importa, porque solo tengo una idea en mente: casarme con la mujer de mi vida”, dice emocionado.
María Gloria y Ornaldo
Cupido sí existe
Se conocieron hace más de 10 años, cuando María Gloria Flores (70) era académica de la UdeC, y Ornaldo Eade (81), dirigente del Colegio de Profesores. En ese entonces: “No nos dimos ni la hora”, cuenta ella.
Más de ocho años después, Ornaldo fue parte de un seminario sobre educación, al que María Gloria asistió. Llegó atrasada y, al entrar, su mirada se topó con la de él y, aunque no lo reconoció, confiesa que pensó: “Así me gustaría un compañero”.
Ornaldo, en tanto, relata que el flechazo fue instantáneo. “La vi entrar a la sala y pensé: ‘Ufff, ella es lo que siempre había soñado’”.
Tras aquella actividad, conversaron y María Gloria lo reconoció. “Ahora tenía barba, y creo que eso fue lo que me hizo encontrarlo atractivo. Por eso, nunca he dejado que se la corte”, comenta haciéndole un guiño.
Ambos ríen de buena gana, algo que hacen a cada momento. La complicidad entre ellos es patente. Los apasionan los mismos temas, como literatura e historia; comparten su amor por los viajes, la naturaleza y el cuidado del jardín; tienen los “Te quiero” y “Te amo” a flor de labios; alaban mutuamente su cultura e inteligencia, y hasta terminan las frases del otro. Dicen que no tienen vergüenza de besarse en público, ni de bailar en la calle, si les nace. “Esas espontaneidades alimentan el amor”, enfatizan.
En aquel segundo encuentro, y los muchos que vinieron, María Gloria se dio cuenta de que “él era un encanto, y que nos llevábamos bien. Así que comenzamos bien rápido una relación… De hecho, no lo pensamos mucho, ¿cierto?”, le pregunta a Ornaldo, y nuevamente ambos ríen.
María Gloria prosigue: “Al principio, andábamos entre una casa y la otra, hasta que un día lo vi llegar a mi puerta con un camión cargado, en el que traía hasta sus papayos”. Fue así que comenzaron a vivir juntos, y en 2016 decidieron casarse en Penco, ciudad que ella había escogido unos años antes para residir.
Si bien están jubilados, participan juntos en múltiples organizaciones y actividades culturales, y han competido y ganado en concursos literarios, incluso fuera de Chile. María Gloria publicó un libro sobre la cultura mapuche, y Ornaldo prepara uno sobre los pueblos originarios de América, y ambos dieron vida a la Gaceta Literaria, un boletín que se distribuye en distintas organizaciones sociales y culturales de Penco.
“Cuando nos reencontramos yo tenía más de 10 años viuda, y Ornaldo varios años separado… pero, en todo caso, no juntamos soledades, juntamos alegrías”, enfatiza.
Agrega que de él la cautivó su inteligencia, y su muy agudo sentido del humor, así como su galantería. Ornaldo, por su parte, se la juega con una frase para el bronce: “Ella es sumamente inteligente, extraordinariamente culta… e insoportablemente bella”, y emocionado le dice mirándola a los ojos: “Te amo”.
María Gloria toma su mano, y confidencia que “a esta edad es más fácil adentrar ‘en profundidades’ (ríe), porque antes, en la época en que era joven, una era muy recatada. Ahora no, todo es más rápido, más intenso, aunque también más tierno”.
Ornaldo lo confirma, añadiendo que a esta edad la sexualidad se vive plenamente. “Incluso con mayor profundidad, porque uno valora más las cosas, pues sabe que la vida se va acortando. Hay hasta un mayor acercamiento espiritual, y todo se disfruta… Además, nos complementamos muy bien”, afirma.
Al finalizar, María Gloria comenta que nunca creyó que Cupido existiera, pero que ahora está segura de que sí. “Fueron solo un par de segundos, hace muchos años, que se cruzaron nuestras miradas, y ambos supimos de inmediato que éramos el uno para el otro. Cupido sí existe, nos flechó y, gracias a él, hemos hecho una linda vida y hoy somos muy felices”.