A menos de un año y medio desde que fue consagrado arzobispo de Concepción, monseñor Ricardo Ezzati ha hecho notar su estilo cercano, directo y con una marcada vocación social “todo terreno”. En estos meses ha participado en la mediación de conflictos emblemáticos en la zona, y también ha criticado con energía el proyecto de Ley General de Educación, porque a su juicio omite lo más importante: la formación integral de los alumnos.
Corría el año 1979, y el joven ex rector del Colegio Salesianos de Concepción súbitamente cobraba notoriedad nacional. En el noticiero central de TVN, la ministra de Educación Mónica Madariaga lo acusaba de “traición a la patria”, a él y a otros co-autores de un librito de religión, editado por el Seminario Salesiano. Pocos imaginaban entonces que, casi treinta años más tarde, ese empeñoso sacerdote italiano, de trato fácil y sonrisa afable, se convertiría en el Arzobispo de Concepción y, de paso, en uno de los religiosos más influyentes del país.
Hoy monseñor Ricardo Ezzati Andrello recuerda esa anécdota con humor: “La ministra consideró que el libro era comunista y subversivo, pero yo lo leo ahora y lo veo tan inocente… Decíamos que había que gastar más dinero en lo social que en armamento; que la objeción de conciencia era un derecho fundamental; que la paz se construía no con armas, sino con desarrollo humano. Pero a ella lo que más le molestó fue una poesía que yo escogí de un soldado norteamericano que volvía de Vietnam, que descargaba sus sentimientos contra la guerra y que decía que el servicio militar era lo peor que le había pasado en la vida. Todavía tengo grabado lo que la señora Madariaga dijo en la televisión, y recuerdo que me sorprendió mucho la forma en que la leyó: hizo en pantalla la declamación más hermosa que yo hubiera podido imaginar”.
Cuenta que el incidente no pasó a mayores, gracias a la enérgica intervención del arzobispo de Concepción, monseñor José Manuel Santos, y que la consecuencia más directa que tuvo, además de la censura del libro, fue que se congelara la tramitación de su nacionalidad.
La misma valentía para exponer sus ideas lo llevó en 2006 a criticar públicamente los contenidos del informe del Consejo Asesor para la Calidad de la Educación, convocado por la Presidenta Bachelet, entidad al que fue invitado en su calidad de Presidente del Área de Educación de la Conferencia Episcopal. Por aquellos días también se trenzó en una discusión epistolar a través de El Mercurio, con el abogado y columnista Carlos Peña. Y es que, fiel a su formación salesiana y a su dilatada experiencia en el área, la educación es un tema que lo apasiona y que conoce desde dentro.
-En 2006, usted criticó duramente el informe elaborado por la Comisión Asesora de la Calidad de la Educación. Sostuvo que tendía a privilegiar la educación impartida por los organismos del Estado, y que esto le parecía “anacrónico”, “discriminatorio” y una “falta de respeto al pluralismo”.
-Estoy convencido de que una educación estatizada empobrece a la sociedad. La educación es un bien público, y el Estado tiene el derecho y el deber de orientar sus grandes líneas dentro del marco de la Constitución y de las leyes. Pero en ese bien público todos los ciudadanos y las sociedades intermedias tienen que intervenir. Por eso es legítimo que existan proyectos educativos diferentes, que se inspiren ya sea en un humanismo laico o bien, como es en nuestro caso, en un humanismo de fe, y que todos podamos contribuir al bien del país.
-Usted participó en los prolegómenos del proyecto de Ley General de Educación (LGE), y fue muy crítico respecto de la orientación que se estaba imponiendo en su elaboración. ¿Cuál es su opinión técnica del proyecto que se conoce actualmente?
-Espero estar equivocado pero creo tanto si se aprueba como si se rechaza, en ocho años más nos encontraremos con los mismos problemas. Ciertamente no va a resolver la crisis de la educación en Chile, porque aquí no se está enfrentando el fondo del asunto. El debate se ha centrado en la arquitectura de la casa, pero no se tiene en cuenta quién la va a habitar. La arquitectura de esta Ley General de Educación es pasable, aún cuando tiene algunas limitaciones. Pero el problema de fondo no es la estructura educativa; no es si el Estado tiene más o menos escuelas; si tiene que haber o no lucro. Para resolver el problema de la educación en Chile, necesariamente los esfuerzos deben ir dirigidos a la persona del educando, al proyecto de hombre, al proyecto de sociedad que queremos.
– Y ese aspecto no ha sido considerado en las discusiones del proyecto…
-Así es, y esa fue la crítica más importante que yo hice en el Consejo. Educar significa sacar toda la potencialidad que las personas tienen, y eso no son solamente los conocimientos. La reforma iniciada en Chile en los noventa tenía como finalidad expresa hacer competitivos a nuestros jóvenes con el mercado global. La educación tiene que formar hombres y mujeres competentes, y no sólo competitivos para el mercado. Competentes en la propia vida, en las relaciones humanas. Un buen colegio enseña bien, pero también entrega algo más. Ayuda a desarrollar la capacidad de amar, de relacionarse, de empatizar con los demás y de ser conscientes de la sociedad en que estamos inmersos. Si esto se descuida, estaremos construyendo un mundo donde los intereses personales priman, y en el que levantamos muros cada vez más altos en nuestros barrios, para defendernos los unos de los otros.
-Frente a estas reflexiones, es inevitable mencionar el caso de Música, la alumna secundaria que le lanzó un vaso de agua a la Ministra de Educación. ¿Hasta qué punto es reflejo de una educación centrada más en la instrucción que en la formación?
-¿Son responsables los papás, los compañeros, el modelo educacional, la sociedad? Yo creo que todos tenemos responsabilidad. Hay todo un fenómeno grande que lleva a que haya jóvenes que cometan actos como éste y mucho más graves. ¿Incide en algo la estructura educacional? No lo creo. El que puede hacer la diferencia es el educador, que tiene el tremendo desafío de inspirar a los jóvenes, de motivarlos e invitarlos a ser mejores.
Estilo Goic
Desde su llegada a la arquidiócesis de Concepción, en marzo de 2007, monseñor Ezzati mostró un perfil diferente al de su predecesor. Si bien mantuvo el peso intelectual que fue sello de la gestión de monseñor Antonio Moreno, mostró también una inclinación social “todo terreno” y más cercana a la del Presidente de la Conferencia Episcopal, el arzobispo de Rancagua Alejandro Goic. Tras un año y medio en el cargo, ya ha actuado como mediador -o como él prefiere, “facilitador de diálogo”- en conflictos entre trabajadores subcontratistas y la forestal Arauco, y operarios de la textil Bellavista-Tomé.
-Hay quienes sostienen que la iglesia no debería involucrarse en estos conflictos sociales, que tienen un fuerte componente legal y técnico. Sin ir más lejos, la Senadora Evelyn Matthei le enrostró a Monseñor Goic que “no sabía nada de economía”.
-La senadora tiene razón, los obispos no somos expertos en economía. Yo soy sacerdote, y mi especialidad no es esa, sino educar a mi pueblo. El Señor nos pide que seamos expertos en humanidad, que estemos cerca de la gente, que tratemos de ponernos en el lugar de otro, entrar en el corazón de las personas para entender sus situaciones. Esa es nuestra tarea, y la dimensión social es parte de la enseñanza de Jesús. Lo dijo Juan Pablo II: la acción de la iglesia anuncia, pero también denuncia; no podemos dejar pasar la justicia, los atropellos. La dimensión social es parte de mi labor de obispo, y no estaría cumpliendo bien mi misión si no saliera de la sacristía, si me dedicara sólo a lo espiritual.
-¿Cuál es su percepción de la justicia social en esta región?
-He visto que donde ha imperado el diálogo y las personas se han sentado a buscar soluciones, los problemas se han resuelto y eso ha conducido a soluciones importantes y al mejoramiento de las condiciones de vida. En este año y medio he visto y palpado que cuando una de las partes se cierra al diálogo, eso lleva a que en la otra parte haya frustración, desaliento, inseguridad y hasta violencia. Y también he visto importantes esfuerzos del empresariado y de los trabajadores para alcanzar acuerdos que favorezcan a todos. Cuando la empresa es vista como una comunidad, la convivencia, la participación de los bienes es más equitativa y las relaciones humanas mejoran.
-En este tiempo también lo hemos visto muy atento al conflicto mapuche.
-Sí, tuve oportunidad de conocer la problemática mapuche siendo obispo de Valdivia, La Imperial y ahora en la arquidiócesis de Concepción y Arauco. He tenido contacto con las dos almas del pueblo mapuche: el alma que representan los loncos, pacífica, ecológica y casi espiritual; y el alma de los werkenes, que son más reivindicativos y críticos. Con ambos grupos he sostenido largos diálogos. Le pedimos a Camilo Vial, Obispo de Temuco, que siga paso a paso el tema mapuche. Nos sentimos llamados a acompañarlos, pero acompañar no significa encontrarles la razón en todo, sino también jugar un rol crítico. No queremos ser paternalistas, pues eso sería subestimarlos. Sería como decirles que no creemos en su capacidad. Al igual que en el caso de los conflictos con las forestales, me han pedido ser mediador, pero yo aclaro que no soy mediador, soy sólo un “facilitador del diálogo”. La iglesia no se sienta a negociar, se sienta a ayudar a que otros sean capaces de dialogar. Chile no puede sentir al pueblo mapuche como una amenaza, y los mapuches no deben sentirse amenazado por la presencia de los “huincas”. No es fácil, pero aquí debe primar la razón y no los instintos. Hay que seguir dialogando, reconociendo como legítimas las diferencias y llevar eso a un reconocimiento público, superando siglos de historia marcados por el conflicto.
-¿Le preocupa el clima de violencia que se ha generado en las últimas semanas, entre comuneros mapuches y la fuerza pública?
-Me preocupa la violencia, pero no sólo en el pueblo mapuche. Me preocupa también en la sociedad. Me preocupa enormemente ver a niños de 12 años tirando piedras, y que la respuesta a eso sea el guanaco. Yo creo que tenemos la capacidad de dialogar; el camino no es el de la piedra ni el de la reacción contraria.
Humanizar la sexualidad
-A fines de julio, la encíclica Humanae Vitae (1968), que prohibía el uso de métodos de control de la natalidad, cumplió 40 años. En tiempos de su dictación, hubo un debate muy interesante en torno suyo, no sólo a nivel de la sociedad sino también dentro de la misma Iglesia.
-Esta encíclica, como lo dice su título, se centra no en el tema de los anticonceptivos, sino en el de la vida, y lo que buscaba era poner de manifiesto la dignidad de la vida humana. Estábamos en una época en que los sociólogos discutían si los bienes de la tierra iban a alcanzar para alimentar a toda la gente. Después de 40 años, resultó que el Papa Paulo VI tenía la razón, porque eso de la falta de alimentos resultó un mito. Hoy día la ciencia nos hace ver que la Tierra puede dar alimentos a muchas más personas. El problema es de carácter ético: si la justicia conduce a que los bienes de la Tierra realmente estén al servicio de todos y no de unos pocos.
-Da la impresión que un porcentaje alto del mundo católico prefiere no complicarse con algunos lineamientos de la Humanae Vitae. Los mismos sacerdotes prefieren no ahondar demasiado en temas conflictivos como el de los anticonceptivos.
-Hoy en día se asocia mucho la Humane Vite a la condena a los anticonceptivos, y esa no es más que una caricatura. Es un llamado a una humanización de la sexualidad, a una paternidad y maternidad responsable, un llamado al amor. Y tiene una vigencia absoluta hoy, cuando constantemente uno se encuentra con la banalidad con que se trata la sexualidad. La expresión física del amor es algo bueno creado por Dios, pero si ésta se desliga del amor, pierde su significado más profundo, y suele conducir a la decepción y el dolor.
-¿Cree que los últimos gobiernos han manejado las campañas sobre sexualidad como un tema de salud pública?
-Exactamente. A mí me ha tocado discutir fuertemente con el Ministerio de Educación en razón de su proyecto de educación sexual, que se centra en dos grandes conceptos: el autocuidado, para que la relación sexual no provoque daño a mi salud; y el heterocuidado, para que la relación sexual no dañe a la otra persona. Entonces estamos reduciendo el amor a algo muy banal y muy poco humano.
-Una de las polémicas valóricas más importantes del último tiempo, ha sido el debate sobre la distribución de la píldora del día después. En este contexto, hay autoridades de Gobierno que le han enrostrado a la Derecha y a la Iglesia “no estar en sintonía con la gente”.
-La iglesia ha estado siempre en sincronía con quien ha protegido la vida. En su momento defendimos la vida de los presos políticos, de los detenidos, y ahora lo hacemos con la vida de aquellos que están por nacer. No nos importa qué grupo la esté defendiendo: su valor es intocable, y todo lo que se oponga a ella encontrará siempre la oposición de la Iglesia. La cultura imperante ha conducido al camino de relativismo ético. Para algunos es muy bueno defender las ballenas y, por el otro, defender la opción del aborto. No deja de ser sorprendente. En Chile hay grupos que ven el modelo español de Zapatero como un ideal de progreso. Pero también veo a muchísima gente que entiende que el progreso desligado del crecimiento ético no conduce a nada, salvo a la destrucción de la sociedad.
De los Apeninos a los Andes
Monseñor Ezzati nació en 1942 en Campiglia dei Bereci, en la provincia de Vicenza, Italia. Estudió en un colegio de la Congregación Salesiana y a los 17 años, decidido a ingresar al seminario, pidió hacer el noviciado fuera de Italia. “Cuando fui destinado a Chile, hice de este país mi opción de vida. Soy italiano de nacimiento y chileno por vocación”, confiesa.
Llegó a Chile en 1959, para estudiar Filosofía en el seminario de Quilpué. Algunos años más tarde se tituló como profesor de Estado de la Universidad Católica de Valparaíso. En los años sesenta, fue enviado a Roma a estudiar Teología, y allí le tocó ser testigo de los movimientos estudiantiles del 68, y del final del Concilio Vaticano II.
“El mundo estaba cambiando y la Iglesia estaba viviendo momentos excepcionales de efervescencia, de grandes reformas, de repensar su acción y la visión que tiene de sí misma en relación al mundo. Se discute lo que significa ser cristiano en la sociedad, en la política, en la cultura, en la educación, en medio del mundo de la pobreza. Fue una época muy viva, que me ayudó a formarme como sacerdote”.
En 1970 fue ordenado sacerdote en su pueblo natal. Entre 1973, con sólo 31 años, fue nombrado rector del Colegio Salesianos de Concepción. “Era muy joven, y creo que fue una imprudencia de mis superiores, pero fue una experiencia muy hermosa”, comenta. Estuvo en ese cargo hasta 1978. En 1984 asumió como Superior Provincial de los Salesianos de Chile, y en 1991 fue invitado a trabajar en la Santa Sede.
En 1996 fue consagrado Obispo de Valdivia, y en 2001 Obispo Auxiliar de Santiago y Titular de La Imperial. Es Presidente del Área de Educación de la Conferencia Espiscopal y miembro de la Conferencia Episcopal Latinoamericana. En marzo de 2007 fue consagrado Arzobispo de Concepción.