El “Canario”, por su melena rubia, lo apodaban sus ex compañeros del Colegio San Pedro Nolasco de Concepción. A las niñas las miraba por debajo de las sillas y cualquier conversación la asociaba al sexo. “¡Págueme $20 millones y le cuento hasta la hora en que lo pujé!”, interpela su madre, María Elizabeth Pinto. El violador y homicida de las jóvenes Loreto López y Andrea Quappe está hoy en la cárcel de Valparaíso.
De cara a los escalones que conducen al edificio del Colegio San Pedro Nolasco en Concepción, la imponente imagen de la Virgen María atrae la mirada.
Imposible pasar de largo sin saludarla. Frente a tanta calamidad, hay algo en los ojos de esa imagen que subyuga.
¿Será porque ella misma, convertida en “la señora” de Fátima, predijo tanto desastre en sus apariciones a los niños Lucía dos Santos, de 10 años, y sus primos, Jacinta y Francisco Marto, el 13 de mayo de 1917?
A ellos les habló en Portugal de los “tres secretos” que han sido interpretados como la conversión de Rusia, el atentado a Juan Pablo II y ahora, a los casos de pedofilia que comprometen a la Iglesia Católica, y de los que se ha hecho cargo el propio Papa Benedicto XVI, quien invocó el perdón del mundo.
El día en que estuvimos en San Pedro Nolasco era hora de recreo, y en el patio del establecimiento católico un grupo de alumnos disputaba una pichanga a morir. Otros más pequeños correteaban por los pasillos y algunas parejas adolescentes, tomadas de la mano, se amaban a pleno sol.
No menos de 500 alumnos cursan allí sus estudios básicos y medios, tal como entre 1983 y 1984 lo hiciera Erasmo Moena Pinto, el sicópata de Placilla, motejado así por la prensa, y en prisión preventiva en Valparaíso por los delitos de violación y homicidio de la secretaria Loreto López Fernández (36) y de la publicista Andrea Quappe Pinto, de 43 años.
Una tercera mujer, Andrea San Martín (41) y prima de Loreto López, inspirada por su propia agudeza resolvería en poco tiempo ambos crímenes, tendiendo una trampa al hombre. En su cometido, la PDI la asesoró y apoyó. Por eso libró con vida.
Del supuesto empresario maderero que ofrecía condiciones laborales inigualables a mujeres cesantes, y a la que sucumbieran las víctimas, reuniéndose con el homicida en Viña del Mar, Andrea San Martín diría: “Él se veía una persona confiable, alto, rubio, de ojos verdes, educado y cordial. Es un hombre muy atractivo. En ningún momento me hizo una propuesta indecente. Al contrario, me ofreció el cielo y la tierra, buenas expectativas, un sueldo de un millón 200 mil pesos y grato ambiente de trabajo”.
Cuando el acuerdo laboral se había concretado entre ella y Moena, los funcionarios de la PDI cayeron sobre el tipo y lo detuvieron. El 9 de abril de 2010, a las 21 horas en el supermercado Lider, del mall de Viña Shopping, tres días después del doble crimen que conmovió al país, comenzaba a develarse la historia brutal de este tomecino nacido el 10 de enero de 1970, que vivía en Cerámica, a los pies del Cerro Navidad.
La ovejita negra
Tranquilidad para ella y su familia reclama María Elizabeth Pinto Villegas, la madre de Moena, quien se muestra dispuesta a hablar siempre y cuando le paguen por la entrevista. Interpela: “¡Págueme $ 20 millones y le digo hasta la hora en que lo pujé!”.
Cuarenta años tiene hoy Erasmo Moena, de quien su madre dice que la familia no tiene culpa que haya en su seno “una ovejita negra”. Del vínculo entre ambos, se sabe que lo visitaba en la cárcel y que llegó a buscarlo en un auto a Mulchén el 14 de marzo de 2010 tras cumplir una condena de 3 años y un día por una violación en esa ciudad, en 2007.
Cuatro días después ultrajó a una niña de 10 años en el Terminal de Buses de Los Ángeles; el 20 de marzo abusó de otra mujer en la misma ciudad y el 25 del mismo mes violó a una temporera, a 6 kilómetros de Mulchén. Por estos delitos, la Fiscalía pidió orden de detención el 25 de marzo y recién el 1° de abril el tribunal la proveyó.
Los crímenes de Loreto López y Andrea Quappe ocurrieron el 6 de abril de este año con una diferencia de seis horas, y el 10 de abril fue formalizado en el Juzgado de Viña del Mar (causa número1000317930-9) por tres delitos: violación con homicidio, homicidio calificado y tenencia ilegal de armas de fuego. En su contra pesan las agravantes de alevosía, consentimiento y premeditación, reincidencia y perpetración de los hechos en lugar despoblado.
El ahora imputado -que en 21 días de libertad cometió cinco violaciones y dos crímenes- registra causas en el Juzgado de Mulchén (causa número 1000293124-4) y en el Juzgado de Los Ángeles, causa número 1000259769-7.
A la familia Moena-Pinto, hoy dispersa en Viña del Mar y Talcahuano ninguno de los antiguos vecinos de la larga calle Cerámica, a un costado de la ruta Tomé- Cocholgue-Dichato, la recuerda. Estuvimos en el bar “El Pecoso” y en la botillería “Jacques Cousteau”, donde vistosos carteles le hacen saber a la clientela que “don Fiado” falleció víctima de un colapso financiero. Por la “pituca” ahora hay que pagar al contado.
Aquí, algunos parroquianos asociaron al sicópata con los Moena de Cerro Alegre, pero el taxista Víctor Manuel Vera Quiero, sobrino del fallecido empresario Alejandro Quiero, y emparentado con aquellos por su hermana, corrige: “¡N’á que ver, eso yo lo sabría..!
“¡Miren como de Tomé también salen malitos…!” aventura doña María Vera, la dueña del Jacques Cousteau, sumándose a la conversación y a las indagaciones por hallar aquí la casa donde este tomecino se crió junto a su abuela.
En Cerámica, en la década del 50 se fabricaban tejas y ladrillos. Un caballo batía (pisaba) todo el día el barro -cuenta un antiguo lugareño- y el agua fluía del “otro lado del cerro por canaletas”. De allí el nombre del sector desde donde la familia habría emigrado en 1985.
Canario irreverente
En el Colegio San Pedro Nolasco ni el jefe de la Unidad Técnica Pedagógica, UTP, el ex inspector general, Luciano Pincheira ni el ex encargado de Archivos, de “memoria fotográfica”, Javier Figueroa, pudieron acordarse de este ex alumno que cursó primero y segundo medio aquí. El terremoto, dijeron, sepultó cualquier vestigio de su paso por el establecimiento.
Tampoco su profesora jefe, Eliana Díaz Islas lo tiene en su registro. “Su rostro no me dice que haya sido alumno mío. Yo les recuerdo por los ojos, un gesto, pero éste no está en mi cámara fotográfica de la memoria…”, dijo.
Calcada respuesta obtuvimos del colegio Margarita Naseau, ubicado en Riquelme 1211, de Tomé, donde Moena garabateó sus primeros dibujos, letras y números. “Es que ya no queda nadie de esa época…” hizo saber la directora, Sor Bernardita Rivas, a través de secretaría.
Pero testimonios de ex compañeros suyos avalan que el llamado sicópata de Placilla sí asistió a ambos establecimientos como alumno regular mientras vivió en el sector de Cerámica y viajaba en bus junto al grupo de estudiantes a Concepción.
“El Canario” lo apodaban en el primero y segundo medio “C” del Colegio San Pedro Nolasco. Y volver a saber de él, a través de los noticiarios de TV, dejó perplejos a los entonces adolescentes de 1983 y 1984.
Esperaban que se tratara de un alcance de nombre, pero cuando pudieron ver su rostro de lleno y no cabizbajo o cubierto con la capucha del polerón, “me di cuenta que era la misma persona y realmente quedé impresionada. Me dio un poco de susto y pena por la familia de él, por las víctimas y sus parientes. No es lo habitual recibir una noticia así”, dice Catherine Zurita Frex, enfermera del Hospital de Coronel.
Como el “príncipe valiente”
Unos 14 ó 15 años recuerda haber tenido en la época la hoy profesora y periodista Paola Rossi Chamorro, encargada de Informática comunal en la Municipalidad de Laja, cuando asistía al San Pedro Nolasco. Con su melena rubia al estilo “príncipe valiente”, de baja estatura y flaco, Moena era inconfundible, pero ella lo recuerda más porque “era irreverente en sus bromas con las mujeres. Siempre nos estaba mirando por debajo de la silla. No era grosero, pero sí morboso, todo lo relacionaba con el sexo”.
Y evoca que poco a poco, el clan tomecino que por primera vez llegaba a estudiar a la urbe penquista, se fue alejando de él y aislándolo por sus bromas. “Éramos 18 ó 20, no más, y lejos del pueblo nos sentíamos como pajaritos. Andábamos todos juntos. Las mujeres que, además éramos pocas en ese colegio que recién pasaba a ser mixto, nos adaptamos a los juegos de los niños”.
Tímido y amparándose en el “grupo” de compañeros para hacer tonterías y pasar desapercibido lo recuerda también Catherine Zurita. “Si lo molestaban, no se defendía y se retraía. A mí me molestaba porque, al parecer, le gustaba. Podía ser cargante incluso, pero no le prestaba demasiada atención. No me juntaba con él y no recuerdo que fuera particularmente sociable; tampoco que fuera uno de los mateos del curso”.
La última vez que Catherine y Paola vieron a Erasmo Moena en el establecimiento, estaba sentado en un banco, en un pasillo. Su padre lo había ido a buscar, porque fue castigado y “él reaccionó con mucho llanto, casi con histeria, no se podía calmar. Recuerdo que su papá iba muy callado y triste a su lado cuando lo retiró del colegio ese día”, evoca Catherine.
Aunque en San Pedro Nolasco nadie recordó tampoco el episodio, sus ex compañeros cuentan que en rectoría se perdieron algunas cosas, y frente a la investigación interna que ordenó el cura rector, él apareció como responsable del hecho. Fue expulsado.
“En el segundo semestre de 1984 se produjeron varios robos en la rectoría del Colegio, que estaba en el segundo piso del viejo edificio de madera. Los curas comenzaron a investigar. Al final dieron con el responsable. Fue expulsado y no volvimos a saber de él hasta ahora”, cuenta otro de los ex alumnos, que pidió reserva de identidad.
Alocado, bromista y rebelde
Moena habría estudiado becado en el San Pedro Nolasco. Su rendimiento académico era más bien mediocre y pese a su inteligencia no era muy aceptado entre sus compañeros por su costumbre de realizar “bromas pesadas”, especialmente dirigidas hacia las niñas.
No era particularmente violento, pero sus ex compañeros recuerdan algunas peleas en el patio del colegio mercedario, en las que debía intervenir el inspector general y él siempre se llevaba la peor parte, por su carácter rebelde.
En el año 1984, cuando cursaba el 2º medio C se produjo un incidente que le causó lesiones en su cabeza. Por su personalidad alocada, le gustaba llamar la atención, incluso en las horas en que debían regresar a Tomé.
En esa época, el camino era malo y la locomoción colectiva escasa. Era habitual demorar 1 hora y media y hasta dos horas entre el colegio y la casa en Tomé. “Salíamos de madrugada desde nuestros hogares, a las 6 AM, para poder estar a las 8 AM en el colegio. Las clases terminaban a las 14 horas y era habitual que siendo las 15 horas todavía estuviéramos en la esquina de Freire y Castellón esperando un micro”, cuenta nuestro anónimo entrevistado.
A Moena le gustaba jugar y subirse a la pisadera trasera de las antiguas micros que iban a Puchacay y cuando éstas partían, saltaba del vehículo en marcha. Mientras más rápido iba el vehículo y más peligroso el salto, más lo celebraban sus compañeros. En una ocasión, perdió el equilibrio al saltar de un bus en movimiento y se golpeó la cabeza contra la solera. Comenzó a sangrar y perdió el conocimiento. Alguien llamó a la ambulancia y se lo llevaron al Hospital Regional. Estuvo una semana hospitalizado y volvió al colegio con la cabeza rapada, con varios puntos y un notorio parche en la cabeza.
“Iba comprar, pero no miraba a los ojos”
La prensa registra que a los 23 años Erasmo Moena cayó por primera vez a la cárcel. Le requisaron películas triple X y lo describen como un manipulador, con habilidad para “engrupir” y ganarse fácilmente la confianza de la gente. Su primera condena a 10 años fue por los delitos de robo y lesiones.
Laura Jara Hormazábal es dueña de “Provisiones Joaquín” en Mulchén, y su quiosco está frente a la cárcel. De “todo un poquito” vende y recuerda que el hombre iba a comprar a su negocio pan, dulces, cecinas, galletas o pollos que después revendía en la cárcel.
“Tenía su negocio adentro; una amiga mía le vendía queso fresco; a veces, nosotros entrábamos a la cárcel -hasta la primera reja- y les ofrecíamos cosas (productos) a los internos. Ahora, no se puede; se paró todo y Gendarmería no deja pasar a nadie”.
A ella, siempre le llamó la atención este cliente que nunca levantaba la vista ni miraba a los ojos cuando llegaba al mesón. Y cuenta que en la cárcel de Mulchén, a Erasmo Moena -“sí pues, es alto, rubio y también trabajó como un mes en un colectivo”- internos y gendarmes lo querían. Siempre estaba formando comités para Navidad, por ejemplo. Lo querían porque era una persona buena que ayudaba a los demás…”.
Pero hoy, aquel mismo sujeto que se hacía pasar por el empresario maderero Sebastián Eyzaguirre o se hacía llamar “don Héctor” está confeso de haber secuestrado, violado y estrangulado con un lazo a Loreto López Fernández, la hija de una pareja de carabineros jubilados, y de haber asesinado a Andrea Quappe, a quien le destrozó el rostro en un bosque de Viña del Mar por preguntar demasiado por el paradero de su amiga.
Ambas, pero por separado, accedieron a juntarse con él en Viña del Mar, adonde las citó por celular, para concretar una oferta inexistente de trabajo.
“Es muy difícil poder enviarle un mensaje a Erasmo. Es un hombre enfermo, y un violador es imposible de rehabilitar. Si llegara a quedar en libertad, volvería a agredir a otras mujeres, tal como lo hizo ahora”, dice Catherine, su ex compañera de curso.
Y Paola Rossi asiente: “Es la vida que a cada uno le toca vivir…”.