Comprometido con los temas ambientales y sociales era este ingeniero forestal de 25 años que murió, junto a su polola de 22, durante la madrugada del 27 de febrero del 2010. El maremoto arrasó con el camping donde dormían, en la isla Mocha, porque nadie los alertó. La parte alta de la isla estaba a tan sólo 600 metros de su carpa. Habían llegado al lugar, desde Temuco, para desarrollar un proyecto comunitario para los algueros del sector.
“A las autoridades de un lado les interesa hacer bajar a Bachelet en las encuestas, mientras que a los otros, blindarla para no dañar su popularidad; en eso están todos, tratando de sacar el mejor provecho político. Mientras tanto, nosotros, quienes sufrimos la peor parte de la tragedia del 27 de febrero de 2010, seguimos esperando justicia”.
Esa es la lectura que del debate político suscitado en torno a las decisiones y omisiones de las autoridades de Gobierno durante la madrugada del 27/F hacen Hans von Jentschyk y su mujer Gisela Vergara, padres de Erick, ingeniero forestal de 25 años, a quien una ola gigantesca le arrebató la vida aquel fatídico día en la playa de Punta de Lobos, ubicada en la parte más extrema de la isla Mocha, en la Región del Biobío.
Junto a él también pereció su polola Carla Mellado, de 22 años, estudiante de segundo año de la carrera de Recursos Naturales en la Universidad de La Frontera. Ambos habían llegado a la isla para desarrollar un proyecto comunitario que colaboraría con la economía de los mochanos.
Con una extraña mezcla de esperanza y de resignación, sus padres aguardan día a día nuevas noticias de la investigación que encabeza la fiscal Solange Huerta. Esperan que logre acreditar la culpabilidad “de todos aquellos que nada hicieron por salvar las vidas de más de un centenar de chilenos que perecieron durante el maremoto”, opina Hans con vehemencia. Dice temer que este objetivo se diluya por los intereses políticos que rodean el caso y siente que la situación de los afectados a nadie le interesa realmente. Sus aprensiones incluso alcanzan el actuar del abogado querellante Alfredo Morgado, quien los representa a ellos y a otras 39 familias de víctimas del tsunami.
“Tengo la sensación que no ha sido todo lo diligente que uno quisiera. A través de la televisión me informo que otros abogados sí piden diligencias, piden hacer peritajes y cosas en pos de lograr un resultado en la investigación. Por ello me preocupa y me descorazona que el abogado que tiene nuestro patrocinio, no pida nada”, sostiene.
“Me voy al paraíso”
Erick y Carla llevaban pololeando dos años. Ambos, asegura Hans, eran conocidos por su profundo compromiso social. En 2009 habían visitado la isla Mocha, viaje en el que conocieron mucha gente con la que crearon lazos de amistad. Por eso cuando tuvieron la alternativa de regresar ni siquiera lo dudaron. “Me voy al paraíso”, le dijo Erick una semana antes del viaje a su padre, quien no sin reparos por la aventura que asumiría lo vio partir. “Ya era un hombre, en enero había recibido su título y se iba porque allá, nos dijo, era feliz”, rememora Hans, con su voz quebrada por la emoción que le causan estos recuerdos. Su relato se detiene muchas veces durante nuestra reunión. Necesita llorar y desahogar esa pena que hasta su rostro refleja.
En el verano del 2010 Erick había concluido un proyecto comunitario en Melipeuco. Había diseñado y fabricado un deshidratador de frutas y de hongos con el que podrían conseguir nuevos ingresos las comunidades del sector. Su idea era replicar esa iniciativa en la isla Mocha. “Quería instalar un deshidratador semi industrial de algas, porque la fuente de ingresos más importante de las comunidades es la recolección de Luga, que luego secan para la venta, pero es una actividad que sólo pueden hacer en los meses de primavera y verano, ya que las condiciones climáticas en el resto del año no permiten la recolección ni su secado”, explica el padre. La idea de la pareja era que los isleños pudieran tener continuidad en su fuente de ingreso durante todo el año.
“Como ya estaba titulado, tenía la decisión tomada. Nosotros le hacíamos ver las cosas desde el punto de vista práctico. Si se enfermaba, dónde encontraría atención le preguntábamos; si formaba una familia, cómo se iban a educar los niños. Pero él lo tenía decidido. Una semana antes de irse aceptamos que eso iba a ser así. No quería estar en Temuco, no quería estar en el continente. Quería ser libre”, explica Hans, dejando entrever la persecución que sufrió su hijo en Temuco. “Allá está el paraíso. Hay de todo para vivir nos decía”.
Amigo de Matías Catrileo
Era especial, cuentan de Erick sus cercanos. “Hizo en 25 años todo lo que yo no he podido hacer en 52”, asegura su padre. “Se tomó la vida de un sorbo”, como dice la canción, añade. Con Patricio Badilla, estudiante de ingeniería mecánica, se conocían desde que tenían 10 años. “Era muy alegre, le gustaba andar en espacios libres, corría en bicicross, viajaba harto, le gustaba el deporte”, lo recuerda.
Otro de sus mejores amigos fue Matías Catrileo Quezada, joven mapuche que falleció el 3 de enero de 2008 en medio de una toma de un fundo en la comuna de Vilcún, producto de la ráfaga de una subametralladora manipulada por el Cabo 2º de Carabineros, Walter Ramírez Espinoza, que le perforó un pulmón por la espalda, causándole la muerte, como consta en un informe de la Brigada de Homicidios de Investigaciones.
Dos días después, dos camiones fueron quemados en la Ruta 5 Sur, en la comuna de Ercilla, situación a la que fue vinculado Erick, junto a Juan Medina Hernández y Alex Bahamondes.
En febrero de ese año fue detenido y luego condenado, por lo que tuvo que cumplir una pena de tres años y un día, con libertad vigilada.
“Fue acusado injustamente por el Estado, porque esa madrugada yo estuve hasta las cinco de la mañana con Erick”, asegura Patricio Badilla. Otros amigos también declaran que permaneció durante todo el velatorio de Matías compartiendo con las familias que lo despedían.
“Ese camión se quemó a las 2 ó 3 de la mañana y yo estuve toda la noche con él. Incluso dormimos ahí. El tema es que no nos creyeron”, dice Roberto Cox, ingeniero agrónomo.
Su padre, en tanto, expresa que “todo demostró que él no participó en la quema de esos camiones. Incluso la Corte de Apelaciones no dio lugar a la prisión preventiva solicitada por el Ministerio Público, pese a las reiteradas ocasiones en que el fiscal Miguel Ángel Velásquez la solicitó. No había pruebas. Y todas las que tenían mostraban que Erick no había sido”, asegura Hans, quien denuncia intereses de “quienes necesitaban mostrar un culpable en este caso”. Y continúa: “Si ese juicio se hubiese realizado en el Estadio Nacional, con 80 mil personas presentes, ellos no habrían sido condenados”. Se lamenta no haber hecho públicas sus aprensiones en aquella época. “Cuando la opinión pública conoce la verdad, los jueces no pueden actuar arbitrariamente”, denuncia. Su rabia contra este fallo también se funda en el hecho que esta condena cambió el destino de su hijo.
“Un abogado querellante me decía: ‘don Hans, aquí no hay pruebas y no cabe más que la absolución. Nadie entendía el veredicto que finalmente los encontraba culpables”, explica. “Con ese resultado dejaron conforme al gremio de camioneros que hacía mucha presión, dejaron conforme al ministro Edmundo Pérez Yoma, porque encontraron un culpable, pero nosotros quedamos en el medio”.
La sirenita está en el mar
Ese 27 de febrero, una ola, probablemente la segunda, arrasó con la extensa playa donde dormían Erick y Carla. En Temuco, y mientras la tierra aún se movía, Hans intentaba comunicarse con su hijo: “Sabía que estaba en peligro, quería avisarle para que se pusiera a salvo, pero no pude comunicarme.” Lo enrabia pensar que si hubiera habido alerta de maremoto se habrían salvado, porque la ruta entre el retén de isla Mocha y la playa era realizable en ocho minutos. “La zona alta de este sector estaba a tan sólo 600 metros de donde ellos dormían, a tres minutos”, se lamenta Hans, quien tras cuatro días de búsqueda encontró a su hijo. “Los dos primeros lo buscamos solos con Gisela, porque la gente tenía miedo del mar”, recuerda.
Erick von Jentschyk descansa en el Parque del Sendero, en Temuco, a 10 metros de la tumba de su amigo Matías Catrileo. A Carla aún no la encuentran. Un monolito levantado en en la playa donde acampaban recuerda a la pareja: Son dos siluetas que se abrazan y salen bailando del agua, adornadas con frases que ambos usaron alguna vez. Hans von Jentschyk cuenta que viajan a la isla frecuentemente para recorrer la playa donde murieron los pololos. “Pasamos por el sector donde encontramos a Erick, atentos, mirando, a ver si hallamos algo”. Siempre está la esperanza de dar con algún rastro de Carla, conocida entre sus amigos como la sirenita. Para recordarla, la gente de la zona y sus cercanos hoy miran al mar.