Anuncios de agencias de escorts o acompañantes proliferan en los medios de prensa local e Internet. Los mensajes hablan de mujeres estupendas que dan servicios de alto nivel para ejecutivos. Para saber qué tan reales son estas ofertas quise convertirme en una de estas señoritas. Una experiencia que pone a prueba la veracidad de este mito urbano de mujeres voluptuosas diosas del placer.
Los pícaros avisos clasificados de los diarios, esos que ofrecen compañía para ejecutivos de alto nivel, despertaron mi curiosidad. El mito urbano dice que las protagonistas de estos anuncios son universitarias que recurren a este oficio para costear sus carreras o ganar unos pesos extras. Ahora también están en Internet, promoviendo servicios de “escorts” o acompañantes. Las hay clase Vip, Gold y Silver, una especie de escala graduada en función del físico y el costo del servicio.
Mis dudas persisten y me pregunto ¿Cómo son en verdad estas mujeres? o ¿Qué tan alto es el nivel en el que se desenvuelven? Fue así como en un momento de arrojo me decidí por presentarme a uno de los casting de estas agencias que aparecen en la red. ¡Imposible!, pensé al comienzo, pero me dije: vamos, si nada más se trata de ser una dama de compañía. Supuse que mi roce social y dominio del inglés jugarían a mi favor a la hora de presentar mi “curriculum”. Al menos, eso creí, pero más de una sorpresa me llevé en el transcurso de audiciones como dama de compañía.
La búsqueda
En Internet encontré tres agencias y concerté citas en todas ellas. Antonia, Carla y Pablo serían los administradores con los que me entrevistaría. Al llegar a la primera dirección casi me arrepiento. Era un departamento ubicado en la galería que une las calles Maipú y Lincoyán. El acceso: horroroso. Respiré profundo y subí hasta el cuarto piso. Me abrió la puerta Angelina, una joven delgada, pelo negro y liso, bonita figura, pero poco agraciada. La administradora no estaba. En una rápida inspección noté que las habitaciones eran limpias. Las baldosas de madera estaban bien enceradas y el living, compuesto por dos sofás, parecían de buena calidad. Me llamó la atención una mesa con 3 teléfonos: “Son para diferenciar a los clientes de acuerdo al aviso que respondieron”, me explicó Antonia más tarde.
A llenarse los bolsillos
Angelina me preguntó si sabía “de qué se trata esto”. Me contó que trabajaba en la agencia hacía poco más de una semana y que ya había ganado 400 lucas. “Claro que esto lo hago para mantener a mi hija”, me aclaró, “porque acá todas somos madres solteras”. En este lugar no habían universitarias, aunque todas decían que ansiaban serlo.
Al rato llegó Antonia. Una mujer bastante desaliñada. De inmediato me explicó que lo que ahí se ofrecía eran servicios sexuales completos “a excepción de sexo anal, que tú lo puedes cobrar a parte”, dijo. Me aclaró que las ganancias se dividían 60 para la dama de compañía y 40 para la agencia.
Los mayores son mejor
“Los clientes que atendemos son de todo tipo. Viene gente ejecutiva, jóvenes y viejos”, dice Antonia, asegurándome que “los mejores son los mayorcitos porque tienen sexo una vez y se cansan al tiro, en cambio los jóvenes…” non stop.
Quiero saber cómo es que llegan las fotos de las señoritas a Internet. Me explicó que para eso debían trabajar al menos 2 semanas. “Una foto tuya par mí es una inversión. Tengo que pagar por inscribirte y mantener la foto en Internet. Me gasto como 50 lucas en eso”, dice Antonia. Entonces, lanza con toda convicción una frase memorable. “Si quieres trabajar aquí ya sabes las reglas y como les digo a todas: hay que entrar con una meta bien clara y saber hasta dónde vas a llegar. No se trata de ser puta toda la vida. Si tienes hijos, es por ellos; si quieres estudiar, que sea algo bueno. No vai a seguir una carrera que te va a dar 200 lucas al mes porque con lo que ganai aquí vai a terminar volviendo y no es la idea”.
El antro
La segunda agencia estaba en el mismo edificio, dos pisos más abajo. Para mi segunda entrevista estaba mucho más relajada. Se trataba de la agencia Génesis, administrada por Pablo. Cony, abrió la puerta. Una muchacha alta, muy delgada. A pesar de sus 22 años parecía una adolescente. Me invitó a pasar. Ahora sí: ¡Horror!. Era lúgubre como el peor de los mausoleos: sus paredes, sus cortinas y piso estaban sucios y los asientos del living apenas se mantenían en pie. Cony me contó que trabaja con Pablo hace 3 años y que además de ella en la casa viven tres niñas. No pudimos seguir conversando porque apareció Pablo, el administrador. Un chicoco ordinario por donde se le mirase. Nos presentaron y de inmediato me invitó a su dormitorio. ¡Me quería morir! Traté de cambiar el escenario de la entrevista, pero fue inútil.
El catador
Mi potencial jefe se puso cómodo y se echó sobre la cama matrimonial que había en el lugar. Sus reglas eran casi las mismas de la agencia anterior, pero acá las ganancias se dividían 50-50. Le expliqué que no tenía experiencia, pero él me dijo: “a ver, sácate la ropa”. ¡¿qué?! “Oye, si todas las niñas tienen que pasar por mí primero”, me contestó. Me puse pálida, no supe qué decir y literalmente fui salvada por la campana, que en este caso, fue el timbre. Cuando ya había respirado hondo me dijo “no te preocupí, que te quedai trabajando altiro, porque ahí viene tu primer cliente”. Fue a abrir la puerta y yo quise salir corriendo. Para mi suerte era el socio de Pablo, Angel. El también buscaba señoritas para su agencia.
Celos profesionales
Volvemos a la pieza. Las niñas que trabajan con Pablo estaban todas en el living. Un cuarteto de chiquillas desaliñadas y mal nutridas. Ninguna barbie y menos una universitaria. En nada se parecían a las fotos que vi en Internet y de glamour ni hablar. Angel me planteó otra alternativa. Un departamento donde sólo trabajaría yo. Alego inexperiencia pero me dijo: “Mira, tienes mejor pinta que cualquiera de las niñas que están aquí. Pero la facha no es tanto. En mi agencia tuve a una niña que era como la Fiona, me entiendes, pero hacía tan bien su trabajo que era la preferida de los clientes. Si se trata de placer, nada más”.
Sigo conversando con Pablo, quien según su socio es prácticamente dominado por las niñas que viven con él. Le pregunto ¿qué pasa si un cliente resulta violento?. “Para eso yo tengo esta joyita”, me dice Pablo y de debajo de la cama saca una pistola automática. “Es que me encantan las armas”, me explica. No hay más que hablar. Salgo de ese lugar para no volver.
Visita inesperada
La última agencia por visitar era la de Tiare y amigas, en Galvarino casi esquina Carrera. Golpeé la puerta y apareció un hombre vestido de terno. Me miró y preguntó si trabajaba ahí y amablemente me hizo pasar. Adentro había un grupo de detectives que justo en ese momento empadronaba a las niñas del lugar. “No si no se equivocó de casa”, me dijo el policía al mirarme de pies a cabeza. Mi tenida me habría “delatado”. Con mis pantalones y polera apretados parecía una de ellas.
Las niñas de la agencia me miraban con cara de desconcierto. Y esta quién es, se preguntaban. Urgidísima, me acerqué a una mujer policía y le expliqué que era periodista. No me creyó y sólo mi credencial de prensa me salvó de mi primer empadronamiento.
¡Con carnét de sanidad señoritas!
A penas se fueron los policías las chicas corrieron a preguntarme. “Y tú, ¿quién eres? ¿viniste a buscar pega? Sí, les dije, todavía nerviosa. Eso relajó el ambiente y hasta me presentaron a la “tía” de la casa que es mamá de Tiare, la dueña de la agencia. Le expliqué que busco ser dama de compañía para clientes de alto nivel. Le digo que soy secretaria ejecutiva y que hasta hablo inglés, por lo que puedo acompañar a ejecutivos extranjeros. Ella sólo me mira y me dice: “Ese tipo de trabajo no existe”, lo que me da la certeza que el trabajo de las universitarias damas de compañía es nada más que uno de los cuantos mitos urbanos que circulan de boca en boca. Cuando creía por finalizada mi investigación sonó el timbre y aparecieron dos veinteañeros bien vestidos que buscaban señoritas para eventos. Todas me miran y me dicen. “Esta es tú oportunidad”. Pero con la cancha que me dieron mis anteriores entrevistas, les digo no gracias: “Yo no trabajo con cabros chicos”.
Muerta de la risa tomé rumbo hacia la revista, con la certeza de que al menos aquí en Concepción, las escorts no existen, y que este trabajo es otra forma de prostitución, pero puertas adentro.
No hay interés
Entre los tantos portales en Internet dedicados a la difusión de servicios de escorts ubiqué a Jaime, dueño de consex.cl. En el sitio, además de promover a las agencias de compañía, hay una sección llamada sexyparty para despedidas de solteros y eventos especiales. Resultó ser un tipo discreto y bien vestido. Todo un empresario. Le pedí me incluya en su staff como dama de compañía, pero me explicó que no existe ese servicio. “No hay niñas que quieran dedicarse a dar sólo compañía. Los clientes siempre buscan sexo y es así como ellas ganan más plata”, aseguró. Mi conclusión se comprueba una vez más.