Sindy Sagredo Ortiz
Dra. en Educación USS.
En tiempos en que la educación se encuentra tensionada por altos estándares y resultados, conviene recordar que escribir sigue siendo una de las habilidades más complejas para los estudiantes en las distintas etapas formativas.
Escribir no se trata solo de redactar bien, ni de cumplir con una tarea específica, mucho menos completar o responder preguntas. Escribir es, en esencia, una forma de evidenciar cómo comprendemos la información, esto es, cómo pensamos. Tal proceso es una necesidad en cualquier disciplina, y su aprendizaje se desarrolla de manera gradual, por etapas y durante toda la vida.
Por varias décadas la escritura fue considerada como sinónimo de redacción, ortografía y gramática, pero ello limita su valor únicamente a la forma o el estilo. Escribir es mucho más que eso: es un instrumento cognitivo, una forma de reflexión, un medio para aprender, una herramienta epistémica.
Es bajo dicha concepción donde se abre la puerta de acceso al conocimiento, por tanto, esta llave, como lo es la escritura, debe estar presente en todas las áreas de formación y no solo relegada a una asignatura en particular.
Escribir constituye un ámbito relevante dentro de la formación integral de todos los estudiantes. Cuando se escribe un informe de laboratorio, un ensayo de filosofía, un portafolio de práctica docente o un proyecto de investigación, no solo se están comunicando conocimientos, el escritor está atribuyendo un significado y apropiándose del saber.
En este sentido, enseñar a escribir no puede ser solo responsabilidad del profesorado de lengua o literatura. Debe ser, más bien, una tarea compartida entre todas las disciplinas. Cada área del conocimiento tiene su manera particular de escribir, sus géneros discursivos, sus convenciones, sus formas de argumentar o exponer. Por ello, enseñar a escribir desde las disciplinas implica también enseñar a pensar desde ellas.
Escribir permite que el estudiante se convierta en sujeto activo de su aprendizaje, en lugar de un mero receptor de contenidos. La escritura, además, habilita la retroalimentación formativa, esa que no sanciona, sino que orienta; la que no solo califica, sino que guía el proceso. Tal acción implica el tiempo para procesar, para construir sentido, para dejar una huella.
En tal escenario, fomentar la escritura en las aulas es también potenciar el pensamiento profundo y la escucha activa. Por tanto, requiere de práctica, de lectura, de modelos, de paciencia y perseverancia, pero, por sobre todo, de un entorno que valore el error como parte del aprendizaje, que entienda la escritura como proceso y no solo como producto final.
La escritura, entonces, no es un elemento accesorio del aprendizaje, sino una de sus bases más sólidas. En un mundo que demanda habilidades como el pensamiento crítico y la comunicación efectiva, escribir se vuelve una herramienta indispensable, no solo para aprobar, sino para acceder el conocimiento, para hacerse preguntas, para construir la voz propia.
Es así como hoy, cuando estamos en tiempos de cambios educativos, conviene volver a mirar esa acción tan humana y transformadora como lo es: escribir para aprender en la vida.