Los kioscos existen en Concepción desde la década del ’50. Hoy sus propietarios ya no viven de la venta de diarios, como en sus inicios, pero el afán por mantener una comunicación constante y cercana con los transeúntes, que históricamente han asumido como rol, se mantiene intacto. Y es así tanto en los más tradicionales, aquellos que vieron pasar la historia penquista por sus ventanillas, como para las generaciones más actuales, que utilizan las nuevas tecnologías para llamar la atención desde su propia esquina.
Por Rayen Faúndez/ Fotografías: Gino Zavala.
Los suplementeros existen en Chile desde 1879.
Ese año, como anexos a los diarios de la época, salieron a la luz los primeros suplementos del país, que estaban dedicados a entregar noticias sobre el desempeño de la escuadra nacional en la Guerra del Pacífico. Fue una necesidad que surgió por el interés de los chilenos por tener información fresca sobre el conflicto luego del Combate Naval de Iquique. A quienes los vendían se les llamó suplementeros.
Por tanto, como relata en su historia la Confederación Nacional de Suplementeros de Chile (Conasuch), fue en aquella ciudad nortina, como también en la capital, Santiago, donde aparecieron los primeros suplementeros o “canillitas” (llamados así porque usaban pantalones cortos que dejaban a la vista sus “canillas”). Estos eran muchachitos que pregonaban las noticias por las calles, convirtiéndose en verdaderos anunciantes de las buenas nuevas, pero también, de las malas y de las tragedias.
Así nació el oficio de suplementero. Los kioscos vinieron varias décadas después. En Concepción recién aparecieron en 1954, cuando los dirigentes suplementeros de esa época lograron un convenio con el entonces Banco del Estado para instalar diez kioscos en la ciudad. Así se modernizaba el oficio de suplementero, y llegaba esta alternativa que les permitía tener un punto fijo para la venta de periódicos. Un habitáculo pequeño usualmente ubicado en una esquina que, paralelamente, se convertía en el primer punto informativo para la ciudadanía, pues los suplementeros eran los primeros en comenzar a exhibir y a vender los diarios nacionales y locales.
Así ocurrió al menos por unos veinte años, pero con la llegada de la televisión, los kioscos iniciaron una caída libre que aún no pueden remontar, a pesar de que mantienen un lugar de honor en la cultura de ciudades y barrios.
Primero fue la masificación de la televisión. Luego, el retiro de algunos suplementos, principalmente dedicados a los niños, a partir de los ’80, lo que disminuyó las ventas de diarios. En los ’90 vino el gran golpe para el oficio, con la introducción de las suscripciones por parte de las empresas periodísticas que compitieron con la venta en kioscos, disminuyendo notoriamente sus entradas que ya venían en descenso. Ya no eran los únicos que vendían periódicos, y una suscripción era al menos un 30 % más barata para los lectores.
A partir del nuevo milenio, la historia es fácil de deducir: la revolución digital y las nuevas tecnologías de la información transformaron completamente la forma de comunicarse y de acceder a la información. Los kioscos pasaron de vender principalmente diarios y también los cigarrillos que siempre se distribuyeron junto a las noticias, pero cuya comercialización se limitó por los alcances de la Ley del Tabaco en 2011, a reinventarse obligatoriamente como pequeños mercados donde hoy se puede hallar de todo, desde confites y bebidas hasta preservativos.
La última estocada recibida por los suplementeros fue en febrero de 2019, con el cierre de Editorial Televisa en Chile, responsable de la mayoría de las revistas que se vendían en los kioscos. Con el término de la empresa, desaparecieron las revistas Caras, Condorito, Cosmopolitan, Vanidades, entre otras. Un golpe no menor considerando que otras publicaciones nacionales clásicas, como Cosas y Qué Pasa y Paula (estas dos últimas editadas por Copesa, que se transformaron en medios digitales) ya habían iniciado el abandono de los kioscos desde mediados de 2018.
Aún así, la venta de diarios se niega a morir. Los adultos mayores son quienes más los compran. También están quienes los adquieren para completar una exclusiva colección por los souvenirs que vienen junto a algunos de ellos. Luego están los lectores más selectivos que mensualmente van por sus revistas especializadas. Pero eso es el mínimo de las entradas.
Lo demás lo completan con la venta de tabaco y papelillos, de un reconfortante café en invierno o de una bebida “en hielo”, durante el verano. También de golosinas o de recargas para teléfonos móviles. Incuso, algunos kiosqueros han incursionado más allá, instalando pantallas o levantando un Instagram para instaurar una nueva era, del papel al Smartphone.
Pero ya sea un kiosco clásico e histórico, o uno vanguardista y tecnológico, todos sus propietarios o vendedores comparten una característica: conocen las calles de Concepción al dedillo, y así también a cada uno de sus clientes. Saben sus nombres, lo que necesitan cada día y hasta algo de su historia personal. También comparten la dureza, el frío y el cansancio de los largos días de pie. La buena noticia es que también se puede hacer el ejercicio inverso, y conocer aquellas historias de trabajo detrás de las pequeñas ventanillas que día a día muestran el mundo.
Ramón González: la historia penquista desde su kiosco
(Rengo esquina Maipú)
Ramón González Ramírez está a punto de cumplir 70 años de edad, y desde 1970 trabaja en el kiosco de su propiedad, en la esquina de las calles Maipú con Rengo.
Ha sido testigo de todos los cambios que ha tenido el oficio desde los siete años, cuando comenzó a trabajar vendiendo diarios. También ha presenciado cada transformación en las calles penquistas y, sobre todo, los vaivenes de la historia de los suplementeros, pues fue dirigente del Sindicado de Suplementeros de la Provincia de Concepción en 1972, en 1991 dirigente nacional y, en el 2000, llegó a presidir a los suplementeros del Biobío.
Es además, un triste testigo de la lenta desaparición del rubro. “En la provincia llegamos a ser 360 suplementeros. Y desde 1980 comenzamos a achicarnos. Ahí, con la división de Talcahuano, Coronel y Lota, que conformaron sus propias federaciones, nos redujimos a 260, con 120 kioscos en Concepción. Y hoy no somos más de 150 afiliados”, recuerda Ramón.
De hecho, según las cifras oficiales de la organización suplementera local, actualmente en el radio central de Concepción sólo hay 70 kioscos operativos, con 150 suplementeros afiliados activos. Algunos sectores, como Barrio Norte, y comunas como Chiguayante o San Pedro de la Paz también conservan uno que otro kiosco.
El kiosco de Ramón González es quizás, el más “querido” de toda la cuadra. Funciona como centro de informaciones, custodia temporal para los conocidos, y como caja de cambio a pequeña escala. “Este es el banco chico. Nunca falla”, dice uno de sus clientes habituales entre risas. Como comerciante de uno de los locales aledaños, busca constantemente sencillar algún billete, y Ramón ya sabe lo que necesita. Así es que se limita a saludarle, recibir el dinero y entregar su equivalente en varios billetes y monedas. Si hasta parece que lee la mente.
“Este trabajo me gusta. Si no, me hubiera ido. Yo no sé hacer otra cosa. Esta es la universidad de la calle, que me enseñó a respetar, a ser persona, a ser buen marido y buen padre”, cerró el histórico suplementero, que en 2007 decidió dejar todos los cargos para volcar sus energías a la familia, la misma que levantó desde los 17 años de la mano de su kiosco. En enero celebró las bodas de oro con su esposa, tiene cinco hijos y suma ya nueve nietos.
Rosa Arias: herencia de fuerza femenina
(O’Higgins esquina Aníbal Pinto)
“El amor por este trabajo es por herencia, ya que mi papá y mi mamá eran suplementeros. Así es que cuando me casé, tuvimos que decidir qué hacer, también por necesidad. Yo conocía el rubro y mi esposo también, por eso fue fácil tomar la decisión y hacernos suplementeros. En 1976 iniciamos el local”.
Con estas palabras, Rosa Arias Arriagada (64) cuenta sus inicios como suplementera junto a su marido, Ramón López Beltrán, quien actualmente es el presidente del Sindicato de Suplementeros de Concepción. Un trabajo arduo que, desde su visión, depende totalmente de la constancia y del empuje que cada quien imprima a su negocio. Y es que la vida dentro de un kiosco es dura. “La salud pasa la cuenta. Ya empiezan los problemas en la columna, porque siempre se carga peso. Y el frío va minando las defensas”, relata Rosa. Más aún con un clima adverso y en una calle central como O’Higgins. Cuando hay manifestaciones en el centro, las bombas lacrimógenas llegan directamente a su local. Durante el tornado que azotó a la ciudad a inicios de junio, su kiosco fue parapeto para los transeúntes, que se sujetaban de sus puertas para luchar contra el viento.
Ni hablar de los problemas del gremio. Hasta hace poco no podía vender cigarrillos, debido a la ley instaurada en 2011, que impedía la venta de estos productos a menos de cien metros de distancia de establecimientos de enseñanza básica y media, y su local estaba a media cuadra del colegio Inmaculada Concepción. Cuando la institución cambió su ubicación, volvieron las cajetillas y, escuchando la demanda de sus clientes, decidió incluir el tabaco.
También fue golpeada por la salida de las revistas nacionales y latinoamericanas en enero pasado, pero su kiosco se mantiene vestido de numerosas publicaciones especializadas, principalmente españolas. Porque, tal como ella dice, “hay público para todo”. Por eso ha sobrevivido cada adversidad, defendiendo la lucha de los suplementeros que se denomina: “Salvemos el kiosco”.
Esta campaña, instaurada en 2016, busca cuidar y mantener el tradicional oficio y que los suplementeros y kiosqueros del país, que suman 6 mil asociados, sean considerados como Tesoro Humano Vivo. Para ello, solo se debe firmar una petición directamente en su sitio web (www.suplementerosdechile.cl/).
Rosa, con 45 años de lucha kiosquera, y cuatro hijos criados gracias al rigor de su oficio, confía en que el público mantendrá esta preferencia, apreciando este trabajo y su valor histórico. “Nunca dejaremos de ser suplementeros”, advierte.
Claudio Corrales: una nueva generación con nuevas ideas
(O’Higgins esquina Colo Colo)
Claudio Corrales Aguilar siempre quiso tener un kiosco. Era un sueño. Tal como él lo relata, se presentó la oportunidad y sólo siguió las flechas que lo llevaron al lugar que hoy lo posiciona como uno de los kioscos más atractivos del centro de Concepción. Y, tal vez, el único de su rubro activo en Instagram como @kiosco_claudio.
La historia partió cuando se enteró de que el papá de una amiga de su pareja, Alejandra, tenía un kiosco, pero lo mantenía cerrado por problemas de salud. Entonces él trabajaba en una fábrica de cecinas en Chillán, y se atrevió a conversar personalmente con el dueño, Nelson Mora. Fue la mejor decisión, pues lo llevó a arrendar el local y a cumplir su sueño en noviembre de 2017.
Contando con todo el permiso y libertades de parte del dueño, Claudio inició una serie de innovaciones para cambiar la concepción del kiosco penquista. Lo primero fue ordenar e iluminar para que cada rincón del exterior e interior fuera visible. Luego, comenzó a incluir los productos que le pedían los clientes -desde máquinas de afeitar hasta preservativos – e incluso algunos productos más exclusivos, como café colombiano, bebidas energéticas y aguas saborizadas internacionales. Más tarde instaló maceteros con plantas y una pantalla donde transmite noticias y partidos de fútbol, que lo han transformado en punto de encuentro para fanáticos.
Pero, sin duda, el elemento que más llama la atención de su local es la pizarra que ubica a diario con mensajes alentadores para sus clientes. “Si dejas ir todos tus miedos, tendrás más espacio para vivir todos tus sueños”, dice una de los últimos que fue escrito con tiza por sus manos. El registro y los agradecimientos por su “buena onda” se ven en su Instagram. “Buena, tío Claudio”; “Qué buena frase, Sir Claudio”, son algunos de los comentarios, además de aplausos y deditos hacia arriba.
“Soy un orgulloso del kiosco. Le he dado otro enfoque, y no es menor que las personas comenten. Ha habido ocasiones donde se han acercado a nosotros, emocionados, y nos agradecen por los mensajes. Y eso es lo que yo busco, llamar la atención, no solo vender. Que las personas pasen, se sorprendan con este lugar y vuelvan siempre”, dice Claudio.