No se puede vivir sin estrés. Aunque este estímulo es necesario para la evolución humana, estar bajo su alero continuo puede tener graves consecuencias en la vida cotidiana. Diagnósticos de diversos síndromes, tan extraños y desconocidos como el del “corazón roto”, la costocondritis o la neuritis vestibular, pueden ser las patologías asociadas a este llamado mal del siglo.
Por Ximena Perone.
Mientras lee una revista en la sala de espera, Claudia (36 años) aguarda su turno de atención con uno de los tantos médicos que espera dé respuesta a sus múltiples dolencias.
Todo comenzó hace tres años, después de su último embarazo. Una hemorragia que la afectó a los doce días de haber nacido su guagua -dejándola al borde de la muerte- y su posterior quiebre matrimonial fueron desencadenantes de nocivos efectos en su salud física y sicológica que la hicieron itinerar entre varios especialistas para descubrir los orígenes de los padecimientos que afectaban a su cuerpo y a su mente. Sólo luego de un tiempo y de ir de médico en médico, descubrió que el estrés era el causante de todos sus males y que, sin saberlo, se había convertido en el peor enemigo para su salud.
La palabra estrés proviene de la voz inglesa stress, y significa énfasis, tensión o presión. En términos médicos, es la respuesta que tiene el organismo ante cualquier demanda y circunstancia de la vida o un estado de fuerte tensión fisiológica o sicológica que puede llevar a la enfermedad física.
En 1950, el médico canadiense Hans Seyle, identificó el estrés en diferentes fases. La primera la denominó de alarma. Se produce cuando el cuerpo reconoce un agente estresante y se prepara la acción. Luego viene la fase de resistencia, en la que el organismo repara el daño causado por la reacción de alarma. Si el estrés continúa, se entra en la etapa de agotamiento y ya el cuerpo no puede reparar los daños. Ahí aparecen la fatiga, el cansancio, la depresión o la ansiedad, por nombrar algunos síntomas. Las reservas de energía se agotan y situaciones muy extremas pueden incluso provocar la muerte.
La siquiatra Paulina Mendoza explica que los seres humanos estamos expuestos al estrés desde el nacimiento, y que cierta cantidad de este “estímulo” es beneficioso para la vida, pues permite enfrentar con efectividad algunos desafíos importantes, suministrando la excitación y la energía requeridas en determinadas situaciones.
“Un nivel adecuado de estrés, y por tiempos breves, ayuda a mantenernos alerta, nos motiva a enfrentar retos de la vida y nos empuja a resolver problemas. De cierta manera, necesitamos el estrés para mantenernos activos”, agrega.
El estrés, sin embargo, se hace peligroso cuando es de proporciones excesivas, cuando se produce por situaciones que desbordan las capacidades de adaptación del individuo o cuando se acumula sin salida adecuada, instalándose la frustración.
“Cuando esta situación de estrés permanece en el tiempo o es muy intensa (como en situaciones en las que peligra la vida) y no existe una posibilidad de responder satisfactoria y adaptativamente, hablamos de distrés, lo que involucra una serie de mecanismos que pueden conllevar a un trastorno o agravar el curso de una enfermedad ya establecida. El distrés se vive como algo desagradable, con dolor, pena y angustia”, señala.
Extraños dolores
Paulina Mendoza comenta que aproximadamente uno de cada tres adultos chilenos admite sentirse demasiado estresado en la vida diaria, y que esa cifra va en aumento, abarcando también a niños y a adolescentes.
“Muy a menudo, las personas perciben e interpretan como amenazantes los eventos de la vida diaria. Un claro ejemplo son los atochamientos en el tráfico vehicular que impiden que lleguemos a tiempo al trabajo, lo que nos obliga a modificar nuestros hábitos diarios: hace que nos levantamos más temprano y que por lo tanto tengamos menos horas de sueño porque nos seguimos durmiendo tarde. Todo ello ocasiona que nos sintamos más irritables y que no disfrutemos los buenos momentos que podemos tener en el día”.
Poco ayuda a atenuar el problema la exposición que las personas viven actualmente, debido a la aparición de las redes sociales que modificaron las relaciones interpersonales. “Cada sujeto es su propio objeto de publicidad, nuestra historia de vida ya no está solo en nuestra memoria, sino que también disponemos de una copia digital de nuestra existencia, donde la vida virtual se confunde con la real, siendo cada vez más difícil crear momentos de una sana intimidad. Buscamos lo eficaz y lo inmediato. Nos desagrada esperar, se nos acaba rápidamente la paciencia y nos frustramos con facilidad. Intentamos hacer coincidir, a la fuerza, los tiempos que nos exige la sociedad con los de la naturaleza. Forzamos nuestros ciclos circadianos a las exigencias de la sociedad, y esto constituye un terreno fértil para que afloren síntomas ansiosos y/o depresivos”. Los más reconocidos son las migrañas, el insomnio, palpitaciones en ojos, cara u otra zona del cuerpo; colon irritable, úlcera, dolores de cuello y espalda, ansiedad por comer y descenso del apetito sexual. Pero la lista es todavía más extensa porque desconocemos que existen muchas otras molestias y dolencias que también pueden ser consecuencia directa del estrés.
Eso era lo que sucedía con Claudia, quien sentía muchas de las afecciones descritas, a las que se fueron sumando otras, bastante extrañas, para las que no conseguía respuesta: un día como cualquiera se disponía a ducharse. Fue sólo abrir la llave y sentir un gran dolor en su cabeza provocado por la caída del chorro de agua. No pudo continuar, sentía una extrema sensibilidad al tacto y apenas pudo lavarse el cabello. Ese dolor, que también le impedía peinar su pelo con normalidad, le acompañó unos tres años sin que supiera su origen. Ésta fue la primera visita que realizó al neurólogo, quien la envió a tomarse una resonancia cerebral y a hacer un seguimiento de las migrañas con las fechas en las que aparecían. Los exámenes no arrojaron nada, pero su dolor persistió.
La respuesta estuvo en el estrés que la aquejaba, incluso era lo que provocaba ese peculiar dolor en el cuero cabelludo. El kinesiólogo y osteópata Juan Pablo Burgos explica la razón de este síntoma: “Las fases que cubren los músculos son estructuras muy resistentes de un tejido conectivo que recorre todo el cuerpo y que une todas las estructuras del cuerpo; entonces, si hay una tensión a nivel de la columna lumbar, ésta se va a transmitir hacia arriba y puede ocasionar dolor en el cuero cabelludo. Por consecuencia del estrés también se bruxa, esa constante tensión en la musculatoria masticatoria va a dar también a nivel cervical, y esa tensión se transmitirá a brazos y otros puntos”.
Algo similar ocurre con los problemas que el estrés ocasiona al afectar la movilidad del colon. “Por esta causa, hay personas que pueden sufrir cuadros de lumbago, de espalda e incluso dolores referidos a las piernas, porque el cuerpo es una sola unidad. Eso hace que el dolor se irradie a otros puntos más lejanos”, añade el profesional.
Explica que hasta su consulta llegan muchos pacientes que manifiestan contracturas musculares, mal humor, mal dormir, que despiertan muy adoloridos, que se sienten cansados, sin movilidad, y que tras la consulta con el osteópata, comenta Juan Pablo Burgos, se comprueba que han estado sometidos a procesos constantes de estrés, ya sea por problemas personales, por el trabajo o por el medio ambiente que les rodea. “Ahí comienzan a aparecer las alteraciones fisiológicas producto del exceso de cortisol”. Directamente, estos pacientes no llegan por estrés, pero hablan de que tienen puntos específicos dolorosos. “Son los dolores referidos o gatillos. Otros llegan con migraña, lumbalgias, porque se altera la biomecánica de todo el cuerpo, se rigidiza la columna producto de los espasmos musculares, y sobre esto es necesario entender que cuando la columna y el cráneo pierden movilidad, el sistema nervioso central se ve alterado debido a la restricción de los tejidos que lo cubren. Se producen alteraciones hormonales, musculares, esqueléticas. Muchas veces la medicina alopática no lo analiza de esa forma, pero los osteópatas sí estamos viendo que un correcto funcionamiento del sistema cráneo sacro, que una correcta movilidad de las meninges producto de una columna con una buena movilidad, va a verse beneficiado por el adecuado recorrido del líquido encéfalo raquídeo que protege el sistema nervioso central”.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 2020, la depresión por estrés crónico será la segunda causa de invalidez en el mundo.
El estrés crónico se presenta de manera paulatina y por ello es posible dividirlo en fases. La primera es la cronificación. En esta etapa se producen cambios en la digestión. En los niños es la primera señal que podemos advertir. No quieren comer o se quejan constantemente de dolor de estómago.
Después aparece la ansiedad. Aquí el cerebro exige otras cosas, y sólo pide lo que le gusta, en general, porque ello le entrega calma: comer dulces o darse atracones de comida es una segunda señal.
Finalmente, ya se presenta la enfermedad, a través de molestias específicas. También aparece la irritabilidad, las personas se enojan con facilidad, se detectan cambios de personalidad y viene la depresión.
Trastornos desconocidos
Entre las consecuencias menos conocidas del estrés está, por ejemplo, la pérdida de memoria. Vivir situaciones de estrés por mucho tiempo causa daños cerebrales que terminan por destruir las neuronas del hipocampo, causando este problema y también otros relacionados con el aprendizaje. Los adultos viven estresados y también los niños, por lo que no es antojadizo asociar los diversos trastornos de este tipo que hoy se detectan en miles de escolares en el país con el estrés.
También se pueden generar problemas de crecimiento. Aunque esto está determinado genéticamente, no es ajeno a los factores ambientales, entre ellos el estrés. Muchos adultos que lo sufrieron durante su infancia no alcanzaron toda la altura escrita en su ADN.
Entre los testimonios recogidos está el de Valentina. Una joven de 37 años que después de un periodo de graves problemas económicos y familiares comenzó a sentir intensos mareos. “Un día caí a la clínica con vómitos incontrolables. Fue entonces cuando me hicieron un scanner. Era una especie de vértigo que fue diagnosticado como neuritis vestibular. Estuve en observación para descartar un tumor en el cerebelo, pero luego descubrieron que se trataba de un virus que inflamaba un nervio del oído interno y me causaba esos síntomas tan desagradables. Mi sistema nervioso se debilitó y también mi sistema inmunológico, me bajaron las defensas y ahí me atacó este virus. Nunca imaginé que podía estar todo relacionado con mi estrés”.
El síndrome de la “costocondritis” también está asociado a cuadros de estrés crónico. Ésta es una inflamación de la articulación que une el esternón con las costillas o bien, la articulación costo-condral, es decir, entre la costilla y cartílago. Provoca un aumento del tamaño de esta unión, que produce dolor al tocarla, al toser o al respirar. Muchas personas que sufren este síndrome suelen confundirlo con un ataque al corazón por el intenso dolor en la zona izquierda del pecho (desde la segunda hasta la cuarta costilla). Dicha inflamación es benigna, se cura en unas semanas o meses y afecta mayormente a jóvenes de ambos sexos entre los 20 y 40 años. Aunque su causa es desconocida, se suele asociar a lesiones torácicas o costales, a infecciones virales, pero también, a la angustia y al estrés. El dolor puede irradiarse a los brazos y hombros y va aumentando con la tensión emocional.
Y si seguimos hurgando entre los síndromes curiosos provocados por este “mal”, uno de los que lleva la delantera es el del “corazón roto”. El estrés físico y emocional intenso, causado por una fuerte discusión o la pérdida de un ser querido, puede ocasionar una cardiomiopatía de Takotsubo, que presenta síntomas similares a un ataque con dificultad respiratoria y que no afecta a las arterias coronarias pero sí al músculo cardíaco.
Según un estudio de la revista American Journal of Cardiology, se debe al aumento en el nivel de hormonas relacionadas con el estrés, como la adrenalina. Además, el “síndrome del corazón roto” suele darse en los meses de primavera y verano, y un 75 % de los casos los sufre después de padecer estrés intenso. Es más habitual en mujeres que ya han pasado la menopausia.
¿Y cómo lo combatimos?
Para la siquiatra Paulina Mendoza hay ciertas maneras de lidiar con el estrés y poder enfrentar los desafíos de una forma más adaptativa. Las recetas para contrarrestarlo son extensas y variadas, por lo que no resulta tan complicado seguirlas.
Las fundamentales son aprender a relajarse, dormir las horas necesarias para despertar descansados y con energía y realizar ejercicios de respiración. Estos últimos pueden aprenderse mediante los múltiples tutoriales que muestra Internet.
Luego, dice la especialista, viene algo que es un poco más complicado de modificar, y que tiene que ver con aceptar que hay cosas que no dependen de nosotros y que, por tanto, no podemos controlar. “La idea es pensar de forma razonable, pues a veces nos apropiamos de problemas que no nos corresponden y nos desgastamos en actividades que no lo ameritan”.
A su vez, añade, lo fundamental es experimentar la vida de una manera más solidaria y menos competitiva, aceptando las limitaciones propias y solicitando ayuda del otro si es necesario. “Tal vez la mejor receta es intentar balancear los tiempos para uno mismo con el tiempo que demandan la familia, las relaciones sociales y el trabajo; procurar mantener hábitos saludables, alimentación sana, disminuir consumo de cafeína, nicotina y alcohol; hablar con amigos, disfrutar y reír con los seres queridos y compartir pensamientos y sentimientos más profundos de vez en cuando, ya que hablar de las situaciones que nos estresan es una de las formas más directas de manejar el estrés”, finaliza.
El antídoto al exceso de cortisol: la oxitocina
Así como nuestro cuerpo produce el cortisol para estar alerta y enfrentar las amenazas que capta el cerebro, también es capaz de generar oxitocina, que sirve como un antídoto al estrés. Ella se consigue con la vivencia de situaciones placenteras, como buenas conversaciones con amigos, relaciones sexuales, la risa o disfrutar al aire libre. Todo lo anterior aumenta la confianza en sí mismo y entrega seguridad, lo que permite a su vez contrarrestar el estrés. La risa ayuda a frenar el estrés, pues relaja la musculatura y 60 minutos diarios de risa reducen significativamente el nivel de cortisol. Acariciar, reír, vivir en la calma, estrechar lazos con quienes nos rodean, hacer ejercicio, sentir y pensar positivamente parece ser la receta para salvarnos de este enemigo de nuestra salud y, además, suena como una buena receta para un mundo mejor. Vivir en la calma es el primer paso para conseguirlo.
¿Qué dice la neurociencia?
Tras 20 años investigando el tema, la neurocientífica canadiense y creadora del Centre for Studies on Human Stress, Sonia Lupian, reconoce que la gente no sabe qué es el estrés. La mayoría de las personas lo define como la falta de tiempo para hacer lo que queremos y con esa misma lógica alberga la errónea creencia que ni los niños ni los ancianos sufren de estrés.
También explica que los hombres y las mujeres reaccionan de diferentes formas ante el estrés: los hombres son tres veces mas reactivos y producen más hormonas del estrés que las mujeres. Por eso tendrían más problemas cardiovasculares. Sin embargo, las mujeres padecen más depresión.
Para ambos sexos la mejor protección contra el estrés es la protección social, y es simplemente hablar, pero, curiosamente, los hombres y las mujeres no aplacan el estrés de la misma forma. Los hombres sufren menos estrés con sus mujeres, pero las mujeres sufren más estrés con sus maridos.
Ello se debe a que no se benefician de las mismas personas en los momentos de enfrentar este problema. Saber eso, dice Sonia Lupian, nos permite hacer algo al respecto y explica, por ejemplo, que las mujeres cuando están estresadas se sienten bien saliendo con sus amigas.