La investigación considera tres mediciones durante un año. El resultado de la primera se dio a conocer este mes. Se evaluaron las percepciones de estudiantes y profesores, como también, los resultados del proceso de enseñanza y aprendizaje remoto en 34 universidades chilenas.
El 16 de marzo del 2020, la mayoría de las universidades chilenas cerró sus aulas por la pandemia, pero continúo con sus actividades. La educación remota o a distancia fue la solución. Partió como una vía de emergencia, pero terminó siendo el formato que los planteles superiores usaron durante todo el año para formar a sus estudiantes, y que proseguirá en 2021, combinado con clases presenciales en la medida que la situación sanitaria del país lo permita.
El Centro de Investigación y Mejoramiento de la Educación (CIME), de la facultad de Psicología de la UDD, junto a 15 académicos de 13 universidades nacionales, y la colaboración de 14 asesores internacionales de 12 universidades, decidieron medir la experiencia de docentes y estudiantes de educación superior durante este año de enseñanza remota producto de la pandemia. Sus primeros resultados se dieron a conocer este mes. El estudio considera otras dos mediciones que se realizarán en marzo y junio de este año.
En esta primera evaluación participaron 654 docentes y 1750 estudiantes pertenecientes a 34 universidades del país. La investigación midió distintos criterios, como acceso a conectividad y tecnología, salud mental y percepciones sobre el proceso de enseñanza aprendizaje remoto, entre otros.
La idea, explica Verónica Villarroel, directora del CIME UDD, es caracterizar cómo partió la educación superior a distancia en esta emergencia sanitaria, “para luego ver cómo irá evolucionando y cuánto iremos avanzando, con el fin de promover una enseñanza cada vez más articulada con lo que realmente implica una formación remota”, agrega la profesional.
En estos momentos, sostiene, podríamos decir que la educación que están recibiendo los estudiantes es más bien un formato remoto de emergencia. Ello por el veloz cambio que impulsó la pandemia, que obligó a trasladar el aula a clases virtuales, y a los profesores, a aprender a usar alguna plataforma o tecnología, “pero la clase tiende a ser muy similar a lo que se hacía de manera presencial. Por ejemplo, los módulos tienen la misma duración y los profesores todavía usan muchas estrategias de aprendizaje y herramientas parecidas a las que ocupan en las clases presenciales. Nuestra idea es dar cuenta de algunos cambios que se necesitan hacer en la educación remota”.
¿Como cuáles?
“Es necesario tener claro que la enseñanza presencial es distinta a la remota, y que debemos buscar formas de instalar diferencias entre estas modalidades. Por ejemplo, acortar la duración de una clase, o realizar uno o más recreos durante ella. Asimismo, que estas tengan un foco claro para que los alumnos sepan qué es lo que se espera que aprendan. Por otro lado, potenciar el diálogo con los estudiantes, porque necesitamos que ellos sean más protagonistas, que no se torne una clase pasiva, donde el profesor habla y habla, y los alumnos pueden estar haciendo cualquier cosa sin atender la sesión, ya que es mucho más fácil que se distraigan en este formato remoto”.
-Con lo que se encontraron, ¿era más o menos lo esperado?
-“Algo que sorprende positivamente es que, en general, tanto profesores como estudiantes tienen algún recurso tecnológico (computador, tablet o un celular) que les permite conectarse y enfrentar, casi en un 90 por ciento, las clases online con la tecnología y con el Internet necesario. Sin embargo, lo que se encuentra con menos nivel de aceptación es disponer de un espacio para conectarse tranquilamente a las clases, y ahí tanto los estudiantes (40 %) como los profesores (20 %) respondieron que no tenían un lugar físico adecuado”.
Y esto último ¿cómo se soluciona?
“Sabemos que como estamos en condiciones de pandemia, nuestros estudiantes no son los únicos en el hogar que deben conectarse a clases. También están sus hermanos y sus papás, además, muchas veces en teletrabajo. Entonces, cuando se pueda, establecer turnos dentro de un hogar para ocupar espacios que permitan mayor tranquilidad es una solución. Pero, de todas maneras, las instituciones de educación superior y también de educación básica y media deben considerar que un alumno no puede estar todo el día frente a la pantalla. Eso no es saludable y tampoco las condiciones de espacio de gran parte de los hogares chilenos lo permiten”.
-¿Qué sería lo ideal?
“Que las instituciones combinaran actividades sincrónicas y asincrónicas, para que el estudiante pudiese optar a horarios donde se conecte con el profesor en vivo, pero también otros donde pueda ver cápsulas grabadas, realizar actividades de lectura, de trabajo individual o mirar las clases en horarios donde hay menos congestión en su casa. Esto es posible para los escolares y los universitarios, a diferencia de los padres que trabajan y que tienen un horario comprometido”.
-Según sus resultados, solo el 13,4 % de los estudiantes se sentía cómodo con activar su cámara en clases.
“La mayor parte de los estudiantes tendió a prender menos la cámara desde inicios del año, y eso fue aumentando en el tiempo. Ahí es el profesor quien tiene el rol de incentivar y regular esta situación. Por ejemplo, puede quedar claro al inicio de la sesión que todos activarán sus cámaras, y que no importará que el entorno no esté ordenado o que alguien nos pueda interrumpir, pero encender la cámara es muy importante para el desarrollo de una clase, ya que nos ayuda a comunicarnos y a conectarnos con el otro”.
Salud mental desafiada
Respecto a las emociones que experimentaron durante este primer año de educación remota, 82 % de los universitarios relató haber sentido estrés, el 71 % frustración y el 47 % angustia. Las mujeres expresaron estas emociones con mayor intensidad que los hombres. En cambio, los hombres acusaron significativamente mayor desmotivación que las mujeres. Así también, las emociones negativas fueron más intensas en los estudiantes
-¿Qué deberían hacer las universidades frente al estrés, angustia y frustración revelada por sus estudiantes?
“Este 2021 vamos a un segundo año en pandemia, con vacaciones que no han sido vacaciones y con incertidumbre respecto a lo que sucederá durante el año. Eso implica que para los estudiantes, los profesores y la familia en general, la salud mental estará siendo desafiada a niveles altos. Los alumnos regresarán a las clases más ansiosos, más cansados y con un exceso de uso de pantalla, porque es lo que mayormente hacen en su tiempo libre. Por eso, las universidades y sus profesores deben tener en cuenta que la sala virtual también puede ser un mecanismo de contención para los estudiantes, por ejemplo, destinando minutos del comienzo o del final de la clase para preguntarles cómo se encuentran ellos y sus familias. Asimismo, ayudarlos a establecer vínculos con sus compañeros, haciendo trabajos grupales en línea que favorezcan el diálogo y la conexión. Un profesor no puede quedarse tranquilo si durante la clase nadie conversó o hizo alguna pregunta. El diálogo se debe propiciar, y si el formato grupal no está funcionando, hay que mezclarlo con tutorías pequeñas o dividir el curso para conocer mejor a sus alumnos”.
-¿Cómo se diferencia una situación más grave en temas de salud mental?
“Es normal que estemos estresados, que tengamos niveles de incertidumbre importante y que a veces nos sintamos frustrados porque estamos confinados, pero lo que no es normal es que este estado dure por un tiempo prolongado, que genere una emoción permanente o que existan conductas autodestructivas. Cuando eso se pesquisa en clases, las universidades podrían derivar o hacer algún tipo de conexión con instancias dentro o fuera de ella que provean de apoyo psicológico a los estudiantes”.
-Las emociones negativas fueron más intensas en los alumnos de primer año. ¿Por qué razón se da esto?
“Porque dentro de la incertidumbre que estamos viviendo, los alumnos más antiguos tienen ciertas certezas: conocen su universidad, las dinámicas de las clases, a sus compañeros y tienen grupos de trabajo que han funcionado en el tiempo. De alguna forma ya están enrielados. En cambio, los de primer año, por ejemplo, ni siquiera tuvieron la oportunidad de conocerse personalmente. Muchas de ellos carecían de hábitos de estudio o de la autonomía que requiere la universidad respecto de organizar horarios, entonces para ellos todo fue más incierto y eso pudo estar detrás de esas emociones negativas”.
Un buen comienzo
-¿Este formato remoto permite entregar la misma calidad de educación que el sistema presencial?
“En general, la mitad de los estudiantes, aproximadamente, entre 4 o 5 de 10, respondió que sí aprendió lo que se esperaba. Los estudiantes de tercer año en adelante plantearon con mayor frecuencia que aprendieron dentro de los estándares esperados, en un nivel medio alto y alto. En cambio, los de cursos inferiores percibieron que aprendieron menos. Se podría hipotetizar que tiene que ver con las razones antes señaladas, que los alumnos más jóvenes tienen menos hábitos de estudio o no se han adaptado tanto al ritmo de la universidad”.
-Otro resultado que llamó la atención fue que el 19 % de los alumnos dijo haber copiado alguna vez. ¿Cómo deberían ser las evaluaciones para medir realmente los aprendizajes en este contexto online?
“Este formato remoto de emergencia fue la tormenta perfecta para los profesores, porque los alumnos podían estar en el Whatsapp, mirar en Google o usar apuntes. Entonces, si ya tenemos toda esta disposición de recursos con los que un estudiante puede responder una evaluación, lo más razonable es que los docentes nos ocupemos también. Si queremos que el alumno desarrolle algún tipo de aprendizaje, debemos hacer que investigue o que responda una evaluación abierta, donde puedan hacer, por ejemplo, análisis de casos, incluso junto a otros compañeros”.
-¿Y lo que se debe evitar?
“Las preguntas memorísticas y, en cambio, priorizar las de transferencia de información. Que no sea cortar y pegar, sino una evaluación más auténtica, que se vincule con el mundo profesional y con la realidad, donde el alumno tenga que aplicar y elaborar la información. Eso va a traer un mejor desarrollo y profundidad del pensamiento de los estudiantes. Para evitar la copia no habría que usar preguntas de respuestas cerradas, como las de selección múltiple, verdadero o falso, de completación o términos pareados”.
¿Cómo es el nivel de la educación universitaria a distancia que desarrolló Chile respecto de la de otros países?
“Respecto de países más desarrollados en este ámbito, todavía tenemos una brecha que cubrir. Por ejemplo, Australia promueve la educación remota, combinando clases donde los alumnos se conectan con el profesor y una gran parte de sesiones que pueden desarrollar solos, utilizando cápsulas, videos, foros de discusión y mucha tecnología en general. Los profesores le envían un video al estudiante en particular con un feedback sobre su trabajo, ellos a su vez tienen que responder con el mismo formato, es decir, está todo diseñado para que a través de esta modalidad se potencie una enseñanza más individual. Lo que se busca es que el estudiante sea más activo respecto de su proceso de aprender”.
-¿Cómo definiría este primer año de enseñanza a distancia?
“Fue un buen comienzo pensando en la poca preparación que teníamos respecto al tema. Los profesores pudieron comprender rápidamente cómo se hacían las clases en la parte más técnica y cumplir con un programa de estudio. Diría que estamos en un nivel inicial. Tal vez, si las universidades logran incorporar el feedback de sus estudiantes y profesores sobre lo que se hizo bien este primer año y sobre lo que falta, podríamos estar en un nivel moderado de desarrollo. Ya sabemos que los alumnos se empiezan a desmotivar con la cámara, que a medida que pasa el tiempo participan menos, que pueden copiar, entonces tenemos antecedentes para pensar cómo diseñar nuestras clases para favorecer un aprendizaje más profundo”.
PRINCIPALES RESULTADOS
ESTUDIANTES
El 87.7 % de los estudiantes contaba con dispositivos electrónicos para sus clases online y el 79.5 % con conexión a Internet.
– Casi el 40% de los estudiantes dijo no disponer de un espacio físico adecuado.
Durante la educación en pandemia :
El 82 % de las/los estudiantes relata haber sentido estrés.
71 % frustración.
47 % angustia.
-19 % de los alumnos reconoce haber copiado alguna vez.
PROFESORES
El 99 % de los docentes cuenta con dispositivos electrónicos y el 98.1 % con conexión a Internet.
– Más de un 20 % de los docentes no disponía de un espacio físico adecuado.
Académicos que participan del estudio:
Dra. Susana Figueroa, U. Arturo Prat; Dr. Walter Terrazas, U. Católica del Norte; Dr. Pablo Castro, U. de la Serena; Dra. Leonor Conejeros, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Dr. Carlos González, de la Pontificia Universidad Católica de Chile; Dra. Daniela Bruna y Dr. Roberto Melipillán, UDD; Dra. Piedad Cabrera, U. Alberto Hurtado; Dr. Carlos Pérez, U. Estatal de O´Higgins; Dr. Cristián Rojas, U. de Talca; Dra. Carola Bruna, UdeC; Dr. Enrique Riquelme, Dra. Neli Escandón y Dr. Ricardo García, de la Universidad Católica de Temuco; Dra. Patricia Thibaut, U. Austral; Dra. Carmen Oval y Dr. Álvaro González, U. de Magallanes.