Evans Turenne, junto a su esposa Sabine y sus dos hijos, viven en Chile desde marzo de 2017, cuando él inició su Doctorado en Salud Mental en la Universidad de Concepción. Es uno de los cuatro haitianos en el país que cursa este tipo de formación. Sabe que su caso es muy distinto al de la mayoría de sus compatriotas, y desde esta posición privilegiada hace un certero análisis del proceso de inmigración, de la discriminación que viven sus connacionales y de la realidad de Haití, cuyo destino, de no tener prontos cambios radicales, dice, “sólo quedará en las manos de Dios”.
Por Rayen Faúndez Merino.
Según las últimas cifras del Ministerio del Interior, habría 73 mil haitianos residentes en Chile, siendo ésta la sexta nacionalidad con mayor presencia en el país. Evans Turenne (40) es uno de ellos. Aunque su estadística es algo más pequeña. De acuerdo con información que ha recabado, él y otros tres compatriotas suyos serían los únicos haitianos que llegaron a Chile para cursar un programa de doctorado. “Somos mi amigo Kelly, su esposa Nice, otro más y yo. Pero además de nosotros, hay cerca de diez haitianos que están haciendo algún magíster en una universidad chilena”, resume.
Evans es psicólogo y el año pasado fue aceptado en el programa de Doctorado en Salud Mental de la Facultad de Medicina de la Universidad de Concepción.
El destino que marcó su historia, que parece tan distinta a la situación de precariedad en que llegan y se mantienen en Chile muchos de sus connacionales, comenzó a forjarse tempranamente en su niñez.
Evans era el menor de seis hermanos. Vivía en Cabo Haitiano, ciudad ubicada en el Departamento del Norte, uno de los 10 en que se divide su país. Su papá era profesor en una escuela básica, pero además tenía otro empleo para complementar su ingreso. Nunca estaba en la casa y, luego de un tiempo, se separó de la madre de Evans y se casó con otra persona.
Su mamá, que murió siendo él todavía muy niño, era comerciante en el mercado. “Ella salía temprano y volvía muy tarde luego de vender sus productos”, recuerda. Y aunque poco lo acompañaban en el día a día, sus padres fueron quienes, a su manera, lo estimularon a no dejar la escuela y a seguir estudiando, pues veían en la educación la única forma para surgir que podía tener su pequeño.
Tras finalizar la escuela, Evans debía ir religiosamente a la casa de su padre para hacer tareas. Era una obligación ineludible.
Pero su mamá, en los pocos tiempos libres que tenía, también aportaba en lo que podía. “Me obligaba a estudiar todos los días, aunque nunca me acompañó en mis deberes, pues era analfabeta. En ese tiempo yo no sabía que ella no sabía leer ni escribir, porque igual se las arreglaba para estudiar con nosotros”, rememora.
Les preguntaba si habían aprendido su lección de memoria. Si no la manejaban al dedillo, los enviaba nuevamente a repasar hasta que pudieran recitar los contenidos. “Todo el mundo pensaba que ella sabía mucho, por su actitud; lo que sí manejaba muy bien eran los cálculos matemáticos; de hecho, vendía mucho, y sumaba todo en su cabeza y muy rápido. Ella era muy inteligente”, agrega su hijo.
Sin embargo, hubo una tercera persona que marcó completamente la vida de este estudiante haitiano: la abuela Suli, una mujer mayor, amiga de la familia, que nunca tuvo hijos, pero que amaba a los niños. Llegó al hogar de la familia Turenne para hacerse cargo del cuidado de sus retoños. Toda la vida había trabajado de esa forma con diferentes familias, quienes incluso le seguían enviando dinero a modo de gratitud por los servicios prestados. Así, pasó a ser su abuela y la persona más importante en su vida, aunque no había vínculo sanguíneo alguno con ella.
Evans presenta a Suli a través de una de las fotografías del montón que dejó sobre la mesa de la casa que comparte con su esposa Sabine y sus hijos, Evanessa y Estevans, en San Pedro de la Paz. Es una imagen impresa en 1991, donde Suli luce su clásico pañuelo en la cabeza. Mientras observa la fotografía, recuerda que su costumbre favorita era beber café haitiano a toda hora y también fumar tabaco, aunque intentaba no hacerlo delante de los niños.
Evans Turenne efectivamente se convirtió en un estudiante destacado, y luego de finalizar su enseñanza secundaria, entró a estudiar Medicina, para lo que debió trasladarse a Puerto Príncipe, la capital y la ciudad más poblada del país. “Al despedirnos, la abuela Suli me dijo, ‘tu eres como mi hijo’, y me hizo saber que era el último niño que educaría”. Sabía que los 250 kilómetros que separan Cabo Haitiano de la capital eran un tremendo escollo para asegurar un reencuentro. Suli le regaló sábanas, toallas y una pequeña Biblia para que orara cada noche. Fue su manera de decir adiós a “su niño”.
La oportunidad de ir Cuba
En otra de las fotografías que repasa Evans Turenne, aparece él, sonriente, vestido con un vistoso polerón amarillo. Está en una calle de La Habana. Fue tomada durante sus primeros días en Cuba, en octubre de 2002, cuando entraba recién a sus 24 años, y se disponía a pasar cinco años más estudiando Psicología en la Universidad Central Marta Abreu de las Villas, en Santa Clara, la ciudad del Che Guevara.
“Había llegado al país ese mismo año. Fui elegido por un concurso que hizo la Cooperación Cubana y Haitiana, que selecciona a jóvenes para formarse en más de 42 carreras. Participaron estudiantes de los diez departamentos de mi país. Salí en primera posición con un puntaje de 57 sobre 59, que era el máximo. Fui el primero escogido por el gobierno haitiano para ir a estudiar a Cuba”, relata Evans.
En Haití sólo alcanzó a cursar dos años de Medicina, porque no pudo seguir pagando la carrera. Por eso vio en la posibilidad que le ofrecía Cuba, una oportunidad para cumplir su sueño, el de sus padres y el de Suli. “Quería continuar allá Medicina, pero la alta exigencia en la postulación dificultó mis posibilidades. Entonces opté por Psicología, que también me gustaba mucho y me permitía seguir en el área de la salud”.
De su paso por la isla sólo tiene buenos recuerdos. “La educación universitaria chilena es más de élite, porque es para unos pocos. En Cuba, en cambio, es de masas, es para todos”. Destaca la multiculturalidad que también se puede apreciar en sus aulas universitarias. “Cuando estuve allá, había 72 nacionalidades presentes en mi universidad; acá en Chile, la universidad, siendo muy buena por la formación que entrega, es muy fría, y su aspecto multicultural casi no se ve”, destaca.
En Cuba además conoció a su esposa, Sabine. Ella también es haitiana, pero vivía en Jacmel, en el extremo sur del país. A Cuba llegó para estudiar Optometría, a través de la Caricom (Comunidad del Caribe). “Estábamos en ciudades diferentes. Pero como la tradición en la educación cubana es acoger a los estudiantes extranjeros, guiándolos y ayudándoles en su estada, se organizan encuentros multiculturales en las universidades. En una de esas reuniones fue donde la conocí, en el año 2003”.
Se casaron en ese país, un mes después de que Evans presentara su tesis, y en un servicio de extranjería al que acudieron sin demasiados preparativos. El próximo 30 de junio, celebrarán diez años de matrimonio.
Sin embargo, entre tanto buen recuerdo, hay algo de esa época que aún lo apesadumbra: la muerte de la famosa abuela Suli, que ocurrió dos meses antes de que Evans emprendiera su viaje a Cuba. “Lo que más me duele es que no pude compartir nada de mi salario, de lo que gano hoy, con ella. Siempre digo que si estuviera viva podría mandarle dinero y así retribuirle todo lo que me entregó. A veces pienso que nunca voy a alcanzar mis sueños, porque no pude pagarle esa deuda grandísima que tengo con ella”, asegura con notoria tristeza.
El arribo a Chile
En agosto de 2008, ya como pareja, Evans y Sabine regresaron a Haití. A fines de ese año, él ya estaba dictando clases en una universidad. Allí vivieron el terremoto de enero de 2010 y, en 2011, nació Evanessa, su primogénita. Por su trabajo, él viajaba constantemente a Estados Unidos y a Miami, donde trabajaba con niños víctimas de abuso, maltrato y violencia, con la organización internacional Childnet. Luego, vino la aventura de venir a Chile.
Fue uno de sus amigos, que ya cursaba un doctorado en una universidad de Temuco, quien le recomendó venir. Aunque en ese momento, él visualizaba Canadá como un buen destino para cursar una maestría. “Me dijo ‘ven, acá puedes conseguir una beca, tú tienes buenas notas y te puede ir bien en el proceso de admisión’. Así es que empecé a revisar las becas disponibles en Conicyt”.
Luego de una entrevista online frente a una comisión de profesores, un análisis crítico de dos artículos científicos y la presentación de un proyecto, fue aceptado en el programa de Doctorado en Salud Mental de la Facultad de Medicina de la Universidad de Concepción. Con ello, postuló a una beca Conicyt, a través de la Organización de los Estados Americanos, OEA.
Pero tuvo algunos problemas para concretar su viaje, pues su objetivo era estudiar en Chile, pero emigrando junto a su familia, nunca solo. No obstante, al arreglar los documentos para salir del país, se encontró con la sorpresa de que la beca sólo lo consideraba a él. “Yo no quería una beca que no me permitiera sostener a mi familia, o que implicara venir a pasar cuatro años en Chile, dejando mi esposa e hija en Haití. Yo no podía soportar eso. Mi familia debía estar donde yo estuviera, ése era mi primer objetivo. Yo no quería ser doctor, o poder optar a tener dinero si no podía estar en todo el proceso acompañado de mi familia”, expresó Evans, contundente.
Fue así que Evans decidió encontrar la manera para poder viajar a Chile y comenzar a cursar su doctorado, pero con su familia. Como trabajaba hacía casi diez años en una universidad pública, solicitó en ella una licencia de estudios para estudiar en Chile. Esto implicaba conservar su sueldo, pagado por la casa de estudios haitiana, ingreso con el que podría mantener a los suyos en Concepción.
Sus conversaciones dieron favorables frutos, y la respuesta fue positiva. “Entendieron que no podía pasar cuatro años estudiando lejos de mi familia, por lo que me aprobaron la licencia de estudios, la primera de este tipo que habían otorgado. Y así conseguí las visas para mi esposa y para mi hija”, contó Evans.
Finalmente llegaron a Concepción en 2017, y en marzo de ese año inició su doctorado. Una de las principales dificultades de sus primeros meses de permanencia en el país, fue el clima penquista, demasiado frío para lo que estaba acostumbrado y, aunque hablaba bien español tras su paso por Cuba, le costó mucho entender los modismos chilenos.
– ¿Cómo te recibió Chile?
“Chile tiene características un poco diferentes. Son más blancos que otros latinos. Y lo segundo, llevan un estilo de vida distinto al de los caribeños, debe ser por el clima, que son más cerrados. El chileno es también desconfiado, pero tiene una conducta pro social que me encanta. Las personas ‘aguantan’ la puerta para que otro salga, dan el asiento. Son gestos que valoro mucho, porque han ido desapareciendo en el mundo. En otros lugares nadie quiere meterse con los demás. Un chileno siempre te preguntará cómo te han tratado, dónde estás trabajando, cómo te va en la vida. Eso es un aspecto positivo que valoro mucho”.
El año pasado nació su segundo hijo, Estevans, hoy de siete meses. Todos se quedarán, al menos, tres años más en Chile, hasta que Evans finalice el doctorado. Su esposa también está buscando ampliar sus estudios en el país, y su hija mayor, ya está totalmente habituada al sistema escolar chileno.
Evans dice que está consciente de que su realidad escapa a la regla. O más bien, que no responde al prejuicio y estereotipo construido en torno al migrante haitiano: él no vino en busca de trabajo, sino becado para continuar sus estudios; habla perfecto el español y antes de iniciar el viaje ya estaba tramitada la visa para él, su esposa y su pequeña hija.
Con todo, la familia haitiano-chilena aún no ha decidido si volver a Haití definitivamente o sólo pasar una temporada allí una vez que Evans se reciba como doctor. Por ahora, sólo sabe que debe volver a la antigua colonia francesa a trabajar, al menos por un tiempo durante las vacaciones. Esto para cumplir con el acuerdo con la Universidad en Haití que le concedió el permiso para estudiar en Chile. Es, gracias a ese sueldo que recibe, que puede ayudar a su padre anciano que está en Haití y mantener a su familia acá sin demasiadas complicaciones. Salvo el frío, el viento y uno que otro desdén por su color de piel, dice que este país es un buen lugar para vivir.
– ¿Acá es mejor tu calidad de vida?
“Sí, en muchos aspectos. Es más tranquila, más estable, pues cada mes llega el sueldo. En mi país pasaba seis meses sin cobrar nada, un año, dos años. Había muchos retrasos por problemas del presupuesto nacional, donde había huelgas, o no se le pagaba a los profesores. En Haití nunca podía pensar en un presupuesto. Ahora sí y por eso pude ayudar a mi padre a pagar su operación de la próstata”.
– ¿Te gustaba tu trabajo en Haití?
“Sí, trabajar con los estudiantes. Ahí está mi última esperanza. Que la generación futura pueda hacer un cambio real, definitivo y radical. Al formarme en Cuba aprendí mucho. Son un pueblo orgulloso, digno. Fascinantes en su historia y en cómo lo hacen para salir adelante a pesar del bloqueo. Pienso que vamos a llegar a un momento donde no podremos retroceder más y las personas que vienen de la universidad tendrán que cambiar el país de manera revolucionaria”.
Añade que una de las razones de la pobreza en Haití se explica por las catástrofes. La naturaleza nos ha hecho muy vulnerables: inundaciones, ciclones, huracanes y terremotos. “Es dinámico, y a eso le añadimos la corrupción, la mala organización e inestabilidad política. Con todo eso el país no puede levantarse. Yo no quiero ser pesimista, pero el futuro de Haití, si no hay cambios, sólo está en las manos de Dios”, asegura.
Aquí en Chile, agrega, la mayoría de la población tiene educación, todos saben leer y escribir. Y poco a poco se sube a un nivel importante económicamente. Pero en Haití eso no sucede. “Aunque las personas estén trabajando, no tienen salario que satisfaga las necesidades básicas, porque hay una inflación muy grande. Por eso tantos compatriotas están saliendo de Haití”.
– ¿Ésa es la razón de la migración de tus compatriotas?
“Sí, es por razones económicas, no políticas. Es por una necesidad básica. Muchos tienen su diploma, incluso más que yo, pero llegan aquí sin trabajo, sin nada. Y trabajan como jardineros o cuidando niños, aunque tienen un diploma de ingeniería en informática. Y lo dejan todo.
El gobierno no da señales y mi país está muy mal. Las personas más competentes no son las que llegan al poder. Hay muchos haitianos fuera del país que están muy bien formados académicamente, pero no van a volver porque no van a encontrar trabajo. Es el tercer país con más recursos afuera en el mundo, porque lo vendió todo. Y un país así no se puede desarrollar. Tiene que haber un cambio en la política, en la educación”.
– ¿Cómo ves el futuro de Haití?
”Desde afuera, cada vez que veo a Chile o a otros países, reafirmo que Haití aún está muy por debajo, con alto analfabetismo. Y hoy es un momento importante para tomar conciencia, para cambiar la forma en que se administra el poder, para servir al pueblo y hacer que los profesionales que estén afuera puedan tener deseos de volver al país y aplicar allí su conocimiento, para devolver la mano. De los 52 estudiantes haitianos que se formaron conmigo en Cuba, en todas las disciplinas, menos de 10 volvieron al país. Están en Canadá, en Brasil, en Chile. Y no tiene sentido. El gobierno no prepara el terreno para aprovechar, reincorporar, reinsertar a la persona que se educó fuera de Haití”.
-¿Qué sientes con esta dualidad, de que hay haitianos que vienen por necesidad y otros, como tú, para mejorar su formación académica?
“Es un disgusto. Mayoritariamente, los haitianos no vienen a Chile porque quieren. Eso es algo que el pueblo chileno debe entender. Vienen porque tienen necesidades serias, pues no tienen salida en mi país. Si bien no estamos en dictadura, sino que en un régimen democrático, de poco sirve eso, entre tanta miseria que tenemos”.
-¿Cómo crees que Chile recibe al migrante haitiano?
“Hay una mirada discriminatoria muchas veces y hay mala información sobre ese aspecto. Hicieron una publicidad de Haití, que es un país pobre, y tantas cosas. Una mala propaganda. Pero hay otros aspectos, que son súper importantes, como que muchos chilenos llevan muy buena relación con los haitianos. Quienes vienen por razones económicas, sufren mucho de nostalgia. Es súper duro estar fuera de tu país y no tener con quién confiarte, con quién hablar, con quién compartir. Y no hay una inserción profesional ni cultural todavía, porque la cultura de los haitianos es súper interesante. Nosotros tenemos muchas cosas bonitas que podemos enseñarles a partir de esta migración”.