Desde La Chimba, el religioso echa un vistazo a los temas que hoy son trending topic en nuestra cabeza. La migración latinoamericana, la iglesia, el agua, los servicios, la vivienda. Lo que ve a diario en su comunidad del campamento Luz Divina, en el sector norte antofagastino. Una comunidad que, más que un barrio, es una transición al desarrollo, que se alienta con colores, organización, banderas chilenas, el cruce de las culturas y, mucha paciencia. En un lugar así faltan manos. Por eso, este cura se sacó la sotana y se puso el overol azul para transformar el mundo de la miseria en uno de dignidad.
Por Carola Venegas Vidal
Felipe Berríos del Solar cierra los ojos, pone atención al estruendo del portón que está a metros de su vivienda. Es la casa verde, una de las primeras del campamento Luz Divina, en La Chimba, Región de Antofagasta. Desde hace siete años, el sacerdote jesuita se asentó en ese sector como uno más de la comunidad de 260 familias, compuesta principalmente de colombianos, peruanos y bolivianos. “Los nuevos chilenos”, como les llama, conviven también con un grupo de compatriotas de generaciones más antiguas.
“Es el camión del agua”, dice. Vienen a dejarla cada cierto tiempo ¿De dónde la traen? “Es difícil decir eso. La roban, la sacan de las cañerías que pinchan por ahí. El aljibe llega acá, la reparte y la vende. Así pasa en lugares como este. Acá los servicios no llegan de otra forma, es la única manera de contar con agua potable”. Explica que hay interés de algunas empresas privadas por abordar una solución, pero no hay respuestas concretas. “Sí. Hay algunas alternativas. Sabemos que hay proyectos grandes en carpeta, hay uno en particular que ha estado permanentemente buscando una vía. Es un buen proyecto, pero no se entiende por qué lo han ido trancando y trancando, del MOP, de la SISS. No se entiende bien. Quizás qué asunto hay ahí”, reflexiona. (Ver recuadro al final)
Berríos vive en una modesta vivienda de dos habitaciones. Muros de tableros de OSB, con lo esencial. Un refrigerador, un sillón, sus libros y sus herramientas con las que se dedica a hacer embarcaciones y los arreglos de la comunidad. En su dormitorio, su cama y una tele, “la colombiana”, de esas negritas y con harto trasero, que le han valido más de una suspicacia y risas entre los vecinos. “Saqué el afán de construir de mi papá, él era bueno maestreando”, dice. De su mamá, cuenta que era de Concepción y que vivió en una casa en Colo Colo con Cochrane.
-¿Por qué la Chimba?
“Siempre pensé que cuando fuera viejo quería ir a vivir a un barrio sencillo, no estar en Santiago, donde por distintas razones uno entra en un círculo que es nefasto. Cumplía 20 años de cura, y una noche pensé ‘esta es la oportunidad’. Ya cumplí aquí. Ya hice de todo. Entonces le escribí al director general de los Jesuitas para pedirle ir a vivir un último año a Burundi, África. Ya manejaba el idioma y me contestó que sí. Cuando quise regresar a Chile, le dije que quería vivir en un campamento, piolita, no quería estar en Santiago. Me dijeron que no, pero yo di una entrevista en El Informante y, después, di otra entrevista, y quedó la ‘cagá’. Me querían echar, me querían sancionar, me acusaron. No sabían qué hacer conmigo, hasta que me dijeron, ya, ándate. Llegué acá y creí que era como los campamentos que había antes, pero no era así. Empecé a juntarme con las directivas, este lugar estaba recién creciendo. Ahí se me ocurrió la idea de hacer un barrio transitorio, e invitar a la gente que estaba ‘en otra’, a vivir acá”.
-¿Qué encontró tan diferente y qué fue lo más desafiante de vivir acá?
“Para graficar. En un momento dije: por qué no pintamos las calles, les ponemos nombre y sacamos la basura. Pero ellos me decían que no, porque no parecerían pobres y los echarían de aquí. La gran pelea fue sacar a las pequeñas mafias que había adentro del campamento. Por ejemplo, vendían la luz, que apenas teníamos, y se cortaba… Había que pagar para darla de nuevo. Yo calculaba que la persona que estaba a cargo de eso se hacía fácil un millón y medio en el negocio. Aquí hay gente que le conviene que estos lugares existan. Entonces, nos organizamos, hicimos una asamblea que empoderó a gente que no se atrevía, porque los mismos ganaban todas las elecciones. Se hizo como se debe, con una votación secreta, con urna, votos. Eso fue el comienzo de una transformación aquí”.
-¿En qué cambió?
“Cambió la conformación del campamento. Mira, yo creo que lo más importante es que la gente se organice. Aquí son 15 pasajes, cada uno tiene su jefe, cargo que es rotatorio. La directiva se conforma con los 15 jefes de pasaje. Lograr eso es una riqueza, porque las redes sociales son más importantes que la plata. Se crea comunidad, pertenencia. Sobre todo, necesaria para la gente que ha dejado a su familia en otro país. Va creando una red de apoyo efectivo y de familiaridad”.
-¿Cómo son las expectativas de vivir aquí?
“Este es un barrio de transición. Hay seis generaciones que han salido de aquí. Ellos se esfuerzan para generar ahorro, por ganarse el subsidio y van aprendiendo a vivir en comunidad. Soy de la teoría de que los campamentos se acabaron el 2010. Los campamentos que uno conocía antes, que eran un grupo de personas que se tomaba un terreno y que tenía una mística, una moral. No dejaban entrar la droga o la delincuencia. Querían las viviendas propias, ahorraban. Hoy tienes un grupo así, pero tienes otro que vende terrenos, que arrienda, que vende la luz, el agua, droga, trago. Gente que tuvo su vivienda, pero no fue capaz de pagarla y volvió, o se le llenó de droga, y volvió. Entonces, tienes una mezcla de gente muy distinta. Y a eso le agregaría además que Chile cambió, entonces, las políticas públicas antiguas, que fueron muy buenas, tenían dos motores que la hacían eficiente: que la gente se sacaba la cresta por darle educación a sus hijos y por la vivienda propia. Hoy la educación es obligatoria, gratuita de kínder a cuarto medio y, además, mala. Y la gente observa que en medio de una sociedad clasista y consumista, prefiere darle estatus a sus hijos, porque eso les va a abrir las puertas del mall, les va a abrir la posibilidad de trabajo. Prefieren darle una zapatilla de marca o ropa de marca, un buen celular, auto, el consumo”.
-¿Hay una crisis de valores y espiritualidad?
“Lo que pasa es que hay que distinguir entre la pobreza y la miseria. La pobreza es falta de oportunidades. La miseria funciona cuando tú has vivido largas generaciones en pobreza, te deterioras humanamente y caes allí. Así es que no te interesa surgir, no hay valores. Otra cosa. Los pobres que conocíamos antes eran pobres de campo, que tenían código de valores. Ahora son pobres de la misma ciudad, que tienen esos códigos deteriorados. Y, tercero, antes en todas las poblaciones y barrios existían células de los partidos Comunista, Socialista, Democratacristiano; la junta de vecinos, la capilla, que cumplían un papel de formación importante. Ahora ya no están. En estos momentos, la pobreza es como un cuerpo sin piel donde estamos expuestos a todo, a la droga, al consumo, a la persona que viene a ofrecerte cualquier cosa fácil. Por eso los candidatos no ponen ni de qué partido son, sino quién es más simpático, voto por él, o el que me ofrece algo. Hay un deterioro espiritual, porque no hay un proyecto de sociedad, un sueño grande, una formación”.
-¿Qué le deja esta pega?
“Cuando me preguntan cuál es mi trabajo, yo les digo es estar con la gente, compartir y hacer. Es interesante, porque me tocó justo en medio de una crisis de la Iglesia Católica. Vivir así es lo que, creo, deberían hacer los curas y la iglesia. Pienso que la iglesia como la conocemos tiene que caer, y que caiga luego. Espero que en el futuro la mujer sea parte de la jerarquía de la iglesia, que los obispos sean elegidos por la gente, que los curas vivamos de nuestro trabajo. Además, dar testimonio del Evangelio y no estar dictando una moral. El Evangelio nunca fue una moral. Nosotros (los sacerdotes) nos hemos transformados en expertos en decirle a la gente lo que hay que hacer. El Evangelio no es eso. Es nuestra inclinación y tentación andar diciéndole a la gente tiene que hacer esto, mientras se cometían hechos atroces dentro de la iglesia”.
Esperamos que el Estado nos mire
El cura Berríos viste su overol azul, mira el techo, abraza a su perrita regalona. Después de invitar a un café en su mesa, muestra con orgullo algunas de las instalaciones que junto a la Fundación Recrea han hecho crecer y puesto al servicio de la comunidad. La capilla, la sala Talita Kum, pensada para acoger y desarrollar programas para personas con discapacidades y sus familias, y una sede social que sirve como vacunatorio. Trabajan en muchos ejes, detectan las necesidades, piensan, prueban soluciones. Uno de los últimos frentes y muy potente, el empoderamiento femenino para terminar con la violencia de género. “Es que las mujeres son las que la llevan… son el eje del desarrollo social. De verdad son determinantes”.
-¿Por qué es tan enfático en eso…?
“Lo ejemplifico así. Una señora que es analfabeta y tiene cuatro hijos. Se levanta a las cinco de la mañana. Analfabeta y todo, le ayuda a hacer las tareas a sus hijos. Su vida es una esclavitud. El otro día vino a pedirme algo, golpea a la puerta y me dice: padrecito… usted que está más cerca de Dios… Y yo me pregunto, cómo yo voy a estar más cerca de Dios que ella. Me dio una vergüenza y un pudor. No pues, yo me he robado a Dios, y Dios me ha servido para vivir… Las mujeres siempre hacen la pega, los hombres después solo ponemos la cara”.
-Vive con gente de muchos países…
¿Por qué vienen acá? “Hay cinco razones de por qué vienen a Chile. Una es la mejor la salud. Segunda razón, mejor educación y gratuita y obligatoria. Tercera, algo que no les gusta mucho al comienzo, pero que sí les gusta después, es que los niños son muy cuidados, o sea no pueden dejar a los niños en la casa, no pueden llevarlos al trabajo porque los vecinos los acusan. Tienen que llevarlos a un jardín infantil, los niños tienen derechos, no se les puede pegar. Esa cuestión al principio les choca.
El otro día una boliviana me contaba llorando a mares que la niñita la había denunciado en el colegio por haberle pegado una cachetada, algo impensable en su país, pero les gusta eso, ven que los cabros tienen más personalidad. Eso lleva a la cuarta razón: la forma de ser mujer. La mujer acá tiene opinión, es respetada… no se le puede pegar, no se le debe pegar, eso se acusa. Eso al principio genera resquemor, pero les gusta, porque la mujer se empodera y, al empoderarse, también sube la calidad de la familia. Y la última cuestión, esto sin orden de importancia, es que es un país estable política y económicamente, ven que tiene proyección. Esos son los cinco rasgos, y yo le he preguntado a algunos y todo lo que conocen de Chile es esto. Chile es un buen país. Lo que pasa es que nosotros somos enfermos de críticos, pero tú vas comparando con el resto de Latinoamérica… el otro día hablé con una señora que tiene subsidio ahora, está en un departamento y, decía, no dejo de llorar, en mi país nunca podría haber tenido esto y aquí, que yo no soy chilena, puedo obtenerlo”.
-Pero estamos en una crisis, ¿cómo cree que se debería abordar la migración?
“El problema es que nosotros siempre nos hemos sentido los ingleses de Latinoamérica. Cuando viene un europeo le llamamos extranjero, y le llamamos inmigrante cuando tiene rasgos oscuritos, amerindios, porque nos recuerda que somos latinoamericanos, y eso nos da una rabia. Es una estupidez de un porte de un buque. Si viene un venezolano, un peruano o un boliviano con plata no va a tener ningún problema, el problema es que son pobres y han venido a reemplazar al pobre chileno. Los inmigrantes hacen acá el trabajo que los chilenos ya no quieren hacer. No saco nada con tratar de fortalecer mis fronteras si no me pongo de acuerdo con otros países. Colombia se los manda a Ecuador, Ecuador a Perú y Brasil. Perú y Brasil para acá. Nosotros no tenemos a quién mandarlos, estamos cagados. Además, somos los ricos del barrio, eso es verdad, entonces van a seguir llegando. Yo abordaría primero las relaciones con los demás países. Tomar este fenómeno como algo continental, que signifique inversión, que yo ponga plata en otros países. Después reforzar la frontera, y eso es algo complicado, acá, en el norte, porque nosotros tenemos una movilidad salvaje desde antes de que llegaran los españoles. Le daría a la persona que entra al país, una visa de trabajo por un año, porque de esa manera sabemos quiénes son y dónde están. Segundo, les daría la posibilidad de surgir, de aportar, de crear y, tercero, la persona va a poder contratarse y no va a competir con el salario chileno, porque entra en las leyes laborales y va a pagar imposiciones. Cuarto, se los quitas a las mafias, que es lo más importante, porque la mafia que los explota en Chile es la misma mafia que los trae, entonces si aniquilas las mafias, parte del problema se va a resolver. Y al año la vas a ver, y ahí se toman otras medidas”.
-¿Eso es posible?
“Quién sabe, es de esperar que sí. Es un asunto de voluntad. De ver las cosas de una forma distinta como se han venido planteando. Yo creo que sí es posible. Pero se les está yendo de las manos. Acá son 260 en este barrio, pero entre todos los campamentos de La Chimba deben ser más de mil familias y ahora han ido aumentando. Mira, las ONG’s y el Estado a partir del 2010 se empezaron a alejar de las periferias de la ciudad, y después 18 de octubre, el Estado simplemente desapareció. Esperamos que se muevan, que se iluminen, que nos miren. No se puede seguir así. Nosotros llevamos dos años sin Estado, en una verdadera la ley de la selva”.
Recuadro
Proyecto que solucionaría abastecimiento está “trancado”
El proyecto al cual se refiere Berríos como “trancado” es el megaproyecto de desaladora de la Compañía Regional de Aguas Marítimas SA (Cramsa), que pretende dotar de agua a sectores donde actualmente no llega agua para el consumo humano. Esto es justamente en el sector norte de Antofagasta, el sector industrial La Negra y Calama Contorno. Es una obra que supera los 5 mil millones de dólares y pese a tener los vistos buenos para la ejecución, aún no puede iniciarse. La compañía Cramsa también ha reforzado el trabajo en el área social de la comunidad que pretende impactar y, con ese propósito, apoya a la Fundación Recrea como parte de apoyo al Círculo de Mujeres que beneficia a 120 personas en temas de No violencia y No Discriminación de género en Antofagasta y Calama.